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Dos caminos, pero solo un campeón. Bayern Múnich vs Paris Saint Germain en Lisboa

¿Es, como dice la canción de Revólver,
otra historia como tantas
de amor y de mala suerte,
y de un destino traidor?

Juan Villoro, a lo mejor citando a alguien de cuyo nombre de puedo acordarme, dice que el partido perfecto es aquel que termina sin goles, ya que no se cometió ningún error y es en esa disputa en donde podemos apreciar más que nunca el sentido táctico de la estrategia futbolística: dejemos por un lado el ballet de los artistas flotando sobre el terreno de juego, dejemos también por un lado ese genio desequilibrante que con una finta inesperada logra abrir el partido y dejar sentados a un par de defensas, dejemos entonces que el juego de mesa tome protagonismo y solo queden dos pensadores / intelectuales del deporte haciendo su trabajo, moviendo cada piececita con mucho cuidado, con el temor de arruinar la trayectoria del club, con el temor de arruinar la carrera de alguna futura promesa a despegar / la carrera de aquel que quiera posicionarse en la élite de élites, el Olimpo consagrado / su misma carrera después de todo, la del DT, tantas veces tan odiado, tan amado, tan ignorado. Cuántas veces ellos mismos, el DT (masculino o femenino), se ha condenado diciendo que si el equipo gana es gracias a los jugadores, pero si pierde es completa responsabilidad suya, ¿es esto una de las grandes injusticias de la vida cuando deja el alma para procurar darle una buena dinámica a su equipo y un equilibrio desenfrenado al autoestima de sus jugadores, por no decir el sudor, la voz y algunas veces las lágrimas en su línea técnica a un costado del campo? El DT es un león enjaulado que, cuando las cosas van mal, ve cómo sin piedad un ente diabólico arremete contra sus muchachos y él no puede hacer nada, solo ver impotente, gritar que ya es suficiente, gritar que reaccionen sin que lo escuchen porque “hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé…!”, a lo mejor, con suerte, realiza un par de cambios de jugadores esperando que ese hábil movimiento sea la solución de la paliza, pero otras tantas, en realidad las de más cuando el destino ya está escrito, para su perjuicio solamente realizó un cambio de víctima para continuar el martirio. Y, cuando las cosas van bien, la gloria de la batalla bien librada y bien ganada se la lleva el que anotó los goles, el cancerbero que impidió la sentencia de sus compañeros, el defensa que salvó en extremis o algún mediocampista que tomó la batuta del que dirige la orquesta que en los diarios se expondrán al siguiente día como el espectáculo estelar bien conjugado “del equipo / de los jugadores”; el DT si mucho será felicitado por sus mismos muchachos a la hora de ganar una copa y entonces, ahí sí, será alzado hacia el cielo como en ofrenda a los dioses pero, realmente, cuántos pueden lograr tal hazaña, cuántos son víctimas de los resultados y no de su ingenio táctico y entonces, de la forma más cruel les queda despedirse por la puerta de atrás o, si aún quedan fuerzas y orgullo para levantar la cara, mirarlos a los ojos y pronunciar unas palabras, dice un chau, hasta luego, hice que lo pude jóvenes, espero verlos en otra oportunidad.

Así se dio la final de la Champions League de este extraño y horroroso 2020 (temporada 2019-2020), con sendas curiosidades y, quizás, hasta acaboses del DT perdedor: Thomas Tuchel que entrena al París Saint Germain desde 2018 y Hans-Dieter Flick que dirige al Bayern Múnich desde finales del 2019, después de posicionarse como técnico interino tras el despido de Niko Kovac.

Tuchel llega para cumplir con la ansiada obsesión del magnate petrodolariano Nasser Al-Khelaïfi (una de las 100 personas más ricas del mundo) y del Qatar Sports Investmentpor ganar la Champions, pues en su torneo doméstico básicamente todo ya lo tiene ganado desde el papel, teniendo en cuenta una inversión de alrededor de ochocientos ochentaicuatro y piquito millones de euros en fichajes de mega-ultra estrellas del Deporte Rey entre 2011 y 2017 (sin contar las “pequeñas” contrataciones), lo que se estima que rondaría por los mil doscientos millones de euros. Sin embargo, por suerte el dinero no lo es todo, ¡ni siquiera en el futbol como piensan algunos ilusos!, Thomas en su primer año cayó contra el Manchester United en octavos de final con la azarosa y traicionera (siempre y cuando no esté de tu lado, claro) regla del gol de visitante, pero finalmente en su segundo año en el equipo de la Ciudad de las Luces logró dar un paso más en la orden qatarí llegando a la final del torneo de clubes más importante de Europa, pero todos sabemos que los jefes millonarios quieren los objetivos cumplidos sí o sí, por lo que no estamos aún seguros si la cabeza de Tuchel será perdonada por llegar al casi casi o si esos casi casi son insuficientes: “nos hemos dejado el alma en el terreno de juego. Es lo que se puede esperar en una final. No se puede controlar el resultado”, dijo más tarde el Thomas.

Si por un lado tenemos seguramente al PSG como el equipo europeo más despilfarrador de todos, por el otro lado está el Bayern Múnich que se jacta de ser el mejor equipo (o al menos uno de los mejores) en conservar un estado financiero estable, y de una forma u otra bien podría decirse que esta idiosincrasia se vio reflejada esta temporada con los resultados obtenidos tras convertirse en el segundo equipo europeo en lograr dos tripletes, lo que significa ganar la liga y la copa local (o doméstica, como les gusta decir a los comentaristas) y la escurridiza Champions League. En este privilegio de luminarias europeas solamente lo acompaña el FC Barcelona, quien esta temporada fue su víctima en los cuartos de final, atacándola a la yugular sin piedad alguna y sin chance de reacción.

Dos formas muy distintas de ver y planear un equipo de futbol, pero en busca del mismo objetivo.

Entonces, volviendo al partido, este estaba cerradísimo, un juego de ajedrez puro en donde el PSG se había acercado un par de veces de forma peligrosa al arco alemán pero, o pecaron de ilusos al no tirar a matar o la muralla de Manuel Neuer fue implacable, lo cual inevitablemente nos hace preguntarnos si a la hora de estar frente al marco en un mano contra mano y la jugada no acaba en gol, ¿el acierto es del portero o el error es del delantero? El PSG apostaba por el buen toque y la velocidad de Neymar, Mbappé y di María, y el Bayern por la templanza. El medio tiempo acabó con dos jugadas de peligro para cada quien y cada cual, y Jérome Boateng lesionado para dolor de cabeza del equipo bávaro. De esta forma, en el minuto 59del segundo tiempo, el equilibrio del tablero de las piezas bien colocadas se rompe cuando de Joshua Kimmich envía un centro y Kingsley Coman se encuentra más solo que un grito en el desierto, sin marca alguna, incluso sin aparecer sorpresivamente viniendo desde atrás, solamente ahí se encontraba, esperando un bombón que terminó siendo la pelota enviada “a la cocina” y zas, Keylor Navas nada pudo hacer porque el disparo de cabeza fue certero, a contramano y picando, tal y como lo mandan los manuales de futbol en el arte del cabeceo. Y así el partido fue todo para los alemanes, teniendo la posesión lejos de Neuer, con excepción de un susto que no llegó a más y sin el mejor día de las estrellas millonarias del PSG. Me imagino que, con el último pitido del señor árbitro, los qataríes suspiraron desde lo más hondo del pecho y menearon la cabeza de izquierda a derecha viendo pasar camionadas de euros y pensando, en la clásica frase que dicta que estuvo tan cerca y tan lejos, adiós amor mío / no sé si volveré… porque después de todo siempre son los alemanes los que terminan ganando porque no los liquidaste cuando pudiste. El PSG logró derrotar a sus fantasmas yendo a una final de Champions, pero Bayern le cobró derecho de piso: “Tenía la impresión de que el que lograra el primer gol iba a decidir la final”, sentenció el técnico del equipo francés.

Al final de cuentas este encuentro nos deja seis puntos interesantes:

  1. Y es que hiciste de todo para quedarte con la novia: salieron a cenar, fuiste un caballero, la trataste lo mejor que pudiste pero siempre no, gracias. Este fue el caso de Neymar Jr., el encargado de la odiosa frase que indica que debe “echarse el equipo al hombro”, sí, pero con 222 millones de euros cargando en la espalda, el fichaje más caro en la historia, el titán andando con una responsabilidad millonaria que representa esperanza y alegría. Asimismo, Kylian Mbappé, sopesando 145 millones de euros en sus zapatos, el segundo fichaje más caro en la historia, solamente le sirvieron para enviarle un tibio regalito al guardameta alemán. Y así fue, estuvieron tan lejos de lo que se esperaba de ambos…
  2. Una cosa nos lleva a la otra, no todo es dinero en esta vida porque una inversión de 367 no fue suficiente para llevar la Orejona a París, pero nos queda rondando una curiosa duda en el ambiente que se mastica en las salas de prensa, los periódicos, noticieros, mesas redondas de análisis deportivos: ¿es cierto que existe el hecho de la alcurnia / la casta en el futbol? Es decir que no solo se necesita abundante talento y una gruesa chequera sino también prestigio histórico de ciertos equipos para ganar las grandes finales, más si enfrente tuyo se encuentra un monstruo del futbol mundial, cosa que parece indicarnos por qué el Atlético de Madrid no pudo en dos ocasiones frente al odiado Real Madrid, el Tottenham frente al Liverpool al grito de guerra de “you never walk alone”, el Borussia Dortmund frente al mismo Bayern Múnich por mencionar algunos casos de los últimos diez años porque la misma historia puede observarse desde los octavos de final de cualquier gran campeonato.
  3. La inexorable ley del ex: un orgullo herido es la peor arma en la vida y en el futbol, asunto que hemos podido presenciar en una infinidad de casos y la final del domingo 23 de agosto no fue la excepción: Kingsley Coman, el verdugo del PSG, dio sus primeros pasos desde las fuerzas básicas e incluso hasta el debut en el club francés un febrero del 2013 con tan solo 16 años, y zas, vacunados.
  4. El Bayern se convirtió en el primer equipo en ganar la Champions con la perfección de victorias en todos sus encuentros, recordando que a partir de octavos de final solo se jugó a un partido, lo que no le impidió anotar en 43 ocasiones en 11 partidos.
  5. Flick ganó la Champions 2019-2020 en su primera temporada, ingresando al selecto grupo junto con Zidedine Zidane (2016) y Miguel Muñoz (1960) con el Real Madrid, Tony Barton (1982) con el Aston Villa en aquellos lejanos años de equidad económica y por lo tanto equidad en cuanto al poderío de cada club, Pep Guardiola (2009) y Luis Enrique (2015) del FC Barcelona; y si no estoy mal también se convirtió en el tercer entrenador en conseguir un triplete en su primera temporada junto con los ya mencionados Guardiola y Luis Enrique. Hazañas distinguidas para situaciones distinguidas en un año distinguido.
  6. En el Estádio da Luz en Lisboa no entró ningún aficionado por las medidas de seguridad impuestas por la FIFA, por lo que hubo una extraña combinación de profesionalismo y la sed de alentar cual hincha a su equipo por parte de los jugadores del Bayern con gran aliente y del PSG en menor medida, y así el único murmullo que nos rememora al ambiente de un estadio repleto fue gracias que no se olvidaron del primigenio amor al futbol, del jugador número doce, el grito de fuerza que acompaña a los once elegidos por un equipo y once por el otro para representar a la tribu.

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FC Barcelona: Fase I. Mi primer Barsa

Rara vez el hincha dice: “hoy juega mi club”. Más bien dice: “Hoy jugamos nosotros”. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.

Eduardo Galeano, de “El hincha”

Creo que es Juan Villoro el que dijo que hay tres formas para hacerse seguidor / fanático / hincha de un equipo de futbol: porque algún familiar te heredó ese equipo, por pertenencia física a la región que representa, por simpatía a un jugador o los colores de la camiseta / etc. Obviamente hay muchas razones más que próximamente escudriñaremos cuando sea pertinente, sin embargo por mi parte puedo decir que yo heredé el amor al Barcelona por parte de los hijos de las hermanas de mi madre, y de repente fue un amor a primera vista, los pajaritos empezaron a cantar, las maripositas en el estómago y, digamos, la vida empezó a tomar un poco más de sentido.

Eso a lo mejor fue por 1997 y empecé a tener conciencia de las consecuencias de mi enamoramiento y de mi decisión a conservarlo, desarrollarlo y potenciarlo a finales de esa década, el temible fin de siglo e inicio del 2000, los tiempos finiseculares.

Entonces, resumiendo, como diría Joaquín Sabina, y parafraseando a Sandro Rosell -vicepresidente deportivo en tiempos en que Laporta fue el presidente de la directiva y más tarde presidente en el periodo entre 2010-2014-, el Barsa era una vergüenza en Europa (con excepción del Dream Team liderado por Johan Cruyff) y por alguna extraña razón que aún no sabemos (lo dice un barcelonista que se regaló en adopción) era tomado en cuenta como uno de los grandes del viejo continente.

Según Deco, Frank Rijkaard le dijo a Laporta: «Un grande es el Real Madrid, el Milan, el Liverpool… Tienen cinco Champions, vosotros tenéis una… ¿Cómo vais a ser grandes?».

Incluso Rosell (sí, el que se curtió 643 días en prisión por el caso del malagradecido Neymar Jr.) allá por el inicio del siglo XXI dice que cuando estaban en el estira y afloja para intentar, otra vez, hacer un equipo decente con Laporta de presidente, en ese momento era un vergüenza decir que uno era del Barsa porque ya venían las críticas, las burlas que eran en realidad ofensas, los lapidarios números contra el Real Madrid, el eterno enemigo, etc. Y claro, eso fue una constante en mi preadolescencia: una constante desazón por apoyar a capa y espada a un equipo perdedor que no daba una, sin embargo ahí siempre estaba, ahí estábamos muchos tantos, en pie de guerra.

En las peores gestas, en las capas altas de la directiva teníamos al presidente José Luis Núñez con una casi dictadura de un poco más de veinte años, veintidós para ser exactos, y cuya gran labor se basa en 30 títulos (la mayoría sin gran valor, solo para adornar las urnas, con excepción de la era Cruyff) durante veintiún temporadas, el incremento de 77 905 a 106 000 socios, el también incremento de peñas alrededor del mundo y potencializar el encuentro mundial de peñas barcelonistas, así como la conformación y estabilización (1988-1994) y destrucción (1994-1996) del Dream Team de Cruyff, y una etapa de transición finiquitada con el caso Louis van Gaal (1997-2000) que incluyó una cohorte de futbolistas holandeses, que en su mayoría no dieron bola. Esta última etapa fue la que viví y la que le valió la presidencia a Núñez, con la que viene Joan Gaspart durante tres años con mucha más pena y nada de gloria.

Y así apareció Joan Laporta en el 2003 como relevo presidencial después de la dimisión de Gaspart a causa de una de las peores crisis del club en sus cien años de historia: un equipo desarticulado y un desastre financiero, incluso en muchas ocasiones saliendo chiflado del estadio, seguramente la peor humillación en el mundo del futbol: el chiflido de la afición… Laporta y su directiva entraron dando el 110% con la idea de trabajar en equipo (cosa que era impensable en las presidencias anteriores), experimentar cambiar los cimientos estructurales del FC Barcelona, y apostaron por un exjugador holandés muy reconocido, pero con casi total inexperiencia y mucha juventud para el banquillo: Frank Rijkaard.

Y así, de repente, como quien no ve venir la cosa, en ese mismo 2003 viene una joya, algo así como el jugador franquicia (dirían los gringos) después de que Laporta prometió a David Beckham y este se fue con el odiado rival, un fichaje en extremis que promulgaba esperanza, la salvación puesta en un individuo que parecía ser aprendiz de una escuela de magia que venía fraguándose desde la década de 1950, de esos “descarados carasucia” que, en palabras de Eduardo Galeano, salen del libreto y cometen el disparate de gambetear a todo el equipo rival, «y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad»: sí, el ilusionista / histrión / saltimbanqui Ronaldinho, conocido por su madre como Ronaldo de Assis Moreira.

La leyenda dice que hay ciertos condominios que buscan el cielo allá en las costas del Brasil, país de mezcla de esclavos negros con blancos colonizadores -para variar-, pero de pronto pasó algo que muy pocas personas -que en realidad es significativamente nadie- entiende qué sucedió, qué ocurrió, cómo de esas llamadas tribus del cielo con la frontera del mar que después conocimos como “favelas” surgió una serie infinita de personas que no solo jugaban (juegan) con un esférico, sino que le hablaban (hablan), lo acariciaban (acarician), lo domesticaban (domestican), lo entendían (entienden), lo enamoraban (enamoran)… De eso nos dimos cuenta desde que el deporte es deporte, así como desde que el mundo es mundo, así como que desde que de primero era el silencio, así como desde que el primer hombre fue de palo, así como que después fue haciéndose de maíz, etc., etc., etc.

Entonces, los visores de Joan Laporta y seguramente también Rijkaard se dieron cuenta de un tipo que parecía un aprendiz de mago, aunque sabemos que de esos no abundan pero sí andan revoloteando por ahí… se ven muy bonitos y encantadores con sus jugarretas pero al final no llevan a ningún lado, son como la breve impresión de la pólvora mojada porque producen un par de chispazos y adiós. Eso creímos. Laporta lo vio, no sabemos si apostaba al viento como un gesto de intrepidez suicida, o estaba seguro y convencido de que él podría ser la piedra angular para la reformación del Barcelona: el asunto es que lo vio y tiró su última carta.

Ese aprendiz resultó ser «el maestro» porque así lo decían los creadores, resultó ser un hechicero, resultó ser el prestidigitador como un tal Jesús que camina sobre el agua: él no solo caminaba sobre el agua sino que ahí mismo bailaba con el balón inventándose cada jugada inexplicable y, aún así, nos la trataba de explicar cada fin de semana, martes o miércoles en las noches mágicas de fútbol. Ese era uno, el #10, un elegido, el que proveía ilusión «y transmitía alegría»: «La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos». Eso vimos, eso sentimos, ese contemplamos, hasta que después de todo fue galardonado en el 2005 con el Balón de Oro; además de que Laporta salió en busca de 100 000 socios fieles a un escudo, en busca de “más pasión y más sentimiento y voluntad colectiva”.

Al principio, no se puede negar, fue el mismo Barsa de finales de la década del noventa en donde daba la sensación de que todo lo podía, de que hacía todo lo necesario, pero las cosas después de todo no salían. Pero el golpe final del cambio llegó una temporada más tarde al conseguir la Liga 2004-2005 después de seis años de puro desierto, lo cual se consagró con la consecución de la Champions League de la siguiente temporada (2005-2006) en el Stade de France contra el Arsenal. Al malabarista, además de un gran repertorio que incluía lo esencial de la cantera que más tarde nos llevarían a la gloria eterna, lo acompañó un león camerunés que decía que corría como negro para ganar como blanco, un killer total, un asesino del área de esos que convierten un gol de la forma que sea, de cualquier manera posible, la cosa es que la pelota debe terminar estampada en la red: Samuel Eto’o; además del incipiente crecimiento de un superdotado tocado por el dios del futbol o incluso reencarnado en él/ella/esto, reconvertido, rebautizado, reelaborado: Lionel Messi debutó en un partido oficial el 16 de octubre del 2004 en contra del Espanyol (tristemente ya descendidos) con apenas diecisiete años, tres meses y veintidós días. Messi, el Genio, la leyenda en vida, el D10S del futbol (diría el narrador Alfredo Martínez) anotó su primer gol oficial contra el Albacete el 1 de mayo del 2005 con diecisiete años, diez meses y siete días, como si de un mito ancestral se tratara, ya que lo hizo de la mano del otro #10, aquel que nos devolvió la sueño y el delirio, y nos hizo volver a sonreír.

Nada en la vida es para siempre y la era Rijkaard se terminó el 30 de junio del 2008 después de un par de temporadas sin títulos, pero de su mano se alcanzaron dos Ligas consecutivas, dos Supercopas de España y la segunda Liga de Campeones… y se empezó a forjar un pequeño reinado legendario rodeado de misterio y misticismo: «Cada uno ha hecho de todo, dadas las circunstancias. Sinceramente cada uno siempre ha querido lo mejor para el club, para sí mismo y sus compañeros».

Jugadores imprescindibles de ese momento: Ronaldinho (sus sombreritos, regates y la elástica, tan espectacular), Rafa Márquez (el «káiser» de Michoacán), Gio van Bronckhorst, Edgar Davis el «pitbull»), Thiago Motta, Luis Enrique (sí, el ahora entrenador), Phillip Cocu, Kluivert, el «conejito» Saviola, Overmars (el «correcaminos»), Deco, Edmilson, Giuly, Belletti, Sylvinho, Henrik Larsson.

Jugadores imprescindibles que fueron parte de la era Rijkaard y se quedaron para hacer historia: Víctor Valdés, «tarzán» Puyol, el «fantasmita» Andrés Iniesta, Xavi Hernández, la «pulga atómica» Lionel Messi, Samuel Eto’o, Thierry Henry, Yaya Touré, Eric Abidal, Gabriel Milito.

La conga apenas empezaba.