Hace tiempo que empecé a desentrañar los misterios que rodean al mundo del arte. Al ejecutar un análisis de una obra, ya sea literaria o de otra rama de las artes, procuro emplearme con “ojo infantil”, siempre incansable, curioso y escrutador al extremo, para detectar aquellas pistas que suelen insinuar que hay algo más que la mera superficie dentro de una obra artística. Entre esas idas y venidas, siempre hay un fragmento que recompensa las pesquisas y promete la resolución de un enigma vedado a los espectadores.
De tal manera, en esta ocasión confrontaremos una obra un tanto desconocida para el mundo contemporáneo: Los Embajadores de Hans Holbein el Joven. Esta pintura es meritoria de un estudio más a fondo de lo que podría suscitar su aparente “normalidad” en cuanto a la temática mostrada.
Aunque existen muchas obras de arte que se han impregnado de cierto “esoterismo”, por ejemplo, tal es el caso de las obras de Da Vinci cuyos secretos se han tratado en diferentes ámbitos de la literatura y el cine. Sin embargo, existen obras como la de Holbein en donde el mensaje nos golpea directamente y nos saca de la quieta serenidad de una escena aparentemente convencional. Sin duda hay mucho más allá para conocer.

Al analizar la obra de Los Embajadores podemos acceder a dos interpretaciones un tanto distintas entre sí. La primera corresponde a tratar los datos técnicos de la obra como por ejemplo el manejo de la técnica, el uso armonioso de los colores y la luz, las figuras mostradas, las proporciones, etc. La segunda, por otro lado, sería la explicación esotérica de cada uno de los elementos mostrados exprimiendo el significado de cada símbolo. Ante esto, procederemos a abordar ambas interpretaciones de la pintura de Holbein.
Como primer paso hay que conocer la obra en general. Los Embajadores es una pintura creada por Hans Holbein el Joven en 1533 durante su estancia en Inglaterra. La escena que se nos muestra al acercarnos trata de dos hombres posando, un par de “embajadores” franceses, los cuales son Jean de Dienteville, Seigneur de Polisy, y George de Selve, obispo de Lavour. Estos personajes se encuentran posicionados a los extremos de la escena y con posturas bastantes relajadas. Sus ropajes son suntuosos, pulcros y expresan riqueza en más de un sentido. Sus atributos físicos los envuelven en un aura de autoridad y poderío que hace contraste con la limpieza del salón.

Estos hombres plasmados a escala natural se encuentran en contacto directo con ciertos objetos que podrían ser considerados banales y propios de un salón de la época. Sin embargo, he aquí uno de los secretos que contiene la misteriosa pintura. Recordemos que nada está puesto al azar.
Por un lado tenemos un estante superior en donde se recargan los brazos de los embajadores, y en el cual se vislumbran objetos singulares como un globo celeste, un cuadrante solar, un libro y diversos instrumentos astronómicos.

En cuanto al estante inferior, se observan algunos libros abiertos, un globo terrestre, una escuadra, un compás y un laúd.

Además de los hombres y la mesa, en el resto de la escena también se vislumbran unas cortinas de seda verde, un paño oriental y el piso de mármol. Sin embargo, del lado izquierdo se encuentra justo frente al espectador el elemento más curioso, enigmático y trascendente de la obra: un objeto grisáceo, podríamos decir óseo, el cual rompe con la evidente naturalidad del cuadro. Más adelante volveremos ante esta figura que el espectador no debe perder de vista ni un segundo.

En cuanto al aspecto simbólico de estos elementos mostrados, el orden de los objetos hace referencia directa a los ideales liberales de los que gozaban algunas personas durante aquella época.

Por un lado es necesario analizar en las figuras de los embajadores. El Segneur de Polisy y el obispo de Lavour están sumergidos en un ambiente místico que los une íntimamente. Su autoridad y riqueza evidente, al igual que su influencia en el mundo humano, son elementos que se podrían atribuir a ciertas personas no vulgares o comunes. Hay algo más que tratan de expresar estas figuras cuyas posturas alaban los diseños geométricos sagrados.
Dejando la cuestión de que uno podría representar a la vida liberal burguesa y el otro al dominio religioso, ambos son humanos sumergidos en un proceso de perfección alquímica.
A continuación se podrá comprender un poco más el contexto del cuadro.

Por otro lado tenemos los objetos de ambos estantes. Su significado, al explicarlo un poco más, arroja luz sobre el contenido general de la pintura y las intenciones del autor.

El orden con el que están colocados los objetos del estante de arriba evidentemente hace referencia a un “plano superior”, algo que se entiende como elevado, perfecto y espiritual. Por ejemplo, tenemos al globo celeste, al cuadrante solar y a los instrumentos astronómicos. Estaríamos frente a un significado que expresa lo superior del cosmos, los astros, lo divino, lo ideal.

Por el contrario, en el estante inferior se nos presentan elementos que refieren al plano terrenal de la existencia. Aquí tenemos una representación del planeta, un laúd, el cual hace referencia al arte, las musas, a lo efímero y a la fiesta. Además, se incluye un elemento bastante conocido en el mundo esotérico: una escuadra y un compás. Evidentemente se está expresando una intención que sobrepasa lo profano, siendo que estas herramientas se relacionan directamente con temas masónicos. Eso no es todo, ya que también se muestran dos libros abiertos y cuyo contenido puede describirse como “liberal”.
Sin embargo, atención a lo siguiente.
Sobre todos estos elementos emerge otra figura más enigmática y distorsionada que sobrecoge la atención del espectador en cuanto detecta su verdadera forma. A este tipo de presentaciones se les denomina “anamorfosis”, una deformación intencionada de una imagen la cual requiere de un proceso óptico para corregir dicha distorsión. Muy hábil por parte de Holbein.

En este casi se presenta una cosa blanca y alargada que al verla de frente no nos dice gran cosa. Sin embargo, el secreto de su codificación se expresa a continuación: es necesario mirar la pintura desde el extremo derecho de la escena, girando un poco la cabeza, para conocer que detrás de esa masa deforme se asoma un terrorífico cráneo humano.

Con la presencia de este cráneo podemos descifrar gran parte de las intenciones de Holbein. Por un lado tenemos la presentados de dos personas de gran poderío y bien ataviadas que están en contacto con los planos superior e inferiores del universo en perfecto orden.
Además, aquel cráneo sonriente nos refiere al significado de la muerte, del cambio, de lo eterno y de lo inevitable para toda la existencia. Todo lo que vive debe perecer. Hay un gran mensaje detrás de este cuadro que sin duda cada espectador deberá confrontar a su manera.

Hay que tener en cuenta que en toda obra artística siempre habrá una escena que se nos muestre y que nos indicará una acción en pleno desarrollo, un movimiento, una intención determinada. Hay que tratar de comprender la intención del artista al momento de confrontar una obra y tener en mente el contexto del periodo en que fue creada, la situación del artista, así como toda clase de elementos simbólicos que están presentes y que podrían aportar una interpretación más significativa que la obviedad de los elementos presentados.
Cada vez que nos absorbe una obra, nos enfrascamos en un diálogo interno entre nuestra concepción del mundo y la del autor. Es un fuero secreto que podemos desarrollar entre más lo asimilamos mientras que nos muestra un mundo totalmente diferente al nuestro.
El símbolo siempre predominará sin importar los valores estéticos de cada época.