“Si me preguntan les diré que tan solo es pop-surrealismo.” Saint Barbie
Frente a ella, se ve el retrato de Saint Barbie. Sus piernas plásticas y largas flotan sobre una aterciopelada nube rosa. Un disco de luz magenta contrasta con la dorada cabellera. Ahí esta la Santa, alzando el brazo, erguido como cadete, esforzándose por separar los dedos y consagrar a sus seguidoras: “Zapatito blanco, zapatito azul, dime, ¿cuántos kilos pesas tú?” Las bendiciones rara vez llegan, rara vez se cumplen, rara vez hacen milagros.
A Marianita le gusta lo que ve. ¡Qué bella, qué delgada! Marianita quiere ser como la Barbie, reflejarse en sus pómulos enflaquecidos, ahuecarse en el dolor de sus costillas, ser una mancha enmarcada sobre la pared, con el labial perfectamente delineado y la melena oxigenada en un rubio pálido.
El reloj marca la hora de pesarse en la báscula. El cielo no es azul. El cielo es una esponja gris que se esparce en el horizonte. Marianita piensa en los cuarenta y cinco kilogramos que pesaba la noche anterior. Cuarenta y seis, la semana pasada. Cuarenta y ocho, cuando aún no tenía fuerza de voluntad. Entra al baño: ahí la juez y el verdugo, ahí la realidad que consume al universo. Marianita siente miedo. Piensa en el castigo que tendrá que recibir si los números van hacía arriba. Quizás tenga que cortarse el antebrazo con una pequeña navaja, ya oxidada y sin filo. Pero el milagro ocurre. Nada, ningún número aparece en la báscula. Es como si su cuerpo hubiera transmutado en un espíritu, como si los veintiún gramos que se escapan con la muerte se hubieran llevado todo el peso de su existencia. ¡Cero kilos! ¡Bravo, princesa!
Marianita corre, más bien, flota, en busca de su computadora. Abre la pantalla, prende su webcam y teclea en un frenesí desesperado que apenas le permite respirar. “Chikas: ¡Lo logré! :)”. Parpadea rápidamente, esperando que aparezca una respuesta en el monitor. Su propio aliento la golpea. No ha comido nada en tres días.
De repente al otro lado de la pantalla, una temerosa silueta se va perfilando hasta dejar entrever una criatura famélica, que tímidamente da click en el obituario cibernético y comienza a escribir su comentario, pero como si hubiera recibido un enjuiciamiento apocalíptico, toda ella se desvanece por última vez. Ahora es una presencia que no respira. Su esmirriado ser reposa sobre el teclado abriéndose camino en el más allá. Ni Marianita ni Saint Barbie hacen caso al inaudible chillido mortuorio que se escapa de sus pulmones. El monitor permanece en silencio. ¿Qué escribió? No se sabe.
Marianita sigue esperando el comentario, mirando fijamente aquella extraña imagen de la chica muerta… Y mientras, se deleita pensando en Saint Barbie, en aquella vida llena de bendiciones, bombachas azules, cejas arqueadas, tarjetas de crédito, cirugías, glitter y, sobre todo, comienza a rezar las palabras adecuadas para experimentar el trance del hambre.
El retrato de Saint Barbie sonríe. Empieza a dar su bendición.
Marshiari Medina (1983, Ciudad de México), estudió Letras Inglesas en la UNAM. Es directora editorial de la revista digital Teresa Magazine, escritora y traductora. Su trabajo se ha publicado en diversos medios como, Revista Éste País, ERRR-Magazine, Nocturnario, La Hoja de Arena, entre otros.
Una respuesta a «Marshiari Medina | Saint Barbie»
¿Mark Ryden soñó con esto alguna vez? Que buen relato. Felicidades!
Me gustaMe gusta