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Apuntes de viaje: el diáfano Puerto de Veracruz

Era media noche cuando Diana y yo nos caminamos hacia una aventura  romántica con destino a la bella ciudad de Veracruz. El camino que nos esperaba era de seis horas saliendo a toda prisa desde la Ciudad de México. Después de mucho recorrido nocturno al fin arribamos cerca de las seis de la mañana en el Puerto de Veracruz, el cuatro veces heroico y renombrado sitio de tantas memorias históricas.

Para aquellos que desconozcan este paradisíaco destino de México, el Puerto de Veracruz significa riqueza cultural entre deliciosas playas, lugares históricos, la melancolía de un ayer cálido, postales emblemáticas, encuentros, desencuentros, sabores y muchas delicias culinarias únicas que sólo se encuentran en este espacio reluciente.

Al salir de la estación se pueden escuchar las piezas musicales ejecutadas por miles de pájaros en las copas de los árboles justo a la salida del sol.
El calor que emana del terreno es abrasador y perfumado. Aún antes de adentrarse en el puerto de percibe el aroma marino cargado de la pasión por la buena comida y hospitalidad.

El Puerto de Veracruz tiene un pasado lleno de gloria debido a los acontecimientos bélicos que ahí se sucedieron en las etapas de la Independencia, la Intervención Francesa, la Intervención Norteamericana y la Revolución, siendo el Fuerte de San Juan de Ulúa uno de los hitos más representativos del puerto.

A su vez se asoman las cálidas playas que rodean al Puerto en el cual se extiende un mar lustroso, profundo y misterioso. Siendo auriculares el puerto ha tenido un papel comercial importante hasta la fecha, actualmente pueden verse las grandes embarcaciones surcando las aguas próximas al Puerto.

Cerca del malecón, el lugar de paseo por excelencia, yacen algunas de estos inmensos barcos que bien podrían formar parte del horizonte permanente de Veracruz si no fuera porque a cada hora se ven distintos modelos, banderas y cargamentos que vienen y van a todas horas. El movimiento se mezcla con la ilusión febril como si fueran luces de farol en medio de una noche de lluvia suave.

A medida que el día transcurre en el puerto, lugares nuevos  brincan y se abarrotan  mientras el calor se intensifica. El aroma a marisco invade el entorno, las tiendas de artesanías rebozan y la heladería tradicional del «Güero Güero» lanza sus ofertas dulces como la clásica y riquísima nieve de cacahuate. Este sabor exige una segunda dosis constante cuya huella se queda plasmada en el paladar del extranjero que la recuerda hasta en sueños.

Aunque cerca del malecón abundan lujosos restaurantes y algunos buffet de prestigio para los turistas más exquisitos, sin duda los mejores platillos se sirven en Don Pepe’s, a unas cuadras del Zócalo, en donde sirven el inigualable Arroz a la tumbada, un caldo adornado con arroz y mariscos servidos estupendamente. Sin duda la atención, ambiente y hospitalidad de aquel restaurante se adecuan perfectamente al prestigio cultural del puerto. Afortunadamente, estos sitios prevalecen en la memoria del puerto y nos recuerdan que existe otro tipo de vida más allá de la incipiente urbanidad un tanto fría que tan esclavizados nos mantiene a todas horas de existencia.

Pese a que se cuente con varios días para explorar el lugar veracruzano, el tiempo no basta para explorar y disfrutar cada uno de los rincones que ofrecen recuerdos y secretos históricos: los edificios, faros, rutas de tranvía, playas, misteriosas calles y un sin fin de historias que han llegado a nosotros por muchas vías. Pareciera que aún retumban los cañonazos de combates arcanos mezclados con el sonido de los barcos cargados de tropas y de mercancías exóticas del ayer.

Por mucho tiempo el Puerto de Veracruz fue considerado como la puerta de México hacia el mundo, cosa que se puede percibir a primera vista en cuanto se pasea por sus alrededores. Por aquellas puertas seguramente deambularon emocionados nuestros antepasados y seguramente lo harán en un futuro nuestra descendencia próxima hasta fundirse en una cadena de tradición que el tiempo no podrá romper.

El folclor también inunda la vida nocturna del puerto, en especial cerca del centro histórico el cual se llena de un aroma a café fresco y cargado. Hay bailes, música, risas  y charlas amenas por todos lados. Uno de los cafés más famosos del lugar es el de La Parroquia, en el cual la tradición dicta una forma peculiar de pedir a los meseros un poco de leche en los cafés: hacer sonar la cuchara en el vaso emulando la campanilla de un tranvía. Esta es una tradición que aún sobrevive en los asistentes del lugar y que invade con ilusión a los extraños que venimos desde tierras más desconfiadas y frías.

Algo más para mencionar de este idílico lugar es el comportamiento del mar de noche. En cuanto el sol se pone y el cielo se llena de estrellas, el calor disminuye un poco y se libera la fiereza del mar se libera en toda su magnitud violenta. La brisa y el oleaje rugen con fuerza cerca de las playas y las rocas retumban con estos rugidos. A la distancia se percibe la oscuridad helada del mar que se extiende al infinito frente a nosotros. El corazón anhela calor, frescura y reposo en medio de aquel desierto de esplendor.

Sin duda te invade una sensación extraña y melancólica donde lo más impactante es el misterio del mar insondable que se funde con la negrura del cielo lejano. Un lenguaje olvidado se escucha a cada golpe de las olas sobre las piedras negras de la orilla. Debajo de aquellas aguas habitan mitos y leyendas que sin duda nos miran de igual forma en que nosotros miramos a las estrellas en lo alto.

Otros lugares impactantes en el puerto son la zona de
la acuario y «Cancuncito», un lugar singular en medio del mar abierto creado a causa de un ciclón en décadas pasadas y en donde la gente puede acceder por medio de veloces lanchas y de guías especializados. Cerca del lugar también se encuentra la Isla de los Sacrificios y un área reservada en donde la vida marina se mantiene protegida ante el acecho de hombre civilizado y voraz como lo somos todos en su mayoría en este mundo de ajetreo sumergido en la más insípida inmediatez.

El tiempo en el Puerto de Veracruz parece transcurrir líquido y veloz mientras que a veces parece inmortalizar el instante en medio del oleaje tranquilo y las gaviotas. Un pasado olvidado nos agolpa la mente y nos susurra algunos secretos del mundo que yacen debajo en las profundidades del mar.

En algunos sitios se pueden ver espacios dedicados al recuerdo y a la añoranza. Todo encuentro romántico encuentra un nido dentro del mar y la arena del Puerto  de Veracruz. La piel y el corazón quedan marcados por el impacto de aquel sol reluciente que brilla, destella y nos embarga en una atmósfera de ensueño marítimo que estimula nuestra imaginación entre cada ola. Sin duda, una de las joyas históricas y culturales que tiene que ofrecer México al mundo. Aquí se ofrece otro mundo, otra forma de vida, otra esencia, otra alma para resurgir.

Así fue Veracruz para Diana y para mí.

Por Alfredo Daniel Copado

Columnista, ensayista, doctorando y escritor de relatos fantásticos, bélicos, terror y ciencia ficción

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