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Arte y cultura Glosolalia articulada

Psicodélicos y derivados. El discurso de las drogas en la cultura popular.

Los sesenta y algo de los setenta, la cultura de los hippies televisado y registrado desde Estados Unidos: la revolución cultural de Ginsberg como canto de la contracultura; los paradigmas de la locura y de las drogas como percepción; las puertas de los psicosomático más allá de la fenomenología, como campo empírico de la experimentación; la revolución sexual; la época de oro para el cine estadounidense; el arte pop y las fotografías de Marilyn Monroe, Basquiat y Warhol son los iconos del nuevo epicentro cultural artístico que es Nueva York, el bohemio dejó de ser parisiense; el partido de las panteras negras, la revolución que retoma a Frantz Fanon y la escuela de la negritud de Aime Cesaire, the revolution will not be televised canta Gil Scott-Heron; por último, la revolución psicodélica, Los Merry Pranksters, Aldous Huxley y el viaje en bicicleta de Timothy Leary. 

Primero, Los Beatles llegan a Nueva York. Aquella Invasión Británica es el nuevo sonido de la industria musical, los Who, Kinks, Rolling Stones, Animals, el polifacético Clapton está dejando un legado algo que no imaginaría, al salir de los Yardbirds y seguir con sus consecuentes proyectos (Cream, Derek and The Dominos, John Mayall & Blues Breakers, entre muchos otros que menciona google) Jimmy Page tomaría la guitarra principal de los Yardbirds y se haría llamar The New Yardbirds, luego Led Zeppelin. Los estadounidenses preparan la respuesta con su talento correspondiente: Hendrix, Joplin y los Doors. La escena en puesta es el Rock Psicodélico, los chicos rebeldes de Liverpool pasaron de ser aquellos trajeados del sencillo Love me do a los caricaturizados por  Klaus Voorman en “Revolver” y los atiborrados por Peter Blake en “Coronel Mostaza”. La música es hecha bajo la influencia de drogas y la audiencia también.  Las imágenes de Woodstock lo demuestran. La música dejó de tener un estrato socio-económico, lo que era para la burguesía se convirtió en pop.     

El rock psicodélico… Jerry García de los Grateful Dead está en un camión con su guitarra cantando canciones de protesta. Al volante se encuentra Neil Cassady, el mismísimo Dean Moriarty de On the road de Jack Kerouac. El movimiento de Ken Kesey (aquél autor de Someone flew over the cuckoo’s nest cuya resonancia popular es la adaptación de Milos Forman), crea su movimiento de hippies nómadas en un camión pintado. El movimiento de este neo-nomadismo se influye por Albert Hoffman, aquél viaje en bicicleta que tuvo en los cuarenta se convirtió en la banalización y trivalización del efecto recreativo del ácido lisérgico. Por fin se podía ver la música y escuchar los colores. 

Ginsberg Aulló en la Galería Six en el 55, aquél movimiento contracultural se convierte en al premisa del hippismo y la psicodelia. Aquél Walt Whitman Jr relata que hablar de drogas era ilegal, que a él y a William Burroughs les daba miedo hablar de su consumo de mariguana porque podían dar a la cárcel. Los autores de Cartas de Ayahuasca, los gurús de la experimentación  para la cultura popular, quienes escribían sobre peyote y las percepciones extra-sensoriales, Leary se sube al estilo de esa narrativa desde un ámbito más clínico, eso sí, Baudrillard ya había escrito Los paraísos artificiales. Estos chamanes populares le tenían miedo a la fonética de las drogas, más allá del gusto del efecto, la mención.

Microensayos pesimistas

Jack Kerouac no escribe, mecanografía. Espeta Truman Capote a la novela americana del momento. El rollo mecanografiado de On the road fue hecho en anfetaminas, a propósito de los discursos del post estructuralismo o el new age y las premisas del nihilismo, no se le dice a aquél rollo un disparate en tachas, se le dice prosa espontánea.   

Las drogas y la psicodelia la adopta la cultura popular (y universal) y llega a nuestros días. Ya no hay estigma, no se tiene que ser un mugroso o un hippie para consumir drogas, se puede estereotipizar sobre qué tipo de drogas consume un yuppie o un humanista, qué tipo de droga se utiliza según la vestimenta. 

La aceptación de las drogas para la cultura dejó tener connotación controversial, por lo tanto, dejó de ser un tema filosófico; lo que era un ensayo fenomenológico sobre el efecto del peyote se convirtió en una anécdota sin muchos adjetivos. Aquellos escritos sobre la fascinación de las drogas y drogadicción han dejado de ser interesantes, ya se dijo todo incluso este escrito. 

Todo el mundo fuma mariguana y significa nada, el mismo oficial que te confisca mientras te sube a la patrulla consume igual que su adversario legal. Una vez más, la ética y la legalidad entrevén la artificialidad de las construcciones sociales.  

El neo-yuppie, el deseado Lobo de wall-street consume drogas estrafalarias, pero él viste bien, él no se droga. Los anuncios radiofónicos que “combaten” la drogadicción enuncia una voz tercermundista, sólo los pobres necesitan rehabilitación, ergo: los ricos no se drogan.  

Antes se vivía desde la sobriedad y el estrato de borrachera era una sublimación, las crisis existenciales —por otra parte— han hecho de la sociedad embrutecida una constante crisis, la sobriedad es un estrato inexistente (y también me refiero al transhumanismo, el mundo de las pantallas y la adicción cibernética como un tipo de opio que no nos permite vivir en la sobriedad). 

El mugroso hippie que habla desde sus delirios sin sustentos filosóficos se acerca a una noción mística al querer enunciar su experiencia somática bajo el consumo de estupefacientes. Aquella disyuntiva de la filosofía occidental contra el silencio. Parece más nirvánico un heroinómano al borde de la sobredosis. 

El epicentro bohemio se difumina, se crean microsociedades con demasiados centros, el todo y la nada regresan a su baile holístico. 

Por Diego Pacheco

Egresado de filosofía (eso dice mucho).

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