Aquí estoy:
atrapado entre la frontera de una ventana
y los límites de mi mente,
más allá de un cielo triste,
cerca de una estación cerrada.
El último tren se marchó con un murmullo,
un amistoso susurro de despedida.
Fue hace unas horas,
aunque puede ser un seudónimo
o una hipérbole indefinida;
es difícil saberlo: el reloj se detuvo
y todavía no escampa.
Qué importa, puedo esperar toda la noche;
tengo un café amargo y el libreto de un melodrama
que nada tiene de comedia;
sería bueno reescribir la última escena
o agregar un acto desesperado.
Suena absurdo, lo sé,
como égloga urbana escrita en pleno siglo XXI.
Y luego me quejo, pregunto e imagino;
también recuerdo, desvarío
y recorro el mismo camino de esta tarde lluviosa.
Una pausa.
Necesito un poco de azúcar,
una servilleta y otro tipo de bebida
para esta sinestesia de nostalgia,
reproches e incertidumbre.
Creo que este no es el lugar adecuado,
si es que existe alguno.
Ya veo las luces urbanas en medio de la tormenta.
Como dije:
atrapado.
Quiero una taza grande de lo que sea.
*Publicado en el poemario El abismo (POE, 2021)