Debajo de aquella gótica sombra, donde
las aves se alejaban con una dormida brisa,
un hombre con contadas gotas de paz
oía el rodar de las llantas de un carretón de sorbetes.
Guiaba su mirada más allá de las naves,
más allá de aquellas masas blancas,
más allá, hasta perderse en el ardor del sol.
Con una sencilla nobleza, se despojó de
su sombrero. Apenas logró escabullir
su tristeza en una charla
con el suelo que pisaba y su hombría
como cabuya, consumiéndose.
Silenciosamente rechinaba los dientes y
mientras se preparaba para soltar un aguacero,
porque el amor de su vida lo abandonó
con un beso en el cachete.