
Hace poco volví a ver Paris, Texas (1984); creí que no lograría emocionarme al mismo punto que alguna vez lo hizo cuando la vi por primera vez, que simplemente advertiría su calidad cinematográfica y que, de alguna manera, al verla con los agudos pero insensibles ojos del crítico, se me vedaría la facultad emocional del espectador amante. Cuán equivocado estaba.
La película inicia con Travis Henderson (personaje interpretado por el ya fallecido Harry Dean Stanton) caminando sin cesar por entre parajes desolados y desérticos, los cuales, luego conoceremos, son el este de Texas. El nombre del film hace referencia a un pequeño poblado en Texas llamado Paris. La espléndida forma de retratar las planicies, senderos y montañas que constituyen las locaciones será una peculiaridad notable de la película, destacan aquí el trabajo fotográfico de Robby Müller, quien supo captar con el lente la majestuosidad silenciosa y solemne de los desiertos del suroeste estadounidense, y los solos de guitarra compuestos por Ry Cooder que, más que musicalización, son vibraciones lentas y taciturnas que magnifican la sublimidad del paisaje explayado. Hasta ese momento no sabemos qué es lo que hace caminar a Travis —ni siquiera sabemos que su nombre es Travis—, sin embargo, su mirada turbada y su aspecto malhadado evidente en su barba enmarañada, en su piel reseca, en sus ropajes empolvados, nos hace suponer que una dramática historia subyace a todo esto. Pasadas algunas secuencias, ingresa a una suerte de estación de servicio que se cruza en su camino y allí desfallece producto de la deshidratación.
Luego es llevado a una casa rodante donde un medico lo atiende lo mejor que puede y acaba por suponer que es mudo, pues Travis no dice una sola palabra, pero, con tal de dar con la identidad del extraño y necesitado paciente, revisa sus pocas pertenencias y encuentra, al interior de la billetera, un triste pedazo de papel en el que está anotado un número telefónico; decide entonces llamar y le contesta el hermano menor de Travis, Walt Henderson (interpretado por Dean Stockwell), quien vive en Los Ángeles con su esposa y con su pequeño sobrino Hunter, hijo de Travis —lo que no se nos revela de manera inmediata— y personaje clave en la trama que posteriormente se desarrolla. Tan pronto enterarse de la situación, Walt decide ir a buscar a su hermano.
A pequeñas dosis nos daremos cuenta que la película no sólo es buena por su puesta en escena y por su estética visual, sino también por el hecho de relatar una historia intensa y muy cargada de emociones en la que vemos de frente la importancia del ágape amor filial. En 1984, el año de su estreno, la cinta obtuvo el prestigioso Palme d’Or en el Festival de Cannes, entre muchos otros premios internacionales, lo que consagró al cineasta alemán Win Wenders, el director, como uno de los maestros contemporáneos del séptimo arte.
Sin un alto presupuesto y sin ninguna de las súper estrellas hollywoodenses del momento presente en su elenco, Paris, Texas logra ser una película profunda, buena en muchos aspectos, emocional y emocionante desde la vera de las risas inocentes hasta las empantanadas lágrimas involuntarias, reservada para aquél público capaz de asimilar las formas minimalistas del arte cinematográfico, y una memorable obra maestra digna de ser recordada y vista lo mismo hoy, 36 años después de su lanzamiento, como dentro de un siglo, cuando ya nada quede de sus realizadores y de sus primeros espectadores, más allá del testimonio y el recuerdo, y sólo prevalezcan el viento, la vegetación desértica, las montañas lejanas del texano valle terracota, y las emociones entramadas en los corazones sedientos de quienes miramos y mirarán cine.
M.D.