Hace un tiempo descubrí un bosque cerca de mi casa. Caminaba cerca y vi muchísimas huellas que se adentraban en él. Me propuse que alguna tarde iría a explorar para seguirlas y saber a dónde se dirigían.
Pasé varios días haciendo los preparativos para mi incursión al bosque. Debía estar lista para lo que pudiera encontrar. Las huellas no parecían de animal sino como de algún hombrecito, apenas marcadas en el suelo. Después de mi descubrimiento tomé algunas capturas con el teléfono de mi mamá. Luego, le pedí que me lo volviera a prestar para tomar fotografías en el bosque. Me preguntó qué querría fotografiar allí y le conté que no sabía exactamente, pero que sospechaba que podría tratarse de alguna ciudad de hombrecitos.
Cuando menciono estas cosas, mamá ya no me dice nada. Supongo que me cree, aunque le cueste un poco. Para mí también era increíble que hombrecitos pudieran vivir en el bosque y sin ser descubiertos. A veces los adultos se niegan a creer que los chicos estemos más despiertos para darnos cuenta de cosas tan pequeñas como esa. Siempre creen que somos diminutos y que todo lo vemos enorme, pero en realidad nos fijamos más en lo que es pequeño porque podemos sentirnos iguales. En cambio, todo lo que es grande nos sorprende y es tan lejanos a nosotros. No nos preocupamos por ser mayores, pero sí por no dejar de ser niños. Mamá me ha dicho que algún día seré adulta. Tal vez si crezco pierda el interés por el bosque, los hombrecitos y el millón de huellas que encontré.
A mi abuela también le conté de mi hallazgo y le pregunté qué creía que podría ser. Dijo que nada de lo que conoce deja huellas como las que fotografié. Pensaba que tal vez si sólo se aparecen para mí, significa que tengo algo especial. Yo no podía decir eso de las personas, las veía iguales a todas, menos a mi mamá y a la abuela porque viven conmigo y las quiero.
Llegada la tarde seleccionada, terminé de hacer mi mochila para el viaje al bosque. Segura de llevar el celular con la cámara, una linterna, galletas para compartir con los hombrecitos. Metí mis campanas y cascabeles porque en los cuentos dicen que a los duendes les gusta la música. Solo esperaba que sí fueran amigables y no monstruosos. Esperaba hacer amigos para jugar.
Me encaminé y esperé poder encontrar en el bosque el montón de huellas para seguirlas. Deseaba verlas allí y descubrir de qué se trataban.
Mayevi Hadith (1993, Guatemala). Participó en la antología Flores de luna, publicada en el Festival Grito de Mujer Chihuahua, México en 2019. Ha participado en diferentes antologías internacionales en formato digital. Su cuento El hospicio forma parte de la antología de cuentos de fantasía y horror El camino del abismo, publicada por la editorial cartonera Alambique. Publica sus escritos en su Instagram personal (@mhady_7).
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