Aída Chacón. Ensayo brevísimo.
Charlando sobre las costumbres familiares que resultan claramente un pesar, unas amigas y yo concluimos que la Navidad debería abolirse. Las razones son variadas, según Coral Herrera hay una carga emocional fortísima en la educación que recibimos las mujeres, toda ella aún en estos tiempos, dirigida hacia el control de nuestros cuerpos y emociones, de la esclavización de las ideas a través del cuerpo.
En los últimos años, detenerme a pensar sobre las implicaciones de las reuniones familiares que se organizan para la Navidad se ha vuelto un ejercicio cotidiano. ¿Por qué si no soy creyente me enfrasco en la elaboración de un banquete?, ¿qué es aquello que me empuja a continuar complaciendo los festejos? La respuesta es, creo ahora, la culpa. De nuevo me queda claro el control emocional que menciona Coral Herrera. La encrucijada aparente está en celebrar o dividir a la familia, pero en México, ¿qué es la familia? Quizá estas disertaciones tienen su origen en las horas que demanda la preparación de la cena navideña y que me fueron impuestas desde la infancia.
Desde siempre la familia se reunía para las fiestas decembrinas. Se cocinaban varios platillos muy elaborados, había postre, ensalada, puré de papas, pastel y bebidas de sabores. La preparación comenzaba con la realización de la lista de compras, luego seguía la peregrinación al supermercado y demás lugares para surtirla. Como cada año, el día de nochebuena se acaba en hacer las filas para pagar las cuentas en el súper y en las abarroteras. Luego de aquello, el camino a casa con las bolsas repletas de ingredientes tampoco era cosa fácil. Caminar por las calles del centro del pueblo hacia la casa, esquivando a la gente enfrascada en el frenesí de las compras navideñas, todavía nos tomaba un tiempo más. Ya en la cocina iniciaba la preparación: lavar las frutas, las latas, empezar a picar las verduras, poner a cocer la carne, preparar los aderezos…
Además de aquella faena había que limpiar la casa, arreglarla para la ocasión: barrer, trapear, adornar, sacar los manteles, los platos más bonitos, hacer espacio para más gente que de costumbre en el comedor, todo esto sin descuidar la sazón ni por un instante. Terminábamos hasta casi la media noche, cuando era urgente y muy necesario correr a darse un regaderazo rápido, sacar el ajuar de fiesta y “darse una manita de gato” para esconder el cansancio de la esclavitud festiva.
Ya en la mesa, a punto de empezar a servir la cena y con todos los comensales reunidos peleándose, lanzando indirectas, algunos ebrios ya, siempre me preguntaba por qué nos sometíamos a tanto trabajo y cansancio si el espejismo del amor y la unidad era tan efímero.
Ahora que los años me permiten analizar aquellos momentos me doy cuenta de que lo único que mantiene vivas esas traumáticas tradiciones, es el autosometimiento que algunas mujeres hemos repetido una y otra vez para continuar con ellas. Quizá la liberad y el goce sean posibles cuando se acaben las navidades que conocemos desde la infancia, con las que crecimos; esas que romantizan el cansancio y el abuso para el disfrute de unos cuantos. El disfrute de las fiestas decembrinas llegará cuando lo importante sea el descanso o romper con la rutina del ajetreo cotidiano y el cansancio extremo; cuando nos neguemos a cocinar durante horas y a adornar la casa para reunirnos con la familia… cuando olvidemos los performances sobre cenas sofisticadas y de gala, cuando dejemos de venerar la ilusión de la familia.
Fotografía: Claudio Sotolongo, Cuba. Exhibida en la Galería virtual La Nave.
Una respuesta a «Aída Chacón| Hacia la abolición de las navidades (Ensayo breve)»
Sincero, lo que aquí podría traducirse como valiente, y que trasluce una valentía admirable para cuestionarse, cuestionar lo habitual y tomar la decisión de no seguir.
Gracias por escribirlo.
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