Nuestros zopilotes bailotean entre
los volcanes, el cielo y
el sudor; sus cuerpos no son más
que un traje de plumajes
aborrecibles y punzantes.
Su hábitat natural son los ríos
contaminados de nuestras venas,
las llanuras de una boca
carnosa y podrida, las calles óseas
de un cuerpo moribundo, los viscerales
montes de soeces pensamientos.
Posan en las entrepiernas de nuestras
mujeres, en los vientres de
nuestras madres y en las cabezas
desprendidas de los nuestros.
De modo aborrecible aplastan sus garras
en masas desfiguradas solemnes a
identificarse en nuestros recuerdos,
y alzan su pico en protesta a su mal sabor.
Entre sus fauces suelen encontrarse
ganados en descomposición, porquería,
prostitutas, lugareños, menores de edad,
cafetaleros, padres de familia,
milicias, descendencias, indígenas, inciviles,
y demás exóticas carnes que en El Salvador
suelen encontrarse.