Amelita se cubrió los ojos con el antebrazo; la luz del final de la tarde ardía en las retinas. Se lamió los labios y saboreó polvo reseco y fino como el talco. Sentía el sudor a lo largo de sus flancos y el frío de la humedad de la playera al contacto con su piel, donde la tela atrapaba la brisa de sus andares. Una sola estrella brillaba desde donde el sol había salido.
Viró su cuerpo de un extremo al otro del horizonte algún vehículo que la sacara del costado de la maldita carretera. Algo que semejaba destello de una navaja bien pulida resonó en el horizonte, y un rugido con su eco se extendieron por el asfalto: era un automóvil que aceleraba en la recta. Amelita hizo una señal con el brazo, que retiró a tiempo, antes de que el transporte se lo arrancara.
—¡Hijo de putaaaa!
Trastabilló. mierda de mundo afuera en las planicies, en medio de la nada, no era mejor que lo mierda que era su casa. Un poco más de transpiración; sintió una liquidez salitrada a lo largo de su espalda. El sudor le ardía en los ojos y le nublaba la vista; distinguió otro destello; éste, opaco, triste. Estiró de nuevo el brazo y alargó el pulgar.
El automóvil se detuvo. Un fulano bajó la ventanilla.
—¿Adónde va?
—Lejos.
El fulano alargó el labio inferior; asintió con la cabeza; estiró el cuerpo para abrir la portezuela.
Amelia inclinó la cabeza e inquirió con la mirada. Buscaba algo familiar en aquel rostro. Le pareció más familiar la prominente barriga y las manos blancas, ásperas, apenas sonrojadas en los nudillos. Sentía como si las viera a través de una pantalla de vidrio dentro de un rectángulo luminoso… Sí, los mechones rubios, oscurecidos casi a negro por la humedad sobre la frente. La sonrisa agradable, casi dulce… la mirada sonriente, la boca pequeña.
—¿Usted es el asesino de las noticias? —indagó.
Barrió con la mirada el auto, el rostro, la carretera.
Él asintió con la cabeza, mirando sus botas, el timón, el cielo. Amelia se pellizcó los labios, mientras seguía las directrices en el mapa de la mirada del hombre: sus botas, el timón, el cielo. Dudó un momento.
—¿Me va a matar a mí también?
—No…
Recogió su mochila y entró al auto. Cerró la portezuela. Instintivamente imitó con su pie el movimiento de él en el acelerador, mientras recostaba su espalda empapada contra el asiento. Al fin podría descansar un rato. Cualquier cosa era mejor. Lejos.
Valeria Cerezo (Guatemala, 1979). Escritora, fotógrafa y guionista. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Rafael Landívar; diplomada en Informes de lectura (Cálamo & Cran, Madrid) y en Gestión de proyectos editoriales (Cálamo & Cran, Madrid). Trabaja en el fomento de la lectura, escritura y creatividad con niños y jóvenes. Ha publicado diversos artículos, documentales y reportajes sobre cultura, gastronomía y viajes. Ganadora del Premio de Cuento Mario Monteforte Toledo 2015, por La raíz; finalista del Certamen BAM Letras de libros de cuentos por La muerte de Darling (2016); finalista del Certamen BAM letras de novela por La flor oscura (2017).
Una respuesta a «Valeria Cerezo | Riding in a car with a stranger»
Hermoso. Lo leí de pie, recostada semi inclinada en la pared como pidiendo Jalón.
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