Face to face contra Cortázar y una carta que quizá nunca se entregó: Reflexiones sobre el cuento Carta a una señorita en Paris
Por: Alfredo Daniel Copado V.
Cuando uno se adentra en los mundos de Cortázar, debe aceptar con antelación la invitación a un próximo combate face to face contra un guerrero de múltiples rostros (una bestia de múltiples interpretaciones posibles), y en donde no se garantiza la supervivencia por mucho tiempo. En este enfrentamiento sucederá un choque de aceros entre lo fantástico y lo cotidiano. Las causas del conflicto pueden suceder fantásticamente ya sea en un departamento o en una calle de Paris en compañía de una taza de café, o tal vez un buen mate.
Un cuento breve puede contener muchos finales posibles que se adaptan a la comprensión de cada lector y, por lo tanto, no siempre las preguntas se adaptan a las respuestas que la obra ofrece. En los mundos de Cortázar se mezcla lo europeo y lo latino con una hermosa y brusca manera de percibir la vida. Siempre con un pequeño toque final de hartazgo fantástico que resulta ser bastante cotidiano para los personajes que viven sus aventuras bastantes barrocas en pleno siglo XX.
Carta a una señorita en Paris es un curioso ejemplo de ese hartazgo (fantástico y rutinario) que contiene un sinfín de interpretaciones posibles. En esta historia entran en combate la idea de la muerte, la locura, y una ligera insinuación de una fértil creación literaria que se entiende como unos conejitos esponjosos vomitados. Ese vomito creativo, al que puede referirse Cortázar cuando el protagonista expulsa higiénicamente sus conejitos, puede significar un parto creativo ilustrado como una inocente criatura esponjosa (diferente a las que se consiguen en las granjas) que se alimenta de pequeños tréboles (símbolo de la buena fortuna).
Como sucede constantemente al leer por vez primera una historia, uno no sabe a ciencia cierta qué puede resultar de entrar en estos mundos laberinticos. Uno se convierte en extranjero, un intruso, un invitado. Cortázar suele dirigirle la palabra a ese intruso confiado que además viene masticando la idea de digerir toda la trama de un sólo golpe y que comúnmente termina por parir una frustración agridulce al tener que re-leer un párrafo tras otros (o todo el cuento completo) para comprender siquiera una o varias pistas de lo que “realmente” se estaba hablando desde las primeras hojas de la historia.
¿Es culpa de un Cortázar hermético o es culpa de un lector pretencioso de sabiduría? Ese mismo lector intruso es quien hace una de estas dos cosas (o ambas) que fomentan más el funesto estado de confusión:
a) O no entiende parte del cuento (o en su totalidad) y termina por aceptar la obra como algo confuso e inexplicable.
b) O termina lanzando una interpretación digerible que resguardará su dignidad como lector (aplicando “la Navaja de Ockham” al momento de crear una interpretación para sobrevivir a esa experiencia literaria)
En este sentido es más fácil explicar el por qué de las traducciones de obras extranjeras que son sometidas a un proceso de asimilación literario y que son un caso diferente con el tener que comprender la trama principal de una obra en español.
Eso nos lleva a un punto importante de la reflexión del cuento de Cortázar: ¿Quién o qué diablos eran los conejitos que el protagonista vomitaba complaciente y que iba guardándolos con aprecio hasta pensar en exterminarlos con un poco de alcohol?
Por cierto, lo barroco se encuentra presente en esta curiosa carta (¿de suicidio?) ya que el adorno excesivo se encuentra enterrado hasta en lo más profundo de la descripción más sencilla. ¿Por qué siempre lo hermoso debe ser tan complicado? Todo parece quedar arreglado con la muerte. O el protagonista estaba bajo los efectos del alcohol o de la locura más benigna que le hace ver hermosos conejitos donde otros verían vómito, flemas y jugos gástricos (si es que tomamos literalmente esos “vómitos”)
También consideremos que la figura retórica que se aplica en “los conejitos” designa sencillamente la creación literaria del protagonista (que podemos asumir que es el propio Cortázar quien narra su historia) que nace de las vísceras del escritor las cuales contempla como lo más bello, puro e inocente y que prefiere matar de manera misericordiosa con cucharadas de alcohol. Esos conejitos podrían ser bellas ideas, narraciones, recuerdos y hasta poemas que “nacen” naturalmente por la boca (el lenguaje) del artista y que se acumulan donde quiera y que no se alimentan de otra cosa que no fuera suerte (tréboles). ¿Se habla acaso de un autor que está muriendo a causa de su propia vena artística?
Son hermosos esos conejos de diferentes colores que nacen de momentos inesperados y que duermen en cualquier parte. ¿Con qué finalidad se escribe una carta si no es para describir la causa de la muerte que asecha al protagonista? ¿Una carta de suicidio inducida por las creaciones o tal vez estas creaciones sean la razón real de un suicidio? Cortázar nos pone frente a sus personajes pensando que ya conocemos todo acerca de este o aquel sujeto y que comprendemos su situación como si lo conociéramos desde la infancia. También es curioso que las historias de Cortázar se presenten en cautiverio constante (siempre en un cuarto cerrado) con vista hacia la calle a través de una ventana/ balcón con flores hacia los lados. Siempre surge la dudad de que si en estos mundos barrocos gobierna la rutina y la invade la fantasía o es la fantasía la que reina, y un día viene de pronto lo rutinario a imponer un orden que afecta a todos los personajes disfrazados de cosmopolitas.
¿A qué nos sabe Cortázar en pleno siglo XXI? Siempre surge un protagonista que se resigna a su condición de hombre ilustrado que espera algo de su vida pro no sabe lo que es realmente. Hay un miedo tremendo al esnobismo. Son protagonistas embriagados de intelectualidad y alta cultura. Música por aquí y referencias artísticas por allá. París, siempre Paris. Buenos Aires es visto como una prisión a la que se deportan los muchos Julio Cortázar en perpetuo exilio. Esta Carta podría ser un anexo de Rayuela sin que lo sepamos. Con Cortázar podemos conocer aquel mundo intelectual de la postguerra de mediados del siglo XX en donde se esperaban milagros inesperados que esfumaran ese deterioro de la ciencia y el progreso. El arte es visto como un elemento que apacigua la existencia rutinaria de los protagonistas de Cortázar. Si vemos una foto del autor y pensamos en alguno de sus protagonistas siempre nos pasa por la mente que él transmitía sus vivencias a través de las historias de sus creaciones (conejitos) que algunas veces le salían blancos como la nieve, negros cual carbón o con una tonalidad gris que los coloca en el término medio del que hablaba Aristóteles.
Las mudanzas y los nombres afrancesados (y muy barrocos) inundan la narrativa de Cortázar. Él siempre rescata un poco de lo latino en medio de lo afrancesado. Hasta en París se bebe mate de vez en cuando o siempre hay un grupo latino que habita en la cuna de lo citadino europeo. Protagonistas sin patria que no están a gusto en ninguna parte. Siempre un amor, una aventura y un arrepentimiento. ¿Por qué quiere matar a los conejitos de una forma misericordiosa? Si interpretamos que esos animalitos son sus narraciones, se entiende el por qué se les mata con alcohol a cucharadas. Tal vez para que dejen de ser una plaga sin uso para el autor o quizá para que parezcan más adorables. ¿Y si es locura la que padece el autor y sencillamente los conejitos son vomitados al mundo porque refieren actos o frases que van en contra de la “cordura” de la sociedad de la postguerra?
Cortázar podría fungir como un buen sociólogo al intentar explicar cómo las clases “ilustradas” de mediados del siglo XX estaban en un momento de crisis en donde no se encontraba un sentido “de progreso” a las artes ni a la ciencia. Más bien se le daba un sentido existencial (subjetivo) en donde se relaciona constantemente a la música y las artes en general con sucesos de la vida personal de cada ser, en los cuales surgen similitudes y expresiones muy humanas que arrastran a los sujetos a cuestionarse primeramente sobre sí mismos antes de analizar al mundo que los rodea. A los protagonistas parece preocuparles más su propio mundo interior que el mundo exterior, al cual lo toman como algo dado, que ya no cambia y que siempre se mantendrá cuando ellos dejen de existir. También surgen de estas historias fantásticas una sospecha de surgimiento de una cultura juvenil. Muchos de los personajes son gente joven que se agrupa con otros miembros jóvenes para intercambiar percepciones artísticas, filosóficas y existenciales.
La música que suena por estos lares puede ser sinfónica y aristocrática o producto de las nuevas influencias rebeldes de la posguerra. Siempre son los ojos jóvenes los que critican y juzgan a lo viejo hasta que terminan por envejecer de igual manera. No siempre se sabe si Cortázar quería destruir su propio contexto o tal vez quería inmortalizarlo con todas sus facetas personales al enmascararlas como sus personajes latinos sometidos a un mundo barroco afrancesado.
El combate face to face no ha terminado todavía. No se puede dejar de reflexionar acerca de lo fantástico de este cuento: la figura del animal “conejito”. Esta historia pertenece a una antología de cuentos llamada Bestiario en donde surgen historias semejantes narradas por un joven Cortázar. El conejito significaría una pieza clasificada por el autor en su colección privada de bestias. Esta obra sería una bestia que se contiene a su misma. Todo esto fue una ardua tarea al interpretar el concepto de “bestia o animal fantástico” para poder registrarlo dentro de un catálogo literario al cual se puede acceder las veces que se quiera bajo una interpretación diferente cada día. Bestiario fue de las primeras aportaciones de Cortázar a la literatura a mediados del siglo XX y desde entonces las mencionadas interpretaciones han surgido bajo muchos presupuestos subjetivos. Ese bestiario resulta ser la colección privada de interpretaciones/animales fantásticos/conejitos que cada uno de los lectores resguardamos al final de la literatura en general de Cortázar que muchas veces echamos a pelear con otras interpretaciones de otros lectores similares para ver cuál resulta ser más fantástica, única y trascendente.
Cada quien tiene su animal/conejito favorito y predilecto que alimenta contantemente con los mejores tréboles de su cosecha. A veces también cabe la posibilidad que seamos víctimas de la locura del protagonista del cuento de la carta, y en vez de estar mirando hermosos conejitos y estemos frente a roedores repulsivos que una vez hartos de carcomernos las entrañas salen y comienzan a devorar nuestros apartamentos.

Por medio de preguntas podemos acercarnos a Cortázar cuanto queramos, pero él no tendrá más respuestas que nosotros sino más bien interpretaciones de nuestras preguntas. Lo mismo que nosotros ante sus historias. Puras interpretaciones fantásticas que no hacen más que velar aún más las verdaderas intenciones del autor. Esa es la magia que rompe lo cotidiano en Cortázar. Nos obliga a crear mundos fantásticos en donde no había más que una trama sencilla. Hicimos de lo cotidiano algo mágico. Nos ha hecho vomitar conejitos cuando debimos expulsar algo meramente biológico. De algo insignificante creamos una hermosa quimérica simbólica de significados importantes y personales para cada uno de nosotros que “leemos” los mundos de Cortázar. El combate ha terminado. ¿Y quién es el ganador?