Jonatan Rodas / relato breve
—Pero papá—le dijo Josep, llorando—. Si Dios no existe, ¿Quién hizo el mundo?
—Tonto—dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto—. Tonto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.
Eduardo Galeano
Mariano Gómez Soto nació el 9 de abril de 1932. Según mis cálculos y los más precisos detalles del sitio ancestors.familysearch.org a los 12 años de edad debió haber presenciado la caída del dictador, en 1944. ¿Era ya albañil? Cuando yo lo conocí ya era albañil. O más precisamente, maestro de obras. Porque para mis días de infancia, mi abuelo ya dirigía una cuadrilla de albañiles entre los que figuraban mis dos tíos: Ernesto y Enrique.
Estos dos tomaron caminos diferentes. Ambos anestesiados, digo yo. Pero quién soy yo ahora para juzgar sus vidas. Por el contrario, los tres, mi abuelo y mis dos tíos fueron figuras de mucha presencia en mi vida. De mi abuelo, por ejemplo, llevo el nombre. De mi tío Quique la melancolía y la culpa. Y de mi tío Neto, la potencia de la rebeldía y la espontaneidad que pocas veces he podido mostrar y que muchos años después de su muerte se materializó en una figura literaria que inventé: el Lanudo.
Hoy es el día de la cruz, día de los albañiles también. Y lo recuerdo muy bien porque en el álbum familiar aparecen fotos en las que mi abuelo y su cuadrilla posan en una construcción adornada con una cruz. Cruz de retazos de madera de construcción. Cruz de flores de plástico que después, con plena consciencia a causa de su alcoholismo, irían a adornar sus propias tumbas. Mi abuelo murió joven, a los 62 años, el 10 de agosto de 1994. El tío Viviano, su hermano, corrió la misma suerte. Mi tío Neto, también, más joven aún.
Triste pero predecible. Para estos albañiles parecía que el licor era requisito fundamental. Excepto para mi tío Quique, que se volvió evangélico y, al igual que mi abuela, se encerró en un mundo impenetrable donde, asumo, murió ahogado en su propio dolor. Al Oscar, hijo bastardo de mi abuelo y pronto también convertido en parte de la planilla de albañiles, lo encontraron en el fondo de un barranco.
Albañiles. Los constructores de este mundo.
“¿A dónde fueron los albañiles la noche que terminaron la Muralla China?” se preguntaba Bertol Brecht.
A la Tico-Tico, habría podido responder yo. O al Alacrán Negro. Era muy fácil encontrarlos ahí. Bebiendo, ensimismados unos, eufóricos otros (mi tío Neto). Pero siempre bebiendo, octavo tras octavo de aguardiente. Apagando una sed milenaria, sedando un antiguo dolor. Caminando cada día un poco más rápido de lo normal hacia su tumba.
A la mañana siguiente, la piel curtida, los labios hinchados, subiendo a la camioneta. Montando las herramientas. Sudando la gota amarga. Volvían a la ardua tarea de hacer el mundo.
*Imagen tomada de la página de Facebook de revista y editorial Sudestada