La ciudad es un bosque
en silencio mortuorio,
el ruido monótono de cualquier tarde
bajo un cielo en cenizas.
Es la fría atmósfera
en el infierno de la vida,
donde marchan sin sentido
los esclavos, los demonios y los condenados.
(No vayas hacia la luz;
corre, piérdete en la selva oscura.)
Yo lo supe, desde antes
de abrir las puertas al dolor
que se asomó en la juventud.
Tú no lo sabes, no quieres saberlo;
él, ella, todos se van,
se consumen en la fuerza imparable
de legiones enteras.
(Quédate en esta colina, un poco más;
ya vendrá con sus alas de espinas.)
Así se ve la tortura,
se siente la desgracia en las venas.
¿No les pesa el corazón marchito?
La costumbre es fuerte y ciega;
la vida se ha vuelto el miedo de mis ojos.
¿Mas qué es la vida misma
si no se puede llorar con los sentidos?
(Ese es el secreto que nadie busca;
la verdad asesinada desde que el caos se volvió hombre.)
Recorre mi piel un aliento cálido,
una sombra desconocida.
El aire lleva consigo
luces de oro, polvo plateado.
(¿Sopla el viento en este lugar?)
Y en su marcha inagotable,
no perciben el cambio en la atmósfera;
la lluvia suave que crece a mis espaldas.
(¿Qué presencia se yergue aquí?)
Danza de plumas
inunda el valle,
la ciudad que parece bosque.
La selva oscura.
(¿Qué buscas en esta tierra perdida?)