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Narrativa

El cadáver de tu ángel de la guarda baila en mis ojos (apuntes nigrománticos a La Niña Oscura de Juan de Dios Maya Avila)

Durante el último tercio del año 2023, nació —junto al Guadalquivir—, La Niña Oscura, gracias a los esfuerzos de la editorial cordobesa El Salto, propiedad del escritor Carlos Venegas. Venegas fue el único con el temple necesario para querer dar luz a la oscuridad de esa Niña. Otros editores, aunque celebraban la calidad de lo escrito, temían las consecuencias esotéricas de publicar tan siniestro compendio. Sobre todo, temían las consecuencias que podría acarrearles con supuestos seres hematófagos que estuvieron impidiendo la aparición de La Niña Oscura, por sentirse develados a tal grado que peligraba la secrecía de sus operaciones. Lo supo Venegas, que no pocas noches, mientras duró el proceso de edición, me dijo haberse sentido acechado por sombras que atacaban los rincones de la editorial. “Te vamos a comer”, le decían al oído cuando dormía. No obstante, se impuso a aquellos redivivos y el libro apareció. 

  • Ahora el problema es que nadie quiere hablar de él en España.

Me dijo durante una de nuestras conversaciones telefónicas.

  • Lo sé, tampoco en México ni con ninguno de los colegas en Latinoamérica. 

Un extraño rechazo hacia un libro que, no obstante, estaba teniendo un buen recibimiento entre cierto tipo de lectores, incluso en países ajenos al idioma en que se hallaba escrito. Alguna discreta nota en el periódico, quizá una mención en la radio. No más. 

Hace unos días, al finalizar febrero, me buscó Venegas:

  • Ya tengo quién comente La Niña, pero será un tanto fuera de lo común.
  • Todo con este libro ha sido fuera de lo común. Desde que comencé a soñarlo.
  • Pues bien, tengo una amiga gitana, Dámaris Nazarena, que hace años dejó Córdoba. Los dioses…sus dioses…la llevaron a vivir al barrio de Tepito. Quizá hasta escuchaste hablar de ella, es nigromante y zahorí. La buscan desde narcotraficantes hasta políticos (valga la redundancia)…
  • Sí, la conozco…
  • Ella me ha contactado para decirme que hicimos bien en publicar La Niña Oscura. Pero que habrá fuerzas invisibles que le han de querer aniquilar. Aunque también me ha dicho que hay seres de la otra vida, que están interesados en que tu libro prospere. En especial uno: José Carlos Becerra.

Esto último me heló la sangre. El “joven” poeta Becerra (Villahermosa, 1937—Brindisi, 1970) había sido, era, en muchos sentidos, un maestro para mí, y no sólo en la escritura. José Carlos Becerra, fue llamado por la elementalidad, para erigirse como el mejor poeta mexicano de nuestra era. Ello conllevaba enfrentarse a un vate oscuro que, a pesar de la excelsitud de sus versos, con un hambre insana quería destruir a aquellos que pusieran en peligro su papel de gran señor en la cultura nacional e hispanoamericana. Un papel que, por si fuera poco, venían construyéndole, mediante pactos de sangre y sacrificios satánicos, sus progenitores: Irineo, el abuelo, durante el porfiriato, y Octavio P. Lozano, en la revolución (durante la cual, para acomodarse entre las familias aristocráticas que habrían de controlar al país, traicionó a Emiliano Zapata). Cualquiera habrá podido percatarse ya que hablamos de Octavio Paz. 

Paz reconoció el extraño talento de Becerra desde la publicación, en 1965, de Palabra Oscura (Palabra Oscura / Niña Oscura), y desde entonces le preocupó que el joven tabasqueño alcanzara ciertos rincones umbroso que él ni siquiera vislumbraba. Se lo dijo a su espantoso séquito. Salvador Elizondo se ofreció a eliminarlo. Paz le dijo: espera. 

Sin embargo, el año del 68 traería funestas secuelas.  La matanza del 2 de octubre en Tlatelolco, cimbró el alma del joven Becerra, que fijó su postura contestataria, lo cual le hizo enemigo del gobierno mexicano, cuyos miembros, a la postre, darían su anuencia para el asesinato del tabasqueño. El 3 de octubre, en un palacete de Nueva Delhi, antes de recibir el parte de la matanza, Octavio Paz se entrevistó con un singular vampiro de los que habían sobrevivido a las mil y una noches. Este vampiro hindú le vaticinó a Paz que el Nobel no estaba destinado para él, sino para Becerra, al igual que el poder y el predominio. Aquella noche, el augusto Octavio hizo dos llamadas telefónicas fundamentales. La primera, con el orangután Díaz Ordaz: “renuncio”, le anunció. La segunda, con Salvador Elizondo: “hazlo”, le ordenó.

En 1969, José Carlos Becerra se hizo merecedor a la Beca Guggenheim (misma que ganara Paz en 1943). Ello le permitió realizar un periplo por algunas de las principales capitales europeas. Durante su estancia en Atenas, terminó su relación amorosa con la escritora mexicana Silvia Molina, al parecer, por que el poeta se había involucrado inesperadamente con una muchacha griega llamada Empusa. El comportamiento de Becerra comenzaba a ser errático. Si hubiese leído el genial Farabeuf (Joaquín Mortiz, 1965), de Elizondo, habría reconocido, un par de veces, en las torturantes líneas, a la vampira Empusa, y habría tenido, quizá, tiempo de ponerse en guardia. Error pueril. Los  jóvenes —aquileos sempiternos—, suelen  menospreciar a sus enemigos. Además de que los escritores mexicanos nunca leen a sus pares. Gracias al dicho Farabeuf, fue que Elizondo habría podido ser aceptado en contados círculos satanistas europeos, sobre todo en York, Córdoba, París, Viena y, tristemente, en Brindisi, donde ciertos de sus adeptos —cultores de la sangre— idearon el final del adverso tabasqueño.

El 29 de mayo de 1970, los principales encabezados de la prensa internacional, anunciaban la trágica e inesperada muerte, en un accidente automovilístico, de José Carlos Becerra. Apuntaron que habría sucedido el 28, luego recularon y dijeron que el 27. El viejo Volkswagen, que había adquirido el poeta mexicano en la frontera alemana, se hallaba destrozado. El cuerpo de Becerra, en cambio, salvo una inusual palidez, no mostraba signos de ruina. Su maestro, el también escritor tabasqueño Carlos Pellicer, quien fuera a reconocer el cuerpo, les mostró a las autoridades italianas una serie de orificios pareados que le atestaban el cuello y el pecho al difunto. La policía no hizo caso a Pellicer y dictaminaron la muerte por fractura craneal.  Pellicer indagó por cuenta propia. Al entrevistarse con lugareños, recabó testimonios donde decían que el auto había tratado de esquivar a tres mujeres (“le empusa erano tre”), mismas que, al colisionar el bólido, sacaron a rastras al conductor, aún vivo, y le atacaron hasta desangrarlo. Pellicer, incluso, consiguió ciertas pruebas gráficas que tenía planeado llevar a las embajadas y a la prensa. Desistió, luego de recibir una amable visita, en el hotel donde se hospedaba cerca de San Giovanni Al Sepolcro, de Salvador Elizondo y tres hermosas griegas que lo acompañaban.

  • La cuestión, querido Juan de Dios, es que Dámaris Nazarena me ha dicho que Becerra la ha contactado. Al parecer, quiere abandonar las sombras y actuar de nueva cuenta en la literatura de tu país.
  • ¿Pero cómo puede ser eso posible?
  • Dámaris sería el puente para que él pueda dictaminar sus impresiones con respecto al libro. Ella, adelantándose a tu aprobación, le ha hecho llegar, mediante ofrendas (ha quemado un ejemplar frente a su tumba, hoja por hoja), tu Niña Oscura.
  • Aún así, qué podemos hacer con ello…de qué manera nos ayudaría.
  • Nos hemos equivocado queriendo tener un impacto masivo (y no). Dámaris dice que lo que nos diga Becerra llegará a los oídos precisos, que tampoco es que sean cantidades insignificantes. Incluso me habló de sectas que han estado esperando a La Niña Oscura por lo menos desde hace una década. Parece que el asunto nos rebasa a ti y a mí. Ahora te creo, nada en tu libro era ficción…

Carlos Venegas nos contactó a Dámaris Nazarena y a mí, concertando la cita en el jardín de San Fernando, de la colonia Guerrero. Siempre San Fernando. Ya oscurecía cuando una mujer sumamente delgada, astrosa, de carne blanca atacada por escamas de mugre y un rubio cabello grasiento, se acercó a mí. Pensé que sería una más de las adictas que se prostituyen en la plaza. 

  • No soy, ni por asomo, ésa que concibes en tu mente…

Atajó sin dejarme siquiera disculparme. 

  • Vengo de parte del maestro José Carlos Becerra. Él ha conocido tu Niña Oscura. Quiere definirla ante ti, como nadie más lo hará. Y dice que tú sabrás qué hacer con sus palabras. Vamos, su cadáver nos está esperando…
  • Disculpe, ello es imposible. El maestro yace enterrado en Villahermosa.
  • No. Eso le hicieron creer a sus familiares. Unos estudiantes de la facultad de letras robaron su mortaja por órdenes de Elizondo y la trajeron al antiguo panteón de San Fernando. Tras de profanarle, lo enterraron en el sepulcro de Juan de Dios Peza para hacerlo sufrir por toda la eternidad.
  • Pobre del maestro…
  • Vamos, aún hallaremos el panteón abierto.

Y así fue. Los guardias nos permitieron el paso, aunque con cierto recelo por mi acompañante.

  • Si los descubrimos haciendo cosas indebidas los remitiremos a las autoridades, para eso están los hoteles.

Dámaris Nazarena los miró con quién sabe qué mirada que les hizo arrellanarse como ratas asustadas en sus sillas. La tumba de Peza casi que ni existía, arrumbada en una sombra del pasillo más lejano, mirando hacia la calle de Héroes. La placa partida de mármol y unas letras gastadas lo indicaron. Un gato gris, con múltiples manchas blanquecinas en el pecho y el cuello, dormía sobre ella. 

  • He, aquí, al maestro. Mire usted las marcas que le dejaron las Empusas.

Dámaris comenzó a dibujar un círculo con líneas paralelas que nacían del centro. En los espacios entrelíneas, dibujó signos egipcios, casi como letras. Reconocí el artilugio. Era una zairagia. Una especie de ouija mucho más antigua. Y efectiva. Prendió una veladora y un murmullo de susurros lastimosos se escucharon a nuestro alrededor.

  • Son los vampiros. No nos quieren aquí.

Curiosamente, dejaron de transitar personas por el portal del panteón y por las calles. Tampoco los guardias se hicieron presentes. Una niña vagabunda era la única que, aferrada a los barandales del cementerio, nos miraba desde afuera, casi como una mancha desnuda y blanca, de terribles ojos glaucos y la boca herida.

  • No la mires. Ahí tienes a tu Niña Oscura. Quiere comerte, de nuevo…

Cerré los ojos como un niño asustado. Escuché detrás de mí una risa infantil. 

  • Ya se escondió otra vez en la sombras, no temas…

Indicó Dámaris. Volví el rostro. Nadie había en la vieja verja.

  • Habla, pues, José Carlos Becerra…
  • …por el arcaduz de sangre mi cuerpo en tu cuerpo manantial de noche mi lengua de sol en tu bosque artesa tu cuerpo trigo rojo yo por el arcaduz de hueso yo noche yo agua yo lengua yo cuerpo yo hueso de sol…
  • ¡Calla, tú no eres Becerra, tú no eres Becerra!

Grité desesperado. Y Dámaris cortó la invocación y tomándome las manos, me trató de hacer volver:

  • ¿Quién es, Juan de Dios, quién está montado en Becerra?
  • Es Paz, esos versos son de Paz.

Dámaris hizo un agujero en la tierra y echó en él menudencias y cenizas y huesos y talismanes, y cubriendo el envoltorio, empezó a cantar cosas mágicas. El panteón se cimbró. Lo juro. Y aun así, nadie había en rededor nuestro. 

  • Tenías razón, por eso era necesario que vinieras conmigo. Ya me habían parecido extrañas ciertas maneras del muerto que me hablaba. A veces me parecía Becerra, a veces no. Luego, una casi imperceptible voz de mujer, que apenas se escuchó por fracción de un segundo, me hizo sospechar. Hoy tú me lo has confirmado. Paz quiere seguirse alimentado de Becerra incluso en el inframundo.
  • ¿Y la mujer? ¿Es acaso Salvador Elizondo?
  • No. Una que antes fuera esposa de Paz y que, a pesar de las frívolas miradas, era de su misma calidad y sustancia.
  • Elena Garro.
  • Sí. Las energías con lo que se destruyeron en vida, hoy les mantienen unidos, no sé si para hacerse sufrir el uno al otro eternamente, o para ser cómplices en atrocidades como éstas, o bien, para las dos cosas. Ambos yacían aferrados a la espalda de Becerra, con las uñas encajadas, sorbiéndole de tiempo en tiempo. El maestro está complacido (ya incluso le cerré la boca a Peza, a Paz y a Garro). Me ha dicho que está listo y dispuesto para comunicarse con todo aquel que lo busque desde la luz. 
  • ¿Dirá algo de mi libro?
  • Sí. Lo que él dirá de tu libro se deberá escribir y arrojarlo al mundo. El maestro José Carlos Becerra, el muerto por tres vampiras, ha revelado que él mismo te dictó en tus sueños episodios nodales de la vampira Niña Oscura, y advierte también “aquél que tenga oídos que oiga (el gato sobre el sepulcro despertó), porque la Niña Oscura es”:

El cadáver de tu ángel de la guarda que baila en mis ojos

Un olor de criaturas que en la noche no conocen el sueño que sólo detentan su amor entre sus garras con los ojos abiertos a la medida de su hambre durmiendo en la encarnación de la noche

La risa de los astros en los estanques negros

Seres cavando en la sangre apagada

Antigua destrucción de dioses antiguos

Viejos demonios que defecan sabiamente un olor donde el brillo de las urnas envejece

Tu corazón que abre sus alas negras

Tu piel partidaria del mar

Tu carne partidaria del mal

El tufo de la crucifixión que no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada” “que no entiende nada”

El beso monstruoso y bello de aquello que todavía llamamos el alma

Lázaro conversando con sus sepultureros mostrándoles su anillo de compromiso con la divinidad

Poniente en descomposición, alma pintada de cal

He utilizado la palabra amor como un bisturí y después he contemplado esa cicatriz verdosa que queda en lo amado y en el amante

Los cabellos de la Niña Nocturna arderán como una mano hechizada

Porque todos sabemos de alguna manera que el terror es una pasión sagrada una puerta en escena de nuestra propia inocencia

Adquiere La Niña Oscura en:

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Hombre contra el mar Narrativa

La tarde se pintó del color del fuego

…Después de consumarse el beso, ambos fueron testigos de cómo esa tarde se pintó del color del fuego. El vehículo en el que iban de regreso se elevó al cielo convirtiéndose en una nube en la que ambos, risueños y desquiciados, intercambiaron miradas cómplices. 

Las manos de él, como imanes, encontraron la cadera de ella quien se entregó sin resistencia colgándose de sus hombros, y, alzando la pierna hasta la cintura, ella le permitió conocer con la yema de los dedos la intimidad que escondía bajo el revuelo de su vestido.

Todavía sonrientes y absortos ante la vastedad del cielo, ambos juntaron sus bocas para luego saltar de la nube como suicidas cayendo al vacío, mientras sus cuerpos se convertían en bolas de fuego que dejaban una estela luminosa como único rastro de esa primera cita.

Conductores que transitaban por la carretera los vieron caer, creyendo erróneamente que eran meteoritos cruzando la lumbre del ocaso.

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Cinefilia crónica

El (siempre vigente) abrazo de la serpiente

Existen dos tipos de personas: las que han visto El abrazo de la serpiente (2015) y las que no. Es decir, esta película es un hecho cinematográfico transformador. Y lo es tanto en su realización, correspondiente a los autores, como en su visualización, correspondiente a los espectadores.

Por un lado, cambió para siempre la historia de la cinematografía colombiana. No sólo integró el listado de trabajos presentados en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, en 2015, sino que también fue nominada a mejor película de habla no inglesa en los Premios Oscar, siendo la primera y hasta el momento la única producción (coproducción, si se quiere ser más estricto) colombiana en lograr tal reconocimiento. Es imposible hablar de cine colombiano sin hablar de El abrazo de la la serpiente. Significó un antes y un después. Y, por otro, el comprender la película, además de ser un encuentro con lo desconocido y una revelación del mundo bello, mágico y dual que nos rodea, dota a quien lo hace de una mirada profunda acerca del exterminio físico y cultural sufrido por las comunidades indigenas de la Amazonía en torno la fiebre el caucho. Uno de los capítulos más oscuros de la historia de la humanidad. Conduciéndonos, en últimas, a una reflexión sobre la memoria y la cosmología de estos extintos, o casi extintos, pueblos aborígenes.

La flor de la yakruna es el elemento movilizador de la trama. Es lo que los dos científicos, Theo y Evan, con cuarenta años de diferencia entre sí, llegan a buscar a esa selva fascinante y maldita. Para su búsqueda, necesitan de la ayuda de Karamakate, uno de los últimos cohiuanos (o el último, a final de cuentas), tribu exterminada por los caucheros. Y Karamakate, pese a que lo comprende cuatro décadas más tarde, necesita de ellos para completar su propósito: evitar que su cultura muera para siempre.

El abrazo de la serpiente nació siendo una empresa que rayaba con la locura: una producción rodada en la desconocida selva amazónica y a través de los inabarcables ríos que la atraviesan (casi una road movie a canoa, así como Los viajes del viento (2009), también de Ciro Guerra, lo es a lomo de burro), y se convirtió en el encuentro de dos mundos, occidental e indígena, racional e intuitivo, de vida y muerte; mundos que terminan siendo el mismo, a blanco y negro, habitante de dos tiempos que son uno, habitado por un hombre que son dos: el Theo del pasado y el Evans del futuro.

¿Podemos los humanos, por medio del arte y la ciencia, transformar y trascender la brutalidad y la destrucción? Precisamente era eso lo que los exploradores hacían sin darse cuenta. Y fue eso lo que los nativos no tuvieron oportunidad de hacer. Allí reside la importancia esencial de El abrazo de la serpiente: es la versión nativa de esos pueblos y de esa Amazonía que se han perdido. Pero que en el cine pueden volver a existir. Es la continuación de la inmortal canción de los cohiuanos.

M.D-B.

Bogotá D.C., 2023

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Referencias oscuras

He aquí la concatenación de los signos: un domingo, la católica señora Witkin lleva a sus gemelos secretamente a misa, pues su marido es judío y le prohíbe adoctrinarlos. Los tres caminan sobre la orilla de la autopista rural, cuando un automóvil, en contrasentido, se acerca a gran velocidad. La niña que va en la parte trasera del automóvil, saca medio cuerpo por la ventanilla para ver a los gemelos. No se percata de un poste próximo que la decapita. El gemelo Jerome cierra los ojos horrorizado. El gemelo Joel se acerca, fascinado, a la cabeza. Desea acariciar la sangre pero su madre lo arrebata de la escena condenándolo eternamente. Ari Aster ha querido dejar constancia del acto poético referido.

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Nota: Referencias oscuras, se incluye en Eztlán, un libro de nanoficciones nanoinfinitas, sobre todo sangrientas, pero también descreídas, exclusivas, sectarias, correctas, impropias, pocas veces pornográficas y por ende muy eróticas, inteligentes —sin dejar de ser estúpidas—, poéticas antipoéticas y mentirosas por verdaderas, liberales pero regias, alquimistas y científicas, fáciles pero difíciles, clásicas antiguas barrocas algo románticas aunque surrealistas y sobre todo muy contemporáneas y léperas cultoras del lenguaje, quienquiera que éste sea, mismo que fue publicado por el proyecto colombiano Hoja en Blanco, que busca poner la literatura latinoamericana de vanguardia a libre disposición de los lectores, por ello, Eztlán puede descargarse gratuitamente en:

Para los amantes de Ari Aster, Joel-Peter Witkin, las referencias oscuras y las nanoficciones infinitas
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Bibliófila extraterrestre Opinión

Metanoia

Hay momentos en la vida en los que sientes que te rompes por dentro, hay dolor, desesperación, desasociego. Te replanteas la manera cómo haces las cosas y el por qué. Puede pasar incluso que te preguntes ¿por quién hago lo que hago?

No se trata de hacer lo que es justo, o lo que es correcto, ni siquiera es respecto a lo que es lógico. En ese devenir, durante esa instrospección uno se plantea ¿por qué yo?, ¿para qué?

Ese proceso puede venir seguido de una crisis existencial, cargada de ansiedad, de preguntas sin respuestas, de futuros catastróficos y circunstancias aterradoras. En esos momentos te preparas para los peores escenarios (que probablemente nunca lleguen a materializarse), esperas que cada quien se haga responsable, que cada quien dé lo que le corresponde. Necesitas que no te hagan cargo, cuando no puedes ni siquiera con tus propios pensamientos… sin embargo, eso no sucede y estás ahí, peleando a ciegas, sin fuerzas ni rumbo.

Te quiebras por dentro, el alma está deshecha y pierdes la capacidad, incluso, de pensar asertivamente y enfrentar todo lo que sucede a tu alrededor. Y ya, cuando sientes que no hay manera de soportarlo, RENACES, te reinventas, sueltas a aquello y a quien ya no comparte tu camino…

Como el ave Fénix, después de un proceso de transformación doloroso, intenso, urgente y desesperado; surge una nueva versión de ti. Si eso te ha pasado, tiene nombre (lo descubrí hace poco), se puede asociar con el término metanoia.

Metanoia en el campo de la psicología, describe «la experiencia en la que abandono el viejo yo, para convertirme en una nueva persona», según Valenzuela (2020, párr. 8). Asimismo, Carl Gustav Jung afirmó que metanoia es el «intento espontáneo de la psique para curarse de un conflicto insoportable fundiéndose y luego renaciendo en una forma más adaptativa» (párr. 3).

Me topé con el concepto de metanoia y seguí investigando, me pareció sumamente interesante cómo se puede asociar con diferentes áreas del conocimiento. En la rama de la psicología tiene cabida; también tiene relación con la religión, en el catolicismo se asocia con el proceso de conversión. «El Evangelio designa «un total cambio interior… una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón»»(Movimiento de vida Cristiana, s.f, párr. 1).

Aunque me considero agnóstica teísta, y cuando la pregunta «¿Crees en Dios?» es persistente, solo respondo: creo en el Dios de Spinoza, como decía Einstein; me pareció importante darle nombre a esas historias que hemos escuchado de cómo una persona común y corriente puede «convertirse» (no creo en la santidad de ningún humano, pero ponerle nombre al proceso que lo describe, satisface mi necesidad de encontrar explicaciones).

Adicionalmente, encontré cómo la metanoia se puede hacer tangible y gráfica. Y esto es a través del arte (sí, toda esta confesión profunda de mis procesos internos, fue para mostrarte obras de arte que conseguí en Internet).

Encontré el trabajo de Chiarantano Sánchez, V. (2016) y me pareció tan fantástico, que no podía dejar de compartirlo. Leer este documento y observar las obras de arte que se analizan en él, fue como ponerle ilustraciones a mi diccionario de emociones.

Miren esto:

Figura 1: “Memory Works”, por Carl Michael Von Hausswolf. Grabado con cenizas.


Carl Michael Von Hausswolf indica que llevó a cabo este grabado con cenizas halladas en los campos de concentración de Polonia. Esto me impresionó y me pareció una forma inimaginable (para mi pobre cerebro) de hacer uso del dolor, para transformarlo en una expresión sanadora (arte).

Figura 2: “Distorted Fragments” Andy Denzler. Pintura sobre fotografía.

Definitivamente el inicio del proceso de metaonia se debe ver así, desdibujado, borroso, con dificultad para definir lo que tenemos dentro o lo que hay frente. Chiarantano Sánchez, V. (2016), indica que Andy Denzler en esta obra «destruye, reconstruye, recrea»(p. 25), no podría estar más de acuerdo.

Chiarantano Sánchez tiene un trabajo extraordinario con más obras (propias y de otros artistas) y sus reflexiones permiten comprender el concepto que hoy me ha llevado a escribir este post. Les invito a que le den una mirada.

Mi conclusión personal es que la metanoia duele, es feroz, te acaba, sientes que no eres tú… y es que al final no puedes ser tú, porque las circunstancias ameritan que te reinventes, que aprecies a quienes se quedaron, apoyándote y mirándote renacer, sin intervenir porque este era tu proceso; acompañando en silencio tu soledad. Esa es la gente con la que te tienes que quedar (y con tu nuevo yo, obviamente).

P.D.: Victoria Chiarantano Sánchez, si algún día este post llega a tu pantalla, quiero expresar mis más profundas felicitaciones por tu «Metanoia».

Fuentes consultadas:

Chiarantano Sánchez, V. (2016). Metanoia. (Trabajo Fin de Grado Inédita). Universidad de Sevilla, Sevilla. https://idus.us.es/bitstream/handle/11441/57338/WAOTFG_097.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Movimiento de Vida Cristiana (s.f.) Metanoia. https://mvcweb.org/camino-hacia-dios/114-la-metanoia/#_ftn1

Valenzuela, M. (2020). Metanoia. Psicología en líneahttps://psicologosenlinea.net/10585-metanoia.html

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Narrativa

Herma

Gaius Iulius Caesar admiraba a tal grado a Alejandro Magno (Arcano cero) que de él heredó tres pasiones: Aquileo, Heracles y Hermafrodita.

Hemos de recordar que los ptolomeos y los seleucos afirmaban que Hefestión, el gran general —y amante— de Alejandro, había tenido los dobles genitales.

Bien pronto pudo César sintetizar en un solo símbolo a Aquileo, el de la crespa melena felina, y a Heracles, que revestía sus hombros duros con la zalea de la bestia de Nemea. Ambos, pues, cabían sin problema en el León, cuya figura adoptó César mandando despellejar a un ejemplar africano que había sido devorador de gladiadores.

Sobre aquella piel mal curtida dormía el futuro tirano.

Secretamente también buscó al otro símbolo, la hermafrodita, hasta que lo halló en una doncella de trece años llamada Cornelia Cina, a quien desposó inmediatamente. Muy hermosa era Cornelia: su piel nívea, sus mejillas coloradas, sus ojos verdiazules, el perfecto arco de sus cejas doradas, el bello juguete genital, cóncavo y convexo, donde Julio pasaba las horas distrayéndose como si se tratase de un balero.

Para Julio era más que un signo preciado, más que un fetiche caro, más que un simple artilugio de carne. Sentía por su esposa aquel sentimiento insano y prohibido llamado amor.

Cornelia gustaba de complacerle en todos sus deseos y al saber de su afición por Aquiles y Heracles, ella misma, con sus tiernas manos, le confeccionó un trajecito de león con los retazos de la zalea mal curtida. César, en agradecimiento, le compró un fino moño de seda, color rojo: lo único que le permitía vestir cuando hacían el amor.

César le decía en sus delirios que era igual a la Daphne de Apolo y mandó plantar un laurel fuera del dormitorio de su hermafrodita.

Sin embargo, tras de yacer a diario juntos, la “niña” quedó preñada y en el parto murió junto con su engendro.

César conoció entonces el más terrible de los sufrimientos. E igual que sucedió con Apolo, supo que el amor se cosecha una sola vez en la vida y se cosecha, además, cruelmente, y se cosecha en criaturas tan poco probables como un laurel o un hermafrodita.

Nunca más volvió a amar. Sus detractores dicen que se enamoró de Cleopatra, pero en la egipciaca tan sólo miró, como en un espejo, el rostro de su muerta Cornelia. Eran, ciertamente, idénticas. Pero a Cleopatra le hacía falta el apéndice caramelo. Así que durante la refriega intestina con que César ayudó a la faraona a afianzarse en el trono, él mismo persiguió por los laberínticos pasillos del palacio alejandrino a Ptolomeo Teos Filopátor, el gemelo de Cleopatra. Y cuando lo hubo capturado, lo llevó consigo a las riberas del Nilo y allí lo ahogó. Tras del regicidio, César capó al cadáver y ordenó a los sacerdotes egipcios que le embalsamaran el pene con la instrucción precisa de que pareciera erecto.

Los maestros embalsamadores obedecieron el capricho y aun le cocieron al príapo ptoloméico un arnés de tripa curtida para hacer cierto cinturón que César ceñía a las caderas de Cleopatra y al ver la silueta hermafrodita entre las penumbras de la alcoba nocturna, César, ahogándose en  lágrimas, le susurraba al oído: te amo, Cornelia; te amo, Laurel.

César construyó en Alejandría el más grande templo dedicado al dios Hermafrodita. El ínclito hijo de Venus y Hermes, regente de los altares herméticos llamados hermas, que hoy se derrumban en los caminos mediterráneos, pero cuya vigencia permanece en la carta X del tarot egipcio, el de Falconier, Eliphas Leví y el de Papus.

César instruyó a sus artesanos para que le esculpieran una colosal imagen a semejanza de la Cornelia-Cleopatra-Hermafrodita, y así nació el gigantesco marmoleo efebo afeminado que en la blancura pétrea simulaba la suave seda que vestía al Dios, permitiéndole flotar libres sus pechos breves y con sus brazos delgados alzar la falda para asomar su verga blanquísima, en erección eterna, por sobre del umbral de su vulva intonsa, apenas escondida bajo los testículos infantiles que en su quicio colgaban.

¡Frente aquel portento sacro Cesar desfalleció tantas noches!

Cerraba el portón del templo para quedarse encerrado adentro y entonces se vestía con su trajecito de león y ceñía su cabeza guerrera con el sedoso moño rojo de su difunta Cornelia. Y coloreaba sus mejillas y pintaba de sangre sus labios y de sombras sus ojos y hacía que sus sirvientes le llevaran niños y niñas con los que jugaba al León de Nemea. A veces también participaba Cleopatra, con su pene momificado ceñido a la cintura, penetrando por detrás al gran romano.

Dos años antes de morir, entre los niños del templo de Hermafrodita, César reconoció a un bebé, en brazos de su madre, cuyas facciones, aunque tiernas, eran idénticas a las de Cleopatra, a las de Daphne, y a las de su Cornelia Hermafrodita. El niño se llamaba Tiberio. Cesar gustaba de llevarlo pegado a su regazo como un fetiche, como un juguete al que llenaba de besos y caricias para consentirlo.

Así también lo recordaría aquel Lucifer Tiberio, años después, cuando él mismo llegó a ser emperador de Roma.

César apenas y pudo disfrutar de su amuleto, pues una turba de traidores lo coció a cuchilladas. Tiberio, aunque tenía cumplidos dos años de edad, sintió placer al contemplar por vez primera la penetración y la sangre. (Arcano xv: Tifón Baphometo)

En su depravación de Capri, cuando dentro de la gran piscina orgiástica nadaban en torno a él sus pececillos (niñas, niños y uno que otro hermafrodita), Tiberio gustaba de vez en vez  apuñalar con saña a alguno de ellos en honor y memoria de su mentor, el gran león del sedoso moño rojo: Gaius Iulius Caesar.   

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Agibílibus

Simbolismo arcano: el bolso de los dioses

A través de las brumas del tiempo hay misterios que se reflejan sobre algunas mentes curiosonas, las cuales saben cómo interpretar los símbolos expuestos.

En este mismo tenor sucede el complejo y lúdico proceso de interpretación de figuras, sonidos, sombras e ilusiones que comunican mucho, pero que pocos perciben el mensaje por debajo del canto superficial.

Uno de estos misterios es el ofuscado tema de los bolsos de los dioses, enigma que se antoja místico, fresco y añejo a la vez para el estudioso del laboratorio (laboratorium= laborar + orar), y engañoso, aterrador y hasta superficial para otra clase de ojos más profanos.

Sin embargo, ¿qué es lo realmente fantástico de este enigma presentado?

Dentro del campo de estudio de la “arqueología prohibida” se ha re-pensado una curiosa “similitud” simbólica que comparten diversas culturas humanas de antaño: el uso de bolsos o carteras plasmadas en representaciones de dioses, emisarios divinos y gobernantes.

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¿Realmente es una extraña coincidencia cultural o es algo más?  ¿Un arquetipo, una ficción, o tal vez una llave simbólica? ¿De qué se está hablando entonces?

La presencia de estos bolsos divinos se ha vislumbrado (y especulado) en vestigios de culturas separadas por tiempo y espacio, y que obviamente (u oficialmente) no tuvieron una cercanía o influencia directa entre sí (consultar a las teorías antropológicas para corroborarlo).

A través de una estela o monumento monolítico se ven representados fuertes y ostentosos seres, ya sean alados,  antropomórficos, reptiles, mensajeros o meros reyes y gobernantes importantes. Aquellos inmortales pueden verse sosteniendo enigmáticos bolso o cartera.

En algunas representaciones incluso se les observa sosteniendo una piña (glándula pineal) o portando un extraño reloj solar mientras sostienen el bolso divino aquí abordado.

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Estas estelas normalmente se asocian a culturas que florecieron en Mesopotamia, sin embargo, la atención se ha disparado en cuanto algunos curiosos han detectado casi los mismos elementos dentro de la iconografía en obras arqueológicas de diversas culturas.

Las propias imágenes de dioses y gobernantes sosteniendo bolsos divinos se han ubicado en estelas y obras de culturas mesoamericanas, mesopotámicas, europeas y asiáticas, tales como los sumerios, egipcios, incas, mayas, toltecas, olmecas, mexicas. Así se ha visto representado con este curioso aditamento a Quetzalcóatl, Enki, dioses egipcios, atlantes de Tula, Tláloc, dioses romanos, en Göbekli Tepe, en Armenia y Turquía.

La mente que se ha fijado en esta representación simbólica puede adelantarse al escenario y a las pruebas hegemónicas arqueológicas sacando una conclusión apresurada sobre el posible significado de este símbolo, y que dependiendo en el contexto en el que las comunique será la réplica que éste obtendría sobre su explicación personal.

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Sin embargo, no hay que olvidar que al ser este bolso un símbolo, debe ser interpretado, y que el individuo puede estar alejado o muy próximo al código necesario para desentrañar el secreto. Éste significado puede ser parte de un arquetipo universal con una fuerte dosis de saber arcano y místico o también un fuerte sentido subjetivo, dependiendo lo que se encuentre en el centro de la tierra (de su tierra).

Podría interpretarse que el bolso divino es un símbolo relacionado con el micro y el macrocosmos, con el conocimiento, el estatus, la verdad, la tecnología o magia. Con el bolso se podría anunciar la entrega de dones como la chispa divina, la razón y hasta el peso de la obligación de ser dios o rey de un pueblo.

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Cuentan los saberes de culturas arcanas de Mesopotamia y Mesoamérica que con estos bolsos los dioses daban vida, abrían montañas, selvas y bosques, crear portales.

En otras palabras, los bolsos eran instrumentos y hasta medios de transporte, y ningún dios se apartaba de estos extraños bolsos por mucho tiempo.

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¿Cómo se vislumbra este misterio ante nuestros ojos posmodernos?

Mucho se puede analizar sobre el significado simbólico de estos bolsos en las representaciones artísticas de personajes y culturas ya mencionados, sin embargo, ¿qué es lo que realmente se oculta?

Difícil pregunta, a saber también con qué propósito se formula dicha pregunta. Basta saber que dicha problemática está siendo analizada a través de nuestra mente actual acostumbrada a la tecnología, la razón excesiva, el consumismo exacerbado y las crisis de identidad producto de la posmodernidad.

Puede utilizarse como fuente de obtención de la respuesta la cultura popular como la ciencia ficción, el arte y hasta la filosofía y la psicología para desentrañar el secreto arcano.

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Considero que cada persona tendrá su juicio, método y proceso propio para enfrentarse a enigmas como estos que se confrontan a estos problemas que retan a la hegemonía científica. Cada respuesta será válida, obviamente, intransferible e irrepetible.

Más bien las preguntas por las que se tendría que empezar para alcanzar un rayo de verdad sobre este enigma e los bolsos de los dioses:

¿Qué creemos que podrían significar?

Y más importante:

¿Qué quisiéramos que significara?

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Siliquastrum

Un cuento froidiano, cochino, anal, incestuoso, de pulgares untados con chile, palpablemente onírico, fálico, vagínico, aunque también algo yungiano en cuanto bíblico, mítico y sexoso y eso sí, muy cocainómaco por ambos lares

Mmmmm, mi querida Ariadna, me pides que te diga cuánto te sueño y yo que te mantengo en un rosario de visiones. Muchas son las veces que me visitas durante la inconsciencia, en buena medida, porque soy casi todo el tiempo un inconsciente. No puedo describirte cada uno de mis sueños porque los sueños, como bien sabes, se diluyen en la nada, pero te daré los pormenores de algunos que he logrado sostener:

  1. Hay uno recurrente, por ejemplo, y que me gusta mucho, porque aparecemos, tras de un mantón de neblina, en las estribaciones del Popocatépetl, allá por donde los olmecas tomacocos subían carne humana a las nubes para devorarla; allá donde fuimos tan felices sin bañarnos hasta sudar crema por los orificios; pero en este sueño más bien parecemos unos niños y los dos vestimos con unos suéteres de lana muy muy roídos y pantalones de casimir con las rodillas rotas y tenis abiertos por enfrente donde se nos asoman los pulgares entierrados. Y resulta que somos pastorcitos y andamos todo el día trayendo borregas gordas —que más bien parecen pelotas de lana—, entre cañadas y bosques inmensos. Y tras de ondularnos como gusanos por las curvas de los montes, llegamos a una especie de llano anegado donde hay muchas flores violetas y azules y blancas y saltamos en los charcos con la tremenda intención de mojarnos el uno al otro, y reímos, reímos hasta caer a la hierba panza arriba, y me parece que incluso hay veces en que te veo chimuela de tan niña que eres y yo estoy puro y tú también eres pura. Igual que hongitos de nexapa. Y el cielo está plagado de grandes nubes tan blancas y gordas como nuestras borregas y la montaña huele a humo.
  2. Hay otro donde somos yo un cochino y tu chochina, en esa habitación  blanca (en la que coincidimos alguna vez en la vigilia) donde me prendía de entre tus muslos, atorando mi lengua en tu pepita, y bebiendo y bebiendo y bebiendo tus coágulos y tu sangre hasta que me ahogabas de tanta luna y comenzaba a asfixiarme y resultó que ciertamente me estaba ahogando no sé por qué. Quizá porque lo cochiztli o por la apnea. Y ya medio despierto me dije a mí mismo que aún no me moría y me volví a quedar dormido y regresé a esa habitación blanca, pero entonces había unas cortinas de seda, también albas, iguales a las de aquella vez, en la vigilia, en que cogiendo analmente en menstruación, cubrimos ese mismo cuarto y esa misma seda con tu caca y con tu sangre, y me volví a prender en sueños de tu ano y con vehemencia porcina, una y otra vez, me azoté en mitad de tus nalgas, con la punta enhiesta, hasta que mojaste el parquet incausto con tu agua de pepita.
  3. Y soñé que seguías quitándole la costra de chocolate a las conchas de pan de dulce, dejando nomás el mazacote, a escondidas de toda economía.
  4. No sé qué habré soñado otra cierta noche, pero te juro que desperté llorando y tú bien sabes que sólo despierto llorando con el nombre de mi mamacita (porque la maté) a flor de labios. Desperté llorando por ti, repitiendo tu nombre tres veces, como un invertido San Pedro frente al gallo, y tu rostro blanquísimo improntaba en mi perturbación igual que un Judas colgado en el siliquastrum de mi mente en fronda.
  5. Otra noche soñaba que tú y mi hijo me metían a nadar en aquella alberquita inflable que teníamos en nuestra cabaña del bosque talado. Primero me regaban con agua caliente y me cantaban cosas muy lindas, puros versos del refranero infantil del diecinueve; mas luego me echaron jarrones de agua fría y yo los injuriaba con groserías de tripero y ustedes me regañaron con la injusta maldad de una directora de primaria a la que el inspector regional de la secretaría de educación pública la apuntala con las más negras intenciones.
  6. ¡Ah, pero aquella vez que nos soñé en la Puebla de los Ángeles (angelis suis Deus mandavit de te ut custodiant te in ómnibus viis tuis)! (Dios mandó a sus mensajeros acerca de ti que te guardasen en todos tus caminos). Fíjate que estábamos casados y por las tres leyes. Y vivíamos en una vecindad cerca del templo de San Juan de Dios —allá por donde el Señor de las Maravillas—, aunque andaba yo muy torcido en mis geografías, porque la vecindad más bien era igualita a ese hotel donde pecamos con cocaínas y travestis, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, el Hotel Venecia (Av. 4 Pte. 716, San Pablo de los Frailes, CP 72090, Puebla, Pue. Teléfono 222 232 2469, habitación 215 con vista a la calle) del barrio de las gayas. Y éramos padres de una casi niña llamada casi Ariadna. Y resulta que Ariadna era aquella prostituta a la que le dejé las joyas de tu madre, en ese mismo cuarto del Hotel Venecia, cuando me enteré de tus mentiras y de que andabas jurando que mi hijo —al que te cogiste sin principios—, no era mi hijo. Ajá, esa pequeña Ariadna a la que secuestré en tu nombre. Ésa a la que le lamí las peludas axilas de 16 años sin lavarlas y que me supieron al zumo de cristo. Aunque —como te decía—, tú y yo nos casamos como es debido, yo de blanco, tú de negro. Y en el sueño vivimos casi cuarenta años una vida plena de poblanos: come santos, caga diablos. Cogiendo sapos en callejones. Besándole los pies a momias milagrosas y bebiéndonos la sangre que llora el niño santo por sus ciegos ojitos genitales. Y también devorábamos muchas tartitas de Santa Clara y camotes multicolores del Parián y carne de Arabia en trompos sin sazones (porque pastores no somos). E íbamos los tres juntos (tú, Ariadna y yo) al planetario que expropió Zaragoza a los franceses. Y asistíamos los domingos, sin falta, a ver las matinés que proyectaban sobre los altares estofados de las iglesias barrocas del centro. En especial los filmes nosferatus que programaban en las cúpulas de catedral y las películas pornográficas cuando hacían un cuarto oscuro y glory hole de la octava maravilla: el oro del Rosario dominico.  Mas aquella bonita vida ensoñada, se diluyó un día en que estúpidamente llegué de mi trabajo, vistiendo un traje gris de diamantina y dejando mi maletín de licenciado en una mesita de tripié antigua: ascendí, sin meditarlo, la escalinata porfiriana hasta una de las habitaciones del segundo piso, y allí las sorprendí a las dos: tú y Ariadna desnudas, ella en una silla y tú detrás peinando su largo pelo crespo de estuprada bíblica, pero ella era muy muy muy chiquita, casi una duendecita. Sus cabellos de oro y el peine de plata fina. Y tú mirabas el recorrer de las cerdas por la espesura de sus crines argivas, como hipnotizada, sin reparar en mi presencia de troyano. No obstante, Ariadna me veía con angustia porque tanto tú como ella chorreaban tinta blanca en un fino e involuntario squirt que les bañaba las piernas e inundaba el parquet desgastado. (Nota: malditos anglosajones, se han apropiado, mediante la certera evocación, de todo el glosario parafílico. Ha perdido el latino su supremacía en las orgías). Fue la última tarde en que estaríamos juntos, lo sé, porque el sol de aquella noche entraba por la ventana del balcón, y desde entonces ya no te vi.
  7. Hay otros sueños, sí, con los que hice un cuentito. Bueno, en realidad he usado imágenes de los tantos sueños en que sueño contigo para varios escritos. Pero éste del que te hablo terminó siendo el seudorelato fragmentario de un vampiro yungfroidiano que tragaba coágulos de luna. Lo publiqué en una revista guatemalteca. Si te interesa te lo muestro. Aunque, como verás, a mis sueños les falta esa luz de sombras o esa sombra de antorchas que los tuyos sí derrochan hasta hacerlos tan parecidos a la poesía. 

Ilustración de la artista plástico Erika Pérez Won (instagram: erika.przw)

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Camila Sosa Villada, escritura trans

Camila Sosa Villada nació en 1982, en Córdoba (Argentina).  Es una escritora prolífica y talentosa a la que llegué por azar. Su vida y su obra han llamado poderosamente mi atención, porque he estado investigando, para el post anterior, donde se plantean las bibliotecas como lugar seguro, y llegué a la conclusión que la escritura también puede ser un lugar seguro; o por lo menos un lugar para ser nosotros mismos sin remilgos, sin miedos, sin máscaras.

Este es el caso de Camila Sosa Villada, quien afirma «no es que yo tenga una inteligencia superior a cualquier travesti que esté parada en una esquina… Yo seguí a la suerte, como a un conejo blanco» (CNN en Español, 2022). La vi en una entrevista que le hizo CNN y me pareció una persona con una honestidad proba y un desparpajo encantador, propia de la gente que ya no le da importancia a lo que los demás puedan pensar (es decir, no le presta atención a los que ofrecen sus humildes e IRRELEVANTES opiniones, que nadie les ha solicitado).

Estudió Comunicación Social y Teatro, actúa, ha escrito muchos libros (el título más destacado es «Las Malas», traducido a más de 10 idiomas, según la biografía de la autora publicada en Planeta Libros (s.f.)), pero el libro que realmente me llevó a escribir esta publicación fue «El viaje inútil», donde podrán encontrar un relato autobiográfico lleno de realidad, una realidad que muchos ignoramos por completo.

No tenemos idea de lo que se enfrenta una persona que se percibe a sí misma de un modo distinto a lo que es socialmente aceptado, la forma cómo lucha por sobrevivir (con daños temporales o perdurables, cabe destacar). Esta obra muestra lo doloroso que resulta que aquel que está destinado a protegerte y amarte por sobre todas las cosas, te rechaza y te hace daño (físico y psicológico).

Este libro me marcó profundamente, porque además de las vivencias crudas, injustas y la incertidumbre que le acompaña a Camila, en su historia destaca lo que la escritura significó para ella (y su papá). Su papá le enseñó a leer y a escribir, él se sentía profundamente orgulloso de ese logro (y este fue el único recuerdo bonito que la autora pudo atesorar de su papá, porque luego vino el rechazo y el maltrato; porque ella no cumplía con las expectativas).

Lloré al entender que a veces estamos inmersos en esa vorágine social de juzgar a otros, sin saber, sin entender, SIN RESPETAR. Este libro es profundo, vívido y transmite tantas emociones que sentirás que estás ahí, recorriendo ese camino, viviendo todo lo que pasó Camila.

Hoy, respeto y valoro a cada persona. Admiro el valor que ha requerido escoger el camino que se quiere recorrer, siendo fiel a sí mismo. Yo creo que lo de Camila, no fue suerte. Creo que es resiliente e increíble. Gracias por darle voz a quienes tienen que permanecer calladxs.

Fuentes consultadas:

CNN en Español (2022). “Me da miedo que se vaya lo que todavía hay de travesti en mí”, dice escritora Camila Sosa Villada. https://www.youtube.com/watch?v=t3397E2z1uM

Planeta Libros (s.f.). Camila Sosa Villada. https://www.planetadelibros.com.ec/autor/camila-sosa-villada/000050870

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Niña oscura

Siempre he disfrutado las historias de amor incestuoso y del incesto mismo. Dirán que miento, y quizá sea verdad, no obstante que, en toda su violenta belleza, pude ver — aferrado a una ojiva de adobe, sobre un abismo—, cómo Amnón, fingiéndose enfermo, consiguió hacerse del cuerpo virgen de su hermana Tamar bajo el cielo azul de un mundo antiguo. Y antes y después también vi cosas parecidas.

¡Qué compleja hermosura! Quizá la más intrincada del amor. Bueno, no, porque siempre será superada por un padre o una madre que se enamora de su hijo o hija o viceversa. En fin, sé que es bien conocido el caso de aquella confidencia que transcribió un tal du Gard en la ciudad de Y. Pero yo la supe antes y de la boca del desdichado monstruo que resultó de esa insana pasión. Por eso le reprocho al petulante transcriptor que haya casi omitido al más terrible personaje de la trama: la oscura niña Micaela Luzzati.

Llevaba yo algunos meses alimentándome de los enfermos del sanatorio Font-Romeu, cuando la vi entrar en una silla de ruedas, silenciosa y ceniza, como la condenada a muerte que era. Cada noche, desde su arribo, yo irrumpí en su celda para alimentarme de la dulce sangre —aunque infestada de tuberculosis—, de esa hermosa muchacha que tenía el rostro sedoso y transparente de una máscara mortuoria. Pero luego sucedió que puse atención a sus gimoteos febriles cuando comía en su cuello. Y me interesé por la historia fragmentada (¡ah, los fragmentos!) que esos balbuceos me contaban cada madrugada. Entonces decidí escuchar a Micaela antes de ultimarle.

Era una niña suspicaz, quizá por su estado moribundo. Es probable que la muerte, o su inminencia, como dicen, dote de cierta penetrante y sabia luz antes de hundir al moribundo en la terrible oscuridad.

  • Mi gorda madre —dijo Micaela— es el más asqueroso ser que haya estado cerca de mí. ¿Ha conocido usted a mi tío Leandro?
  • ¿El hombre que viene a visitarla cada mañana?
  • Leandro Barbazano, sí. Mi tío. Hermano menor de mi madre. Pues resulta que…también es mi padre.
  • Ah, eso explica el estado disminuido de su cuerpo y…
  • …y el sabor tan irregular de mi sangre ¿no es verdad? No soy del todo ajena a la hematofagia. Le he visto a usted desde hace noches acercar su fauce a mi cuello y me he sentido liberada por su hambre, tanto más amable que la terrible morbidez que me consume tan lento. Soy una cifra de actos contra natura, un algo que no debía existir en la civilidad, pero que contra la voluntad divina, existió. Mi padre y mi madre me aborrecen. Aunque mi padre finja lágrimas piadosas cada que me mira. Mi madre ni siquiera me mira. Mi madre me traga con culpa en toda esa manteca que a diario engulle a escondidas. Yo debo morir para aclarar el mundo de ellos…ya…
  • Yo le ayudaré con ello, Micaela. Se lo prometo.
  • Concluya pronto con el bocado mordido que soy. Espero en otro lugar tener un mejor papel qué desempeñar. Dispense usted lo podrido de mi sangre, algo ha de significar, puesto que la sangre lo ha traído a usted aquí, y la sangre también me ha traído a mí a este punto. En la hacinación de los dos hermanos, huérfanos de madre, y cuyo terrible padre los obligó a vivir casi uno encima del otro en una estrecha buhardilla, la primera sangre menstrual de la niña hizo nacer, primero el miedo, luego la curiosidad, y al final el deseo de su hermano menor. Desde la menarca, cada mes él se estaba como un perro frente al charco, lamiendo por dos, tres días aquella sustancia viscosa y colorada. ¿Eso lo hace un hematófago? La sangre marcó el camino…
  • …la sangre es el camino, Micaela.
  • La sangre de mi madre atrajo la vehemencia de mi joven tío.
  • Su señora madre también es su tía…
  • Sí, también esa gorda infame es mi tía. Cuatro años amancebados en la buhardilla sin que nadie los descubriera. Sólo las obligaciones sociales los acechaban. Ella debía por compromiso contraer matrimonio. Mi abuelo le tenía deparado a un maduro contrahecho, aunque diligente con los dineros, de nombre Luzzati. Sin poder eludir el casamiento, fue ella quien convenció al hermano de que debía preñarla como símbolo irreductible de eso que había entre ellos y que no se atrevían siquiera a llamarlo amor. Yo soy el tercer intento, pues hubo dos nonatos que abortó mi madre. Mejor me hubiera valido seguir esa senda que por lo menos tiene un destino más piadoso: el purgatorio. Sin embargo, fui conjurada al mundo, y bajé o ascendí de quién sabe qué terribles regiones. Sé que los dos incestuosos desean mi muerte. Sobre todo mi madre, que al ser regalada por mi abuelo al señor Luzzati, se entregó a los embarazos y a la gula como escape desesperado de su desgracia. Sus otros ocho hijos, atroces, gordos, vulgares, tan Luzzatis, nada tienen que ver conmigo. Y el padre de ellos y mi madre y mi “tío”, lo saben.
  • Debe usted morir, Micaela…
  • Sabe, aunque no tuve tiempo de ser sentimental soy capaz de ternura. Antes quise hablar de esto pero nadie me creyó. No me explico por qué la gente  todo aquello que no comprende o que percibe como una amenaza o como una afrenta lo califica de inverosímil. ¿Qué no es la vida un sartal de fragmentos inverosímiles? ¿Acaso no la vida misma es una verdad inverosímil? ¿Acaso la vida es verdad?
  • Venga, niña, que se ha cumplido su tiempo, descúbrase el cuello…
  • El día en que entendí que mi padre era mi padre, él quiso describirme la triste buhardilla donde mi abuelo los desterró a él y a mi madre: Amalia. Cuando recién murió mi abuela, los tres dormían en la misma cama, en un gran cuarto que ocupaba los altos del local donde mi abuelo tenía su librería. Padre, hija e hijo durmiendo en la misma cama. Sobre libros. Quién sabe qué habría resultado de proseguir con esa conducta. Pero mi abuelo contrató una sirvienta para que le ayudase con las tareas domésticas y sucedió lo que sucede con todos los padres incapaces de sobrellevar un hogar: la sirvienta pronto se convirtió en la nueva esposa y sobre el gran cuarto que estaba sobre la gran librería, mi abuelo mandó construir una pequeña buhardilla donde hacinó a los hijos que ya no tenían cabida en su cama. Además de Leandro y Amalia, había dos cosas más en aquella estrechez: el colchón donde la sangre fuera causa y mancilla; y un cuadro polvoriento, en el que dos amantes se entregaban en un profundo beso. Sin embargo —según mi padre—, lo mejor del cuadro no era la intensidad de los amantes fundidos en el beso, sino la arcada de un balcón sobre un abismo en el fondo del sitio donde los amantes se entregaban, y cuyos arcos y columnas, quizá barrocos, quizá moriscos, quizá corintios, o quizá más antiguos (tan antiguos como los dioses), dejaban jugar en sus capiteles y vanos a la luz y a las sombras, teniendo como fondo (del fondo) al cielo cerúleo y a las nubes blancas como blancas llagas de oleo místico. Y es que no pocas veces el fondo resulta más esotérico que lo narrado en primer plano…
  • …venga ya, Micaela, que he entendido lo que usted me pedía desde su febrícula y acepto. Es usted tan ceniza, tan torcida, tan oscura, que he decidido obsequiarle esta hambre nuestra que seguro padecerá con menor escrúpulo…

  • ilustraciones de Stephen Mackey
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Bibliotecas, ¿un lugar seguro?

La semana pasada asistí a un evento muy interesante donde se planteaba el papel del libro desde la perspectiva de los diferentes actores que se relacionan con él. Estaban presentes representaciones formidables de editores, escritores, promotores culturales, libreros y bibliotecarios.

En este encuentro hicieron mención de un ensayo de Borges, titulado «El libro» (les recomiendo que lo lean y lo disfruten) y recordé cuando leí esta joya, me impactó la frase «De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo.» Esta afirmación realmente me empoderó como bibliotecóloga y le otorgué al libro una supremacía real, lejos de la magia de sus historias, los dogmas y las teorías; más vinculado con la fuerza del cambio.

Y de ese poder que le otorgo (y algunos más como yo) a este instrumento poderoso y disruptivo, surge otro punto que se abordó en el evento y fue lo que me llevó a volver a escribir mi columna. En el evento surgió la interrogante ¿Cómo puede apoyar el libro al cambio social, ante una sociedad cada vez más violenta? (esta pregunta se planteó en el contexto Ecuador. IMPORTANTE: no recuerdo la pregunta textual, pero por ahí va la idea).

Algunos panelistas manifestaron una postura válida donde no pueden endosarle al libro y a quienes lo gestionan (libreros, editores, bibliotecarios, escritores, promotores culturales, …) la responsabilidad de cambiar la violencia por educación, eso tiene que ser algo de lo que se debe encargar el gobierno y los órganos pertinentes que fueron instaurados para ese fin (TODA LA VERDAD).

Sin embargo, mientras que los gobiernos se barajan las responsabilidades, los órganos reguladores están ocupados debatiendo si nombrar una fecha alegórica para El día de la Pitahaya… nosotros, con los libros podemos promover un cambio social, donde las bibliotecas sean un lugar seguro, donde se respete la integridad física, el derecho a ser quién soy, la posibilidad de satisfacer necesidades educativas y de información.

No es algo que se me ocurrió a mí ese día (o a @Primavera_Cero, quien era panelista y planteó esta opción), es una realidad que está documentada y el lugar más representativo del éxito de esta posibilidad es Medellín. Tuchin (2022) afirma que «Con sus parques-biblioteca y otras acciones de un proyecto que multiplicó por cinco la inversión pública en cultura, Medellín logró reducir la tasa de muerte por homicidio en un 96,3 % en dos décadas».

De la misma manera, Jaramillo y Quiroz (2013) indican que “La biblioteca ha servido para mejorar las condiciones del sector, tienen a dónde ir y cosas qué hacer; ha disminuido la violencia porque la gente se entretiene en la biblioteca y los niños y jóvenes no están tanto tiempo en la calle; los problemas de violencia han disminuido en el sector (…). Lo mejor de la biblioteca es que nos aleja de la continua guerra que se vive en la calle, es un lugar muy libre que da la oportunidad de aprender (…). Algo muy bonito es que a la sala internet llegan todos, de distintos barrios y grupos, ellos no van armados, llegan con los hijos y la esposa; ellos se sienten seguros y ven seguridad para los hijos».

Si en la biblioteca somos capaces de asegurar la inclusión y la cohesión; propiciamos el diálogo y el respeto a las opiniones de otros; resguardamos y promovemos el acceso a la memoria local (porque el que no conoce su historia, está condenado a repetirla) seremos capaces de ofrecer un lugar seguro para todos. ¡CLARO!, siempre estará muy relacionado con el presupuesto y la disposición del equipo de trabajo.

Por supuesto que, para cambiar la realidad social se necesita erradicar la corrupción de los órganos gubernamentales y de nuestro propio proceder; asegurar el acceso a la educación a los niños y jóvenes; la igualdad de oportunidades para la población; el compromiso de cumplir con su deber de aquellos entes responsables de la seguridad ciudadana; el desarrollo económico de las poblaciones vulnerables; justicia sin corrupción y más, y más y más…

No obstante, creo que desde nuestra expertise, podemos aportar y sobre todo, podemos aprender de aquellos que ya pasaron por eso y han logrado superarlo. Las bibliotecas como un lugar seguro, puede que suene a utopía, pero ¿los grandes proyectos no surgen de sueños que parecen inalcanzables?

P.D.: Gracias, @claudialexbn por invitarme al BiblioLab.

Fuentes consultadas:

Borges, J. L. (1978). El libro.

Jaramillo, O. y Quiroz, R. (2013). La educación social dinamizadora de prácticas ciudadanas en la biblioteca pública. Educação & sociedade, v. 34, n. 122, pp. 139-154. https://doi.org/10.1590/S0101-73302013000100008

Tuchin, F. (2022). Invertir en cultura: la estrategia para reducir la violencia que Medellín exporta a otras ciudades latinoamericanas. Infobae. https://www.infobae.com/america/soluciones/2022/07/29/invertir-en-cultura-la-estrategia-para-reducir-la-violencia-que-medellin-exporta-a-otras-ciudades-latinoamericanas/

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En el abismo Narrativa

Arturo Santana | Depuración (Narrativa)

G entró pensativa al laboratorio. Según le dijeron, un error había creado una leve fractura. No era la primera vez, pero siempre ocurría durante el descanso de las pruebas, cuando nadie alzaba la vista. En esa ocasión, dos especímenes se dieron cuenta. Hasta lo grabaron con esos aparatos modernos.

—¿Hay noticias de H-3234 y M-3254? —preguntó a uno de los científicos sin apartar la vista de la pantalla.

—Aún no despiertan. Pero, de acuerdo con el monitoreo de las etapas delta y REM, siguen alterados.

—¿Qué tanto?

—Con base en otros sujetos, es muy probable que su primera acción sea compartir lo ocurrido. En el mejor de los casos, solo una conversación con otro espécimen.

Aquello no le gustó a G. Frunció el entrecejo. Si bien la mayoría podía considerar la grabación como una broma o montaje, existía un riesgo. No quería imaginar las consecuencias de una revelación tan grande. Le constaba que, cuando encontraban algún indicio que pusiera en duda su existencia o creencias mundanas, los individuos podían ocasionar un caos masivo. Si les fue factible tocar las estrellas, ¿quién aseguraba que no irían más allá para buscar a los Programadores?

—Activen el protocolo D-042.

—¿El D-042, en ambos? —preguntó uno de los asistentes, un tanto incrédulo.

—¿Algún problema?

—Eh… ¿no llamaría la atención? Digo, hay a quienes les gusta indagar y crear teorías. Además, ¿qué pasará con el aparato?

Meditó unos segundos. El joven estaba en lo cierto. Esa cura podía ser peor que la enfermedad. Quizá lo más prudente era ser “lógico” para ellos.

—Mejor el D-065. Que sea antes del amanecer. Pueden usar a H-4589 y H-3967, ya lo han hecho y andan por el área.

—Entendido. ¿Programamos el protocolo para ambos objetivos?

—Sí.

—A la orden —coreó el resto de la sala.

G abandonó el lugar con un poco de alivio. Si no pasaba nada extraordinario, la anomalía estaría resuelta al cien por ciento. Los humanos prestaban bastante atención a un robo y asesinato en una casa. Lo más seguro era que ni siquiera se preocuparan por un objeto faltante o un archivo inexistente.

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En el abismo Poesía

Arturo Santana | Tarde de viernes (Poesía)

Aquí estoy:

atrapado entre la frontera de una ventana

y los límites de mi mente,

más allá de un cielo triste,

cerca de una estación cerrada.


El último tren se marchó con un murmullo,

un amistoso susurro de despedida.


Fue hace unas horas,

aunque puede ser un seudónimo

o una hipérbole indefinida;

es difícil saberlo: el reloj se detuvo

y todavía no escampa.


Qué importa, puedo esperar toda la noche;

tengo un café amargo y el libreto de un melodrama

que nada tiene de comedia;

sería bueno reescribir la última escena

o agregar un acto desesperado.


Suena absurdo, lo sé,

como égloga urbana escrita en pleno siglo XXI.


Y luego me quejo, pregunto e imagino;

también recuerdo, desvarío

y recorro el mismo camino de esta tarde lluviosa.


Una pausa.


Necesito un poco de azúcar,

una servilleta y otro tipo de bebida

para esta sinestesia de nostalgia,

reproches e incertidumbre.


Creo que este no es el lugar adecuado,

si es que existe alguno.


Ya veo las luces urbanas en medio de la tormenta.

Como dije:

atrapado.


Quiero una taza grande de lo que sea.


*Publicado en el poemario El abismo (POE, 2021)

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Roja

(Gli enigmi sono tre, la morte è una!  Che la lama guizzi, sprizzi sangue.

¡Los enigmas son tres, la muerte sólo una! Que la hoja resbale y escupa sangre.)

Turandot

Nos citamos en el antiguo teatro de la ópera para ver aquella Turandot que nunca vimos por estar atados el uno al otro entre las sombras. Te exaltaban cada una de las figuraciones y las metáforas y yo miraba las escenas, grisallas y silentes, en la cinestesia de tus ojos. Tus ojos que se pintaron de rojo cuando cundió la sangre de los tres enigmas. Sólo basta escribir esto, pensé, y nuestra propia obra comenzaría su transición.

            Ya cerca del final, te pusiste tus lentes oscuros y me dijiste ¡vámonos! Te seguí por los palcos y las galerías y luego por una escalera oxidada que nos llevó al techo del teatro. Aún no anochecía. El sol se desangraba en las nubes del horizonte. Nos tomamos de la mano y me besaste. Te quité los lentes y vi que tus ojos ya no eran tus ojos: la sangre se había hecho agua azul y verde. Y se habían empequeñecido, lo cual cambiaba radicalmente tu faz. Te liberaste de mis manos y agachaste el rostro, apenada. Te acaricié una mejilla e intercambiamos palabras tiernas.

            Cuando el sol terminó de morir, pareció que tu alma se vivificaba y me jalaste para que te siguiera y saltamos del techo del teatro a otros techos, como gatos excitados por la noche. Y uno de esos techos, ya roído por los siglos, se venció al sentir nuestro peso y caímos envueltos en polvo sobre el viejo cuarto de una vecindad en ruinas. Salimos entre estertores de ese muladar y llegamos al patio principal de la vecindad. Rostros y figuras se asomaban de los otros departamentos. Resultó que era una vecindad de brujos negros. Uno de ellos salió hasta donde estábamos nosotros. Traía consigo un saco de piel curtida y me pidió que metiera en él una mano.

  • ¿Qué son?— Preguntó.
  • Caracoles.
  • Caracoles para el oráculo Diloggún.

Una anciana vino por ti y te apartó de mi lado. Dijo que te iban a preparar. El brujo del Diloggún me llevó consigo. En una esquina de ese patio, vi que tenían un prisma móvil colgado del aire. El brujo y otros negros le aventaban piedras y el prisma se compungía y cambiaba de color, toda vez que su piel era como de escamas que se volteaban para dejar ver una luz distinta si una piedra le tocaba.

            El brujo puso el saco del Diloggún en mi mano y me pidió que escuchara los caracoles. Caí dormido y supe que soñaba y vi tu rostro en el cuerpo de una cierva y tenías tres ojos. Cuando desperté, me hallaba junto a ti en uno de los cuartos de la vecindad. La vieja negra detrás de nosotros y tú y yo en una cama. Nos ordenaron desnudarnos y lo hicimos con el febril deseo de dos que tienen mucho sin mirarse pero se hacen diario el amor en sueños. Miré nuestros genitales. Tu pubis totalmente depilado, desprovisto de los vellos de oro que tanto me calentaban; mi verga erecta, como un prisma, amarrada con una cuerda blanca a mis testículos. Parecía que, sin movernos, la cabeza de mi prisma urgía entrar en la humedad de tu vulva calva.

            Con una nueva orden nos indicaron que teníamos que recostarnos de nuevo y abrazarnos. Obedecí y me aferré a ti, y busqué tu rostro para besarlo y me mirabas con tres ojos verdiazules que destellaban en tu frente. Y te susurré:

  • Quienquiera que fuiste, quienquiera que seas, quienquiera que vayas a ser, te amaré.

Te reíste y escapando de mis brazos, me dijiste: espera. Y te fuiste junto con la bruja al patio de la vecindad. Yo salí detrás de ti rogándote pero en un idioma desconocido, una lengua cimarrona, criolla, de oscuras declinaciones y terribles formas. La bruja se suspendió en el aire tomando la forma de una estrella y cubrió tu rostro con un capirote oscuro y tu rostro brilló hasta llevar una flama a la punta del embozo.

  • ¡Otra vez soy yo!

Rugiste. Y te retiraron el capirote y volando viniste a mí y me miraste con furia pero tus ojos ya no eran ni verdes ni azules. Otra vez tu mirada se hizo roja. Roja como la sangre del sol muerto. Tus pupilas ahogadas en dos charcos de sangre. Tus pupilas que brillando escarbaban en mis ojos buscándome el llanto. Tus ojos crecieron hasta ocupar gran parte de tu rostro. Sólo tu boca se comparaba con ellos. La abriste. Dos agujas de plata ocupaban el lugar de tus colmillos. La vieja negra y sus negros bailaban en torno nuestro haciendo sonar los caracoles y cantando en criollo canciones trinas de viejos mundos. Tomaste mi rostro con tus manos rubias que se mancharon de eritro cuando desgarraste mi cuello y comiste mi sangre. Mis tres ojos se cerraron para siempre a tu absoluta noche.

ilustraciones de Stephen Mackey

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Ecos de un caballito del diablo Literarias

There are places I’ll remember

Hoy es uno de esos días en los que hay más movimiento que de costumbre; se mueve el cuerpo, se desplaza el auto, se agitan las ideas, se apaga el silencio. Día de tránsito le llamo. Tomo algunos libros y corro a la universidad. A las siete en punto bajo los cinco pisos que me separan del estacionamiento. Se mueve el cuerpo. Me corta la cara el frío de la mañana. Subo al auto, enciendo el navegador, trazo la ruta. Se asoma el sol. Llueve. Tomo atajos que evitan algunos embotellamientos. Me atrapa la inevitable hora pico en la ciudad. Una ráfaga de pensamientos sigue en el sur, en casa, en la almohada, desperdigados por la sala, el comedor y en mi escritorio. Tardan para alcanzarme en este viaje al oriente. En cámara lenta me traslado mientras que el reloj avanza desesperado.

Hay un instante de ese trayecto en el que desaparece la prisa, el frío, el desvelo. Olvido los pendientes y contemplo el aire afuera del auto, las pequeñas gotas que van saturando el parabrisas sin hacer ningún ruido. Percibo el paisaje ralentizado, atorado en un punto en el que solo cambia la luz del sol. Miro por el espejo lateral y un pensamiento me alcanza. Reviso el reloj y ese instante fue un salto en el tiempo que me alejó de la puntualidad. De nuevo regreso al embotellamiento que me abstrae. Recuerdo una canción que escuché un día antes. Apenas algunas frases y pocos acordes. “All these places have their moments…” Y un piano que satura la memoria mientras el semáforo cambia de color. Veo nuevamente el reloj. Otro agujero en el tiempo. Todo se empieza a mover. Me asusto. Por unos segundos siento que el auto va en retroceso, que un bucle invisible nos traga desde atrás. Logro entender lo que pasa y acelero. Todos avanzamos de nuevo. Me relajo y aquellos pensamientos que quedaron en casa ya están conmigo. Se encuentran adormilados aún. No son tan insistentes, se mueven lento. Se presentan uno a uno. No alcanzan la reiteración de la media tarde, pero ya están ahí. Se nubla. El semáforo nos atrapa otra vez. El paisaje en sepia permite que me calme. De vuelta la canción: «Some are dead and some are living…» Y Carlos reaparece en mi memoria. Hace poco pensé en nuestra adolescencia juntos. Mi hija está a punto de cumplir los años que él tenía al morir. Creo que extrañar ya se me ha vuelto décadas. No recuerdo si soñábamos con el futuro, pero estoy segura de que tampoco vimos venir la muerte. “In my life I’ve loved them all…” Continuamente me pregunto cómo habría sido la vida si él no hubiera muerto. 

De pronto estoy entrando al estacionamiento de la escuela. Bajo del coche. Subo las escaleras, comienzo la clase. Escribo en el pizarrón, analizamos ejemplos de oraciones. Sujeto, verbo, complementos; funciones adverbiales de tiempo y espacio; nexos adversativos, pronominalización. Termina la hora de clases. De pronto también noto que es jueves. Carlos murió en jueves. O tal vez no. Ya no lo sé. Subo dos pisos y me encierro en la oficina. Escribo un rato en la computadora mientras sigo escuchando un piano que musicaliza la soledad del cubículo. Leo. Bebo un café. El tiempo se diluye y ya es mi siguiente clase. Analizamos un cuento. Al abrir el libro encuentro algunas notas viejas. Veo un nombre que repentinamente llegó a mi mente hace unos meses. Lo reconozco y pienso en las trampas de la memoria, en lo impredecible que resulta. Una alumna dice algo sobre los recursos retóricos de Rulfo. Yo apenas distingo su voz entre mis pensamientos. Al terminar la clase debo irme. Se hace tarde. Tarde para limpiar la casa, lavar los platos, hacer la comida, recoger a mi hija. Otra vez el tráfico. La música. Los cláxones. Ella y yo nos vemos cerca de la parada de autobús. Dejo el auto estacionado en un lugar cualquiera. Caminamos sin dirección. Reímos. El movimiento se hizo pausa. Olvidé las trivialidades domésticas. Otro bucle. Esta vez su sonrisa y su mirada detuvieron el reloj. Me pareció vernos desde el otro lado de la calle. Nos vi felices bailando en una acera junto a la fuente. Cerré los ojos y escuché un acorde más “…In My life I love you more…”

Fotografía @yllak