Hidalgo torero
A mi querido y marcial Pepe Malasombra
Los insurgentes derramaban el vino por las escalerillas con la intención de que empapara como sangre al llegar a la arena. De cerca, aunque tras del burladero, apareció Rayón. Juanito y Nacho Aldama jineteaban regios potros a los extremos del cerco y fungían de picadores. Aprestado un torito cinqueño de nombre Reyfernando. Hidalgo saludó al tendido y acarició capote y espada. Un redoble silenció las gradas y gritó el pregonero:
— Con el permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide…
Detenido el gentío, los picadores, el matador y la Muerte, Allende no quiso seguir dilatando dicha inmovilidad y concedió la corrida.
Ensortilegio
Villa de la Encarnación. Barrio de Corpus Christi. Plaza de mulatos, célebre por sus gayas de carnes melosas. Los cadáveres cunden las esquinas, los cuerpos se descarapelan a la inclemencia, rociados de cal. Morelos y su ejército irrumpen por la calle real y desmontan frente al convento carmelita. Por los vanos y almenas los monjes les arrojan aceite caliente e inmundicias. Sin embargo, antes del atardecer, los insurgentes toman el convento, degüellan a los religiosos y liberan a las mulatitas que medio desnudas aún lloran en las celdas. Una de cabellera larga y ensortijada, como el sortilegio, monta a la grupa del alazán de Morelos y se abraza al talle del generalísimo.
*Nanoficciones pertenecientes al libro Eztlán, aún inédito y en busca de un editor valiente.