En siete libros, aludiendo o reconstruyendo el cristianismo, Lewis creó el universo de Narnia. Un mundo mágico regido por un león parlante y, la otra fuerza del ying-yang, el Mordor de su legendario, una bruja de hielo, aunque sólo aparece en algunas novelas.
C.S. Lewis, a la manera en la que juegan los post-estructuralista, reescribe y tergiversa la biblia (… me hizo leer la biblia).
Recuerdo haber leído los siete libros cuando estaba aún más chaparro e imberbe. Lo único que podía interesarme eran estos legendariums: El señor de los anillos, Narnia, Eragon y un pseudo plagio a Harry Potter que se llamaba Charlie Bone que, a decir verdad, me parecía mucho más interesante que Hogwarts.
Cuando leí La última batalla (ediciones destino, la portada era de un esperpéntico púrpura, con un unicornio saliendo de un portal) fue una sensación muy parecida a Avengers: Endgame. La saga consta de personajes recurrentes que iban y regresaban para otra entrega (el único que recuerdo que saliera en todos era el león Aslán). En El sobrino del mago (ediciones destino. esperpéntico verde. tres anillos entrelazados) el universum se crea a través de unos anillos que son una suerte de portales a una tierra vacua. Lo primero que cae es un farol de un Londres real a una tierra fantástica, por lo que crece un híbrido de árbol y farol. Con esta magia se hace un portal para que, en la última entrega, salgan todos los personajes de la saga a pelear contra las fuerzas del mal —¡mi primer Endgame!
Hasta ahí llega la historia de Narnia, no hay fase cuatro, no hay un Christopher Tolkien quien recupere sus escritos para seguir sacando precuelas, secuelas y extensiones del mundo literario. En esta suerte de antología que es Narnia, Lewis vive y muere dejando su pluma como un trabajo estructurado y completo que, desgraciadamente, trascendió como literatura infantil. Aunque se debe de desterrar el trabajo más allá de Narnia.
Lewis pasa a la historia doblegado por el titán que fue Tolkien, tan grande que el movimiento intelectual de Oxford que fueron los Inklings, pasa desapercibido. Cenáculo de poetas, literatos, intelectuales, lingüistas. De la lista, resaltan los Tolkien (padre e hijo) y Lewis. Tolkien creó su propio idioma, después escribió un cosmos con años y eones dentro de su mitología para fundamentar la cabida de las historias, un cosmos vasto que se necesitan scholars que puedan entender todo este universo. El señor de los anillos sigue siendo un fenómeno con “fandom” cinematográfico y literario.
Las historias, anécdotas (chisme) sobre Lewis indican que se trata de un escritor que aún permanece en este mundo, cosa que parece ser una desventaja. Tolkien, por otra parte, dejó de existir en este mundo y vivió en la tierra media por muchos años sino es que hasta su muerte.
Lewis no se aferró a un corpus, fue mucho más versátil como investigador y como escritor, si acaso, su hilo conductor era el cristianismo (diré teología para no sonar tan mocho). Indagó en el terreno de la ciencia ficción haciendo una alegoría cristiana sobre la creación y el mesías. Trilogía cósmica: Más allá del planeta silencioso(1938), Perelandra, un viaje a Venus (1943) y, Esa fuerza maligna (1945). Fue hasta los cincuenta cuando comenzó a publicar la saga de Narnia mientras se recopilan sus charlas en Cristianismo y nada más considerado una apologética del cristianismo (lamento la redundancia).
*
A pesar de ser ateo o simplemente ambiguo en creencias esotéricas, metafísicas, divinas o de aquella índole, me parece que un buen creyente debe ser, de vez en cuando, blasfemo. Así, Lewis, el cristiano irlandés, quien fungió como teólogo en gran parte de su obra, ahondó en las temáticas de los dogmas, la ciencia y la religión como temática filosófica —y— la sátira (Cartas del diablo a su sobrino). Su fantasía y ciencia ficción son alegorías de la biblia; el último libro de su trilogía cósmica lleva el subtítulo cuento de hadas para adultos. Un libro de fantasía durante la gran guerra. Sin duda se trata de un apologético, sin aferrarse al flagelo característico de la cultura eclesiástica, yendo hacia el humor (o un sesgo de) con un género filosófico indiscutible: la sátira.
El ojo teólogo de Lewis los hizo ser un escritor con una voz muy peculiar, principalmente dialogando con los textos sagrados como una narrativa, fábula o cuento, a veces siendo más académico escribiendo con pluma ensayística. Se podría decir que su trabajo es un hermeneuta, incluso semejante a trabajos del post-estructuralismo como lo que hace Roland Barthes en Mitologías (1957), tal vez sin la veta ensayística pero, de reducir y simplificar la premisa: comparar y tergiversar. Un ejercicio de re-escritura hasta que el lenguaje recae en su punto de origen pero con un nuevo significado.
Narnia se convierte en el epítome de Lewis. Obra que se compara con Tolkien por la atmósfera de fantasía a pesar de que eran dos escritores que iban hacia distintos lados. Lewis era un teólogo quiene escribió —para y desde— su visión cristiana y quien fungió en la época de la guerra (y post) como un apologeta del cristianismo. Y como mencioné desde el inicio, Lewis, más allá de Narnia, siempre me será un autor inolvidable, quien —a través de metáforas y alegorías— me engañó en leer la biblia desde que era pequeño, camuflada con un león parlante y un fauno.