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Narrativa

Virginia Hernández Reta | La vida frente al mar

Una de esas tardes lo descubrí en la playa de C., con un viejo traje de baño, sentado sobre una toalla y mirando hacia las olas. Yo hacía un poco de ejercicio ahí, saliendo de trabajar. Me quitaba la corbata, cambiaba de zapatos, cruzaba la avenida para alcanzar la marea de mosaicos negros y blancos, y, después, la arena. Corría por la orilla y esa tarde, al pasar, lo vi sentado, macizo, las piernas estiradas, los brazos sobre su vientre de hombre a punto de la jubilación.

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Poesía

Nathan Sousa | Aviso

No esperes de mí

el rostro sin gracia de los retratos robot,

tampoco la gota de sangre

en el verso pingado.

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Nuestra memoria

Raúl Zeleniuk | Los exiliados (y otros poemas)

POST LÍMITE


Martín se quita el bonete,

la nariz de plástico y la loca alegría.

Desarma todos los artificios,

retira el cotillón, apaga la lámpara roja.

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Ensayo

Rody Polonyi | El informe Lúxor

En las cercanías de Lúxor, a 42 grados y bajo un sol de justicia, el Valle de los Reyes resplandece como un horno calcáreo inhabitable para cualquiera que no esté ya momificado. Oculta, a la sombra de la colina tebana Meretseger, se halla una bóveda que fue descubierta el 25 de enero de 1994 por un equipo suizo de la universidad de Basilea, que la bautizó como la tumba KV 40. En ella encontraron algunos de los hallazgos más sensacionales de los últimos tiempos, además de un centenar de cuerpos embalsamados, entre ellos, los de varios príncipes y princesas de la decimoctava dinastía.

Muy discreta y cerrada a cal y canto por una trampilla metálica ardiente como un brasero, la tumba KV 40 está al principio del ramal que conduce al risco donde se encuentra la de Tutmosis III. Millones de visitantes han desfilado ante el lugar sin imaginar el tesoro que se escondía dentro.

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Narrativa

Kalton Bruhl | El último concurso

El programa favorito de mi padre era el concurso de conocimientos que transmitían los sábados por la noche en la XKY. Llevaba tanto tiempo escuchándolo que casi siempre acertaba en las respuestas. Cuando surgía alguna pregunta que no lograba contestar, la anotaba rápidamente en una libreta y en cuanto el programa finalizaba, se dirigía al librero donde guardaba sus enciclopedias. No importaba cuánto tiempo le tomara, no descansaba hasta encontrar la respuesta. Muchas veces le animé a participar, pero invariablemente respondía que necesitaba prepararse un poco más.

«Todavía no —me decía, revisando sus apuntes—. Hay algunas materias que no domino por completo».