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Cinefilia crónica

Las latinas en Venecia

En este 2022, el Festival Internacional de Cine de Venecia, uno de los festivales de cine más importantes en el mundo, cumple noventa años de existencia. El 6 de agosto de un luminoso 1932 —los días negros de la Gran Guerra parecían muy distantes y a nadie se le pasaba por la cabeza que apenas siete años después Europa se sumiría de nuevo en el horror de la guerra— el certamen, en su primera edición, proyectaba su primera película: El hombre y el monstruo (1931), de Rouben Mamoulian.

Veintitrés son las películas que integran la Selección Oficial de esta 79° edición y compiten por llevarse el codiciado León de Oro, el máximo galardón del evento. Países como Francia, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón e Irán tienen su cuota de participación.

Por supuesto, también hace presencia en el festival el cine latinoamericano: un largometraje mexicano y otro argentino se encuentran en competencia (aunque eso de ponerle nacionalidad a las películas, hoy día, no parece ser una tarea fácil, o, al menos, evidente. ¿Cómo se determina la nacionalidad de una película? ¿Según el lugar en el que sea grabada? ¿De acuerdo al fondo que la financia? ¿Conforme a la nacionalidad del director? ¿De la productora o de la mitad más uno del equipo de producción? En fin, esa es otra discusión.). Bardo: falsas crónicas de unas cuantas verdades (2022), una comedia dirigida por el portentoso Alejandro González Iñárritu, reconocido, entre otras, por Amores perros (2000), que es un hito del cine mexicano y latinoamericano, y El renacido (2015), la película que le mereció, por fin, el Óscar a Leonardo DiCaprio; y Argentina, 1985 (2022), un drama político dirigido por Santiago Mitre, el director de La cordillera (2017).

Bardo cuenta la historia de un documentalista y periodista mexicano, quien decide retornar a su país en la búsqueda de sus lazos familiares, su identidad y las memorias de un tiempo pasado que se distancia en demasía del presente. El amor, la migración, la pérdida, la melancolía y la luz al final (o en medio, o en alguna parte) de la más cerrada y profunda oscuridad, como siempre en A. González Iñárritu, tienen aquí su lugar. El largometraje, presentado en el marco del Festival de Venecia, llegará el 27 de octubre a las salas de cine de México, y solo hasta el 16 de diciembre se podrá ver a través de Netflix. Larga es la espera, como la cinta misma, pues tiene una duración de tres horas.

El director mexicano Alejandro González Iñárritu, acompañado de su esposa, María Eladia Hagerman, en la alfombra roja del Festival Internacional de Cine de Venecia, durante el estreno de su película «Bardo: falsas crónicas de unas cuantas verdades«.

Argentina, 1985, por su parte, reconstruye el juicio a las Juntas Militares en la Argentina posdictatorial, que inició el 22 de abril de 1985 y culminó el 9 de diciembre de ese mismo año, en donde declararon casi mil testigos acerca de los crimines cometidos por el Estado mediante las Fuerzas Militares durante la dictadura. El largometraje se encuentra inspirado en los dos fiscales que lideraron este juicio: Luis Moreno Ocampo y Julio Strassera, quienes no se dejaron amedrentar por las amenazas que recibieron y continuaron con el juicio hasta el final. Una proeza judicial y una victoria histórica para la democracia argentina y mundial. La cinta será estrenada en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y a partir del 29 de septiembre podrá verse en las salas de cine de Argentina. Luego, estará disponible en Prime Video.

Santiago Mitre junto a Ricardo Darín, actor protagonista de la cinta, en el estreno de su película «Argentina, 1985» en del Festival Internacional de Cine de Venecia.

En el día de mañana, 10 de septiembre, Festival Internacional de Cine de Venecia llega a su fin y —después de las peleas de Olivia Wilde con los integrantes del elenco de su Don’t worry darling (2022), entre los que se cuentan Florence Pugh y Harry Styles (y su presunto escupitajo a Chris Pine) y de mucho buen cine— el mundo conocerá a los ganadores.

M.D-B.

Bonus track:

Las otras veintiún películas que se encuentra compitiendo por el León de Oro son:

1. White Noise (Ruido de Fondo), de Noah Baumbach (Estados Unidos)

2. Il signore delle formiche (El señor de las hormigas), de Gianni Amelio (Italia)

3. The Whale (La ballena), de Darren Aronofsky (Estados Unidos)

4. L’immensità (La inmensidad), de Emanuele Crialese (Italia)

5. Saint Omer (San Omer), de Alice Diop (Francia)

6. Blonde (Rubia), de Andrew Dominik (Estados Unidos)

7. Tár, de Todd Field (Estados Unidos)

8. Love Life (Ama la vida), de Kôji Fukada (Japón)

9. Shab, Darheli, Divar (Más allá del muro) de Vahid Jalilvand (Irán)

10. Athena, de Romain Gavras (Francia)

11. Bones and All, de Luca Gadagnino (Italia)

12. The Eternal Daughter (La eterna hija), de Joanna Hogg (Estados Unidos y Gran Bretaña)

13. The Banshees of Inisherin, de Martin McDonagh (Irlanda, Estados Unidos y Gran Bretaña)

14. Chiara, de Susanna Nicchiarelli (Italia)

15. Monica, de Andrea Pallaoro (Italia)

16. No Bears (Los osos no existen), de Jafar Panahi (Irán)

17. All the Beauty and the Bloodshed, de Laura Poitras (Estados Unidos)

18. Un couple (Una pareja), de Frederick Wiseman (Francia)

19. The Son (El hijo), de Florian Zeller (Gran Bretaña)

20. Les miens (Mi familia), de Roschdy Zem (Francia)

21. Les enfants des autres (Los niños de otros), de Rebecca Zlotowski (Francia)

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Canaimera

Carla Pravisani | La Escuela de la Nada

Carla Pravisani (Misiones, 1976), es una escritora viajera. Su largo sendero la llevó lejos de su natal Argentina, y ha podido vivir algunas estancias en México, Cuba, Barcelona, hasta que al parecer ha anclado en Costa Rica. Al leer la vasta obra de Pravisani, podría afirmarse de ella que es muy narrativa en sus versos, y muy poética en sus narraciones. No obstante, su calidad literaria en ambos géneros es impecable e indiscutible. Ha ganado la mención honorífica del prestigioso Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón en su emisión 2010 y dos veces ganó el Premio Nacional Aquileo Echeverría, una en cuento y la otra en novela. Asimismo, también dos veces resultó beneficiada por la Beca Creación para el Fomento de las Artes Literarias.Entre sus publicaciones destacan los libros de cuento Y el último apagó la luz (Perro Azul, 2004), La piel no miente (Premio Nacional Aquileo Echeverría, 2012), Las hienas del miedo (Germinal 2016), así como los poemarios Apocalipsis íntimo (Perro Azul 2010) yPatria de carne (Casa de Poesía, 2015) y la novela Mierda (Premio Nacional Aquileo Echeverría, 2018). También ha publicado el ensayo Taxidermia del cuento (Uruk, 2019). Su obra ha sido publicada en Centroamérica, España, República Dominicana, Argentina, Miami, y su poesía ha sido traducida al italiano, maltés, ucraniano, alemán y serbio.  

  • Estimada Carla, ¿qué te hace dejar Argentina y cómo terminas en Costa Rica?
  • Soy de la camada “crisis Argentina 2002”.
  • ¿Qué diferencias y similitudes encuentras entre los ámbitos literarios de ambos países?
  • La diferencia más importante que encuentro tiene que ver con la visibilidad a nivel editorial. Argentina es un polo de interés para otros mercados, a Centroamérica solo la ubican para hablar temáticamente sobre violencia.
  • ¿Cuál es tu visión de la literatura centroamericana contemporánea?
  • Creo que hay cada vez más esfuerzos por conectarnos, por leer lo que se produce en el país o en los países vecinos. Librerías independientes, pequeños proyectos editoriales, talleres,  festivales literarios cada vez más serios. En fin, ese ecosistema genera encuentros y, por ende, autoestima literaria local.
  • ¿Y del resto de los países latinoamericanos?
  • Cada país es un mundo, qué sé yo. No conozco ni el 1% de lo que se produce, conozco de lo que se habla, pero lo que se habla no representa todo lo que se hace. Ni siquiera sé si es lo que verdaderamente importa. Sobre todo leo a muchas autoras latinoamericanas actuales.
  • Dos veces ganaste el Premio Nacional Aquileo Echeverría, ¿qué tan importantes son los premios para la consolidación o reconocimiento de un escritor?
  • Depende el escritor. Hay escritores que se deprimen con el reconocimiento y ya no escriben nunca más. A cada quien lo motoriza distinto “ese afuera” que nada tiene que ver con la escritura.  A mí me cayó muy bien, sobre todo si ganás plata. Sentir que el cheque viene por algo que escribiste por puro gusto o por puro tormento es algo raro, como una palmadita en la espalda que te da Dios como diciéndote: “¡Bien hecho, mi criatura, te lo ganaste! ¡Anda por esa freidora de aire que tanto querías!”
  • Has afirmado que nada hay más útil que la poesía ¿qué piensas de la narrativa?
  • Yo en realidad dije “nada más inútil que la poesía” pero me encanta ese equívoco. Porque también fue como una frase aislada  que dije ya no recuerdo ni en alusión a qué, pero que luego se transforma en un titular por el gusto del entrevistador y uno se queda pegado a sus propias sentencias, la huella digital de nuestra efímera oralidad.  Ahora bien, ¿qué pienso de la utilidad de la narrativa? Desde un contexto tan alienante como el actual, la literatura, la escritura, el arte en general, son formas de darle voz al sujeto y no ahogarnos en nuestras representaciones. No se me ocurre que exista mejor manera de respirar.
  • Hoy en día el mundo virtual reboza de revistas electrónicas dedicadas a la literatura, ¿crees que de verdad son útiles para que un escritor difunda su obra o se convierten en un cementerio de textos?
  • Va a depender de la calidad literaria de los textos que se promuevan. Lo malo muere pronto. La próxima generación generará sus propias mierdas, no necesitará de las nuestras. Cuánto mayor es el criterio editorial de un proyecto más capacidad de resonancia y permanencia tiene.
  • Tuviste a bien vivir y estudiar un tiempo en España ¿cómo ven ellos y cómo viven la literatura latinoamericana contemporánea?
  • En España hay muchos proyectos editoriales (grandes y pequeños), y creo que en general están atentos a lo que sucede (y se escribe) en Latinoamérica, obviamente con sus sesgos. Es decir, un argentino que vive en el barrio de Lavapiés en Madrid tiene más chance de que su libro llegue a ser leído, comentado, discutido y publicado, que uno que vive en Humahuaca de Jujuy, a éste último le va a costar hasta que lo lea alguien de la capital de su misma provincia. La periferia siempre es periferia. Pero nada es imposible. Ahora hay más acceso que antes a la difusión y al encuentro.
  • ¿Piensas que el libro digital desplaza paulatinamente al libro impreso?
  • Pienso que es algo con lo que hay que vivir. La imprenta reemplazo a los códices y aquí estamos, nadie se da con una piedra en el pecho por no poder leer más libros enrollados en papiro.
  • Quizá en pocos países se experimente una división tan marcada entre los creadores de la capital respecto a los creadores de provincia como en la Argentina ¿cómo viviste este fenómeno?
  • El anonimato de ser provinciana tiene su encanto. Eso de no vivir nunca en un lugar que sea foco de interés para ningún mercado literario y que una vea como las discusiones sobrevuelan tu cabeza a la larga da cierta paz. La renuncia es esa sabia superposición entre la impotencia y la libertad. Una utopía a la que todavía tenemos acceso los periféricos.
  • ¿Qué significan para ti los festivales literarios y que utilidad les ves con respecto a los escritores y el público asistente?
  • Los festivales literarios son formas de encuentro, de diálogo, de mirada. Uno lee, escucha y descubre autores, se cruzan lecturas, recomendaciones. Para el público local es también una forma de darse cuenta de su propia riqueza.
  • Hoy en día ¿el escritor no llega a ningún lado sin el marketing, sin la publicidad?
  • ¿A dónde se supone que hay que llegar? A veces se confunde el mercadeo literario con la literatura.
  • En ese sentido ¿cuál piensas tú que es el papel que juegan los agentes literarios?
  • Imagino que defienden los intereses económicos del escritor, que le aseguran cierta proyección de su obra.
  • ¿Qué es la Escuela de la Nada?
  • Una plataforma de talleres y workshops que guían a las personas a  descubrir su talento a través del autoconocimiento, la escritura y la creatividad.
  • ¿Qué resultó de la taxidermia que hiciste al cuento?
  • De eso resultó un libro, una reflexión ordenada de aspectos que se discuten en torno al cuento.
  • ¿Qué importancia crees que tienen para la literatura latinoamericana contemporánea las editoriales independientes?
  • Toda la importancia. La importancia de darle voz a la singularidad,  a lo que no es mercado, al riesgo, a la pérdida. Son los Quijotes de esta época.
  • Por último, Carla, ¿sigues siendo tributaria de la risa y enemiga de los payasos?
  • Sí.
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Proyecto Azúcar

José A. García | El peor de los azotes (Cuento)

He vivido, sin grandes problemas ni sobresaltos, la mayor parte de mi vida adulta en soledad. Es cierto que habito en una casa grande, enorme dirán otros, que podría albergar a una familia numerosa, si así me lo propusiera. Pero, salvo contadas visitas ocasionales para subsanar naturales apetencias, esa soledad, de la cual no me arrepiento, continuó siendo mi predilección. Somos seres gregarios, lo sé, pero a veces debemos ser nosotros mismos, cosa que se logra en soledad.

            Y fui yo mismo por mucho tiempo. Pero, como sucede siempre que la paz y algo que podría llamarse felicidad, nos rodea, las condiciones cambiaron de modo un tanto inesperado. Siendo feliz como lo era, y encontrándome en paz conmigo mismo como lo estaba, difícil resulta argumentar que ese cambio haya sido, en modo alguno, para mejor. Más bien, y como no podía ser de otro modo, fue lo contario.

            Un leve crujir en las maderas del suelo, en el piso inferir de la casa mientras me encontraba ocupado en mis quehaceres, fue la primera señal. Golpes sordos, apagados, como cosas que caían sobre las viejas y gastadas alfombras de las habitaciones, le siguieron a los pocos días. Restos de comida donde antes no había nada y olores rancios y nauseabundos que cambiaban el aire siempre húmedo de la casa, se sumaron más tarde. Detalles que dejaron de ser aislados convirtiéndose en algo habitual e  interrumpiendo mi existencia.

El miedo que me producía en encontrar con estos cambios me llevó a dejar de vagar libremente por la casa; dudaba de cuanto veía y escuchaba. Permanecía durante horas en un mismo rincón asegurándome que todo permanecía en silencio y en la más perfecta quietud, antes de ir de un extremo al otro. Limitaba mis paseos por la casa previendo cualquier situación problemática que prefería evitar.

            Imposible negar que mi vida estaba cambiando. Los ruidos, los roces sobre el yeso de las paredes, pasos pequeños, cortos pero rápidos en las habitaciones que esperaba encontrar vacías, lograban hacer que mis nervios se estuvieran siempre a flor de piel. De aquella tranquilidad a la que me encontraba habituado apenas quedaba el recuerdo; continuar viviendo en semejante situación se volvía intolerable. Me sentía cada día más rodeado, más cercado por los ruidos, por las presencias que se intuían pero nunca se dejaban ver. Sabía que allí estaban, se hacían notar, durante el día y, para peor, también durante la noche.

            Tuve que hacerme a la idea de que había perdido mi hogar. Algo que había sabido desde el primer día, desde el primer crujir de las maderas; pero me negaba a aceptarlo, como cualquiera se negaría a aceptar una derrota sin haber presentado antes batalla. Sabía que cualquier cosa que intentara sería por demás inútil; la casa estaba infectada, desde los sótanos hasta la buhardilla en la que tanto me gustaba contemplar el atardecer. La casa había dejado de pertenecerme, debía irme, alejarme y buscar otro lugar donde pasar mis últimos años.

Cualquier confirmaría que en estos casos lo mejor es poner la mayor distancia posible entre alguien tan pequeño y solitario como yo y esa plaga tan terrible que ocupaba mi antiguo hogar. Aunque me dolía desde lo más profundo de mi ser, nada podía hacerse frente a una invasión semejante de humanos.

Imagen tomada de: https://www.freepik.es

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Nuestra memoria

Ignacio Ezcurra | En el Valle de A Shau

La noche se hace interminable durmiendo en un diminuto búnker construido por los norvietnamitas. Los morteros y los cañones de los cinco puestos establecidos en el valle bombardearon los senderos por donde podía circular el enemigo. Y dos veces la montaña tembló

Son los B-52 que atacan a dos o tres kilómetros de aquí. Bombas de 500 kilos. Imagínense cómo las sienten ellos.

A las seis de la mañana todo el mundo estaba en pie, calentado y maldiciendo las raciones de combate: latas verdes con galletitas, chocolates, dulces, pavo, sopas o carne. Parecen ricas, pero después de unos meses…

No quiero ir. Ese lugar está ‘buku’ (lleno) de ‘guks’ (norvietnamitas)», suspiró el soldado Steve Arnold, de California. A las 7 estaban los 70 hombres al pie de la montaña en el camino construido por los norvietnamitas, con los fusiles M-16, ametralladoras M-60, lanzagranadas, bazukas y miedo. «Miedo, no tengo vergüenza de confesarlo», dijo con pesado acento sureño Lui Gregore. Para evitar convertirse en blancos preferenciales los oficiales y suboficiales se arrancaron las charreteras, y los que llevaban radio disimularon la antena. «Siempre empezarán con nosotros».

Mientras un pelotón iba por el fondo del valle, comenzamos a recorrer el camino en dirección a Laos, distante a unos cuatro kilómetros.

Tres horas después habíamos recorrido un «click» (mil metros) cuando comenzaron a silbar las balas y desde un búnker se escuchó el ladrido seco del AK-47, el fusil automático. Al tercer intento los alcanzaron con una bazuka. Eran dos norvietnamitas. Vestían buenos uniformes, pero como calzado llevaban dos ojotas de cubiertas de camión». Pobres, con esos elementos no sé cómo pelean», se compadeció un soldado norteamericano.

Cien metros después nos comenzó a buscar una ametralladora pesada desde la montaña que teníamos enfrente. La infantería de marina mandaría un pelotón a silenciarla. A la caballería no le importa gastar unos dólares más con tal de cuidar a sus hombres. «Alguna vez dejé caer un millón de dólares sobre un tirador emboscado». Un llamado de radio y pocos minutos después estaban sobre la montaña dos helicópteros con sus «miniguns» zumbando a 4000 tiros por minuto.

La ametralladora les contestaba impasible. «Que venga la aviación». Tardaron menos de 15 minutos en llegar tres aviones de chorro que troncharon media montaña con bombas de 250 libras y el alarido de sus ametralladoras.

De una cueva salieron corriendo cinco ‘guks’ y un soldado alcanzó a tres con su fusil. Se fueron los jets y el valle quedó por un momento en silencio. «Volvamos. Ha sido un buen día».


Ignacio Ezcurra (1939- 1968), uno de los periodistas más dedicados y talentosos que vio la Argentina. Su pluma recorrió y retrató numerosos países como cronista para el Diario La Nación. Murió a los 28 años, como corresponsal en Vietnam.Su trabajo periodístico lo llevó a diversos escenarios, como el conflicto en Medio Oriente, en 1965; y a Estados Unidos (1967) dónde investigó los conflictos raciales, entrevistando a personajes como Martin Luther King y Robert Kennedy.Su vida fue breve, pero no su obra. Sus notas recuerdan a un hombre preocupado por despertarle emociones al lector, en las cuales sus vivencias son parte imprescindible para retratar a los personajes que entrevistaba.

*Nuestra memoria es una sección de El camaleón que busca recuperar textos de autores fallecidos o injustamente olvidados. La revista no lucra con los textos y siguen siendo propiedad de autores o sus herederos. El camaleón se declara no responsable de cualquier infracción de derechos de autor. Para colaborar envíe el texto, además de una foto del autor, su biografía y el lema: «La presente colaboración está libre de derechos y/o compromisos editoriales» al correo librosdelcamaleon@gmail.com

Colaboración de Guillermo H. Pegoraro (Córdoba-Argentina)