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M. S. Alonso: La trayectoria del terror y el claro de la poesía

Beatriz Rodríguez Guzmán, escritora venezolana conocida bajo el seudónimo M. S. Alonso, nos ha concedido un repaso por los sentimientos que ha experimentado como lectora, sus preferencias y la filosofía personal que configuran el paisaje de su literatura.

Verónica Vidal: ¿Cómo te iniciaste en el género del terror y cuáles fueron tus primeros referentes literarios?

M.S. Alonso: En el género del terror, pude iniciar a partir de la lectura del libro «Jean Eyre» (1), aunque las personas no lo crean. Esto sucedió porque en esta novela hay un referente gótico. Una figura que, para la protagonista resulta un fantasma inicialmente, y luego se entera de que es la primera esposa del señor Rochester: una mujer con problemas mentales. Jane se deja sugestionar por los gritos que se escuchan, los aúllos en las sombras y los incidentes que este personaje ocasiona. Entonces, creo que mi primer referente fue ese, aunque sea sólo un esbozo. El encuentro con «Jean Eyre» fue en el año 2014. Soy ávida lectora desde el año 2011 y digamos que me aficioné a la lectura como un escape a tanto estrés y a las situaciones de la vida cotidiana. En esa época leía todo tipo de novelas: erótica, romántica, juvenil inclusive (risas), pero no había leído horror como tal.

En el año 2015 leo «Cumbres borrascosas» (2), que es un tanto gótica también y seguidamente, en el 2016, doy con una novela que había querido leer en el 2014: «Un saco de huesos», de Stephen King. Algo un tanto extraño dentro del universo de King. Esa novela me atrajo profundamente y consiguió guiarme hasta otro libro que me atrapó: «Fantasmas», del autor Joe Hill (el segundo hijo de Stephen King). Él une horror y fantasía en sus relatos. Me atrapó inmensamente su forma de narrar dentro del género gore. Luego leí «NOS4A2» (3), y leí «El traje del muerto» (4), «Cuernos» (5) y «Fuego» (6). Ellos dos son mis referentes de terror contemporáneo. A partir de esto, recordé que ellos tienen sus raíces en la novela gótica, por lo tanto comencé a leer «Frankenstein» (7), «Drácula» (8), «La dama pálida» (9), «Castillo de Otranto» (10), «Carmilla» (11) y otros tantos libros que comenzaron a atraer mi atención y hacerme mirar hacia lo oscuro. Aunque ya las personas no sienten temor por el terror clásico. La audiencia ahora es más visceral y directa. Empecé a leer a Edgar Allan Poe, por supuesto. Mary Shelley, Horacio Quiroga, Bram Stoker y John William Polidori, Sheridan Le Fanu, D. H. Lawrent con «El caballito de madera», aunque él es más conocido por la novela «El amante de Lady Chatterley». Julio Cortázar y sus relatos oscuros también me han atraído profundamente.

Con respecto al terror en la poesía, considero que el primer libro que realicé me gusta, creo que todos empezamos por algo y «Cadáveres ocultos» fue mi punto de partida y siempre estará allí para recordarme que yo escribí eso, aunque hoy para mí resulte un tanto extraño.

V.V: En tu obra se nota la evolución del discurso, partiste desde el terror imaginativo y guiado por la nocturnidad y has llegado a un terreno del redescubrimiento del yo, y del otro, de cómo se fusionan a través del lenguaje poético. ¿Cómo ha sido esta transición y qué te ha marcado de este proceso?

M.S.A: Realmente, en el año en que comienzo a leer horror también me abro a leer poesía. Leía a Edgar Allan Poe y a la vez a Emily Dickinson, también a H.P. Lovecraft, aunque muchos quizás no lo conozcan como poeta. Clark Ashton Smith fue un seguidor de Lovecraft, además fue poeta. Ambos tienen esta saeta gótica, el espanto. Sin embargo, ahora me he abocado a leer otros poetas y la poesía me ha enseñado a conocerme a mí misma. Considero que por eso se observa la evolución en el discurso desde «Cadáveres ocultos» hasta «De barro y de silencio». Ya no es una poesía que evoca imágenes de horror, de miedo, sino que muestra lo que he sentido en algún momento. Busco la manera de mostrarlo: sea la metáfora, sea lo directo; trabajo con lo que tengo alrededor, bien sea en mi casa, los objetos cercanos o algún símil que me evoque una sensación. La poesía ha sido catarsis y depuración. Saco lo que he acumulado, incluso desde la infancia. Estoy en ese camino del redescubrimiento que me ha ensañado la poesía.

Pienso que antes no me conocía, no sabía cuáles eran mis fortalezas o quizás las conocía pero desde el ego, el ego profesional. Porque durante años viví basada en mi carrera hasta que la ejercí. La poesía me ha enseñado la humildad y el panorama personal que no te lo da un libro de autoayuda, ningún coach que te hable bonito (a quienes respeto, claro está). La poesía te lleva a esos lugares que quizás la narrativa no alcanza tan directamente: hablarte de ti mismo, conocerte no sólo a través de ella sino a través de los cambios, el análisis del entorno. No entiendo cómo hay personas que se alejan de su entorno, el entorno influye en la poesía. La humanidad con el prójimo también me la ha enseñado la poesía. Hay una poeta que admiro mucho, Alejandra Pizarnik, porque fue ella la que me llevó por la senda de la mirada interior. Digamos que, entiendo perfectamente las metáforas que utilizaba y al leer sus diarios, que no son más que una extensión de su poesía, empecé a comparar con situaciones que viví durante mi adolescencia tardía y me sentí plena y escuchada en otra voz. Hay otra poeta, Hanni Ossott, en este caso fue Jorge Morales Corona quien me la presentó y creo que esto es un aspecto importante en la promoción literaria de todas las generaciones, cuando hablas de un autor, hablas de sus posturas sin máscara: sus textos. Donde está el poeta desnudo allí estamos nosotros también. Fue eso, darme cuenta de que hay un refugio para respirar, más allá de sólo evocar imágenes grotescas o sugestivas. Antes no comprendía por qué algunas actitudes del ser humano y la poesía me las aclara, me las muestra. Cuando empecé a leer otros poetas, más allá de Samuel Taylor Coleridge o de William Wordsworth, me hice más consciente de mi entorno. No hay mejor terapia que sentarte a leer un poema con confianza y dejar que el poeta te hable.

Con la poesía de Miyó Vestrini, se completa la lista de mujeres que rondan con claridad en mi vida. Me gusta pensar que se mueven con el tiempo. José Antonio Ramos Sucre también es otro referente. Otras personas vivieron lo que tú vives, a nivel mental y espiritual y puedes comprender ahora lo que sucede. Me doy cuenta de quién es Beatriz realmente, me doy cuenta de que hay formas de sanar el dolor que nos ha afectado por tanto tiempo. Hay situaciones que realmente nos marcan; el poeta te enseña a ver la vida fuera del ego. Quizás no sea la mejor poeta, pero es mi camino, mi aprendizaje y mi curación. Trabajar con la poesía y su música incidental, es para mí una catarsis, una explosión silenciosa pero necesaria.

V.V: ¿Consideras que existen influencias externas (políticas y socioculturales) que han forjado algún aspecto de tu obra?

M.S.A: Al inicio de mi escritura, me enfoqué un poco más en imágenes que evocaban horror, como lobos por ejemplo o ángeles caídos; pájaros, el ángel se la muerte, entre otros. En ese entonces, y aún hoy, son símbolos que me inspiran. Sin embargo, la realidad que impera a nuestro alrededor, aunque no lo queramos nos mina la mente, el cuerpo y el alma; socava nuestros cimientos, creencias y valores, y por ende juegan un papel fundamental en nuestras emociones.

La poesía te lleva a esos lugares que quizás la narrativa no alcanza tan directamente: hablarte de ti mismo, conocerte no sólo a través de ella sino a través de los cambios, el análisis del entorno.

Es en mi último libro donde comienzo a rozar un poco esa influencia de lo observado y lo que he sentido como respuesta a la injusticia en mi entorno. Pienso que el ser humano se divide en bueno y malo, porque él mismo así lo quiere. Tenemos libre albedrío, pero hacemos uso de él desde el ego. Dañamos a otras personas. Hay un poema en «De barro y silencio», que titulé «Seres corruptos», se puede decir es un calco de lo que pienso del hombre, al igual que otros de mis poemas, también incluidos en el libro. «La humanidad del vacío» o «Las cuatro esquinas», inspirados y escritos desde una emoción de impotencia y empatía para con personas que, aunque juzgadas por la mayoría, a veces no tienen culpa de estar en el lugar que se encuentran. Creo fielmente que, el poeta tiene una deuda moral con la sociedad y la salda exponiendo sus palabras al mundo, gritando a letras vivas, lo que ve, siente y también padece.

…creo que esto es un aspecto importante en la promoción literaria de todas las generaciones, cuando hablas de un autor, hablas de sus posturas sin máscara: sus textos. Donde está el poeta desnudo allí estamos nosotros también.

Mi religión es católica, pero he transitado por la doctrina Budista, más por mi vegetarianismo que por otro motivo. Practico el Ahimsa: respeto por todo ser sintiente. Una forma de rebelión ante tanto daño presente en el mundo. A nivel político, no me parcializo por ninguna corriente. Mi religión es la poesía y mi partido político es la literatura.

Referencias literarias:

(1) Charlotte Brontë, publicada por primera vez en 1847.

(2) Única novela de Emily Brontë, publicada en 1874.

(3) Joe Hill, 2013.

(4) Primera novela de Joe Hill, 2007.

(5) Joe Hill, 2010.

(6) Joe Hill, 2016.

(7) Mary Shelley, 1823.

(8) Bram Stoker, 1897.

(9) Relato corto de Alexandre Dumas, escrito en 1849.

(10) Horace Walpole, 1764.

(11) Sheridan Le Fanu, 1872.

M. S. Alonso

Beatriz Adriana Rodríguez Guzmán, escritora conocida con el seudónimo M.S. Alonso, nació en la ciudad de Valencia, Estado Carabobo, Venezuela. De profesión Ingeniero Industrial, egresada del Instituto Universitario Politécnico Santiago Mariño, es ávida lectora y bibliófila desde el año 2011. Un año después de iniciar su aventura en el mundo de la lectura, por hobbie, escribe su primer relato. Cuatro años más tarde inicia sus andanzas en la escritura de pequeñas reflexiones y poesía. En libre ejercicio, la autora se pasea entre la venta de libros físicos nuevos y de segunda mano, y la escritura de poemas y relatos. Ha realizado algunos relatos breves y micro relatos en los subgéneros horror, policiaco, ciencia ficción y fantasía que, a partir del año 2018 comenzó a compartir en «M. C. Mimeógrafo Revista Literaria» (México), junto a algunas selecciones poéticas de sus libros publicados y otros poemas inéditos. Publicó tres libros con el sello Editorial Independiente Palíndromus (Maracaibo, Venezuela): Cadáveres ocultos (mayo 2018), Pido el silencio (septiembre 2018) y Dualidad poética (diciembre 2018). De barro y de silencio (2020), es su cuarta obra, la primera que publica por cuenta propia. Recientemente, participó en cuatro antologías digitales de poemas y micro cuentos, realizadas por «La Red de Escritores y Escénicas Potosí» (Bolivia), con motivo de los tiempos de cuarentena producto de la pandemia por Covid-19.

Por Verónica Vidal

Verónica Vidal (Venezuela, 1995) Escritora. Profesora de idiomas, editora adjunta de la Revista Literaria Awen (Venezuela) y coordinadora editorial de Ediciones Palíndromus. Forma parte de la antología de poesía venezolana ANT[ROP]OLOGÍA DEL FUEGO. Mantiene la columna de entrevistas La Maga y el Quetzal (Revista El Camaleón, Guatemala). Anteriormente mantuvo las columnas Antiliteratura de las cosas (Revista Littengineer, México-USA) y Kilómetro 88 (Revista Engarce, México). Ha participado en talleres de creación literaria en México y Estados Unidos, en este último dictado por la escritora Giovanna Rivero (City University of New York-LAWI). Ha publicado la plaquette de narrativa «Cartuchos vírgenes» (Ediciones Awen, 2018) y el poemario «Nardos casi despiertos» (Ediciones del Útero, 2020). Sus textos han sido publicados en revistas y plataformas literarias de América Latina, España y Francia. Fue jurado del II Certamen de poesía venezolana «Ecos de la luz». Participa en grupos literarios como la Cátedra de literatura Agustín García (UNEFM, Venezuela) y el Círculo de literatura fantástica «Narrativas de lo insólito en América Latina» (Casa de la literatura peruana).

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