Las voces van llegando desde el horizonte
y te dicen que los demonios te hablan entre dientes.
El callejón se cierne como la boca de un animal hambriento,
como el negro de una mirada
entre los destellos del horizonte,
con el clamor de un dulce huracán
que llegará a medianoche.
Y ves que avanzan, que la bulla del mundo no tiene sueño,
como esas gotas que bañan tus hombros caídos,
que te recuerdan lo frío de las palabras,
que se niegan a correr hacia
las montañas de los ayeres.
Se detiene la marcha bajo la sombra
de un alma llena de cafeína
y muchos estimulantes artificiales;
esas formas sin tiempo ni espacio,
sin luz, sin tinieblas, sin respuestas útiles.
(Los ojos rojos pasan volando…)
Aquello de lo que aún no huyes
te espera en la esquina de un motel abandonado,
uno donde las luces intermitentes de la entrada
son las de tu hogar marchito.
Caminas dejando atrás tus notas,
esperando que salga el sol;
pero ves la hora y te das cuenta
de que alguien olvidó darle cuerda a la vida.
Alguna vez un hombre de barba blanca
te habló acerca de estas noches
tan largas como un cáncer
que no te mata fácilmente.