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Ecos de un caballito del diablo Narrativa

Aída Chacón| Crónica de un endiablamiento| (Cuento)

El diagnóstico del facultativo fue contundente: “Está usted endiablándose, no podemos hacer nada, es un proceso irreversible, seguro comió algo que le llevó la infección al estómago y ahí surgió todo”

“Hay que recordar que el diablo
tiene sus milagros, también”.
Juan Calvino

Felipe Ruelas despertó con un dolor intenso en los talones y se marchó a trabajar. Durante el día la dolencia aumentó, ya para la noche había llegado hasta sus pantorrillas y cada vez era más insoportable. Durante la madrugada se le enrojeció la piel y aunque era lampiño, llegó a sentir algunos vellos alrededor de su mentón.

De nuevo se levantó para dirigirse a su oficina. Antes de llegar hizo una pequeña escala en la farmacia y compró analgésicos y un poco de antiinflamatorios por si la cosa se ponía peor. Tomó algunos sorbos de café, dejó pasar unos minutos y se tomó las pastillas con un trago de agua. Durante el día todo pasó normal, las molestias se esfumaron y dejaron que Felipe se sintiera mejor por algunos días más.

Semana y media transcurrió desde la primera vez en que el señor Ruelas sintió el dolor en los talones, cuando de nuevo recurrió a una dosis de medicamentos posteriores a un sorbo de café, pero en esta ocasión tan sólo suprimió el dolor por algunas horas. Felipe triplicó la dosis y sintió alivio por tres semanas más. Debido a la ausencia de dolores, Felipe no se percató del resto de sus síntomas: enrojecimiento de la piel y deformaciones importantes en tobillos y talones.

Seis semanas después de su primer síntoma, Felipe Ruelas notó que sus zapatos empezaban a apretar. Para no perder tiempo valioso en su trabajo, decidió simplemente comprar un par nuevo de algunas tallas más para sentirse cómodo al caminar.

Felipe Ruelas trabajaba plácidamente en una oficina de correos; su labor principal era revisar la correspondencia internacional para que estuviera libre de objetos prohibidos por la oficina postal. Durante sus veintisiete años de servicio había visto casi de todo: muñecas transexuales de plástico, fotos escandalosas, fetiches para vudú, remedios para todo tipo de enfermedades comunes, muestras para inseminación artificial que se mandaban los amantes, en fin, todo tipo de cosas. Por esta misma razón, Felipe creía que nada podía sorprenderlo ya.

El dolor volvió a presentarse y ni los curiosos envíos podían distraerlo de sus males. La mañana del 30 de agosto de aquel año fatídico, se hizo examinar por uno de los médicos más conocidos de la colonia.

El diagnóstico del facultativo fue contundente: “Está usted endiablándose, no podemos hacer nada, es un proceso irreversible, seguro comió algo que le llevó la infección al estómago y ahí surgió todo” le dijo el doctor antes de mandarlo a casa; el apacible Felipe Ruelas cayó en crisis, su cara palideció, ¿dónde le darían empleo si su endiablamiento se hacía notar?

Con el paso de los días se percató de que podría tener solución, si se enrojecía lo suficiente espantaría a las personas a su alrededor, entonces eligió un barrio con algunas cantinas escondidas en las callejuelas solitarias, aguardaría hasta que los primeros borrachos salieran y los asustaría para ganarse la plata. Entonces, Felipe Ruelas se sintió feliz, emocionado con su cambio de vida y se dispuso a investigar los detalles necesarios para ser un buen diablo.

El color rojo no sería problema, a estas fechas ya estaba rojo casi por completo, incluso sus partes pudendas se notaban ya en tono escarlata. Los pies estaban totalmente deformados y las pezuñas negras resaltaban con un poco de coquetería. Sacó sus ahorros del clóset y se fue a comprar un traje, un smoking negro para estar presentable, aprovechó que la empleada de la tienda salió despavorida cuando lo vio tan diablo y tan rojo, así que también eligió un bombín y un bastón elegante para acompañar. Ya convertido en un diablo galán, se puso a trabajar.

Felipe Ruelas ha prosperado desde aquel día. “Un endiablamiento lleno de venturas”, se decía siempre que miraba su reflejo en el espejo. Desde entonces trabaja de noche, camina con la frente en alto y muy seguro de sí; se ha vuelto popular entre las féminas y no le faltan lujos ni invitaciones frecuentes para hacer negocios multimillonarios. Se hizo un diablo feliz.

Por Aída

Bailar, cantar, leer, el cine, el museo, caminar, hacer ejercicio, patinar, escribir, mis gatos...

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