El miércoles 21 de octubre de este esperpéntico 2020, Jack Kerouac cumple cincuenta y un años de haberse ido a la tumba por cirrosis. Vivió y murió abrazado de una botella y en sus letras dejaba ver que se aferró tanto a su ideal de vida que era una embriaguez, una borrachera, en el sentido literal de la palabra y otras acepciones.
Hanif Kureishi en El buda de los suburbios su personaje principal tiene un diálogo con una maestra pedante quien espeta que lo peor que le puedes hacer a Kerouac es releerlo a los cuarenta años. Como si se tratara de un autor juvenil, que aquél discurso de un espíritu libre se trata de un alma adolescente. Sin duda, leerlo cincuenta y un años después de su muerte es una lectura distinta. Es una sociedad completamente mutada de lo que eran los cincuenta (cuando tuvo su apogeo como autor) o los sesenta.
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El autor de On the road, el rey beatnik. Emblemático y una influencia para todos aquellos (me incluyo) pandrosos con un hippie reprimido, aquellos que quieren vivir en el hambre o hacer autoestop con quienes podrían ser asesinos seriales y amanecer en lugares desconocidos, pero simplemente no se atreven (nos atrevemos) a vivir “aventuras” un poco más reducidas de exotismo o espontaneidad. Aunque hoy sea más fácil ser un “pandroso” o un hipster, en aquél entonces, el estatus de un bohemio, que se la vivía embriagándose en bares de jazz, era exótico, con el sentido implícito de la palabra de que era peligroso —e ilegal—. No se trataba de un capricho adolescente. Aquella imagen que empezó a estandarizarse como “el chico malo” fue gracias a James Dean y Marlon Brando en los cincuenta, ellos a su vez fueron influenciados por la Generación Beat y su ruptura sociocultural de los primeros “hipsters” que proponían un estilo de vida desapegado de las normas sociales y un espíritu libre. Hoy ya es facilísimo encontrarse a un Brando o un Dean, aunque sea en estilo, fumando con aquél glamour de un vástago, cuya actitud es de un huérfano que no debe rendirle cuentas a aquella primera microsociedad que se funge con padre y madre. Aquellas figuras de autoridad son extintas para este nuevo arquetipo de rebeldes sin causa.
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Kerouac se trata de un autor que vivió en el hambre y el autoestop, quien salió del establishment, del sueño norteamericano. Harapiento, desalineado, drogadicto y alcohólico (se debe hacer énfasis en que murió por borracho, tal vez, si hubiera vivido más tiempo se juntaría con Ernest Hemingway y Hunter S. Thompson en el club de los suicidas, tal vez alguna rama de psicología diría que morir por enfisema pulmonar, cirrosis o enfermedades de aquella índole es una suerte de suicidio). Sin duda una influencia clara para Chinanski (alter-ego de Bukowski). Ambos narran el cambio de trabajo bruto cada semana, pues el único valor monetario para ellos es el comprar la siguiente botella de vino. Hoy en día no creo que sea un revolucionario (regresando al diálogo de Kureishi), o no se vería como tal. Hacer aquellas travesías se convirtió en una tradición del “mochilazo” acabando la preparatoria, una forma de rito que, en realidad, ha perdido el exotismo, considerando que el epítome de la generación Beat (En la carretera) se publicó en 1957 y son datos autobiográficos de 1947 a 1950. En la postguerra norteamericana, este loco y harapiento viajó por Estados Unidos y México narrando que apenas tenía dinero para una cena. Comparándolo con un boleto estándar a Europa con una cámara telefónica para retratar todo el panorama.
En la literatura norteamericana hay un punto de quiebre en Kerouac, claro que Henry Miller ya había sido un vagabundo por Europa y que la Generación Beat es la bastarda de la Generación Perdida. Simplemente es este afán que tenía Kerouac por emborracharse y por escribir desde esta botella simbólica. Todos eran borrachos y drogadictos (la “gran novela americana” parece tratarse de un concurso de venenos y erotismo polivalente, todo el realismo sucio pasa por esta etiqueta, Carver y Fante, dos crápulas que sin estar dentro del círculo de los Beats escriben en la misma línea que un Burroughs, Ginsberg, Holmes (John Clellon, no Sherlock) o los tardíos Kesey y Carpenter (Don, no John). Incluso se ha comparado a Bolaño con los Beats), simplemente que Kerouac, en el sentido vitalista de la palabra <<embriagarse>> parecía ser el más intenso, quien no dejó su catolicismo y experimento con el Zen y el Dharma por una insaciable necesidad de vivir espiritualmente.
Las temáticas de Kerouac fueron el exotismo, sexualidad (polivalente y homosexual), drogas, alcoholismo (lamento la redundancia), autoestop, largas caminatas y locura. Este último tópico es aquél que traza un quiebre, aquellos locos dejaron de estar clínicamente locos, simplemente no se adaptaban a las normas sociales que han sido disueltas. Definitivamente, releer a Kerouac a los cincuenta años de su muerte no es lo mismo.