Chinina Migone es un cuento que no puede leerse una sola vez. Hay algo adictivo en él, misterioso, un apetito circular que impone sucesivas lecturas para darse el gusto de leer sabiendo. Un extrañamiento minúsculo que ocurre y crece en otro lugar, distinto del entendimiento, hasta que se apropia de éste y de nosotras.
Rosa Chacel publicó este relato en la Revista Occidente en 1928, y posteriormente en la antología Sobre el piélago (Torremozas, Madrid, 1992). El texto contiene rasgos característicos de la prosa de Chacel, los más poderosos.
Nunca pensé que pudiera interesarme una mujer que dijera que Brasil es un país aburrido, tampoco una mujer que, aparentemente, no se declarase feminista. Y sin embargo me interesa Rosa Chacel. Me interesa su obra, ignorada durante décadas, y me interesa su proceso creativo.
La “señorita de Valladolid”, como la definió Neruda, empezó a escribir profesionalmente en Roma, ciudad a la que se trasladó con su marido en 1922. Antes, había frecuentado círculos intelectuales en Madrid y estudiado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. La escultura, arte primogénita entre las manos de Rosa Chacel, moldeará su forma de escribir, quizás su forma de leer, quizás su forma de estar en el mundo.
Leyó y reconoció las referencias de Ortega y Gasset, de Joyce. Un tanto impertérrita, incluso irónica, pero adoptando una incompleta pose de discípula, se codeó con ellos y otros autores vivos o muertos, de la más alta talla. Fue disciplinada en las formas, pero no tanto en el contenido. Al menos, tal y como han demostrado las estudiosas chacelianas, existen pruebas para decir que su posicionamiento feminista existe, y que aborda las cuestiones de género desde un complejísimo lugar de enfrentamiento intelectual y material con el patriarcado.
Esos atractivos rasgos característicos son tres: Escritura autobiográfica. Escritura viva, como ella misma la definió, hecha de vivencias, que no parte de ideas ni de personajes. Escritura estética, con un oficio literario que se realiza mediante la terca escultura de la materia.
Las magníficas combinatorias de estos ejes son ilimitadas, si fuese demasiado decir infinitas.
Por tanto, Rosa Chacel, la niña de Valladolid, la joven que vivió en Madrid y emigró a Roma, la mujer que vivió entre Buenos Aires y Río de Janeiro, la mujer madura que regresó, de algún modo lleno de conflictos, a España, es quien late en cada página escrita, quien se truca en adolescente o en poeta, también en Chinina Migone.
Es destacable la colaboración de Chacel con las investigadoras que, en vida, abordaron su obra (1). Destacable porque frente a esa lectura crítica atenta y respetuosa, ante esa admiración que no magnificó, sino que reafirmó el verdadero valor literario y psicológico de sus tramas, junto a esas hormigas decididas a descifrar sus mensajes encriptados, fue feliz. Feliz como quien después de alargar mucho el juego, puede ser descubierta y liberada.
¿Es Chinina Migone un cuento triste? No sé, no lo sé todavía. Hay algo al final, una vez se acostumbra la lectura a la trama de apenas nueve páginas, que me dice que es un cuento de esperanza. El narrador del relato es un hombre, un hombre cuya razón de ser parece ser admirar y luego aprisionar a Chinina. Traigo aquí unas líneas:
Todos me decían: la tienes ahogada, la estás matando. Pero yo la sacaba de sus límites para darla mi espacio. Y se filtraban en nuestra casa torvas embajadas del mundo que nos dejaban con disimulo explosivas insidias. Me huían, me sorteaban para llegar cuando ella no estuviese defendida. Pero yo aprendía a llevarme la llave, y a entrar como un ladrón para sorprender a los que me robaban. Así sorprendí a las tres rapaces.
De tanta cadena Chinina enmudeció, y lo siguiente que salió de su interior fue una niña. Pero esta niña tampoco quiso hablar y aunque era sabia, todo lo decía con los ojos. Cuando dejó de ser niña se convirtió en actriz, de cine mudo, y como tantas niñas que dejan de serlo, se marchaba de casa dando portazos. Dice el narrador que eso fue lo que mató a Chinina, pero Rosa Chacel emerge delicadamente por detrás y nos permite dudarlo. Él dice: Ahora busco a mi hija, con mi rencor y mi ternura; porque ¿dónde sino en ella puedo ponerlos?
Chinina vive en su hija, él, aunque habla, es un fantasma invisible. Tal vez no sea un cuento triste, tal vez sea un relato de estirpe e independencia. ¿Qué habrá sido de la hija de Chinina Migone?
(1) Las autoras de las tesis más relevantes sobre Rosa Chacel elaboradas antes de su fallecimiento y con su colaboración son Ana Rodríguez Fischer y Daniéle Miglos. El documentado estudio de Ana Bande Bande titulado Rosa Chacel y sus posibilidades (Uned, 2016, ISSN 2340-9029), recoge los estudios chacelianos y sus aportaciones.