I
Todas las tardes de un domingo eran tranquilas, ni un alma en pena se atrevía a molestar a los vivos, la iglesia se limitaba a unos tres campanazos
y de ahí, el silencio. Quienes eran creyentes se dirigían cual vaca al matadero. Otros salían con sus sillas a los andenes y tomaban un café entre chambre y chambre.
II
Los niños salíamos a la calle a jugar «pelota». A carcajadas pasábamos el balón o enojados nos empujábamos por
no meter el gol hasta que el «burguesito» de la colonia se emputaba y se llevaba su único bien material.
III
Esas eran las tardes del domingo. Tranquilo el domingo, nada más que un puñado de gente que en un día se olvidaba de la hipocresía.