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Javier Moro I Poeta de inasibles rebeldías

Conocí al poeta Javier Moro Hernández cuando ambos éramos párvulos estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana, en Xochimilco, y al igual que varios aspirantes a escritores, emprendíamos inocente proyectos como el tener una revistita literaria o atrevernos a publicar nuestros primeros cuentos o poemas en algún distraído periódico de circulación nacional. O bien nos hallábamos siguiendo casi secretamente por los pasillos de la universidad a las “vacas sagradas” Héctor Manjarrez, René Avilés Fabila o Andrés de Luna, a ver si podíamos intercambiar tres ideas con ellos. Sin embargo,  Javier se distinguía del resto del rebaño porque entonces él ya no jugaba a ser el escritor-editor,  él ya era el escritor-editor y por ello no pocas veces se ganaba nuestras miradas turbias cuando irrumpía en las borracheras que organizábamos en algún departamento o cuartucho a los alrededores de la universidad. El joven Javier, de cabello crespo a la Aquileo, sonrisa franca, facha beatnik y el flow verborréico que enarbolan odiosamente los poetas, sobre todo cuando la hermosura de las mujeres está presente. Y decíamos:

  • Chin, ya llegó Moro. Ninguna nos va a hacer caso.
  • Pues es que además desde que trabaja para Herralde…
  • ¿Herralde, Herralde…el de…?
  • …sí, el de Anagrama.

El chisme se hacía leyenda. Cierta magia ha envuelto desde entonces la vida de Moro. A sus tiernos veinte años ya trabajaba para la icónica editorial Anagrama. Lo peor del caso es que, al platicar con él, indiscutiblemente te caía bien. Y entonces entendías la chispa de aquel muchacho, nacido en Colombia en 1976, aunque también mexicano por antonomasia; entendías que el asunto no era suerte, sino talento, tesón, trabajo y obsesión por el verso perfecto en su rebeldía. Viajero, aventurero, poeta, periodista, caminante incansable, resultó natural que pronto se alejara de terruños, grupos, personas y bohemias. Por años le perdí la pista, hasta que coincidimos en casa de Nahum Torres, director de Ediciones Periféricas, a raíz de la publicación de su poemario Generación perdida (Ediciones periféricas, 2021). Ya no somos párvulos, pero en las conversaciones rejuvenecemos y nos iluminamos, como pasa siempre con dos amigos que se reencuentran una y otra vez. La poesía de Moro es, como sucede con los rebeldes, casi inasible, pero algo de ella se ha podido imprimir. Además del citado libro, también ha publicado Mareas (Abismos 2013),  Selva Baja (Proyecto literal, 2018) y la novela Cocaína (Camelot América, México, 2018), aunque su trabajo se ha publicado en diversidad de antologías y revistas. Asimismo, es notable su trabajo como periodista cultural y entrevistador y en puertas viene un proyecto operístico. 

  • ¿Querido Javier, cómo fue tu transición de Colombia a México?
  • Llegué a la Cd. de México muy pequeño, muy niño, con cinco años. Llegué a vivir entre la colonia Peralvillo y Tlatelolco, que son los rumbos de infancia de mi padre. Una zona cercana al centro, que comparte y tiene una relación empática, cercana a Tepito. Una zona brava de la mega urbe, desordenada, gris, caótica, ruidosa de la urbe, que en los años setenta empezaba a desfondarse. Creo que llegué cuando la ciudad dejaba de ser la urbe semirrural de los cincuenta, sesentas para convertirse en la ciudad monstruo gobernada con mano corrupta por tipos como Durazo. Una ciudad con tragafuegos en las esquinas, una ciudad que era la escenografía perfecta de películas como Lagunilla mi barrio (barrio al que efectivamente iba desde muy pequeño, pegado a las faldas de mi madre, que ahora pienso estaba tan perdida y desorientada como yo) o de Los Panchitos. Llegué a una ciudad caótica, los últimos meses del gobierno de López Portillo. Creo que era el final de una época. Nací en Colombia, hijo de una madre que fue la primera universitaria en una familia de campesinos, sembradores de café en el Departamento (Estado) de Cundinamarca. Una zona de un verde lujurioso, como dirían algunos novelistas. Una zona con lluvias torrenciales, que alebrestan la humedad. Una zona con pequeñas pozas que se formaban en el verano. Una zona alejada del tumulto y del caos que era la Bogotá de mis recuerdos en esa época. Una zona de cielos azules profundos. El cambio fue brutal. Total. Supongo que ese fue uno de mis primeros quiebres, una de mis primeras fracturas.
  • ¿Qué densidad tiene Colombia en tu vida?
  • Por azares de la vida, dejé de viajar a Colombia a los nueve años. Seguía algunas noticias por televisión: La toma del Palacio de Justicia, los asesinatos de políticos, las tomas guerrilleras de las FARC, Pablo Escobar. Pero cada vez me alejaba más. Excepto cuando jugaba la selección de Colombia, del Pibe Valderrama, Rincón, Andrés Escobar. Muchos años después, a los veintinueve años, pude viajar, de regreso, impulsado por mi madre. Y ahí me cayó todo el peso de la nostalgia, de la tristeza, de las dudas. De ese azar que me cambió la vida, sin duda, pero que me dejó también la duda de quién podría haber sido yo si me hubiera quedado allá. A veces creo que en Colombia hay otro Javier, que tiene otra vida y otro nombre, que no es poeta, ni sufre como poeta. Tal vez algún día me lo encuentre en algún aeropuerto y lo reconozca. Pero sin duda, puedo decirte que allá están mis raíces y mis cimientos. El Javier que vive en México ama este país, y lo sufre, y lo reconoce como propio. Pero también me gusta pensar que hay que fluir, que el sentimiento de ser latinoamericano me viene dado por una suerte de azar que me permite conocer dos países, ser de dos países, amar a dos países, sufrir dos países.
  • ¿Qué densidad tiene México en tu vida?
  • Llegué a vivir a México muy pequeño. Empecé a recorrer el país muy pequeño, gracias al trabajo de mi padre. Conocí lugares, ciudades que siguen siendo muy importantes para mí, como Oaxaca, Taxco, Cuernavaca. Conocí pronto, gracias a que me gustaba jugar fútbol, la Ciudad de México, sus barrios, sus colonias, sus canchas. Desde pequeño me hice vago, o flâneur. Desde muy joven aprendí a amar esta ciudad, que nunca me ha dejado de sorprender, maravillar, asustar. Porque creo que nunca hay que perderle el miedo a esta ciudad, nunca hay que perderle el respeto a esta ciudad. Por supuesto, también gracias al trabajo de mi padre como guía de turistas, pude conocer el imponente pasado indígena y colonial. También, desde muy pequeño me hice un vicioso de la letra impresa. Leer fue, es, esencial para mí. Me gusta mucho leer historia, me gusta mucho poder conocer las diferentes historias regionales de este país que en muchos sentidos es muchos países a la vez. Me parece que conocer la historia nos permite conocer, entender mucho del presente que somos. Así que México también es parte esencial de mi ser. Pero aquí te contaré que después de ese viaje a Colombia que realicé a mis veintinueve años y que me reconcilió y me afianzó con mi pasado colombiano, regresé a México cuando el país iniciaba una mal llamada “guerra contra el narco”. Un error histórico. Y me asusté al ver las similitudes y los paralelismos de una política de represión que bañó al país de sangre. De ahí surge una línea de trabajo que he venido desarrollado a lo largo de estos años y que se vio cristalizado en el libro de Generación Perdida. Han sido años de mucho dolor en México que creo que desde la literatura había que intentar contar, narrar, cantar.
  • Aprovechando que ya la mencionaste, háblanos de tu reciente Generación perdida.
  • Generación Perdida es el resultado del miedo que sentí cuando regresé de la Colombia gobernada por Álvaro Uribe, en donde las autoridades, que deben ser los primeros en respetar la legalidad, cometían actos de desaparición forzada, como los llamados “falsos positivos” y la guerrilla, que decía combatir la crueldad de la oligarquía, se asociaba con el narco y secuestraba a mansalva. Cuando regreso a México, Felipe Calderón, que llegó a la Presidencia como todos sabemos, cuestionado por el fraude electoral del 2006, sacó el ejército a las calles para combatir al narco. Esa decisión me pareció desacertada y peligrosa. Conocemos el resultado, por desgracia. Así que desde hace varios años empecé a trabajar una serie de poesías que hablarán sobre el dolor de las víctimas, la tristeza, la violencia, las violaciones a los Derechos Humanos, la ignominia y el cinismo de las autoridades competentes. Fue un trabajo que se desarrolló durante varios años. Porque también me interesaba hacer un poemario que sirviera para hablar justo del paralelismo de la historia de México y de Colombia. Hay poemas, como Yermo, por ejemplo, que hablan del tema de desplazamiento forzado en Colombia, que escribí y trabajé después de leer sobre una comunidad de habitantes de un barrio de Ciudad Bolívar, una localidad de Bogotá. Estas personas llegaron desplazadas hasta esta zona alta, del páramo de Bogotá, en donde sopla un viento helado de los Andes. (Bogotá está a 3700 metros sobre el nivel del mar, el viento es helado y cala los huesos). Pero hasta esta comunidad precaria han llegado nuevos grupos de paramilitares a cobrarles cuota y a amenazarlos. Una de las frases que leí era justo ¿Y ahora para donde me voy? Si ya lo perdí todo. De ahí surge este poema. Pero este es un caso que podemos encontrar en Sinaloa o en Guerrero, con comunidades desplazadas por la violencia. Pero también hay poemas como Campos de Sorgo que abordan el tema de la violencia en el municipio de San Fernando, en donde asesinaron a los 72 migrantes. Es decir, quería abordar casos de violencia que sucedieron en diferentes partes del continente, para hacer un abanico de las violencias que nos cruzan. Por supuesto, no son todas, ni mucho menos. Por otro lado, había publicado el poema de Los Hipopótamos de Pablo Escobar en formato plaquette hace unos años, y el editor de Ediciones Periféricas consideró, con su buen ojo, que podría ser el poema que cerrara el libro, ya que es un poema irónico que nos muestra desde una perspectiva de los animales, esta violencia que nuestro continente sufre y sigue sufriendo.
  • ¿Has sentido vivir la diáspora?
  • Vivo con una nostalgia permanente, vivo con una sensación de división permanente. Una nostalgia que me asalta de vez en cuando por una Bogotá en la que viví poco y en la que no me siento del todo integrado cuando estoy allá. Alguien muy especial me dijo alguna vez que vivo con la nostalgia de lo que fui y de lo que pude ser. Sin embargo, creo que una de las venas que recorre mi vida y mi trabajo es el cuestionarlo todo, empezando por mí. Y en ese sentido, me he preguntado mucho qué significa tener una nacionalidad específica, y la historia nos enseña que en muchas ocasiones las nacionalidades han sido una construcción impuesta por una élite en un momento determinado. Y en ocasiones, me doy cuenta de que formo parte de una tradición de escritores colombianos, entre los que se encuentran Porfirio Barba Jacob, Fernando Vallejo que reniegan un tanto cuanto de su nacionalidad. Claro, a mí Colombia no me expulsó, sólo no me acoge del todo. Pero esa sensación también puede hacerse extensiva a México. Tal vez sea porque nunca estoy del todo en un solo lugar. Hace muchos años, una amiga de la universidad me dijo que le parecía fantasmal. Que aparecía y desaparecía. Creo que esa es una de mis esencias. No estar del todo nunca en un solo lugar. 
  • ¿Cuál es tu perspectiva de la literatura colombiana contemporánea?
  • La literatura colombiana está viviendo un momento muy interesante, pues vemos la consolidación de varias autoras, como Pilar Quintana, por ejemplo, reciente ganadora del Premio Alfaguara. O Piedad Bonett, que es una excelente poeta pero que también ya incursionó en la novela. Por supuesto, sabemos que los grandes premios y las grandes empresas no necesariamente nos hablan de la salud de una literatura como tal, pero creo que es un buen referente. Sin duda, el tema de la violencia pasada y presente también está muy presente. El tema de la soledad, la incomunicación, la incapacidad para entender y asimilarnos a una realidad sumamente violenta e intolerante. Colombia se está moviendo, desde mi perspectiva, a una sociedad más abierta al mundo, y eso nos les permite pretender formas menos violentas de convivencia. Pero lo cierto es que la historia reciente (60 años de guerra civil, con diferentes manifestaciones de paramilitarismo, guerrillas, bacrim, narcos puros, etcétera) marcan tanto la convivencia como a la misma literatura. Por otro lado, Colombia fue y sigue siendo un país de poetas. Por suerte, eso no ha cambiado. Se sigue escribiendo y publicando una poesía de enorme calidad. También existe una enorme cantidad de revistas y han surgido, poco a poco, editoriales independientes, que le dan vuelo a la producción literaria colombiana. Una de las cosas que lamento es no poder estar tan en contacto con la producción independiente colombiana.
  • Tú que tanto has participado con ellas ¿qué papel juegan las editoriales independientes en la literatura contemporánea latinoamericana?
  • La literatura latinoamericana es un océano amplio y profundo. Y en ese ecosistema las editoriales independientes son un eslabón necesario, indispensable para publicar, pero también (y esto es algo que me parece esencial recalcar) para dialogar con diferentes tradiciones literarias. América Latina fue durante las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado (otra vez la historia) un epicentro del libro. Los autores se escribían entre ellos, se compartían sus libros, los periódicos publicaban columnas de autores que residían en las diferentes capitales del continente. Había un diálogo intenso. Basta recordar que Cien años de Soledad se escribió en la Ciudad de México y se publicó en Buenos Aires, para darnos una idea de la cantidad de ideas, versos, párrafos que viajaban por los servicios postales del continente. Eso cambió a partir de la década de los años ochenta, cuando Barcelona se convirtió en el epicentro del libro latinoamericano. Los ojos de los lectores se fueron hacia el mediterráneo y las crisis económicas de los países latinoamericanos provocaron el cierre o la compra de varias editoriales míticas. Algunas, pocas, sobrevivieron. Pero poco a poco surgieron nuevos proyectos editoriales, tal vez más modestos, pero con una visión independiente, contestataria, radical, que se agradece. Las editoriales cartoneras son un gran ejemplo. Pero no son las únicas. En los últimos diez, quince años, el número de editoriales independientes en Ecuador, Chile, Perú, Colombia, Argentina (que me parece que es un país que se cocina aparte) han crecido de manera exponencial. Estas editoriales han revitalizado el diálogo entre autores y tradiciones literarias. Han revitalizado el intercambio entre las diferentes voces. Creo que en el ecosistema latinoamericano las editoriales independientes son la savia que lo nutre.
  • ¿Está devorando España al ámbito editorial, y por ende literario, de Latinoamérica?
  • Por desgracia para el gran mercado, sí. Muchos lectores, y eso seguramente los amigos editores lo podrán decir mejor que yo, se quedan en la gran superficie de las editoriales españolas o de los dos grandes grupos editoriales. Claro, la lectura es una disciplina y una práctica. Pero requiere tiempo y disciplina (y dinero y en muchas ocasiones, consejos) para llegar a bucear en otras áreas, en otras playas, en otros niveles. Ahí, por desgracia, la labor de los medios de comunicación juega un papel esencial. Pero desde hace muchos años, la relación entre grandes editoriales y medios es simbiótico. Hay que buscar en otros lugares para encontrar coordenadas. Esto a veces no es sencillo. Pero sí, creo que Barcelona y Madrid, son ahora los centros de la literatura de América latina y en muchos sentidos, el diálogo y la circulación pasa por ellos. Lo cuál es muy triste y eso es algo que debería cambiar, sobre todo tomando en cuenta los cambios en las formas y vías de comunicación que ahora tenemos, como por ejemplo, las redes sociales y el Internet, que deberían ser vehículos para que los autores y los lectores latinoamericanos nos pudiéramos conectar y compartir información, libros, ideas.
  • ¿Qué significa para ti la entrevista como género?
  • Para mí la entrevista me permite entrar de lleno a la labor de los artesanos de la palabra, significa poder conocer a profundidad la labor del artista, del escritor. Me ha permitido dialogar sobre sus motivaciones, sus obsesiones, sus temas, pero al mismo tiempo, sobre la fineza del trabajo del escritor. Soy muy curioso, desde pequeño, eso ayuda, pero también te puedo confesar que aluna vez entrevistando a Laura Restrepo me dijo es “que tú eres escritor, tus preguntas son de escritor.” Intento aprender, todo el tiempo. Otra amiga que respeto mucho también me dio un consejo que consideró esencial para la labor de periodista, porque me dijo que el entrevistador debe ponerse en el papel de los lectores, de las personas que no sabemos mucho del oficio. El entrevistador juega el papel del curioso, del que quiere aprender, del que desconoce el oficio de la escritura. La entrevista es uno de los géneros que más disfrutó porque conlleva dos cosas esenciales en mi vida: la lectura y la conversación.
  • ¿Qué densidad tiene en ti la narcocultura?
  • La narco cultura es un fenómeno que creo que hay que ver, observar, entender. Es un fenómeno complejo y difícil de asir, que depende mucho de orgullos regionales, de visiones, de formas de comprender el mundo, de las mismas historias complejas de las zonas en donde se ha desarrollado primordialmente este negocio. Que son históricamente regiones olvidadas o alejados por el Estado. No creo que mi poesía entre dentro de lo que se podría considerar “narco cultura” pero sí creo que aborda el tema de la violencia generada por el narcotráfico. Buscó que mi poesía sirva como documento histórico, como una visión del dolor, más que como una apología y creo que está ahí la diferencia. Recientemente estuve en Sinaloa un par de veces, y pude constatar la presencia ineludible del narcotráfico en la vida cotidiana de Culiacán y de Mazatlán. No es algo agradable, debo decir, pero es algo que está ahí, que no puede ser ignorado. Y que hay que entender, porque sin duda, apela a algo que las personas piensan y sienten. Pero no, sin duda, la “narco cultura” no es algo que tenga tanta presencia en mi obra.
  • ¿Cuál es tu perspectiva de la literatura mexicana contemporánea?
  • La literatura mexicana está viva y es sumamente diversa. Eso me parece muy alentador. Es un campo cultural complejo, que se desarrolla en varias capas, en varios niveles, con diferencias regionales, culturales, que la hace sumamente interesante. Por mi lado poético te puedo decir que, desde hace unos años, he logrado observar que se viene desarrollando una actividad poética independiente muy rica y compleja, como son los campos del Slam Poetry, la Poesía transdisciplinaria, en donde participan una serie de poetas como Karloz Atl, Cynthia Franco, Rojo Córdova, y un largo etcétera que me parece injusto no mencionar. Una literatura que además también pasa por una amplia gama de editoriales independientes, en donde debo mencionar a mi editorial, Ediciones Periféricas, como un ejemplo de trabajo serio, constante, para dar cabida a nuevas voces literarias, que van ampliando el campo literario. La literatura mexicana es, además, una literatura que se enriquece con las voces de los escritores de lenguas originarias, que recuperan y actualizan su cosmovisión. Me declaró aquí fan de poetas como Mardonio Carballo, Irma Pineda, y el largo etcétera de poetas de lenguas originarias que se van abriendo camino. Pero también la literatura mexicana se enriquece por la cantidad de proyectos independientes, que luchan todos los días: festivales, encuentros, revistas, fanzines, que nos dan cuenta de una diversidad enorme. Y por supuesto, tenemos a la literatura llamada mainstream, que también es una literatura muy valiosa, muy diversa, rica, que aborda cada vez más lo temas de la violencia de género, la violencia del narcotráfico, entre otros muchos temas contemporáneos, que nos dan cuenta de una sociedad también diversa, compleja. En fin, creo que la literatura mexicana continúa viva y sana.
  • Viene un proyecto operístico en puerta, querido Moro. ¿Puedes hacernos un proemio, digamos, una obertura, al respecto?
  • No puedo hablar mucho del tema por contrato y por cábala. (Recuerda que jugué fútbol muchos años.) Solo puedo adelantarte que desde hace un tiempo un amigo compositor de música de cámara ha estado trabajando con los poemas de mi libro Generación Perdida. Y eso para mí es una hermosa y grata sorpresa. Espero que en breve pueda tener más noticias. Seguro serás el primero en saberlo, querido amigo.
  • ¿Cómo eso de que fuiste (eres) futbolista y en qué momento el poeta ganó el partido?
  • Desde pequeño disfruté el juego, y tuve la suerte de que en la primaria salesiana en donde estudié, el deporte era más importante que el estudio. Jugar fútbol me permitió viajar y conocer algunas ciudades del país a los doce años. De ahí, un compañero y amigo, me invitó a jugar en las fuerzas básicas de un equipo odiado por todos. Jugué ahí, entrenaba de martes a viernes y jugaba sábado o domingo. Pero mis padres no me podían acompañar todos los días a entrenar. Mi madre pasaba por mí, llevaba la comida y el uniforme en el Datsun que manejaba y me dejaba en el metro Hidalgo. De ahí tomaba el metro hasta General Anaya y de ahí una pesera hasta Coapa para entrenarme. Esa fue mi rutina hasta los 17 años. De hecho, conocía la zona sur de la ciudad mucho antes de que entrara a la UAM. Una más de las hermosas coincidencias de la vida. Pero digamos, que viajar todos los días desde muy pequeño en metro, hizo que me enamorará más de esta ciudad loca en la que vivo. Y además me permitía leer. Desde muy pequeño he leído y he amado caminar, viajar, perderme en la ciudad. Guillermo Fadanelli lo dice mejor que yo en un ensayo que me marcó, en el que menciona que perderse en la ciudad es perderse un poco uno mismo. Y sin duda, mi carácter soñador se nutrió de esos viajes por el trasporte público de la CdMx. Y de ahí surgió y nació el poeta también. Dejé el fútbol, que aunque me encantaba, ya no me satisfacía del todo. Fue una decisión penosa, sobre todo para mi padre, que no veía futuro en las letras (ahora lo entiende y me roba libros), y fue cuando decidí que tenía que entrar a estudiar algo que me ayudara a escribir. Trato de ir al estadio, aunque ya no le voy al equipo que todos odian sino al equipo universitario que juega en el estadio más bello de la ciudad, que es el Olímpico universitario.
  • ¿Ha valido la pena la rebeldía, Moro?
  • La rebeldía siempre vale la pena. El mundo avanza gracias a la rebeldía. Y si no, que le pregunten a Eva y a los Ophitas.
  • ¿Cuál es tu perspectiva de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Creo que, al igual que la literatura mexicana, la literatura que se realiza en diferentes partes de nuestro subcontinente es una literatura muy diversa y compleja, que continúa enfrascada en sus propias luchas y disputas en contra de sus propias tradiciones. La literatura argentina es brutal, diversa. La literatura chilena está enfrascada ahora en la generación de grandes narradores, mientras sigue generando enormes poetas. La literatura peruana está en un momento similar, ya que es un país de enormes y talentosos poetas, pero también están creciendo narradores que nos cuentan de la terrible desigualdad histórica de su país y tratan de abordar la violencia generada en el siglo pasado por Sendero Luminoso y por la dictadura de Fujimori. Ecuador tiene enormes cuentistas; Colombia tiene ahora enormes narradores y una tradición poética profunda. De Venezuela conozco poco, lo mismo que de Bolivia, pero hay una tradición intensa en los dos países. Y Centroamérica y el Caribe son dos regiones que sorprenden por la diversidad de voces, tanto narrativas como poéticas que surgen y que podemos conocer. Cuba sigue siendo impresionante. Amó el Caribe y creo que de esa mezcla afro- indígena-española- occidental, surgen unas obras impresionantes.
  • ¿Sirven las becas y los premios en la vida de un escritor?
  • Sirven. Yo nunca he pedido una. He desarrollado mi carrera por fuera de las becas y los apoyos. Es difícil, sí, pero también creo que el Estado tiene una obligación por apoyar la creación artística. Así que, por supuesto, que creo que el sistema cultural mexicano debe existir, debe fortalecerse, debe cambiar algunas prácticas patrimonialistas (como muchas instituciones en el país), debe volverse más diverso, pero también debe ser manejado por fuera de ideologías.
  • ¿Qué significo para ti tan joven trabajar con Herralde y su Anagrama?
  • Muchísimo. Aunque debo aclarar que a Herralde lo conocí años después de que yo salí de trabajar en Colofón, que era la distribuidora de Anagrama en México en esos años. Y lo conocí en el Bombay, adonde lo llevaron Guillermo Fadanelli y Carlos Martínez Rentería, para un homenaje de la contracultura mexicana en pleno. Es un caballero, es un señor que conoce y ama la literatura, pero que también ama las ideas, ama entender los cambios culturales que sufre el mundo. Por supuesto que conocía Anagrama antes de entrar a Colofón. Es una editorial que marcó mis gustos, mis ideas, mis apetencias literarias. No sé qué sería de mí sin los Beatniks, sin John Kennedy Toole, pero también sin Nabokov, sin Michel Houellebecq. La segunda vez que vi a Herralde fue en el recital de poesía que organizaron los hermanos Arreola con el autor francés en Casa del Lago. Se acordó de mí. Herralde tiene una memoria impresionante. Es un editor que transformó el mundo editorial, y Anagrama es una editorial puntual. Trabajar ahí, unos pocos meses, debo contarte, además, me permitió conocer a autores mexicanos como Rentería, Fadanelli, Rogelio Villarreal. Es decir, a la crema y nata de la contracultura mexicana. Autores igualmente rebeldes y crudos, que abrieron para mí, joven universitario, que quería escribir pero que no conocía nada del mundo literario real contemporáneo, toda una serie de posibilidades, de opciones de vida, que, de algunas, muchas maneras, sigo profesando.
  • ¿Soplan de verdad Vientos del pueblo o vivimos puros baños de pueblo? O bien ¿qué papel ha desempeñado el Estado como editor?
  • Creo que el Estado tiene una obligación como promotor de la cultura, de la literatura, de las artes. Creo que el Estado mexicano ha cumplido hasta cierto punto con esta labor. Lo cumplió durante la segunda mitad del siglo XX con una labor editorial poderosa. En algunos momentos tratando de controlar ideológicamente la producción literaria (la salida de Orfila del FCE por la publicación de Los Hijos de Sánchez, es un ejemplo). En otros momentos apoyando a alguna capilla cultural sobre otras. Pero sin duda, el papel que jugó el Estado en la producción cultural fue esencial para que nuestro país fuera un epicentro.  Por supuesto, esto cambio desde finales del siglo XX (la era neoliberal, dirían por ahí) y el Estado se ha ido replegando, dejando en manos privadas la producción editorial y cultural. El problema, creo, es que mientras el Estado apoyaba la producción no apoyaba la creación de públicos lectores y consumidores. O por lo menos, no lo hacía de una manera tan entusiasta. Por lo tanto, las editoriales, los escritores, los poetas, nos enfrentamos a un escenario, en donde se produce, se edita, se publica mucho, pero no se consume con igual intensidad. Aún así, México es un país importante para la cadena de distribución y producción del libro de grandes empresas. Por algo será. Pero creo que el punto esencial de tu pregunta es, como dije anteriormente, que estos apoyos culturales deberán hacerse desde una visión despojada de ideologías. Es decir, que se apoyará a partir de la calidad de la obra y no por el apoyo a determinado proyecto político. Por supuesto, esto sería lo “ideal.”
  • ¿Qué pregunta le haría el Moro periodista al Moro poeta y qué respondería este último?
  • Me preguntaría sobre el valor del arte, de la literatura, en un momento tan crítico para el país y para el mundo. Y mi respuesta como poeta sería que, sin duda, la poesía no vale, no le importa a nadie, pero el gozo estético, el placer estético, no tiene un valor monetario y por eso son más importantes aún. Porque lo que vale en la vida no pesa, no se vende, se goza, se disfruta. Y eso, sigue siendo rebelde.
  • ¿Quiénes son los salvajes de ciudad Aka?
  • Los Salvajes de Ciudad Aka fue/es un colectivo de poesía multimedia, que se encuentra en estado letárgico, aunque a veces aparece, de acuerdo con nuestros deseos de golpear a las audiencias con poesía. Es un colectivo que conformamos el poeta y artista visual Carlos Ramírez Aka Kobra (uamero, como debe de ser) y un servidor. Empezamos a trabajar junto a otros colectivos de poesía hacia el año 2010, más o menos. Publicamos una plaquete que tiene el nombre del colectivo y otra en formato virtual y que lleva por título “Una palabra con nombre bala”. De muchas maneras, mi libro Generación Perdida es deudor de mi trabajo en el colectivo. Carlos es de Neza/Chimalhuacán y cruzaba la ciudad para llegar a la UAM – Xochimilco, algo que yo también hice cuando estudiaba, porque yo vivía en la Peralvillo. ¿Qué era lo que nos unía? Las enormes distancias de esta CdMx loca y enloquecedora, en donde se podía vivir la violencia o lo surrealista a la vuelta de la esquina. Platicamos mucho, fuimos compañeros de departamentos durante un tiempo en el mismo edificio en donde vivieron William Burroughs y Jack Kerouac en la Colonia Roma (casualidades hermosas de la vida) y plateamos que los temas que nos cruzaban eran esos: la violencia, la ciudad, el surrealismo, la vida en los barrios de la ciudad. Así surgió el colectivo, y trabajábamos los poemas para que fueran leídos en vivo acompañados con música electrónica y hip hop y vídeos. Durante un tiempo giramos por la ciudad y el Estado de México, acompañados por el Dj Tenoch40. Estuvimos en Morelos también. Varios años nos dedicamos a organizar eventos de poesía multimedia. Fue muy divertido y aleccionador. Sin un solo recurso, sin un solo peso, completamente autogestivo. Fue nuestra propia escena punk.
  • Por último, querido Moro, ¿qué sería de todos nosotros si fuéramos los hipopótamos de Escobar?
  • Me gusta pensar en los hipopótamos como seres libres, que no se doblan ante el poder, que les gusta viajar, que viven alejados de los seres humanos. Animales de piel gruesa, pero corazón débil, de apariencia tierna, pero en el fondo salvajes y violentos.
El poeta Javier Moro, los editores María Amor (Librosampleados) y Nahum Torres (Ediciones Periféricas), una invitada y el titular de esta columna, en alguna cantina canaimera
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Ecos de un caballito del diablo

Aída Chacón| Crónica de un recuerdo| Crónica

He salido a correr cada mañana desde hace un par de semanas. Los obstáculos más difíciles de vencer han sido la pereza y el frío. Salir de las cobijas y enfrentarme al ambiente helado de la casa, del bosque que me rodea ha sido un reto enorme. Espero a que salga un poco el sol, preparo una rebanada de pan tostado con un poco de crema de cacahuate. Como frente a la ventana del quinto piso y observo el movimiento de las ramas de los árboles, los rayos de sol. Después de esos minutos de contemplación ajusto mi gorra y salgo.

Bajo las escaleras corriendo, saltando de dos en dos escalones. Me alegra el reto diario, la recompensa íntima de saber que lo he logrado. Algunas veces llevo conmigo unos audífonos y escucho algunas canciones que me permiten ir más rápido. Otras veces solo voy en silencio y observando los sitios por los que paso. En ocasiones pienso que podría guardar silencio el resto de mi vida. Una vez me mudé cerca del mar y permanecí callada, sin hablar con nadie, durante tres semanas. Me gusta creer que así es el comienzo del silencio perpetuo.

Continúo mi camino con una ruta diseñada en mi mente. No busco los caminos de la memoria; en esta región nada es conocido, lo descubro a diario con estas carreras matutinas. Diseño el plan sin pensar en el kilometraje ni la ruta. Solo tengo en la cabeza que quiero llegar al bosque. Durante el trayecto debo atravesar avenidas, mercados, paraderos de camión. En las ciudades como esta, los pocos bosques sobreviven acorralados por la urbanización, el bullicio y la gente. Así que me abro camino por las diferentes aceras que debo transitar. Me guío por la señalización de los autos. Sigo cada flecha que me permita llegar.

Además del trayecto imagino lo que piensan los demás transeúntes sobre la mujer que pasa corriendo cerca de ellos. Me pregunto si mirarán algo de mí, si en su cabeza se formularán teorías sobre la razón de mi andar por las calles. Usualmente no utilizo las mismas rutas, regreso a casa por otros caminos. Siempre pienso que si alguien me ve pasar, quizá en su recuerdo se quede la idea de que mi camino continúa, sigue cada minuto del día. En su memoria quiero ser la que no retorna, la que corre siempre hacia un lugar desconocido. O tal vez nadie me note, ni se pregunten quién soy. Después de todo, he pasado muchos años construyendo mi anonimato. Incluso a veces me siento orgullosa de mi hermetismo, de que nadie me conozca. En un recuento podría asegurar que apenas soy unos cuantos fragmentos de alguien que ya no recuerdo. Cada versión de mí que interactúa con otros es una parte, pero no es la estampa completa. Esa la guardo para el silencio, para cuando no hay testigos. Constantemente me pregunto quién era antes de este anonimato, quién fui antes del estallido, de la implosión.

Sigo corriendo, ahora siento el ardor en los muslos, en las pantorrillas. Dejo de sentir el aire helado que me rozaba las mejillas. Noto el sudor recorriendo por la espalda desde la nuca hasta la cintura. Sonrío para mí. Comienzo a ver más letreros que anuncian mi inminente llegada al bosque. Me apresuro. Quiero entrar lo más pronto posible. El bosque tiene una entraba de piedra, un arco de bienvenida. Di un paso para mirar la vista completa y de pronto me vi ahí. Reconocí el sitio en lo más lejano de la memoria. Yo estuve en ese lugar un día hace muchos años; seguramente décadas atrás. Mientras dirigía mis pasos hacia adentro me recordé de niña y sobre un caballo. Estaban también mis padres. No habrán tenido más de veintidós años. Cada paso parecía aterrizar sobre un espejismo de un pasado que no sabía que existía. Luego de aquello recordé el camino entero sobre el que corrí. Sigo preguntándome quién era yo antes de ahora. ¿Cómo andar sobre un camino que se ha olvidado?

Seguí corriendo hasta perderme de la gente que se aglomeraba en las atracciones de la entrada. Disfruté del aire y el olor a pino. Seguí los senderos, hice algunos nuevos. En una de aquellas vueltas reconocí otro recuerdo. Esta vez no fue del sitio, sino de un aroma. A lo lejos, como perdido entre lo más profundo del bosque había un anafre. El olor lejano a carbón me trajo a la memoria la casa de mi abuela. Recordé su risa, nuestra última conversación. Mi certeza, al despedirme aquella vez, de que sería nuestro último encuentro, nuestro último abrazo. Después de siete kilómetros más decidí regresar a casa.

Llegué con más silencios a cuestas, con el llanto contenido. Un llanto desconocido, sin sentido, quizá provocado por esa vida que ya no existe, por aquella que ya no soy. Un llanto que solamente puede llorarse bajo la regadera para evitar el sobresalto. Después de la ducha llamaré a mi madre. Le preguntaré si hace más de treinta años estuvimos ahí. Si era yo esa niña, si era ella aquella joven. Si algo queda de aquellas nosotras que fuimos antes.

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Narrativa

Premios Nacionales Aquileo J. Echeverría 2021.

Diego Mora es Premio Nacional de Poesía.

Por un poemario auténtico en el que la primera carta de presentación es la limpieza excepcional de la expresión, que dibuja y desdibuja la ciudad entre nosotros, que esculpe y graba, que va más allá de los opuestos de la mente, y donde la claridad de cada imagen se vuelve un lago profundo e insondable, se otorga el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Poesía a Diego Mora por la obra “Brea”.

Diseño: C3M 2021.

Paúl Benavides es Premio Nacional de Novela.

Por su expresión clara, fluida y que incluye un lenguaje retórico y satírico, un discurso que puede emular la diatriba clásica; y al mismo tiempo, que logra crear tensión, fusionando características de la novela policíaca, la novela negra y, la llamada novela de la anomia, participando en una tendencia actual de la literatura latinoamericana, se otorga el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la categoría de Novela a Paul Benavides, por su obra “Los papeles de Chantall”.

Ana Lucía Fonseca es Premio Nacional de Cuento.

Por el trabajo extraordinario en la reescritura del relato bíblico, la elección y re-construcción de los personajes y la síntesis del drama humano existencial, se concede el Premio Nacional en la categoría de Cuento a Ana Lucía Fonseca por el libro “Memorias de la luna oscura”.

Manuel Monestel es Premio Nacional de Cuento.

En lo que a ensayo se refiere, se premia una obra que refleja de forma ensayística innovadora, por la calidad del uso expresivo de diferentes recursos, particularmente el manejo del lenguaje discursivo, que ofrece una ventana a diversos temas presentados, como la sociología de la música, su aporte al recorrido histórico y de vida a través de una escritura auto etnográfica excepcional, se concede el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la categoría de Ensayo a Manuel Monestel Ramírez con la obra “Cantar la vida, vivir el canto”.

Toda la lista de personas ganadoras en el link:

https://mcj.go.cr/sala-de-prensa/noticias/ministerio-de-cultura-y-juventud-anuncio-las-personas-galardonadas-con

*Tomado del blog del Ministerio de Cultura de Costa Rica

Fuente: www.mcj.go.cr 

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Canaimera

Yana Lucila Lema Otavalo I La filigrana de la luz oscura

¿Qué será más dilatado en ésta nuestra canaimera latinoamericana, nuestras profusas, profundas lenguas originarias o el diario desdén que hacemos de ellas? Vivimos nuestros mestizajes más como una negación, que como una pluriculturalidad, y lo hacemos mediante una estrategia hasta ahora invencible: el desconocimiento del otro. Mediante este desconocimiento, destinamos a nuestros pares al olvido, a la inexistencia. Ya lo hemos apuntado en otros textos: la tara de Latinoamérica es su profundo afán por la ignorancia. Y aunque en buena parte tienen responsabilidad nuestros irresponsables gobiernos, no podemos descargar en ellos la culpa entera. O bien ¿quién de su propio corazón podrá esconderse? El quechua es una de las lenguas que con mayor luz brillaron en los imperios prehispánicos sudamericanos. Aquel lustre, aunque manchado por la sangre y el oprobio, se mantuvo y se ha mantenido refulgente, y en su contemporaneidad, se alza desde la diversidad de lenguas que emanaron del origen común. En esta diversidad hallamos hoy al kichwa, una de las variantes ecuatorianas del quechua, librando sus propias batallas y haciéndolo mediante sus mejores capitanes: los escritores. Y he aquí que encontramos en la primera línea de fuego, a la periodista, narradora, poeta, videasta y traductora Yana Lucila Lema Otavalo (Peguche, 1974), cuyo sólo nombre en sí parece ya un verso escrito en semánticas fantásticas. La filigrana de su poesía debería considerarse ya fundamental en la literatura mundial contemporánea. Su fuerza, su mística, su magia son innegables más allá de las lenguas y las fronteras de las patrias. Yana ha defendido, desde la creación literaria, el orgullo de ser y escribir en kichwa, y en su búsqueda está alcanzado latitudes creativas que le hacen volar como kuntur divino. Yana actualmente es docente en la Universidad de las Artes del Ecuador. Ha ganado varios premios entre los que destacan el Premio Nacional “Rumiñahui de Oro” de cuento infantil, el de mejor video de Medicina Tradicional en el Festival de Cine y Vídeo de la Primeras Naciones de Abya Yala y recientemente el de “Mujeres del Bicentenario 2020” de Guayaquil. Su obra ha sido antologada y publicada en diversos países, sobre todo en Latinoamérica.

  • ¿Querida Yana, cómo sientes tú que Latinoamérica percibe a sus literaturas en lenguas originarias?
  • Bueno, los que la han podido percibir creo que se asombran, que la valoran de alguna forma; en el mejor de los casos creo que les genera curiosidad para seguir investigando más de nuestras lenguas y culturas, y eso ya es un punto ganado porque nos falta conocernos para respetarnos. Eso los que la conocen, más bien creo que en Latinoamérica hay un gran desconocimiento sobre el tema, desde los estados, las instituciones educativas, la sociedad en general y es grave tomando en cuenta que somos estados plurinacionales y multilingües. Por otro lado,  aún se considera literatura, o literatura de buena calidad a la escrita en lenguas hegemónicas; nuestra literatura es vista como palabra menor, así como se ha cuestionado el valor literario de nuestras lenguas, se cuestiona si lo que nosotros escribimos es literatura. Mientras exista este desconocimiento no podrá haber un diálogo de saberes, de epistemes, de literaturas, por lo tanto no habrán sociedades dignas para todos.
  • Regálanos un panorama de la tradición literaria kichwa.
  • Si hablamos de literatura, es decir de la palabra escrita te diría que esta ha caminado de la mano con las luchas del movimiento indígena ecuatoriano y latinoamericano. Viene de las largas caminatas para decir a los estados que aquí estamos, esto somos y esta es nuestra existencia. La palabra literaria ha acompañado desde los 80 este proceso, inicialmente con breves poemas en castellano, luego aprendimos a escribir el kichwa y la hemos usado.  También se ha recopilado de forma escrita de la tradición oral, se han realizado traducciones de las demandas de los pueblos y nacionalidades, etcétera. En este espacio va floreciendo el mishkishimi o palabra dulce. Entonces en nuestra historia literaria esta mezclada con las consignas por la tierra, la cultura y la lengua. De ahí se ha diversificado paulatinamente tanto en temáticas como en forma, hemos auto abierto espacios para dar a conocer nuestra palabra tanto dentro como fuera de las comunidades. Ahora incluso la podemos encontrar en las comunidades virtuales. Hay poetas de la década de los 80, 90 como Aurora Chinlle, Ariruma Kowi, y muchos otros, pero hoy en día hay por lo menos una decena de poetas kichwas, especialmente mujeres, que están hablando de otros temas, como el de las mujeres, de los liderazgos, del amor, la migración. Creo yo que los que hemos caminado antes hemos abierto un sendero, hay quienes lo siguen y eso es bueno para la literatura kichwa.
  • ¿Cuál sería tu diagnóstico de la literatura kichwa contemporánea?
  • Yo diría que aún es escasa, que no aún no podemos hablar de un movimiento literario kichwa, pero me alegra decir que creo que hay una nueva generación de jóvenes interesados en la palabra escrita, especialmente en la poesía que creo que le da un aliento fresco, le da nuevas perspectivas a la misma; entonces ésta se vivifica, se recrea y tiene las preocupaciones y sueños de cada generación, y eso es bueno. Pero creo que aún falta mucho por hacer como investigar sobre los recursos estilísticos y filosóficos de nuestra lengua para así enriquecer nuestros versos. Creo que la literatura aporta enormemente al uso y dignificación de la lengua, que en todos lados tiene menos hablantes, entonces creo que nuestra nueva palabra seguirá su lucha para terminar con la ausencia nuestra en la historia literaria de Ecuador.
  • ¿Qué opinas del feminismo en la literatura latinoamericana actual?
  • Durante todo el proceso de lucha del movimiento indígena nos aliamos con los movimientos sindicales, ecologistas, feministas, jóvenes, LGBTI, así que hemos estado de cerca con los planteamientos del feminismo latinoamericano, luego ya más aterrizado en la situación de las mujeres latinoamericanas, en su diversidad, no basado solamente en el feminismo del norte. De ahí que creo que la presencia de por ejemplo Sor Juana Inés de la Cruz, en México, como Zoila Ugarte, en el Ecuador, y otras escritoras mujeres que han impugnado lo establecido ha sido de gran aporte para la literatura. Sin embargo mi visión está más apegada al feminismo comunitario que se sustenta en los espacios de comunidad sean urbanas o rurales, y desde ahí escribo. Creo que lejos de repetir discursos feministas globales debemos en nuestro discurso literario hablar de lo que significa para nosotras la lucha por los derechos de la mujer, no porque seamos iguales a los hombres, sino porque como seres humanos tenemos la misma valía. Es decir, tenemos los mismos derechos, pero no somos iguales, somos complementarios. Hay que hacerles entender eso a los hombres. En cuento a la literatura kichwa está naciendo desde ciertas mujeres una literatura feminista también.
  • ¿Existe relación entre los escritores de las diversas variantes del quechua?
  • Sí, en el Ecuador hemos hecho como gestoras culturales un trabajo de convocarnos de juntarnos entre poetas de diversos pueblos, no solo kichwa, sino también con las Shuar, Tsa´chila, escritoras afroecuatorianas, y mestizas también. Hemos realizado recitales, encuentros, talleres, festivales y antologías en bilingüe (lengua materna-castellano). Ha sido más de una década de este trabajo de compartir espacios abiertos por nosotras mismas, desde luego hay quienes han preferido caminar solas o solos, eso también es muy respetable.
  • ¿Existe relación con escritores de otras lenguas originarias de nuestro continente o incluso con la de otras latitudes?
  • Sí, creo que las escritoras de mi generación hemos logrado primero conocernos, mantener esos lazos de colaboración y de diálogo, no constante pero si continuo a lo largo del tiempo, eso nos ha permitido fortalecer y solidarizarnos en nuestras luchas locales, y que al mismo tiempo éstas se vuelvan regionales o internacionales. Mediante la presencia del multiculturalismo en el internet también ha sido posible estar presente en espacios de otros continentes para representar a nuestros pueblos y hacer escuchar nuestras lenguas.
  • ¿Qué significa para ti ser escritora de una lengua originaria?
  • Primero significa hacer lo que me gusta hacer, porque la escritura es una necesidad personal, íntima, que se vuelve política en la medida que soy parte de un pueblo con un proceso histórico que todos sabemos cómo sucedió, y que podemos aportar desde la palabra en nuestra lengua para que estos pueblos tengan continuidad.
  • ¿Tiene algún significado para ti como metáfora el Tawantinsuyo?
  • Creo que así como en el Tawantinsuyu estuvieron varios pueblos involucrados, ahora hay redes de pueblos que buscan reivindicación y que buscan los mismos sueños de una vida digna, es decir, se ha dado desde ya hace muchos años una globalización de otra manera, redes de apoyo donde culturas se están juntando espiritual y muchas veces físicamente para hablar de un proyecto común, creo que esa metáfora del gran encuentro se está dando, quizá no como reconstruir el Tawantinsuyu, pero si en reavivarnos como pueblos en toda Abya Yala.
  • ¿Qué escritoras y escritores en lenguas originarias te parecen determinantes en el devenir literario de Latinoamérica?
  • Bueno creo que hay muchas que me parecen imprescindibles. En México están Natalio Hernández, Ruperta Bautista, Irma Pineda, Huber Martínez, Mikeas Sánchez, entre otras; del Wallmapu Rayen Killen, Isabel Lara, Graciela Huinao; en Colombia Hugo Jamioy, Estercilia Simancas, Fredy Chicangana; en Perú Pablo Landeo, Fredy Roncalla, Chaska Ninahuaman. Hay muchos más que se me olvidan, y que no sólo los nombro por ser poetas sino porque tienen un activismo político, literario, artístico conocido y valorado.
  • ¿Qué densidad tiene para ti la literatura quechua prehispánica?
  • Muy importante, recordemos que hemos tenido que repensar, de construir la palabra literatura para darle un significado más amplio y acorde a nuestra realidad como pueblos ancestrales. Porque nuestras formas de escritura eran diversas, desde las cerámica, los textiles, la simbología que hay en diferentes soportes, esas visualidades que ya no sabemos leer bien pero que están y son formas estéticas, formas comunicativas, de registro, más la tradición oral-mito-poética tan profunda y diversa que tenemos yo diría que muy rica, por eso hoy podemos saber sobre nuestra historia, sobre nuestros ancestros. Por eso, esta palabra nueva tiene sus raíces en esa palabra antigua, solo así es posible la riqueza y el aporte que hacemos a la literatura universal.
  • ¿Cuál consideras que es el papel que juegan los escritores de los pueblos originarios en la literatura contemporánea Latinoamericana?
  • Creo que el papel de levantar la voz, de llevar a los espacios mundiales nuestras lenguas y sonoridades, de auto representarnos y representar a nuestros pueblos y dar a conocer su realidad. Somos como embajadores de nuestras culturas en el mundo porque la palabra que manejamos es parte de un colectivo, así lo escribas individualmente es parte de vivencias y experiencias colectivas, incluso con los seres y energías sagradas con los que convivimos aunque a simple vista no los podamos ver. Nuestro papel es político y artístico.
  • ¿Existe una probabilidad de reconciliación verdadera entre los diversos pueblos que conforman nuestra sociedad o estamos fracturados por siempre: ¿pueblos originarios de un lado, mestizos del otro, españoles por aquí, negros más allá, etcétera?
  • Creo que hay una posibilidad de conocernos y mirarnos de frente, en la medida en que todos los pueblos conozcan, respeten y valoren las diferentes lenguas y maneras de vivir. Eso que llamamos interculturalidad, que es un espacio donde todas las culturas tienen una identidad fuerte y por lo tanto se relacionan entre sí en igualdad de condiciones, mientras no exista eso no hay probabilidad. Y creo que todos debemos trabajar para eso, no es solo responsabilidad de los pueblos originarios, nosotros hacemos nuestra parte, falta mucho de parte de otros actores.
  • ¿A qué problemática te enfrentas como traductora del kichwua al español?
  • Me gusta la traducción. Creo que es un puente para poder conocernos no sólo con el otro no indígena, sino con el otro indígena, que son los otros pueblos de Abya Yala. Sin embargo, esta no es una tarea fácil, las lenguas manejan diferentes estructuras y sentidos, cada una tiene sus características. Trasladar un texto que puede tener varios discursos a la vez, como sucede muy seguido con las lenguas originarias, es difícil trasladarlo al castellano por ejemplo, muchas veces el sentido no tiene la misma profundidad que en la lengua de origen. En este caso es una negociación entre significados para expresar en una lengua lo más fielmente posible lo que se dice en la otra.
  • ¿Cuál es tu perspectiva de las editoriales latinoamericanas, sobre todo las independientes, frente al emporio mercantil español que domina nuestros mercados literarios?
  • Creo que en los mercados literarios españoles no tenemos ninguna cabida, que todo el trabajo editorial que se ha hecho en materia de literatura en lenguas indígenas se lo debemos a editoriales latinoamericanas y sobre todo las editoriales independientes, que tienen otra visión, también la de vender, pero entienden la trascendencia del libro, de las lenguas, más que nada de la labor social que deberían tener todas las editoriales. Al mercado global no le interesa más que vender lo que se considera literatura desde las hegemonías, así que nos toca buscar otras redes solidarias.
  • ¿Qué te ha llevado a ser videasta?
  • Me gusta lo visual, sea en movimiento o la fotografía, mi mente funciona en planos, al mirar algo ya pienso en que plano sería mejor, en los colores en las formas, en que eso que veo sería importante que otros lo vean. Eso se combina muy bien cuando escribo, creo. Son mis formas de expresión favoritas.
  • ¿Qué le dicen los apus a Yana?
  • Que pregunta más difícil. Me han dicho muchas cosas, desde cosas muy personales hasta cosas más colectivas o generales. Lo cierto es que cuando veo que algo está perdido, sé que ellos están ahí para darme fuerza, samay, aliento de vida.
  • ¿Ayudan las lenguas originarias a brindar una nueva perspectiva (en cuanto a técnica y estructura)  y frescura creativa ante la anquilosada tradición europeizante que no pocas veces acecha a la literatura hispanoamericana?
  • Desde luego, nuestra palabra es palabra de la tierra, del agua, de las montañas, del fuego, de eso que ahora occidente ya no se detiene a ver, a escuchar, entonces nuestra palabra tiene esperanza de no rendirnos frente a la vida, de seguir luchando, de tener, como dice mi padre, un propósito en la vida. 
  • Puedo notar que la musicalidad de tus poemas en kichwua se mantienen en sus versiones españolas ¿te traduces a ti misma o escribes dos veces el mismo poema?
  • Para mí el ritmo que debe tener un poema es casi lo primordial, no importa en qué lengua la escriba, igualmente tiene que tener ritmo y musicalidad, sin embargo trabajar esa musicalidad en los dos idiomas es una tarea que lleva tiempo. Al igual que aprendí los dos idiomas simultáneamente de niña, me refiero al kichwa y al español, así mismo mi orden de escritura es diverso. Muchas veces escribo primero en kichwa, pero otras primero en español. Entonces yo diría que más que traducción es una interpretación, y trabajo los dos textos independientemente, para que tenga su sentido y musicalidad, aunque su sentido sea, o quiera ser el mismo.
  • Por último, querida Yana, ¿qué o quién es ese colibrí negro que tanto buscan tu corazón, tus manos y tus ojos?
  • El colibrí negro es real vive, o viene cerca de mi casa, como son mensajeros de los seres queridos, luego de que murió mi madre cuando le vi en un árbol pedí que le lleve su canto tierno a mi madre.
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Cinefilia crónica

El héroe vs el antihéroe

Supermán, por ejemplo, con sus principios morales del bien y la justicia tan bien definidos e incólumes como su peinado, es un héroe; por otra parte, Travis Bickle, de Taxi Driver (1976), quien combatió en la Guerra de Vietnam, vagando solo en un taxi por las calles de Nueva York y decidido a hacer justicia por mano propia sin importar los medios para ello, es un antihéroe. Los casos abundan, piense en cualquier película, o cómic, o novela, en casi todas las historias allí relatadas se encuentran personajes que pueden describirse, en justa medida o en buena medida, bajo los arquetipos de la figura del héroe o la figura del antihéroe. Dostoievski, Quentin Tarantino y Stan Lee —¿acaso también antihéroes?—, respectivamente, le mostraron al mundo a Raskólnikov, a Beatrix Kiddo y a Magneto, todos antihéroes. Shakespeare, J. K. Rowling —sin duda una villana— y las hermanas Wachowski, trajeron a Hamlet, a Harry Potter y a Neo, todos héroes.

La pugna del héroe con el villano, incluso la del antihéroe con el villano —aunque es un poco más interesante—, resulta tan sencilla como antiquísima: la luz contra la oscuridad, la vida contra la muerte, el positivo contra el negativo, el bien contra el mal. Dejando esto de lado, se supone que el eventual enfrentamiento del héroe con el antihéroe ha de llevar la trama hacia lugares inexplorados, más allá de la solución contingente que se le ha dado casi siempre: la del bien, personificado en la figura del héroe, absorbiendo al, digamos, anti-bien, personificado en la figura del antihéroe. Hemos visto a Wolverine, un antihéroe, unirse a los X-Men para combatir al mal y al rey David enviar a su muerte a Urías, uno de sus héroes, para así tomar en abierto adulterio a su viuda, Betsabé, pero sus actos resultan en el arrepentimiento —su yo antihéroe se enfrenta a su yo héroe y es derrotado— y en la redacción de un texto en el que se supone sólo puede habitar el bien (atributo característico del héroe): un salmo.

La figura del héroe, como generalmente es descrita en la modernidad (porque el héroe épico como Aquiles o Ulises escapa de ello), resulta irreal, casi humanamente imposible, a éste se le niega que la maldad y la desidia, o la ira y el odio, o el libertinaje y el hedonismo, tengan un lugar, por mínimo que sea, en su corazón. Al héroe o a la heroína le tiene que preocupar lo que de él o de ella se diga en las calles, así a ningún villano nunca se le ocurrirá considerarlos unos aliados potenciales y los padres verán en ellos modelos a seguir para sus hijos, de no ser así, pronto habrán de perder su heroico y quizá no tan envidiable estatus. La figura del antihéroe, por el contrario, escarba y emerge de los confines oscuros y ocultos de lo que significa ser humano, casi cualquier conducta se le permite, nada se le es negado, éste, mientras quiera, ha de sentirse y comportarse como desee no como la moral occidental se lo precise, no lo mueve la bondad y la justicia, pues de ser así fuese un héroe, tampoco la maldad y la mentira, pues de ser así fuese un villano, más bien y más que nada lo mueve su supervivencia misma, su ego, lo que en el fondo mueve a los seres humanos, digamos, de la vida real.

El Hombre Araña, por voluntad propia y a sangre fría, aunque necesario fuese, sería incapaz de asesinar al Duende Verde, tampoco el Capitán América a Craneo Rojo, por ejemplo; se supone que eso es lo que los diferencia de sus antagonistas. Pero otra sería la historia si la vida del villano dependiera de Godzilla, quien no duda en freír vivos a sus escamados y bestiales adversarios, o de Deadshot, un asesino a sueldo, o de Michael Corleone, a quien no le tiembla la mano para asesinar a quienes atentaron contra la vida de su padre.

Por eso y más, bajo los supuestos de que el resultado del enfrentamiento no está determinado por la naturaleza intrínseca de la trama en la que se desarrolla —en una película de Batman, siempre ganará Batman, y en una película bélica Estadounidense, siempre ganarán los Estadounidenses—, y de que existe una relación de fuerzas relativamente en equilibrio, si nos preguntamos quién ha de llevarse la victoria en el enfrentamiento final entre el héroe y el antihéroe, hay que recordar que, en el momento final, al héroe seguro lo ataca su sensiblería moral del ser o no ser y se cohibirá se asestar el golpe definitivo, mientras que, llegada esa instancia, el antihéroe no dudaría en apretar el gatillo, o en blandir la espada, para luego decirle a su oponente heroico y moribundo que el mundo no es un recital de poesía.

M.D.

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Hombre contra el mar

El Despertar

Aquella noche, las ciudades fueron sumergidas en una profunda y temida oscurana. No hubo calle o avenida iluminada, la única fuente de luz provino de la luna que brillaba medio pálida desde el cielo y que pude contemplar desde mi cama a través de la ventana.

Con mis ojos puestos en la luna y recordando lo agitado que fue llegar a casa ese día, por los intensos combates entre fuerzas armadas, caí en profundo sueño poco a poco. Al cerrar mis ojos, me vi de pequeño sentado en un columpio del parque al que solía ir por las tardes después de hacer mis tareas de la escuela. El lugar estaba lleno de gente, había niños corriendo y gritando por todas partes, madres despreocupadas chismeando entre ellas mientras sus hijos se mecían por cuenta propia en los columpios cercanos; jugando en el sube y baja, limpiando con sus ropas el tobogán viejo y mohoso al centro del parque; unos jugando a la pelota, otros recogiendo tierra con sus manos.

El viento se paseó por las hojas de los árboles y hacía un agradable sonido que de pronto se escuchaba. Era octubre, y muy a lo lejos, se alcanzaban a ver en el cielo diminutos puntos de colores volando sin aparente rumbo en la gran inmensidad azul. ¿Cuánto hilo se necesita para desaparecer una piscucha en el cielo?, me pegunté al verlas alejarse cada vez más.

Cuando regresé la mirada al parque, encontré una niña de cabellera rizada y castaña en el columpio de la par con un libro en sus manos. Me miró fijamente. Su presencia fue inquietante. A primera vista pensé que era hermosa. Tenía raspadas sus rodillas descubiertas, y sin peguntárselo, me dijo que se llamaba Elena. Sus ojos, que cargaban cierta tristeza, estaban puestos en mí; entonces yo pregunté:

– ¿Por qué me miras tanto?
– Porque eres el niño más bonito que he visto desde hace mucho – respondió.
– Me gusta tu cabello.
– A mi tus labios.
– ¿Por qué estás triste? – le pregunté.

Y de repente se escuchó el ¡bam! ¡bam! Un ventarrón se vino y sacudió con tanta fuerza los árboles que algunas ramas cayeron al suelo. Las madres al escuchar aquel estruendo, salieron despavoridas a buscar a sus hijos en medio de la enorme nube de polvo en la que se sumergió el parque.

Se empezaron a escuchar explosiones cada vez más cerca. Pareció que unos aviones sobrevolaron con rapidez el cielo que yacía sobre nosotros, cortando a su paso el hilo de las piscuchas. El ventarrón cesó y el polvo se desvaneció tan pronto como cuando se levantó.

Las risas, el sonido chillante de los columpios al mecerse, todo se lo llevó el viento y el polvo a su paso; no quedó nadie en el parque, estaba desolado completamente. Se siguieron escuchando explosiones lejanas, y alcancé a ver sobre los tejados de las casas que había alrededor, densas nubes de humo que se elevaban hasta el cielo.

Me volví al columpio para ver si Elena seguía ahí. Ella no se columpiaba más, su cabello estaba un poco despeinado y sobre sus mejillas se deslizaban pequeñas lágrimas que caían una tras otra en el libro que aun sostenía en sus manos. Le pregunté por qué lloraba y entonces me miró, se inclinó para besarme los labios y a lo que sucedió después no le encontré explicación.

Un poste de tendido eléctrico cercano hizo corto circuito. Los cables chisporrotearon sin cesar, y al sentir que las chispas podían llegar hasta nosotros, le dije a ella que nos fuéramos a otro lugar. Sin embargo, se quedó en el columpio, su libro cayó al suelo y de la nada Elena empezó a arder en llamas.

Fui testigo de cómo sus ojos se hundieron en su rostro hasta volverse dos puntos negros debajo de sus cejas, su cabello era una potente llama de fuego que se extendió hasta sus brazos y torso. Al verla cómo se quemaba me pregunté qué ocurría, si las chispas le habían alcanzado. No tuve oportunidad de hacer nada, todo pasó rápido, y al salir de la impresión de ver semejante cosa, su cuerpo ya estaba hecho ceniza y pronto se desvaneció.

Me quedé de pie frente al columpio, completamente solo, sin nadie a mí alrededor, con el libro de Elena a mis pies sin ninguna letra o dibujo en su interior. Las casas cercanas al parque expulsaban humo de sus tejados y el cielo se tornó anaranjado. De nuevo el ¡bam! ¡bam!, una y otra vez, cada vez más fuerte, más cerca… Entonces desperté.


Me sentí observado, con una aflicción en el pecho. Tuve la sensación de haber dormido por días enteros, todo el cansancio y aburrimiento con el que terminé el día anterior me había abandonado y el olor de la mañana no pudo ser más dulce y encantador.

Noté dos cortinas floreadas adornando la ventana. Me pregunté de dónde salieron, pues nunca las había tenido y no existía la posibilidad de que alguien las pusiera, porque vivía solo desde hacía un tiempo.

Me quedé sentado en la cama un tanto sorprendido, puesto que las cortinas no fueron lo único diferente en la habitación. De hecho, no era la misma en la que me quedé dormido aquella noche. Un blanco cremoso me rodeaba, sin nada más que mi cama al centro, un enorme televisor frente a mí, una camiseta y unos pantalones doblados sobre una mesa.

Busqué la ventana y afuera encontré calma, un fuerte murmullo, personas despreocupadas cruzando la calle, el chirrido de los carros y sus escandalosas bocinas como parte de aquel amanecer. Frente a mí, un edificio levantado con un diseño realmente moderno e imponente, y otros parecidos tras ese construidos solo por cristales como espejos del cielo despejado.

Entonces vinieron a mi mente los rumores. Se dijo que, cierto día, el mundo despertaría y no habría más guerras, que todas las naciones estarían finalmente en armonía y todo el daño causado durante años quedaría en el pasado. Mucha gente, incluyéndome, pensó que era un invento, una completa tontería; solo unos pocos creyeron en dicha premonición, cuyo origen siempre fue desconocido.

No obstante, al no ver a ningún miembro de las fuerzas en combate desfilando cinco pisos abajo, los mismos que hicieron de la noche anterior una verdadera angustia, junto a todo lo observado desde la ventana, entendí, pues, que las guerras habían terminado.

Tan pronto mi cabeza empezó a darle vueltas al asunto, y a recordar el rostro pulverizado de la niña del sueño, escuché una voz dentro de mi cerebro que decía “dormir, comer, trabajar y reproducir; dormir, comer, trabajar y reproducir; dormir, comer, trabajar y reproducir…”  Hasta repetir esas cuatro palabras en voz alta, una y otra vez, en ese orden, al ritmo de la voz robotizada que sonaba más y más fuerte dentro de mí.

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Canaimera

Omar Ortiz Forero I El cantor en el incendio

Al mediar el mes de agosto del año en curso, me encontré con los poetas Erik González y Francisco Trejo, de Paserios Ediciones, en San Miguel Cañadas, pueblo trepado en lo más alto de la Sierra de Tepotzotlán. Durante la tarde llegaron al restaurante de mi padre; el cielo azul se iluminaba por los destellos del sol en declive: signo de la calidez que se deparaba, pues junto a González y Trejo, venía también el poeta Omar Ortiz Forero, bogotano de nacimiento, pero de corazón tulueño. Fue una sorpresa grata. Con anterioridad había leído la obra del maestro Ortiz Forero y su pluma me había parecido siempre de las más iluminadas de su generación. Iluminada por ese misticismo que sólo se adquiere si viene uno del campo, del pueblo, de la provincia. Ortiz Forero, luego de estrechar con firmeza mi mano, extendió, como carta de presentación (por lo demás, innecesaria), su más reciente poemario Pequeña historia de mi país (Letra a Letra, 2021). Algo de tristeza se vislumbraba en los ojos del poeta y no era para menos, Colombia estaba, como ahora, ardiendo. Los versos del libro que me obsequiaba también reflejaban esa desolación, pero como la poesía no puede fracasar, también prometían esperanza. Aquella tarde platicamos igual que si fuéramos viejos amigos, en parte azuzados por el mezcal que llevaban González y Trejo para mediar timideces, mismas que nunca, por fortuna, llegaron. Algo he de recrear en esta entrevista de aquel diálogo crepuscular. Omar Ortiz Forero, Premio Nacional de Poesía por la Universidad de Antioquia, se desempeña como profesor en la Universidad Central del Valle de Tuluá (UCEVA). Estudió abogacía (porque no le quedó de otra), pero ha sido reconocido por su labor en la gestoría cultural de su región. Prolijo es en premios y libros. Dirige la legendaria revista Luna nueva, que ya cuenta los treinta y tres años de vida. Su obra ha sido publicada en diversos países de Latinoamérica, así como en España y Francia.

  • ¿Maestro, qué significa su Pequeña historia…para un gran país como lo es Colombia?
  • La Historia, así con H mayúscula, está hecha de pequeños o grandes episodios, con h minúscula, que van determinando el rumbo de un individuo o de una colectividad, para sus logros o para sus fracasos, para su grandeza o su miseria. En el caso de Colombia, como de buena parte de nuestra América, estos episodios los generan unas élites que solo miran hacia sus beneficios particulares. Por ello, al propiciar dichos hechos, los mismos, siempre ocasionan un desmedro abusivo y arbitrario sobre los intereses del colectivo que dirigen y que ellos, desde su cinismo sinvergüenza, llaman “nuestro país” o “nuestra patria”. El “país” o la “patria”, de ellos, claro.
  • ¿Por qué está ardiendo Colombia, maestro?
  • Porque desde la aparición del narcotráfico, las organizaciones criminales que se lucran con estos dineros, han logrado hacerse con la dirección del Estado, por medio de cadenas de contratistas que reemplazaron a los partidos políticos y que instauraron un régimen de corrupción sin precedentes en la historia del país. Esta situación, más la llegada de la pandemia, ha profundizado de manera inclemente las desigualdades económicas y sociales de los colombianos y ha generado un clima de violencia sistemática, dirigida desde el Estado, contra las organizaciones políticas y sociales que trabajan por mejorar las condiciones de vida de por lo menos el 80% de la nación. Hay que tener en cuenta que en estos momentos la población desplazada en Colombia llega a por lo menos, siete millones de habitantes y las víctimas de violencias de todo tipo en los últimos 50 años de conflicto se calculan en más de un millón de homicidios, por lo menos 170 desapariciones forzadas y más de diez mil víctimas de torturas. Con este panorama, se puede hacer usted una idea de las condiciones de resentimiento y rabia, que nutren cotidianamente a la sociedad colombiana. 
  • ¿Cuál ha sido el papel de los escritores en los recientes disturbios sociales de su país?
  • En general, son voces solidarias con los que luchan por mejorar, desde sus trabajos comunitarios, las condiciones de vida de los colombianos. Voces de denuncia a los atropellos por parte del Estado contra la pobrecía. Por eso los sindican desde el gobierno como enemigos y los castigan negándoles la posibilidad de representar al país en diferentes eventos internacionales, ya que, desde el Ministerio de Relaciones, o Cancillería, se habla de que dicha representación debe de estar encomendada a “escritores neutrales”
  • ¿Qué significa ser poeta, hoy, en Colombia?
  • Dignificar la palabra por medio de una poética que sea en verdad verbo y carne del hombre y la mujer colombianos, víctimas de ultraje y la barbarie.
  • ¿Cuál es su visión de la literatura contemporánea latinoamericana?
  • Me gustan voces como la de la mexicana Valeria Luiselli, las argentinas Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, del peruano Fernando Iweasaki, del chileno Pedro Lemebel, del brasileño Rubem Fonseca, de la colombo-uruguaya Fernanda Trías, de los colombianos Pedro Badràn, Felipe Agudelo, Daniel Ferreira, Daniel Ángel, Cristian Valencia, Paul Brito, Adelaida Fernández, para citar algunos, sin desmerecer los muchos que he leído con atención y gusto.
  • ¿Qué prevalece entre los escritores actuales de Latinoamérica: un diálogo o un silencio?
  • A pesar de que las redes sociales hacen posible que las noticias sobre Encuentros de Escritores y eventos literarios en general se publiciten y las palabras de muchos de quienes participan en los mentados eventos tengan una inmejorable tribuna, creo que un verdadero diálogo entre escritores del continente no existe desde que las editoriales, los manager y los representantes literarios, hablan por ellos o, lo que es peor, establecen lo que es literariamente correcto decir o callar.
  • ¿Qué significa para usted la rebeldía?
  • Básicamente lo que plantea Camus en El hombre rebelde (1951) que la misma debe ser un accionar constante frente a la defensa de la libertad y la justicia. En este sentido me declaro en conflicto permanente contra todo autoritarismo venga de donde viniere.
  • ¿Entonces es usted un rebelde?
  • Visto desde los enunciados anteriores, sí. Este es un mundo que cada vez recurre con mayor intensidad a la manipulación de nuestras conciencias, pretendiendo anular la imaginación, la fantasía y el pensamiento crítico, en búsqueda de un unanimismo aterrador que tiene su expresión final y totalitaria en el triunfo del algoritmo.
  • ¿De qué manera la violencia ha determinado la estética de la poesía latinoamericana contemporánea?
  • Desde los inicios de nuestra vida republicana, cuando las gestas libertadoras iniciaron el extrañamiento colonial de España, los conflictos propiciados por las élites han caracterizado nuestro devenir político. Desde el Río Bravo hasta el Río de la Plata, se han minimizado el valor y la importancia de nutridos sectores de nuestra población, indios, negros, mestizos, mulatos, en la conformación y puesta en marcha de nuestras pretendidas democracias, lo que ha contribuido a un permanente enfrentamiento entre el Estado y sus gobernados. Esta situación marca de alguna manera toda la historia de nuestra creación literaria, aún en momentos que pareciera discurrir hacia otras orillas más tranquilas.
  • ¿Cuál considera usted que es la importancia de la gestoría cultural sobre todo en las ciudades de provincia?
  • Partamos que es la provincia la verdadera alma de una nación, y así, desde esa perspectiva podemos decir que es desde allí que surgen las verdaderas necesidades de proteger y desarrollar una gestión que, desde la diversidad y la multiplicidad de miradas y propuestas culturales, afiance e impulse el compromiso de sus individuos con el sentir de una tradición y con el enriquecimiento de la misma para avanzar hacia una verdadera cultura colectiva y universal.
  • Platíquenos de esa aventura llamada Luna Nueva.
  • Luna Nueva, es una bella aventura que nació en 1987 y que se mantiene en su intención de difundir y enaltecer la obra de poetas y ensayistas de la órbita latinoamericana. Son ya 34 años de acoger en sus páginas a poetas de renombre, pero también a nuevas voces que tienen desde allí la oportunidad de publicar una nutrida muestra de su obra para el beneplácito de nuestros lectores.
  • ¿Podrá algún día cumplirse el sueño bolivariano?
  • No lo creo, y ese válido sueño para el momento en que fue visualizado, en los tiempos que corren puede convertirse en una atroz pesadilla.
  • ¿Qué densidad tienen en su vida Tuluá?
  • Tuluá, es una ciudad con todas las comodidades de una ciudad contemporánea, pero sin ninguno de sus defectos mayores, y lo más importante donde sus habitantes somos dueños de nuestro tiempo y de nuestras siestas. Lo que ya es una manera humana de vivir.
  • En su Declaración de principios habla de “perturbar almas y desorientar espíritus” ¿cuál es su clave para ejercer dichas potencias?
  • Tener siempre la convicción de que el poder envilece y actuar en consecuencia.
  • Durante nuestra conversación en Tepotzotlán, casi que empezamos a hacer una radiografía de los poetas colombianos y salió a relucir el nombre de Raúl Gómez Jattin, a quien usted parece conocer bien. No quiero dejar pasar la ocasión de que nos hable de ese vate al que el olvido quiere arrastrar a sus lares:
  • Me interesa la obra de Gómez Jattin que no gira en base a su insania mental. Me parece que su calidad poética está dada por los poemas que hablan del Valle del Sinú, que fue su tierra adoptiva, o por los poemas que exaltan la infancia, la amistad, o los que hacen un desolador retrato de sus padecimientos y angustias, que en últimas son los mismos de buena parte de sus conciudadanos. Y me gusta sobre manera que las nuevas generaciones lo lean y lo valoren por su verdadera trascendencia.
  • ¿Latinoamérica se olvida de sus poetas, maestro?
  • Latinoamérica se olvida de todo, mi querido Juan. Nuestra memoria de gallina, al decir de Cepeda Samudio, es una constante cultural del Continente. Pero curiosamente con la poesía hay un resurgir de la oralidad y la oralidad es memoria, así que esa es otra de nuestra grandes y actuales paradojas.
  • Por último, maestro, ¿cómo impedir que sigan traficando con nuestros cuerpos y envenenando nuestras emociones?
  • Yo no tengo la formula, pero cuando veo a la muchachada en la calle, vociferando y reclamando por los derechos de todos, cantando, bailando y poniéndole color e imaginación al frío asfalto, me digo, “no llores, todavía hay tiempo para la poesía.»
En San Miguel Cañadas. Los poetas Erik González y Francisco Trejo, detrás del maestro Omar Ortiz Forero.
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Algo sobre “La cueva de los sueños olvidados”

Es como si el alma moderna hubiese nacido ahí…De esta manera se expresa un investigador al reflexionar sobre la importancia de las pinturas rupestres encontradas en la Cueva de Chauvet.

Esta película-documental trata sobre uno de los principales descubrimientos de la humanidad en los últimos años: el descubrimiento de una cueva en Francia que contenía pinturas rupestres de más de 30,000 años de antigüedad, siendo más viejas que aquellas que se creían como las más antiguas.

Aquí se resaltan aspectos como la gran técnica y el impacto de dichas pinturas en los espectadores que las llegan a admirar. Las pinturas mostradas se caracterizan por ser dibujos muy estilizados de animales extintos y de algunas otras fantasías quiméricas creadas por aquellos humanos del paleolítico que caminaban en dicha cueva.

La película muestra el procedimiento en el cual el cineasta se dispuso a acompañar a un grupo reducido de investigadores en la Cueva de Chauvet con motivo de lograr una representación de la historia de los humanos que ahí habitaban. El grupo de científicos estaba conformado por arqueólogos, paleontólogos, historiadores del arte, entre algunos más, quienes además no contaban con el equipo de filmación adecuado.

El Ministerio Francés, según los investigadores, les brindó un apoyo limitado para que el grupo investigara las pinturas y terreno alrededor. De tal manera tuvieron muchas carencias además de que había zonas en las que las cámaras no podían utilizarse por cuestiones de seguridad.

Las imágenes que se muestran son sorprendentes: animales trazados en la piedra viva de la cueva que parecen correr y moverse con vida propia. Los investigadores se sienten en todo momento dentro de aquel ambiente prehistórico que parece nunca haberse ido. Las condiciones naturales hicieron que aquellas pinturas permanecieran en una verdadera “capsula del tiempo”, ya que incluso quedaban vestigios de antorchas antiguas, algunos restos fósiles de animales, entre otras pistas que pudieran brindar luz sobre quiénes pintaron en esa cueva.

La cueva de los sueños olvidados de Herzog

Lo que se intuye como un descubrimiento científico resultaría ser un inmenso impacto para la ideología moderna, ya que si se siguen encontrando muestras de una inteligencia superior de la humanidad en el pasado. Esto plantea la necesidad de repensar la concepción que tenemos sobre nuestros antepasados, así como su antigüedad. Este tipo de conocimiento, ahora público, debería ayudar a que los humanos nos reconozcamos a nosotros mismos.

El hecho de que un profesional desentrañe los secretos de las pinturas y descubra que presentan una técnica superior a la que se creía indica que hay muchas cosas que aún permanecen ocultas y que puede resultar en un impacto considerable a nuestra ideología sobre el progreso humano. La calidad de las pinturas muestra que individuos conscientes, curiosos, creativos, “modernos”, estuvieron todo el tiempo viviendo en un mundo salvaje donde la adaptación era la única salida a la supervivencia.

En esas cuevas hay vestigios de seres que habitaron en esas tierras que se asemejan a nosotros en la actualidad en más de un sentido, y podrían incluso superarnos en cierto sentido. Todo esto podría asustar y emocionar tanto a espectadores como investigadores. Sin embargo, es necesario interpretar apropiadamente estas pistas que nos han dejado los ancestros, las cuales pueden servirnos de espejo para reflejarnos en él.

De esta forma, la manera en que la película va contando el desarrollo de la  investigación, así como algunas interpretaciones científicas sobre la vida en aquella era, es un medio de aprendizaje directo, emotivo y apasionado que impacta visualmente al espectador.

El acercamiento directo a las entrañas de la tierra y en particular a la zona en que se han desarrollado sucesos muy importantes para la humanidad normalmente es un proceso que se reserva sólo a unos pocos. De tal forma Herzog logra inmiscuirse en todo este proceso y el resultado en una especie de experiencia compartida entre los investigadores, el cineasta y los espectadores, los cuales están siendo parte del fenómeno y lo interpretan de diferente forma.

Es un documental que hace reconsiderar todo el aparato ideológico que se nos ha implantado como sociedad, ya que apunta que el espíritu moderno no es tan privilegiado como creíamos. Tal vez ahora solo seamos una sombra de lo que ha sido la humanidad en el pasado y todo lo demás nos sepa como una fantasía u otra alucinación.

Es una experiencia inquietante para aquellos que no se conforman con aceptar sencillamente conceptos y fenómenos.

Como se menciona en el film: es un error considerar que el humano es simplemente un Homo-Sapiens, ya que lo más correcto sería afirmar que el humano es un Homo-Spiritualis.

Esto podría afirmarse claramente con una de las pinturas resguardada en una zona que al principio no estaba accesible a los mismos investigadores: la imagen muestra una figura femenina con la mitad del cuerpo humano y la otra con la de un animal parecido a un bisonte, casi un minotauro. Lo fantástico justo frente a nosotros.

La cueva de los sueños olvidados

El sueño entre la naturaleza y lo irreal en el ser humano. Así surge en el hombre la capacidad de asombro y de proyección a través del tiempo.

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Canaimera

Paula Castiglioni I La América Pistolera

Bien dicen que las apariencias engañan. Sobre todo en los duelos a muerte. Tras de esa mirada verdidulce, tras de esa terneza de su casi infantil rostro, la escritora Paula Castiglioni resguarda una contemplación cruda de su entorno, una mirada pistolera que repasa temas específicos germinados en el terror, y ello, por si fuera poco, lo traduce en una furibunda, tremenda, violenta prosa, devastadora prosa, que camina bajo el sol con sombrilla rosada, pero con una escuadra de cromo, oro y alacranes ceñida al talle.  Entrevistadora,  periodista, guionista, “ratita tipeadora”, pero sobre todo una mujer volcada a la escritura de manera profesional, Paula Castiglioni (Buenos Aires, 1984) ganó en el pandémico año del 2020 el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, que otorga la Universidad Autónoma del Estado de México, con su narco¿romántica?novela Pistoleros (Uaemex, 2020), misma que fue elogiada por escritores de la talla del legendario Gerardo de la Torre. Por la densidad de sus letras, se adivina que el camino creativo de Castiglioni no ha sido fácil; que desconoce el privilegio de los méritos regalados, y lo suyo es un sendero abierto con el pico lento pero eficaz del trabajo, ése mismo que se hace desde de la base, desde el barrio. Quizá por eso su obra se hace tan cercana, tan familiar, tan natural. Y por ello, me atrevo un tanto a profetizar que muy pronto Paula se convertirá en una escritora consentida de los lectores. Una escritora a lo sumo popular. Esperemos que así sea.

  • Querida Paula, hoy, después del premio y la publicación del libro, ¿qué densidad comienza a tener en tu vida Pistoleros?
  • Imaginate que mi primera novela la escribí a los 13 años junto a Lucila, una amiga. Y después vinieron más historias que no salieron a la luz. Obviamente fui evolucionando en la escritura durante todo este tiempo. Pistoleros tiene en mi vida una densidad inmensa, hizo posible que se me cumpliera un gran sueño: publicar un libro. Y encima, con el reconocimiento de una institución prestigiosa como la Universidad Autónoma del Estado de México.
  • ¿Qué significa una joven escritora argentina escribiendo sobre narcotráfico, un tema más bien presente en la literatura mexicana y colombiana?
  • No puedo ver la dimensión a nivel Argentina, ya que el libro todavía no se publicó acá. En eso estamos, pronto habrá novedades. Sí puedo decirte que en mi país hay grandes escritoras de novela negra, amo las historias de María Inés Krimer, y la primera novela de Dolores Reyes, Cometierra, simplemente es perfecta. En mi caso, decidí escribir sobre narcotráfico porque es una problemática que afecta a todas las capas sociales y es un tema que vengo trabajando hace años como periodista. Además, soy lectora de narcoliteratura mexicana y colombiana. En Argentina sí hay narconovelas, como Cruz, de Nicolás Ferraro; Rojo Sangre, de Rafael Bielsa; Si me querés, quereme transa, de Cristian Alarcón, o No hay risas en el cielo, de Ariel Urquiza. Pero ninguna profundizó en el costado romántico. Creo que ahí Pistoleros marca una diferencia. Ni mejor ni peor, es otra forma de narrar.
  • ¿De qué va Pistoleros?
  • Es la historia de una ex esclava sexual que lucha por liberarse de un mundo regido por la violencia y la droga. Anita es rescatada de una red de trata durante un operativo policial cuando tenía 15 años y tiempo después, se pone de novia con un hombre hermoso, millonario… y narco. Nada es perfecto. Pensaba estar en medio de un cuento de hadas pero las cosas se ponen bien feas cuando el tipo se violenta.
  • ¿Cómo fue el proceso de escritura de este libro?
  • Yo venía de escribir un drama paranormal que fue bochado de todo concurso y editorial. Por cortos segundos pensé en dejar la escritura. Digo cortos segundos porque es un vicio y realmente lo necesito para estar de buen humor. Así que mientras estaba escribiendo otra novela con tintes religiosos, mi maestro, Enzo Maqueira, me dijo que tenía pasta para el género romántico. Entonces le pregunté si seguía con esa novela o me metía con una narcorromántica. Y me alentó por la segunda opción. Empecé a interiorizarme en el género negro, me di cuenta de que yo ya era fan de autoras como Ingrid Noll, Natsuo Kirino y Gillian Flynn. Enzo me recomendó a escritores argentinos y definitivamente Ernesto Mallo me voló la cabeza con su saga del comisario Lascano. En paralelo, empecé a estudiar estructuras narrativas y diagramé toda la historia. Y después fue largarse a escribir. Me ayudó mucho para encontrar el tono releer a Manuel Puig y Alejandro López. También sumé a Juan Sbarra, a quien no conocía y me enamoré.
  • ¿De qué sirven los premios literarios?
  • Muchos autores logran ser publicados por su buen manejo de redes sociales. Otros, vienen de semilleros como los talleres literarios y hacen su camino por esa vía. En mi caso, soy un queso con las redes y solo fui a un taller cuando tenía 14 años y no duré mucho, había gente grande. Después ya empecé a trabajar y a estudiar. Y el trabajo como periodista no tiene horarios fijos, imposible quedar con un taller. Fui probando con clases particulares y luego de una larga búsqueda, di con Enzo Maqueira hace unos años. Fue un salto cuántico en la escritura, sigo aprendiendo muchísimo de él. Volviendo a la pregunta, ¿para qué sirven los premios? Es la única opción de publicar para muchos que no venimos del palo literario, que no tenemos contactos y apenas nos conoce nuestra madre.
  • Por cierto que en México se criticó cierta cláusula donde la Universidad Autónoma del Estado de México se quedaba con la propiedad intelectual en su aspecto de derecho patrimonial de la obra,¿cuál es tu opinión y tu vivencia al respecto?
  • Hay que saber leer las bases de los concursos, a veces son muy ambiguas. Hacia la Universidad Autónoma del Estado de México solo tengo palabras de agradecimiento. Gente muy profesional y cálida. Insisto: si no fuera por este premio, quizá nunca me habrían publicado ni estaríamos charlando nosotros ahora. Sí creo que es importante asesorarse jurídicamente a la hora de firmar un documento, siempre lo hago, casi una manía o quizá, prudencia.
  • ¿Será que Pistoleros te ha acercado más al ámbito literario mexicano que al argentino?
  • No me veo parte de un ámbito literario, soy muy nueva en esto. Sí he tenido acercamientos muy bonitos a escritores mexicanos por esto del premio. A Orfa Alarcón la conocía porque la había entrevistado por Loba. Fue tan dulce y generosa que me hizo un prólogo precioso para el libro y también me acompañó en una presentación. Después conocí a la grossa de Eve Gil, una persona brillante y encantadora, amo sus libros y también su fortaleza. También entablé amistad con autores hombres como Oswaldo García, autor de Adicción a ver muertos y Mauricio Neblina, que me regaló La marca del mexicano y pronto leeré. En cuanto a autores argentinos, fuera de mi maestro, Enzo Maqueira, soy amiga de una escritora que amo y admiro, Silvia Arazi, y he tenido muy lindos intercambios con mis entrevistados. Cuando sos fan de un escritor y te das cuenta de que es tan genial como sus obras, es un flash.
  • ¿Quién es Anita y qué tanto tiene de Paula?
  • Anita es un personaje totalmente ficticio. Tomé el apodo que se puso una menor de edad que fue esclava sexual, la conocí por una nota que lamentablemente nunca pudimos emitir en mi trabajo. Esta niña y mi personaje solo comparten que fueron víctimas de una red de trata. ¿Anita Briansky tiene algo de mí? Quizá, todos los personajes quizá tengan algo de mí, después de todo el autor mismo les da el soplo de vida. Anita ama la música ochentosa, como yo. Ama comer. Es soñadora. Y sobre todo, luchadora. Puede estar con el alma desgarrada, pero se levanta y sigue peleando por sus objetivos.
  • ¿La violencia determina la estética de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Creo que la literatura latinoamericana contemporánea es muy amplia en estilos y géneros. Claro que a la hora de tocar temáticas sociales duras, no tenemos más remedio que meternos en la violencia. Dolores Reyes en Cometierra habla de los femicidios, pero de forma muy poética, la violencia está bajo cada línea pero no de forma brutal y explícita. Pero otro autor que amo, Juan Carrá, muestra de una manera cruda el submundo de las poblaciones vulnerables en No permitas que mi sangre se derrame. Hay escritores que cuentan historias que me tocan el alma y no se meten en lo policial. Mi amiga Silvia Arazi te hace llorar, tiene una sensibilidad única a la hora de explorar la esencia humana. La separación es una joya.
  • ¿Has usado alguna vez un arma de fuego?
  • No me gustan las armas de fuego, me parecen feas, poco estéticas. Tengo amigos que por cuestión de seguridad, ya que vivieron experiencias horribles, debieron aprender a disparar. Los respeto. Pero en general, la gente que lo hace por diversión me da asco. Como los que practican la caza mal llamada deportiva. Sí me gustan las armas blancas, sobre todo las japonesas. En casa tenemos varias, para mí son todas katanas pero mi marido sí sabe distinguirlas. ¿Por qué mis personajes usan pistolas? Porque no es verosímil que un delincuente hoy se maneje exclusivamente con armas blancas. Imaginate, sale un narco con la katana y el enemigo le pega un tiro en la frente. No va. Es competencia desleal.
  • ¿Has matado a alguien?
  • No, por suerte nunca he llegado a un instante en que era mi vida o la del otro. Justifico la defensa personal. Pero en caso de llegar a esa situación límite, creo que tendría todas las de perder. No sé manejar un arma y mis conocimientos de artes marciales son un chiste. ¿Pensé alguna vez en matar a alguien? Miles de veces, como una fantasía imposible de cumplir. Cuando en primaria me hacían bullying porque era estudiosa, porque leía, porque se les daba la gana, quería escribir una historia llamada La chica que no aguantó más. La protagonista usaba un cuchillo de cocina y teñía las paredes con sangre. Menos mal que nunca tuve los poderes de Carrie. Después, ya de grande, soñaba que un jefe muy maltratador se resbalaba por las escaleras y se desnucaba. Entonces, cada vez que venía y me gritaba, yo pensaba en esa escena y me calmaba. Con el tiempo aprendí a disipar esos pensamientos, son negativos y solo te hacen mal. Perdonar tiene una función muy terapéutica y te permite avanzar sin anclarte en el pasado.
  • ¿Qué significa, en la actualidad, ser escritora en Argentina?
  • No sabría qué decirte, a fin de año recién me publicarían acá y ahí veré qué significa. Solo conozco a un escritor que vive de la escritura, Patricio Sturlese, autor de bestsellers góticos. Después, muchos tienen otros empleos fuera de la escritura: dan talleres y clínicas, son editores, periodistas, abogados, profesores. Uno de los exponentes de la novela negra en mi país, Kike Ferrari, trabaja en los subterráneos. Las profesiones son muy dispares. La mayoría tiene en común que debe valerse de otro trabajo para poder comer. Incluso autores traducidos a diez idiomas.
  • ¿Cuál es tu visión de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Mi visión es muy acotada, no soy académica. Como lectora tampoco puedo formular una respuesta muy amplia. He leído autores argentinos, chilenos, mexicanos, uruguayos, colombianos, cubanos… pero por ejemplo, no tengo idea de la literatura en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Honduras. Sería injusto que te diera una opinión sin conocer más.
  • ¿Porqué te consideras una mujer dañada y de qué manera es que la escritura te ha sanado?
  • Me gustaría conocer a alguna persona que nunca haya sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida. Hombre o mujer. Cuando profundizo en charlas con amigos o compañeros de trabajo, siempre saltan esas heridas que cuestan cicatrizar. Son temas que uno también trata en terapia, acá no te toman por loco si lo hacés. Por algo Argentina tiene la mayor concentración de psicólogos. Hay 202 por cada 100.000 habitantes. ¡Y todos tienen trabajo! La escritura me ayuda para hacer catarsis. De hecho, cuando escribí Pistoleros tenía mucha violencia contenida. Así salió esta novela romántica que chorrea sangre.
  • ¿Qué vicios y virtudes consideras que contiene la literatura feminista en la Latinoamérica contemporánea?
  • La verdad que yo leo solo libros que me gustan, salvo que por trabajo me vea obligada a terminarlos. No te puedo hablar de vicios y virtudes con esta visión acotada. Una novela que me encantó fue Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Me pareció genial que recreara la historia de la mujer de Martín Fierro, no quiero dar spoilers. Su narración está llena de música y color. A ver, es literatura. Si la queremos encasillar como feminista, ok. Pero creo que este libro en particular va más allá de las etiquetas.
  • ¿Te consideras una escritora feminista?
  • Pistoleros tiene su costado feminista, soy una autora escribiendo en determinado contexto histórico y social y me veo atravesada por este movimiento. Además, tengo cierta fijación contra la injusticia. Me pone loca. ¿Soy una escritora feminista? A mí me gusta contar historias. Apoyo que se luche por los derechos de las mujeres, me pone feliz que mis sobrinas vivan en un mundo en que no se naturalice el acoso, el abuso, que te levanten la mano. Hoy podés denunciar el maltrato, antes te trataban de loca, de débil. Pero esta no es la única causa que apoyo. Estoy en contra de la precarización laboral, del trabajo infantil, del hambre, de la corrupción, del maltrato animal. Y con todo esto podés contar historias.
  • ¿Cuál es tu visión del narcotráfico latinoamericano, sobre todo en la escritura?
  • En Latinoamérica la violencia narco está muy a flor de piel porque sos país productor o bien, país de paso. Y no hablamos de una industria legal, con todo en orden. Son organizaciones transnacionales que se disputan los territorios y extienden sus tentáculos hasta las fuerzas de seguridad, la justicia y la política. Yo, que soy de clase media, me veo quizá impactada por el deterioro del tejido social que producen las drogas, y esto se ve reflejado en problemas como la inseguridad. Pero hay gente que lo siente en la carne, más que nada personas de barrios vulnerables. Lugares donde hay mucha falta de estado y el narco se aprovecha. Usan a chicos como soldaditos, campanas o correo. Tenés abuelitas que venden pasta base desde una ventana, porque con la jubilación no les alcanza. Madres con bebés en brazos que esconden la droga en los pañales. Jóvenes sin esperanza que abrazan el camino fácil. Esto quizá sea lo más visible, lo que te cuentan las noticias. Después tenés aquellos supuestos casos aislados como cocinas de cocaína en barrio privados, narcos hiperbuscados que viven como señores de clase alta y caen porque no pueden renunciar del todo a su identidad. La literatura latinoamericana refleja estas realidades.
  • ¿Crees que existe un diálogo entre los escritores latinoamericanos contemporáneos?
  • Sí, existe un diálogo a través de intercambio de lecturas y también a nivel personal. La tecnología permite que se desarrollen amistades a pesar de la distancia, podés contarte confidencias con una autora o autor a miles de kilómetros  y que no conocés en persona. Podés intercambiarte libros electrónicos, porque quizá en tu país no publicaron a ese escritor. Es muy interesante cómo internet va borrando las fronteras, esto se intensificó por la pandemia.
  • ¿Qué es el amor para Paula Castiglioni?
  • El amor es el motor de la vida. Y ante la falta de amor, nace la injusticia. La palabra amor para mí está muy ligada a Dios. Y no hablo de Dios a nivel religión, no soy practicante de nada, no quiero que me encasille la fe. El amor marca la diferencia, el amor te indica que no hay casualidades, sino causalidades, y que detrás de este sentimiento mágico hay una inteligencia superior.
  • ¿Has amado a alguien?
  • Sí, el amor tiene muchas formas. No hablo griego, pero sé que utilizan diferentes palabras según la relación. Amo a mi marido, que es mi compañero, amigo, amante y cable a tierra. Amo a mi familia, tanto de sangre como política, porque me adoptaron desde un principio. Y amo a mis amigos, que son hermanos que me regaló la vida.
  • Tú que has sido entrevistadora, ¿qué piensas de la entrevista como género literario?
  • Creo que hay todo un arte en entrevistar. Cuando estudiaba periodismo, era mi materia favorita. La entrevista es básica para cualquier nota periodística, incluso cuando es en off. En mi caso, también la utilizo para investigar antes de escribir ficción. Debés indagar en el alma de tu fuente, buscar aquel elemento mágico que nadie encontró y que marque una diferencia en tu trabajo. Me pongo feliz cuando el entrevistado se sale del speech y se muestra tal cual es.
  • ¿Te gustan los corridos norteños?
  • No soy experta, pero he escuchado algunos. Los conocí por el documental “Narco cultura”. Después empecé a buscar más por Youtube. La narcocultura no solo se ve reflejada en la literatura, también en el arte plástico y la música. En Argentina no suele haber canciones dedicadas a capos narcos. Quizá el tema más reconocido es “Me matan, Limón”, de los Redonditos de Ricota, sobre la muerte de Pablo Escobar. La cumbia villera sí habla más del tema, toca el consumo, el narcomenudeo, el rápido ascenso social de algunos y la lucha por el territorio.
  • En ese sentido, y para terminar la entrevista, si se hiciera un corrido o un narcocorrido de Paula Castiglioni,¿qué se contaría en él? Puedes hacernos un corrido tuyo, si quieres.
  • Soy muy mala para componer canciones, ni me animo jaja. Cada uno a lo suyo. ¡Me daría miedo que se componga un narcocorrido sobre mí! Quizá podría hablar de una chica con cara de buena y que escribía historias que ni vivió. Hablaba mucho de sangre y pistolas, pero nunca se animó a matar. La tapa del disco tranquilamente podría ser una Hello Kitty con cara de psicópata y un cuchillo en el muñón.
Yo cuando no estoy escribiendo, estoy muy rompebolas”, dice Paula  Castiglioni | Maremoto Maristain
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Siete minificciones en octubre

Saludando al sol comienza un nuevo día. Así los saludo a ustedes. Desde las clásicas aperturas de peón de rey en el ajedrez (aunque un poco impredecibles) hasta la historia de una pequeña escultura que descansa sobre mi librero, les presentaré a continuación algunas minificciones que han salido desde lo más misterioso. Échenles un ojillo atento.


Al pastor

En el tablero se menean las piezas que ruedan y bailan con los reyes. Un peón se abre en las blancas y las negras cuentan sus ovejas. ¡Pum, pum! El reloj cuenta cuatro jugadas. Las negras ahora velan muerto y las blancas matan puerco.


De ángeles y sal de uvas I

Un ángel vivía feliz entre sus cantos y sus apuestas con los muertos. Un día perdió las alas y ganó un compadre de suspenso. Dios lo expulsó de su diestra y ahora despacha en una farmacia de descuento.


De ángeles y sal de uvas II

Ángel que vuela torcido jamás su rezo endereza, y de vuelta a la farmacia. 


Huesitos letrados

Era un cadáver tan culto que después de cultivarse bajo tierra terminó por hacerse fruto.


Párrafo estratégico

Érase una vez un párrafo tan, pero tan poderoso, que en vez de cuartilla tenía cuartel.


Discordia

Al final le dije: fuimos una pareja muy zoofílica. Yo tan maullador ¡y tú tan fiera!


Ni Pigmalión ni Galatea.

Era la escultura más hermosa, fiel y sumisa que jamás se hubiese creado. Un día sin querer le hice un desaire y tan sumisa era, que explotó silenciosamente en llanto. Ahora tengo un bonito mastique embarrado que me reniega por cualquier cosa.

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Ecos de un caballito del diablo

Aída Chacón| Días de guardar| Crónica

Fotografía: @yllak

Durante la infancia esperaba con ansias la llegada de la Semana Santa. Esas dos largas semanas para no ir a la escuela y en las que los adultos también tenían descanso para llevarnos a pasear a algún sitio. Nuestro destino favorito era el río o la playa. A pesar de que salíamos durante los días de guardar, mi abuela tenía la creencia de que el viernes santo nunca debía usarse para el placer, ningún tipo de placer. Los adultos de aquella época pensaban que no era más que una superstición, así que en aquellas vacaciones salimos de casa, desde muy temprano en viernes, con destino a la playa.

Alrededor de las diez de la mañana nos instalamos en la playa de Mocambo. El día estaba nublado, pero la playa estaba casi vacía. No pudimos resistir la tentación de tener tanto espacio para nosotros, así que aún con las nubes que presagiaban una tormenta, nos pusimos la ropa para nadar y corrimos al agua. Durante un rato no pareció una mala elección; ya estábamos ahí, el viento empezó a soplar más fuerte y pensamos que, a pesar del frío, en cualquier momento las nubes darían paso al sol radiante que esperábamos encontrar.

El viento no dio paso al sol, no arrastró consigo a las nubes para llevarlas a otro paisaje; el día se oscureció más y empezamos a temblar de frío estando en el agua. Escapar del agua significó atravesar una playa feroz, con el mar picado y el viento lanzando la arena sobre nosotros. Cada grano parecía un alfiler que se enterraba en la piel; apenas unos pasos equivalían a soportar los embates de un ejército invisible que lanzaba toda su artillería sobre cada centímetro de piel. La arena se pegaba en la garganta, nos hacía llorar y finalmente nos lanzó de la playa. Pegajosos, llenos de arena y tristes pensamos en volver a casa.

Cuando el espíritu viajero se había muerto por completo, el entusiasmo de unos cuantos empezó a esparcirse entre todos e idearon un nuevo destino: el río. Estando en el puerto, enfilamos rumbo al río cercano al rancho de mis tíos en Soledad de Doblado. Ahí llegaríamos a un lugar tranquilo y también tendríamos cerca a los parientes para visitarlos. Parecía la idea perfecta para salvar el día y el viaje.

Llegamos al río cuyo nombre olvidé con los años. Nos instalamos en la orilla de la manera tradicional: las mamás con el lunch y vigilándonos mientras cazábamos guarasapos1; los jóvenes nadando en la parte más profunda, riendo a carcajadas y buscando la manera de echarse clavados en el agua; mi abuela remojando sus pies y contemplando a toda la familia feliz con un paisaje soleado y campirano como escenario.

Todo iba bien hasta que llegaron más personas. Llegaron en una camioneta roja. Eran pocos, apenas un par de niños, tres mujeres y un par de señores. Quedaron casi frente a nosotros en la otra orilla del río. Aunque no nos molestaron jamás, habríamos preferido toda la corriente solo para nosotros. Mi abuela, como siempre, dijo que se sintió extraña con la llegada de más personas al río; “como que me llegó un presentimiento”, dijo más tarde mientras comíamos.

Después, cuando todos estábamos absortos en nuestra alegría, llegó otra camioneta. Nos dimos cuenta hasta que los tripulantes bajaron de ella todos al mismo tiempo; la camioneta negra, sin placas y vidrios polarizados puso en alerta a los adultos. Uno de los hombres que se encontraba en la orilla no los vio llegar. Lo amenazaron con armas y el griterío de las mujeres me hizo distraerme de los guarasapos. Levanté la vista y miré de golpe todo el escenario: hombres armados golpeando al tipo de shorts mojados, mujeres gritando y abrazando a los niños; luego el mismo hombre de shorts flotando boca abajo en el agua. Todo pasó tan rápido que no me di cuenta cuando mamá me había sacado del río. Todos corrimos a escondernos, y mis papás repetían con insistencia que nadie volteara a verlos, que no los miráramos.

Desde el escondite escuchamos las llantas de la camioneta arrancar sobre la terracería y alejarse. Nos asomamos y vimos mujeres llorando. Yo volví a ver al hombre flotando en el agua y pregunté si estaba muerto. Nadie contestó. Rápidamente nos subimos a la camioneta en la que íbamos nosotros y nos dimos prisa para llegar al rancho del tío Manuel, el más lejano de Soledad y más escondido entre los sembradíos. Mi papá dirigió el camino. Los demás permanecimos callados, llenos de miedo.

Llegamos al rancho y los tíos nos ofrecieron de comer. Estábamos hambrientos y nos sentamos a la mesa sin demora. En el fogón se veía la olla de frijoles, el comal con las tortillas recién hechas. Al centro de la mesa estaba el molcajete con una salsa que tenía un olor delicioso. El embeleso de la comida fue disipando el miedo. Empezamos a deleitarnos con el plato de frijoles con chorizo que habían hecho para nosotros. Mientras comíamos empezamos a reír, a charlar sobre el viaje, sobre lo que vimos. La abuela no desaprovechó la oportunidad para decirnos que jamás debimos salir de casa los viernes santos porque son días de guardar y no podemos jugar con eso. Ya nadie debatió con ella. Con aquella comida, sentados a la mesa de los tíos, todos nos sentimos de nuevo en casa. Ahora mi padre siempre me dice que no debemos salir de casa ese día. Nunca más, desde entonces, hemos vacacionado en viernes santo.

1Guarisapos.

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Ecos de un caballito del diablo

Aída Chacón| Souvenirs para mamá (II)| Crónica

Fotografía: Pedro Valtierra.

Aquel hotel de paso que nos cobijó durante nuestra estancia en Cancún lo encontrábamos hermoso. Fue nuestro refugio. El vínculo con la realidad que evadíamos durante el día, cuando íbamos a la zona hotelera a colarnos en los hoteles de lujo. En ellos había albercas, barra libre para los adultos, refrescos para nosotros, regaderas para después de estar en la arena de la playa privada.

Teníamos un número previamente ensayado. Si alguien nos increpaba sobre nuestra procedencia debíamos contestar con toda seguridad que estábamos en la habitación 208. Mirar con desdén a quienes hacían ese tipo de pregunta y continuar el camino hacia la alberca. Una vez superado el tropiezo habría que comunicarlo al jefe de la treta quien, en este caso, era un de mis tíos. Si no había tropiezos durante el día, podíamos estar en las albercas, el bar o la playa, pero a las 4 de la tarde debíamos marcharnos.

Así conocimos distintos hoteles. Cada uno más lujoso que el anterior, con mejores albercas, con paisajes maravillosos donde el mar siempre estaba de fondo. Una tía y yo aprendimos a preguntar la hora a los gringos que siempre estaban en las albercas. Así estaríamos a tiempo en el lobby para irnos juntos y nos mezclaríamos entre la gente de mundo que habitaba aquellos lugares.

Por las tardes volvíamos al hotel del centro. Nuestro hotel-refugio para turistas en desgracia. El encargado se apiadó de los niños y limpió la alberca. Después la usamos a diario hasta entrada la noche. Desde ahí se alcanzaban a ver algunas estrellas y a sentir, según yo, el olor a mar por todas partes.

Caminamos mucho en aquel viaje. A nuestro paso veíamos tiendas de lujo, restaurantes, bares enormes. Nosotros comíamos siempre dentro de las habitaciones del hotel-refugio. Durante el tiempo que estuvimos de viaje comimos tortas, sándwiches, cereal con leche nido, atún… nunca entramos a ningún restaurante lujoso ni mucho menos cerca de la playa. En varias ocasiones extrañé comer en casa.

La última aventura de aquel viaje fue Xcaret. Después iríamos a la casa de los tíos de Altamirano, Chiapas. Nadamos en los cenotes hasta que la lluvia lo permitió. Alrededor del mediodía comenzó a llover y nunca paró. Así que comimos unos sándwiches dentro de la camioneta. Volvimos al hotel a recoger nuestras maletas para después marcharnos rumbo a Altamirano. En el camino recuerdo varias canciones de los Tigres del Norte, algunos viejos éxitos de Universal Stereo, de Yuri y Alejandra Guzmán.

Salimos por la mañana, muy temprano porque pensábamos llegar a una hora razonable para ayudar a preparar la cena de año nuevo. En mis recuerdos, la casa de los tíos de Chiapas era enorme, con sus cafetales en la parte de atrás, acompañados de un paisaje de neblina matutina y el olor del pan recién horneado que una de mis tías preparaba todos los días durante la madrugada. Pensaba llegar a tomar un poco de café de olla, a correr por los pasillos de esa casa enorme y de techos altísimos, pero no lo logramos. Los caminos estaban bloqueados.

Por la carretera vimos tanquetas militares y camiones llenos de soldados que avanzaban en la misma dirección que nosotros. Llegué a contar 35 tanquetas todas rumbo a Chiapas. Luego de un rato nos detuvo un retén. Los soldados nos informaron que el paso hacia el estado estaba prohibido por el momento. No dieron ninguna explicación y nos ordenaron regresar. El ejército había sitiado el estado.

Mis tíos no se dieron por vencidos tan pronto. No querían recibir el año nuevo en la carretera, así que enfilamos hacia los caminos poco transitados, pero después de varios intentos fallidos, decidieron que era mejor volver a casa. En cada intento un retén del ejército nos impedía el paso sin dar razones. Soldados armados por todos lados nos indicaban que debíamos dar vuelta e irnos lejos de Chiapas. Tristes y asombrados por otro punto fallido del viaje, pensamos en visitar a mis abuelos paternos en Villahermosa.

Llegar a la casa de mis abuelos dependía de mí. Era la única en ese viaje que conocía el camino a su casa. La familia de mamá no era muy cercana a la de mi padre. Así que recordé el número de teléfono de la vecina de mi abuela y pedí la dirección. Llegamos a las 7 de la noche del 31 de diciembre del 93. Sin previo aviso, catorce personas llegaron a cenar y a compartir los buenos deseos para un año nuevo. Yo estaba feliz. Mi abuela me cuidaba y consentía como nadie. Mi abuelo estaba feliz de que llegamos gracias a mi ingenio. Las hermanas de papá me abrazaron mucho y comenzaron con la quema del viejo en la colonia. Nos quedamos ahí hasta el 3 de enero y esa noche nos fuimos rumbo a casa. Mis abuelos me dieron comida para el camino. Nos quedaban diez horas de carretera para ver a mis padres.

Llegamos a casa el 4 de enero del 94. Mis papás estaban muy tensos y asustados. No sabían nada de nosotros porque nunca pensamos en hacer una llamada. Calentaron la comida de fin de año y nos explicaron que, durante nuestro viaje, un huracán llegó a Cancún y el EZLN le declaró la guerra al ejército mexicano. Eso habían dicho por la televisión y las imágenes de San Cristóbal de las Casas sitiado por ambos ejércitos acompañaban los anuncios de los periodistas hablando sobre la Guerra en Chiapas que amenazaba al país entero. Todos nos quedamos en silencio. Mi abuela aprovechó el momento para recordarnos que el choque había sido una señal. Yo le mostré las toallas del hotel que me había quedado para regalárselas a mamá como souvenir del viaje. Todos coincidieron en que merecía un regaño, menos mamá. Ellas las recibió con cariño.

No volvimos a salir de viaje juntos. Aquella aventura, sin que lo sospecháramos, fue el último gran trayecto en familia. Ahora mis dos abuelas están muertas. A veces las recuerdo, algunas ocasiones charlo con ellas en mis sueños y juntas recordamos aquel viaje.

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Agibílibus

El galardón pútrido (relato breve)

Por: Alfredo Daniel Copado

13 de julio del año en curso. Diario Exuberante y Oficial de la Ciudad de M.

Estimado y sufrido público que ha seguido nuestra cobertura del apabullante caso del militar retirado, esta mañana finalmente se nos ha permitido dar a conocer los sorprendentes hallazgos de los detectives M. y P., los cuales fueron comisionados para esclarecer la misteriosa muerte del coronel. Una vez obtenida la información de cierto testigo, el cual padece de una parálisis facial horrenda y que aparentemente estuvo al pendiente de las necesidades del coronel, las autoridades optaron por cerrar el caso sin dar más explicaciones al respecto. Con los hechos esclarecidos, el público encontrará alguna satisfacción al conocer las respuestas a las interrogantes de tan singular misterio. 

Según las fuentes, el coronel era un simple conejillo de indias que se refugiaba dentro de un centro de investigación sobre parapsicología que llevaba muchos años en el abandono. Cabe mencionar que nos referimos a este personaje con el rango de coronel a petición del misterioso informante. El coronel era un miserable anciano que estaba lisiado de una pierna, la cual perdió en una de esas rencillas bélicas que pululan por todas partes, y el cual se valía de una desgastada culata de fusil como prótesis. La triste verdad es que este militar era considerado uno de los peores criminales de guerra de tiempos pasados. Al no tener otra referencia y sin saber realmente de qué crímenes se le acusó, el coronel fue despojado de su honor y otras posesiones, dejándole únicamente las armas que portaba y el viejo uniforme de gala con el cual murió. Aquel vejete había pasado tantos años sumergido en ese centro abandonado que no es de sorprender que la locura se impusiera en su mente.

Según el testigo, el coronel tenía la cordura enajenada. Solía lanzar miradas vacías hacia los muros polvosos y pasaba largas horas deambulando por las habitaciones huecas. A veces se dedicaba a alinear ciertas tropas oníricas hasta que se agotaba y se arrojaba sobre un rincón a dormitar envuelto entre sus pesadillas. Su alimentación era deplorable y se basaba en insectos y alimañas que conseguía capturar de alguna forma. Su aspecto físico siempre fue demacrado y patético, tal y como fue encontrado aquella mañana turbia por el oficial que hacía su ronda matutina.

Por causas de fuerza mayor, nos vemos obligados a omitir en qué consistía la tétrica rutina del difunto para no herir la sensibilidad de algunos lectores. Solamente mencionaremos un hecho sincero, macabro, perturbador, pero sin duda bastante humano y comprensible. Resulta que había cierta actividad a la cual el coronel se dedicaba con ahínco. Ésta consistía en postrarse en medio de una gran sala vacía y de muros derruidos donde el militar había levantado un monumento con trozos de basura y madera podrida. Tal cosa parecía un verdadero santuario, el cual contenía un tesoro que el coronel admiraba por horas. A esa reliquia le dedicó suspiros, llantos, gritos y lamentos de toda índole. Cuando las autoridades informaron a la prensa de la naturaleza de dicho objeto, muchos levantamos la mirada al cielo y oramos por aquella alma desgraciada. El objeto que el coronel idolatraba eran los restos de una extremidad humana. Efectivamente, se trataba de su pierna amputada y cadavérica. Las autoridades no accedieron a que el miembro reposara junto a los otros restos del anciano. Debía permanecer tal y como fue encontrado en aquel santuario.

El pobre viejo estuvo sumergido en incontables alucinaciones y desventuras creadas por su mente enferma. Esto le ocasionó largos paseos en compañía de entes que le hablaban y a los cuales les respondía como si fuesen personas comunes y corrientes. Otras veces el coronel mantenía su cabeza recargada sobre las paredes del laboratorio mientras lanzaba largos y rimbombantes discursos. Sin duda eso hizo maquinar las teorías más exorbitantes sobre lo que le sucedía al viejo en aquellos momentos.

Finalmente, es necesario abordar el misterio de la muerte del militar. Pues bien, estos rasgos de locura fueron su perdición a final de cuentas. El coronel tenía la costumbre de sentarse sobre una banca de hierro a lanzar grandes trozos de carne, huesos y entrañas de pollo a un fiero grupo de pequeños entes tan deformes como él, posiblemente víctimas de los experimentos del laboratorio. El testigo niega rotundamente ser el proveedor de dichos restos. También se desconoce de dónde provenían los engendros. Lo que sí se sabe es que fueron estas alimañas las que le han dado muerte al viejo coronel en esa mañana de invierno. 

Todo es posible en este mundo extraño, pero al juzgar por la expresión de plenitud en el rostro del difunto, es como si el coronel creyera alimentar a una parvada de aves majestuosas y no a esas criaturas que finalmente saldaron cuentas con su benefactor. ¡Pobre sujeto experimental y maldito sea su galardón pútrido!              

FIN

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Canaimera

Aliba Ayam Soid ed Nauj I La Serpiente y el Manzano

En 1980, incluido en su Música para camaleones, Truman Capote nos regaló un singular texto al que intituló “Vueltas nocturnas o experiencias sexuales de dos gemelos siameses”, ni más ni menos que su entrevista cumbre (por así decirlo), pues Truman dialogaba con Capote. No sé porqué lo menciono, quizá sólo por conjurar los espejos de los que está repleto el mundo. Y porque algo de mí mismo reconozco, aunque no del todo, en el escritor egipcio Aliba Ayam Soid ed Nauj (Zabbaleen, ¿?), a quien me une un entrañable lazo por haberme permitido traducir al castellano su más reciente obra. Perteneciente a la comunidad copta, Aliba Ayam es hijo de padre egipcio y madre mexicana, razón por la cual, reside en nuestro país desde hace un par de años y ha decidido publicar aquí su novela, La Serpiente y el Manzano, de reciente aparición en la editorial mexicana Paserios. No obstante, sus primeras publicaciones las hizo en su país, en diversas revistas literarias, pero sobre todo en el periódico Al-Ahram de El Cairo, donde por más de una década cubrió los principales hallazgos arqueológicos, que como sabemos, son profusos en Egipto. En sus correrías, se hizo muy cercano al afamado arqueólogo Zahi Hawass, quien le permitió acceder a diversos textos antiguos, entre  los que se hallaba un texto nahaseno llamado el Evangelio del amor que le sirvió de base para facturar el libro que hoy publica en México. Aliba Ayam vivió una temporada entre los tuareg, de quien aprendió lo que sabe de la poesía, y se dice ser el producto de la imaginación de otro loco y así ha recorrido, afirma él, los caminos imaginarios que a ese loco se le han estado vedados. Sus cuentos se han traducido al esloveno, al francés, al inglés y al español. Recientemente participó en la Antología de Microrrelatos Esotéricos publicada por la editorial colombiana Avatares. 

  • Estimado Aliba, ¿a qué le tiene miedo?
  • A sapos verdaderos en jardines imaginarios.
  • Pensaría, por la lectura de su obra, que al amor…
  • …por eso, a sapos verdaderos en jardines imaginarios.
  • Sin embargo, ¿por qué habríamos de temer al amor?
  • Porque es un demonio feral que no merecería nuestra atención, ni nuestros cantos, pero ya ves que yo mismo he dicho: aquí va uno más. El fin más común del amor es el dolor y el fracaso. Todos mis fracasos en el amor los tengo merecidos por no haber sido un buen hombre, aunque tenía la plena conciencia de que debía serlo. Hay veces en que la inconsciencia o la ignorancia nos exculpan en parte de nuestros hechos terribles. Yo ni siquiera lo hice amparado bajo estas dos circunstancias. He sido un ladrón y he sido robado. Todo mi dolor es justo pero de todos modos duele y a pesar de mi culpabilidad, quisiera que el dolor cesara. El mundo no es lo bastante grande para huir.
  • ¿Ha sido cruel?
  • Sin duda. La crueldad me domina. Además, he pretendido ser muy rencoroso y he querido nunca olvidar una ofensa grave. Ante la mujer que amé he fracasado. Siempre se me dijo que no perdonara la traición ni siquiera en el lecho de muerte, menos aún después de muerto. Pero no he conseguido ser un hombre de palabra. Mi amante sí. Me ha olvidado. Pero ella no es cruel.
  •  ¿Es usted sincero?
  • Por supuesto que sí. Soy una persona sumamente sincera para expresar mis sentimientos y opiniones, así como para conducirme conforme a éstos, por eso sé mentir con cierta maestría. Soy escritor. Nunca nadie debería enamorarse de un escritor. Todos los escritores somos mentirosos. Y porque te digo la verdad es que esto mismo es una gran mentira. Debes creerme. Un buen lector lo sabría. Desde hace tiempo aspiro a construir una vida cuya lógica se sustente en la mentira.
  • ¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
  • Venganza
  • ¿Y la más peligrosa?
  • Vida.
  • ¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
  • Claro que sí, pero me conformé con amarla hasta la eternidad y no se me ocurre un mejor castigo.
  • ¿Cuáles son sus vicios principales?
  • El placer… la madre de todos los vicios. En el placer se concentra el peligroso éxtasis de Ícaro volando siempre más alto pese a las advertencias de su padre. Pero el momento culminante es tan extraordinario en su goce que se abandona a las llamas del sol, a pesar de llevar sus alas unidas con cera. El placer es acaso el vicio fulminante al que nos entregamos como las bestias hedonistas que somos desde el inicio de los tiempos. Por supuesto, sus formas son infinitas, pero sus fines, como ya lo he señalado, son, sin lugar a dudas, el sufrimiento, tanto aquel que infringimos como el que nos infringen. Puesto que el placer es abandono, quedamos expuestos y a merced de personas (o de hedonistas) más crueles que nosotros mismos. El placer nos llena de soberbia, puesto que alimenta la parte más egoísta de nuestro ser, por ello nos es indiferente, en medio del gozo, romper a nuestros semejantes. Quizá por ello dios parece no perdonar a los devotos de la sensualidad, de los placeres y del pecado. Pero por ello mismo dios ha de comparecer por el placer que siente al rompernos.
  • Háblenos de La Serpiente y el Manzano.
  • La Serpiente y el Manzano nació siendo un profundo libro de amor. Hoy, por lo menos para mí, es una tumba. Hubiese querido nunca escribirlo. He comprendido el dolor de Apolo en la persecución que hace de Daphne. La más hermosa, la más inteligente entre las mujeres. Pero Apolo, incluso cuando es un dios, o más bien, sobre todo porque es un dios, el dios solar, se frustra porque no puede alcanzarla. Por más que corra tras de esa carne que anhela, el espíritu femenino le será inasible, en cuanto que ella le odia, en cuanto que ella lo repulsa. Y Apolo se duele, pues comprende que si no se hubiese conducido como un dios, y se hubiera en cambio comportado como un hombre, Daphne quizá no habría huido. ¿Y qué sucede al final? El padre fantasma de Daphne la salva, la arrebata del dios y le convierte en esa fronda divina llamada Laurel. Y debajo de esa fronda, Apolo recuerda el origen de su desventura: quiso ponerse a jugar con el amor y Eros lo ha herido irremediablemente.
  • ¿Es por ello La Serpiente y el Manzano un canto erótico?
  • Al contrario, es, al final, un canto de libertad. O más bien, del deseo de libertad como una esperanza ante el yugo del amor, o de cualquier amo cruel de similar talante. Quien escribió este libro —quizá un sublimación mía, un alter ego—, es una serpiente venenosa y de lengua bífida. La serpiente que pretende dominar en el manzano celestial. Si imaginásemos cómo sería la comunicación con una lengua bífida, tendríamos un lenguaje que no marcara nunca una sola dirección de sentido, sino que lo aparentemente contrapuesto aparecería siempre en una tensa armonía. El Deseo y la Razón; el apetito corporal y la intuición mística; el Paraíso y el Infierno; el Bien y el Mal, conceptos y pulsiones que encarnaban antes antinomias fundamentales, serían, como en la música o en la danza, acaso contrapuntos para sostener una variación de ritmos y movimientos. Serían, después de todo, los elementos básicos del deleite y el éxtasis, del sufrimiento y la dicha. Quizá ese lenguaje bífido no es una posibilidad, sino el recuerdo nostálgico de un origen borrado o trizado en fragmentos apenas legibles. En esta obra, he querido ser el restaurador de esa arcaica lengua, cuya expresión de las pasiones humanas parece estar a medio camino entre el dominio animal y el divino. Porque en todo caso, qué otra cosa es el lenguaje si no una especie de esfinge o minotauro, un ser híbrido, el resultado de una permanente comunión entre cuerpos e imaginarios deseantes.
  • ¿Ha resultado fundamental su estancia con los tuareg en la concepción de La Serpiente y el Manzano?
  • Yo pienso que sí. En cuanto ellos son, como algunos pueblos más, los salvajes guardianes de la memoria poética del mundo antiguo y el mundo antiguo determina aún hoy en día a las geografías de mi tierra natal. Y determina, en esencia, a La Serpiente y el Manzano. El llamado medio oriente aún vive el eco pútrido de Babilonia y del gran Kemet, de Persia y Jerusalén, de ptolomeos y seleucidas, de Cleopatra y de Jesús, en fin, que hay una detención del tiempo y el espacio. Y eso le hace un sitio atrayente y aberrante a la vez. Un sitio que devora momias cual si se tratase de salmos. Con los tuareg hallé los restos de Salomón, tanto como de Rumi o Ibn Arabi. Pero incluso algo más primitivo, el dulce canto de los leones. Y fue entonces que me enamoré de una leona y nos hicimos trizas, porque ¿de qué otra manera podrían amar los leones sino es desgarrándose en cada caricia? Y a favor de ella debo decir que, en cuanto nos encontramos en el desierto, me advirtió que el dolor sería el único final para nuestro amorío y al no hacerle caso, acabé molido entre sus garras cuando pretendió hacerme el amor. Dicen los tuareg que quien fallece de un inmenso amor se merece un inmenso olvido. A mí me parece que el olvido es una inmensa soledad y el principio de la locura. Uno de los más grandes príncipes tuareg, Mussag ag-Amastán, quien murió de amor incestuoso por su prima, la más bella entre las bellas, Dassina ult-Yemma, dijo antes de sucumbir: a aquel que se pone la cuerda al cuello, Dios le dará a alguien que tire de ella”. Y voy a terminar como Omar Khayyam, quien según cantos egiptanos del Camarón de la Isla, alcanzó a decir a su bella amada (causa de guerras y suicidios), antes de desfallecer en el dolor profundo: “eres el triste palacio donde cien príncipes soñaron con la gloria, donde cien príncipes soñaron con el amor y terminaron llorando”. Por cierto, dice la tradición que Khayyam, al concluir este canto, se cortó la lengua y la enterró en las raíces de un laurel. Otra vez Apolo traicionado.
  • ¿Por qué venir a México y publicar aquí esta obra que tienen tanto que ver con su Egipto natal?
  •  Mi madre es mexicana. Ese ya es una razón de peso. Pero lo más seguro es que en Egipto no hubiera sido fácil publicar este libro. Además, allá el ambiente literario está muy enrarecido. No basta con ser escritor, sino que debe un incursionar como relacionista público, caballero de banquetes, salamero profesional, cortesano, político, además de que se tiene que ostentar un trabajo en alguna dependencia de gobierno o bien en algún periódico, o revista o colectivo cultural o, de menos, en una editorial o tener un propia, siquiera. Si uno no está relacionado en Egipto, es como si uno estuviera muerto. Se pueden ganar premios, publicar, realizar un trabajo cultural, pero si no se está relacionado de nada sirve. Además, no es fácil que se acepte, en ese mundo hermético, en esa casi secta de escritores, a alguien que venga con una voz experimental, o tratar asunto ajenos a los temas que más gustan en los círculos culturales: la violencia, la guerra, la emancipación de la mujer, o, en caso contrario, lo más folclorista de nuestra cultura, porque todos estos temas le encantan a nuestros amos europeos, y al final ellos son quienes deciden qué y cómo se publica, en tanto que son los dueños hegemónicos del mercado editorial y en cuanto se tiene como una regla de mi país que si no se triunfa en Francia, Alemania, Italia o Inglaterra, no somos nada. Por eso muchos colegas renuncian a ser egipcios y optan por el exilio. Les prometen vidas más placenteras. En Egipto, para escritores como yo, sólo queda buscar a editoriales independientes, que funcionan casi como guerrilleras culturales, y que para nuestra desgracia poca presencia, o casi nula, tienen en el mercado, así que uno debe elegir entre dejar su obra en la tumba de un archivo de Word en la computadora, o en la tumba de un libro del que pocos se enterarán de su existencia. Ya dependerá del gusto fúnebre de cada quien. Por eso vine a México, buscando, entre otras cosas, la diferencia. Hoy estoy arrepentido.
  • ¿No hay entonces esperanzas?
  • Bueno, nunca se debería sucumbir antes las esperanzas, pero las esperanzas son quizá el asidero de la razón para no volverse locura. Si no tuviéramos fe en que algo mejor nos espera, sucumbiríamos ante el terror del instante. He dicho que las editoriales independientes son como guerrilleras. Creo, o más bien, tengo esperanza en ellas. Estoy convencido que lo mejor de la literatura mundial se está publicando en editoriales de este perfil. Aunque eso haga que sólo unos cuantos tengan accesos a ciertos libros. Otra vez, en el círculo del tiempo, la lectura se convierte en un asunto de sectas. Nunca ha sido la literatura, o el arte, un asunto de las masas. Desgraciadamente. Gracias a las editoriales independientes es que un escritor se puede abandonar a la exploración personal, al experimento de su prosa o su poesía, a propuestas que por aventuradas jamás hallarían lugar entre los miedosos mercachifles que dominan el mercado internacional. Una verdadera editorial independiente es rebelde en la medida que publica autores rebeldes. Hace unos años conocí en Alejandría al poeta mexicano Francisco Trejo y nos hicimos amigos. Admiro mucho su trabajo. El año pasado me invitó a formar parte de su más reciente proyecto editorial, Paserios ediciones, y le envíe La Serpiente y el Manzano convencido de que no podría tener mejor fin. Desde entonces he trabajado con Trejo y sus socios, los también poetas Odeth Osorio y Erik González, y la ilustradora Argelia Colorado, para dar a luz el libro. Baste abandonarnos a la suerte y esperar qué sucede…   
  • Por último, Aliba, ¿que sería entonces para usted el amor?
  • Te voy a responder con un texto tuyo, que alguna vez me diste a leer en tu libro Eztlán, y que como la mayoría de tus libros, se encuentra en una tumba entre tus archivos. El Dios Amor es un demonio inclemente, sordo, rojo, sangriento, hematófago, ciego, brutal, bestial, asesino, agrio, inclemente, lascivo castrado, saetario, silvestre, pánico, ebrio, deicida, destripador, voraz, uranio, pandemónico, pedestre, pederasta, adicto, obseso, poseso, violento, estuprador, mentiroso, mitómano, perro, mula, rencoroso, vengativo, memorioso, tentador, instigador, apóstata, pueril anciano, príapo enfermo, podrida vulva, ano omnipresente, enano (por eso está más cerca del infierno), esfera deforme, dios aborrecido por dioses, demonio aborrecido por demonios, despojo que aborrece despojos, miel que se pudre, ángel que repta, yaga, vergüenza, maloliente, enfermedad agónica sin muerte, al que por si fuera poco le excita la tortura y su lugar predilecto para practicarla son los sueños.        
La Serpiente y el Manzano (Paserios ediciones, 2021) de Aliba Ayam Soid ed Nauj, traducción del copto y prólogo de Juan de Dios Maya Avila. Se puede adquirir en:

https://www.gandhi.com.mx/la-serpiente-y-el-manzano

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La casa de Lanudo

Peregrinaciones I Jonatan Rodas (relato breve)

A través del cristal del carro la caminata parece leve. Llevan buen ritmo. Hasta podría decirse que lo disfrutan. Como si se tratara de una peregrinación (uno no regresa a los lugares sagrados —dice Cristina Rivera Garza—, uno peregrina hacia allá). Pero a ellos no hay santo que los espere, ni un Moisés que los guie por el desierto para llegar a la tierra prometida. No la hay. Nadie les ha prometido nada. Y si lo hizo, no cumplió. Porque ahí van: avanzando sin saber que buscar, pero con la certeza de qué están huyendo (Nadie deja el hogar —escribe Warsan Shire— hasta que el hogar es una voz húmeda en tu oído que te dice vete, aléjate corriendo de mí, no sé en qué me he convertido).

En grupos de cinco los menos numerosos y con los mejor dotados para la larga caminata: jóvenes, animosos lo suficiente para levantar la mano y pedir un “raite” con gritos jubilosos, como si en lugar de pedir ayuda estuvieran saludando. En nutridos bloques la mayoría: gente adulta, muchos hombres, muchas mujeres. Niñas, niños que dormitan en los brazos de un adulto mecidos por el bamboleo de la caminata. Niñas y niños que caminan tomados de la mano de alguien, saltando por el caliente asfalto de la costa, como si estuvieran jugando al avioncito.

No les ladran los perros de las casas de al lado del camino. Son otros los que babean rabia. Una rabia delegada. Una rabia escrita y leída entre las líneas de sus manuales de funciones. Una rabia que les dice que no basta con detenerlos: hay que odiarlos. Ellos también los ven pasar. No esperan órdenes, la orden ya está dada. Déjenlos caminar, así se cansan. Y ya cansados, los cazan. Así ha sucedido: la peregrinación hacia-ningún-lugar-que-es-mejor-que-el-que-dejamos ha sido fragmentada. Rota. Quebrada. Con los pies ardientes y la entrepierna escaldada insiste en su andar hasta alcanzar el próximo pueblo. La cancha de básquetbol que está techada puede aminorar los estragos de una probable tormenta que se ha ido formando lentamente. Las niñas y los niños son los primeros que caen en el sueño profundo sobre el lecho de concreto que los acoge. Así son los pequeños, donde quiera se duermen si tienen sueño. El ruido de los carros que pasan por la carretera y el barullo del montón de gente se tornan su canción de cuna (el país que soñé que tu habitarás —canta Norma Elena Gadea a su hija— aun nos cuesta dolor, sudor y lágrimas. Pero existe mi bien con tantas ganas. En tus ojos los vi está mañana).

¿Qué hay después de acá?, preguntan. Más camino (Caminante no hay camino —escribió Antonio Machado—, se hace camino al andar). Pero para ellos, todo es un camino que no da tregua. El camino es el castigo impuesto por ser quienes son, en un mundo sin lugar para ellos. No saben a dónde van. Es solo que ya no caben en ningún lado. Nunca han cabido. La noche y el cansancio se les juntan en los ojos a los que aún restan de tumbarse en el suelo. El pueblo ha quedado silencioso. La luz de la sirena de una camioneta que observa a lo lejos también se ha apagado. Pronto llegará el alba y con ella la rutina del día a día. La señora de la tienda de abarrotes subirá la persiana. El camión de la basura hará su ronda. Los taxis a paso lento buscarán pasaje. La gente saldrá camino a sus mandados, a sus trabajos. La camioneta encenderá de nuevo su sirena hasta asegurarse que todo se desarrolla conservando el orden y la calma.

Todos verán partir a los que, parafraseando el título de un libro, siempre estarán en ninguna parte.