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La novela negra y el idílico nada

En los noventas Bukowski publica su última novela titulada Pulp, un juego postmoderno que se disfraza de «suspenso», un hálito detectivesco con elementos sobrenaturales y de ciencia ficción, un pastiche de géneros del cual, sobresale aquél que Raymond Chandler bautizó en los cincuenta como Novela negra.

Es difícil leer esta novela con la mentalidad que se tiene al leer o ver un misterio como tal, pues aunque se haya popularizado el género en la época de Chandler y el cine de Billy Wilder y Alfred Hitchcock los detectives de Poe y Doyle (Dupin y Holmes) ya habían establecido una arquitectura de cómo resolver crímenes, se tenía un método y seguían una lógica infalible a través de silogismos que solo estos dos detectives podían ver y así resolver cualquier misterio posible.

Lo mismo sigue sucediendo con las novelas contemporáneas, a pesar de que quieran llegar al extremo de esta lógica, se mantienen dentro de la misma estructura. Las obras de Nick Pizzolatto, Stieg Larsson o incluso Cuando Fuimos Jóvenes de Kazuo Ishiguro. Todas se mantienen en el suspenso, en el caso de Larsson y Pizzolatto, las tramas conllevan a que haya una confrontación entre el detective principal y el villano. Las películas también se siguen comportando como tal, incluso Gone Girl cuyo fin del primer acto pudo haber sido el final de cualquier otra obra. La cinta (no he leído el libro) continúa con giros inesperados hasta enfrentar al detective (el esposo, en este caso, juega el rol de detective) con su esposa (la “villana”).

No fue mucho después de que Chandler haya bautizado el género que algunos autores empezaron e tergiversar el género y jugaron con misterios irresolubles, pues tal como la posmodernidad, dejaron de darle peso a la lógica apodíctica y apelaron a los sinsentidos, al absurdo e incluso el surrealismo. Novelas como Rant de Chuck Pahlaniuk el ojo del espectador se convierte en algo más vertiginoso, en donde el asesino es imparcial y todos son testimonios, una suerte de juego como lo hizo Bolaño con Los detectives salvajes que nunca se muestra al protagonista, y el misterio solo es una excusa de finalidad para llevar a cabo la trama, en estos dos ejemplos no hay tal finalidad. American Psycho de Bret Easton Ellis es otro perfecto ejemplo en donde la narrativa solo explica el narcisismo de Patrick Bateman hablando de productos y marcas, tiene más peso el reloj del psicópata que la misma trama.    

Hay dos autores (un cineasta y un escritor) que me parecen pilares para este giro de tuerca que se la ha dado a aquél género: David Lynch y Thomas Pynchon. Ambos juegan con demasiados elementos surreales y no hay tal cosa como una resolución, van más allá de un final abierto porque éste se trataría de un binomio ¿fue o no fue?.

Paul Thomas Anderson adaptó Inherent Vice de Pynchon, al verla creí que tendría más claridad sobre el misterio que trata la novela. Quedé más lejos.

David Lynch es famoso por este tipo de narrativa, en la que apela a elementos metafísicos, sobrenaturales, ridículos, absurdos. Todo eso para eludir una respuesta.

El juego postmoderno tiene la premisa de que la vida real no necesita de esa lógica o estructura que leemos o vemos en el cine. El sinsentido, las paralogías y coincidencias sí existen así que el concepto de verosímil queda ambiguo y más allá de jugar con una creación se puede ver o leer una destrucción hacia lo que fue el fundamento de la arquitectura. Jugar con Chandler y Hitchcock para destruir la lógica interna de sus antecedentes.

Al acabar estas obras hay una increíble sensación de vacío, el sustento es la nada, una nada decorada de poesía e imágenes estéticas que construyen grandes obras de arte, Pynchon incluye un poema sobre lasañas metafísicas en forma de canción en Inherent Vice y Lynch, cuando regresó Twin Peaks a la televisión, un tronco parlante le da pistas al jefe de la policía. Ideas etéreas que decoran el vacío. Elementos que atentan a la lógica interna, no obstante, continúa la trama hasta llegar a un final, el cual, no se trata de una resolución. Se trata de nada.    

Por Diego Pacheco

Egresado de filosofía (eso dice mucho).

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