(Microrrelato)
Decidí hacerme poeta el día que gané el concurso de lectura en la clase de segundo de primaria. El premio fue un libro de Pinocho y un lápiz con un borrador de figurita que no se grabó en mi memoria. Luego de eso vino la fama, las lecturas de poesía patriótica cada lunes de septiembre, las odas a los grandes hombres de la historia, recitales bajo el ardiente sol de la mañana hasta que la directora daba por concluido el acto cívico con un “todos vuelvan a sus clases” y nosotros, los poetas, bajábamos del escenario para incorporarnos a las pobladas filas de cabezas piojosas y sudadas, pensando que el próximo poema debía ser más largo. Esa era la vida del poeta: declamar las glorias de otros hombres que no éramos nosotros.