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Felipe Ríos Baeza | Un profeta en pandemia

¿Qué será la profecía, un género literario o teológico? Ambos, sería quizá la repuesta más prudente, pues si es verdad que la profecía se supone un ejercicio espiritual, un diálogo no pocas veces directo con Dios, también es cierto que, sin necesidad de profesar ningún credo, se pueden reconocer entre los legados más hermosos de la literatura antigua varios libros proféticos. Y no sólo del mundo antiguo, puesto que hasta bien entrado el siglo diecinueve, debemos obras literarias (ficción para algunos, para otros no) de notable factura. Pienso en las voluminosas visiones de Blavatsky. Aunque también es verdad que el “género profético” se fue diluyendo (como literatura virtuosa, no como fenómeno) en ese mismo siglo diecinueve,en buena medida a causa de la ciencia ficción que la fue devorando. Aún así, hay libros que siguen sonando a profecías, más cuando su aparición en el mundo coincide con las catástrofes que vislumbra. Y me parece que esto le ha sucedido al libro Infectados (que ha tenido a bien publicar la editorial mexicana Ediciones Periféricas) autoría del escritor Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981), la cual, por su reciente aparición en el mercado digital, nos ha servido de pretexto para esta entrevista que nos ayudará a comprender a este joven narrador chileno cuyas letras resultan tan interesantes para la literatura contemporánea de nuestra Canaimera. Ríos Baeza, además de escritor, se ha desempeñado como crítico, académico, comunicólogo y editor. Entre sus libros de ficción podemos contar la novela Clowns (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, 2015) y el libro de cuentos Satori (Rialta ediciones, 2018). Entre sus obras académicas destaca El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (Universidad Iberoamericana-Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2014). Infectados se puede conseguir en https://amzn.to/3oqhCoL.

  •  Felipe, ¿eres un profeta?
  • Ja, ¡los dioses, o el Yahvé de Moisés, me libren siempre de aquello! Creo más bien que el azar ha acomodado bien las cosas con mi novela. Si acaso tuviera alguna brizna de profeta, sería porque nunca lo fui en mi tierra, lo que es bueno en cierto punto. De todas maneras, creo que cualquier persona que se dedique a escribir, componer, pintar, etc., atraviesa el desierto, en algún momento de su vida, y sube a algún Sinaí para recibir algo a cambio. Pero en el caso de Infectados, las circunstancias fueron más peregrinas, nada sagradas: durante una cena con amigos, el 2016, recordábamos la contingencia y las medidas, igual de caóticas y absurdas que las del 2020, que el gobierno tomó cuando en 2009 cayó sobre nosotros la influenza AH1N1 (a la que sigo llamando, por todas sus connotaciones feroces y burlescas, “la porcina”). Debido a que esas medidas, como las de ahora, no hicieron sino aumentar la incertidumbre y el miedo, siempre pensé que ahí había un marco de referencia para una novela. Si te acuerdas, durante los primeros días de esa pandemia parecíamos estar dentro de una novela o de una película distópica; entonces tuve una primera imagen: un sujeto que está feliz de quedarse en casa con el televisor encendido, mientras el mundo se cae a pedazos. Eso me daba pie para que, paralelamente, contara otra historia, que también hablaba de una “enfermedad”: la de cómo la ficción del escritor apócrifo Virgilio Mondragón, personaje de Infectados, acababa influyendo en la vida cotidiana del narrador.
  • Platícanos de Infectados y cuál es tu sentir de verla germinar en estos tiempos turbios de pandemia.
  • Como mencionaba, la novela surgió en 2016 y tardé más o menos un año en escribirla. Sus temas (una pandemia más mediática que real; los efectos de una cuarentena en una persona que cumple a rajatabla con las medidas; la sátira al mundo académico; las reflexiones sobre el poder de la ficción literaria en la realidad, etc.) y su estructura (fragmentaria, metaliteraria) en realidad surgieron muy rápido. Lo que tardó más, como siempre me ocurre, fueron las correcciones a ese texto inicial. Suelo ponerme con demasiada seriedad por las mañanas la bata del Dr. Jekyll para tijeretear aquello que Mr. Hyde ha escrito durante las noches. Después, como le ocurrió a Clowns, también, Infectados tuvo que acumular algunos indispensables rechazos editoriales, hasta que una amiga escritora, Isa González, le comentó su trama a Nahum Torres, el editor de Periféricas, y acordamos finalmente publicarla en este contexto inmejorable.
  • Parece que algunos de los personajes ya habían nacido en otras de tus obras e incluso mencionas la novela en uno de tus cuentos de Satori, ¿estás en la construcción de una red en tus ficciones o lo hiciste sin ninguna intención precisa o acaso vas dejando pistas de algo mayor a tus lectores?
  • Siempre me han parecido fascinantes los proyectos de literatura y metaliteratura “total” de algunos escritores, como Vila-Matas, Bisama, Fabián Casas, Bolaño o el mismo Borges, donde los libros individuales son piezas de una estructura mayor, y que solo al verlos juntos te das cuenta, como la máxima de la Gestalt, que el todo es más que la suma de sus partes. Esa idea de que los personajes brinquen de una novela a otra, o que las historias empiecen en un relato y acaben en otro,es de las cosas más fascinantes de articular con rigor un proyecto literario. Pero claro, después hay que ir dándole coherencia y robustez. Digamos que la intención que mencionas está (por ejemplo, el alter ego, Federico Racine, pulula desde hace muchos años en relatos que han circulado de mano en mano o en la red), aunque, claro, a veces los resultados no son los que uno se propone.
  • Ediciones Periféricas se distingue por la calidad de sus ediciones impresas, sin embargo, las circunstancias le han llevado al mundo digital, me parece que con bastante éxito. Dime, Felipe, ¿cuál ha sido tu experiencia en este ámbito de publicación?
  • Muy positiva. Desde hace algunos años soy un lector muy entusiasta de libros electrónicos, aunque en un comienzo tenía el mismo prejuicio deformante de todos los lectores tradicionales: perder el contacto físico con el objeto libro, como si se tratara de una relación fetichista (escribir en los márgenes con tu letra, poner un boleto de metro como marcador, en fin, esas cosas medio naif de la lectura tangible). Creo que el e-book permite una distribución más amplia y los dispositivos en los que se lee tienen muchísimas ventajas, como el precio y la accesibilidad de catálogo. De todos modos, por supuesto que valoro el libro regular y que espero ansioso la edición en físico de Infectados este trimestre.
  • Jugando a los profetas ¿cuál será el futuro del libro impreso y la repercusión de lo digital en la literatura?
  • Es una pregunta enorme. Recuerdo que hace unos 10 años, en una de las universidades en las que trabajaba, se dio una discusión algo bizantina (como casi todas las discusiones académicas) en torno a esto, que yo intentaba zanjar como un debate mal planteado, un falso dilema: los nuevos formatos no solo permiten leer de otra manera, sino incluso crear literatura de forma diversa, y eso es positivo a todas luces. Por supuesto, el boom de la literatura digital y multimedia, la twitteratura y todos esos fenómenos ya son algo trasnochados hacia 2021, pero en su momento supusieron nuevos modos de escribir y de pensar el fenómeno literario. En mi caso escribo de modo más tradicional, pero leo en cualquier formato porque precisamente el formato es secundario. A finales del siglo XIX, un francés, Octave Uzanne, pensó que el texto impreso iba a desaparecer en pocos meses debido a que ya era posible grabar sonido. Estamos a más de un siglo de distancia, imagínate, y siguen los mesones de librerías a veces repletos de papel entintado y mal usado que probablemente nadie va a atender.Eso sí me parece más problemático: si de algo habría que preocuparse, entonces, no es del avance mordaz de la tecnología o del fin del libro, sino de la ramplonería de los contenidos de esos libros y su multiplicación hasta el infinito. De lo que se trata es que la mayor cantidad de gente tenga acceso a cultura de calidad y quienes más se plantean este asunto en tono apocalíptico son, a veces, los consorcios editoriales, porque están dejando de ganar. Jacques Derrida, que es una de mis lecturas recurrentes, tiene un ensayo llamado «El fin del libro y el comienzo de la escritura», donde el propio título creo que es elocuente. No, el libro no desaparecerá, al menos en décadas; y en caso de que el objeto desaparezca, qué importa: la literatura persistirá. En el peor de los casos, nos convertiremos en los hombres-libro de Farenheit 451.
  • ¿Cómo fue tu salida de Chile y porqué escogiste a México como destino?
  • La salida de Chile fue planeada y voluntaria, pero la venida a México sí que fue azarosa. Aunque no lo parezca, Chile es un país pequeñísimo, donde los circuitos de escritura, publicación e investigación literaria se jibarizan cada vez más. Eso, quiéralo o no, genera una sensación de asfixia. Así que más o menos a mitad de la carrera, comencé a ahorrar y a juntar becas porque estaba convencido de que saldría de Chile. Mi destino inicialmente era España. Estuve en Barcelona dos años, haciendo la primera parte de mi doctorado, y fue una bocanada de aire fresco. Ahí, en la insurrecta comunidad latinoamericana que armamos en la residencia universitaria, fue donde conocía una poblana encantadora. Digamos que llegué a México persiguiendo una mexicana, como podría haber llegado a Ecuador, a Bélgica o a Namibia si esa hubiera sido la nacionalidad de mi (ahora) esposa.
  • Tú has hecho un dilatado estudio sobre este tema, así que dinos ¿cuál es tu visión de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Pasa por un momento muy positivo; desde hace muchos años la crítica y la academia internacionales han tenido la mirada puesta en el continente por razones ya más estéticas que políticas, y eso es muy bueno. Pero creo que ahora mismo las grandes apuestas, las grandes innovaciones que abren nuevos caminos (post-Bolaño digamos), se están haciendo en el Río de la Plata: Mariana Enríquez, Luciano Lamberti, Fabián Casas, Samantha Schweblin, Hernán Ronsino, Mauro Libertella… son escritores que tienen proyectos personalísimos, a los que no les da reparo jugar con los géneros, como el terror, el policial o la ciencia ficción, y convertirlos en otra cosa. De otros países, la apuesta de Juan Cárdenas y Margarita García Robayo, en Colombia, y Mónica Ojeda en Ecuador (sobre todo con Mandíbula y Nefando, que se leen en tándem), es notabilísima). En Chile veo algunas voces interesantes, pero creo que aún no es posible sacudirse de encima una etiqueta muy perjudicial, que inventaron la década pasada: “la literatura de los hijos” (y después la “literatura de los nietos”). Se trataba de escritores, como Alejandro Zambra y Nona Fernández, que quisieron recuperar el lugar de enunciación de la infancia para contar su testimonio durante los años de dictadura; pero luego eso, en las generaciones posteriores, derivó hacia una fórmula muy improductiva desde mi punto de vista: narrar la infancia porque sí, en clave testimonial, que de literario tiene muy poco. Hay escritores alternativos a eso que me interesan mucho más, como Camila Gutiérrez o Iván Monalisa Ojeda, a los que les da igual insertarse en un sistema literario establecido; y otros, como Álvaro Bisama, que de hecho rompe todos los sistemas, incluyendo los propios, con una literatura veloz, anticanónica, muy de géneros B y muy auténtica. La literatura mexicana actual vive un gran momento desde el punto de vista editorial, aunque como lector me entusiasma menos. El trabajo de Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Yuri Herrera o José Sánchez Carbó me siguen llamando la atención, así como el de Vivian Abenshushan, Verónica Gerber y Horacio Warpola, que son más experimentales.
  • ¿Qué es para ti la crítica literaria?
  • Una rama de la literatura (a veces una rama de la literatura fantástica). La crítica literaria manifiesta como ningún otro género uno de los procedimientos elementales de la creación textual, que es la del “injerto”, así como lo entiende Derrida. Es decir, siempre se escribe un texto (de todo tipo, crítico o de ficción), al alero de otro texto, haciendo comentario, alusión o calco de otros. De ahí que siga siendo fascinante la obra de alguien como Borges, por ejemplo, donde no existe distinción, en el plano expresivo, entre sus textos de ficción y de no ficción. Lo que resalta la crítica literaria es, pues, el sistema de ideas, dejando en segundo lugar los afectos, situaciones y personajes, justo al revés de cómo lo hace un texto de ficción.
  • ¿Qué piensas de la literatura actual chilena y qué papel juega en los recientes y drásticos movimientos socioculturales de tu país?
  • Creo que es muy pronto evaluar la literatura, o las manifestaciones artísticas, generadas a partir de octubre de 2019, porque esa evaluación sería negativa y oportunista (por ejemplo, pienso en Despachos desde el fin del mundo, de Alberto Fuguet, que acaba de aparecer: una crónica rápida de los acontecimientos y una evaluación aún más rápida de los mismos. Es de lo peor de Fuguet; el Fuguet descomunal está en Missing, por ejemplo, que es cuando se toma las cosas con más calma). Ese tipo de literatura me interesa poco, porque toda literatura coyuntural tiene fecha de caducidad. En cambio, lo que hizo, por ejemplo, Álvaro Bisama en “La lengua alien”, casi como corresponsal de guerra cuando testificaba los sucesos en el punto neurálgico de la protesta —Plaza Baquedano, hoy rebautizada Plaza Dignidad— me pareció más inteligente: un texto donde Bisama desaparecía detrás de las voces colectivas —como lo hace Svetlana Aleksiévich en sus libros​— y a partir de un catastro de graffitis, armó una suerte de “literatura de la calle”, consignas de distinta carga estética y semiótica, y que representan mucho mejor al Chile de los últimos 15 meses que todos estos textos que intentan hacer evaluación, crítica, sublimación artística, etc. Más que una literatura o un arte hecho expresamente para el 19-O, me interesa más el modo en que la obra de Raúl Zurita o de Nicanor Parra fueron resignificadas a la luz de la coyuntura. Por ejemplo, me tocó ver, mientras estuve en Chile antes de la pandemia, a una ex compañera de universidad, semidesnuda, subida en la estatua de Baquedano, con los senos pintados y con un megáfono, recitando y actuando poemas de Raúl Zurita. Fue brutal porque eso implica la posteridad (creo que en caso de que a Zurita no le den el Nobel podría irse a dormir tranquilo con ese homenaje). Lo que espero es que este remezón general, que ha traído de manera pareja asuntos tanto positivos como negativos, saque a los escritores chilenos del paradigma de “la literatura de los hijos y los nietos” y les provoque escribir cosas más estimulantes.
  • ¿Qué significa México para ti?
  • Todo. Explosión creativa, cromática, gastronómica. Verborrea feliz y mareante. Trabajo y familia. Posibilidad de recorrer un mundo que siempre pensé más ancho que aquel que veía desde el ventanuco de mi habitación de adolescente en Santiago de Chile. Es curioso, porque soy muy poco afecto a la literatura mexicana reciente; en cambio, estoy completamente inmerso en su idiosincrasia y su gente, al punto de que mi escritura y mi acento, como le pasa también a Fabio Morábito o le pasó al mismo Bolaño, ya están preñados de giros lingüísticos del centro de México y del bajío.
  • ¿Sigue prendiéndote el rock latinoamericano, como en tu Clowns?
  • No, ya no. De hecho, cuando escribí Clowns el tono que buscaba era justamente el de una nostalgia por el rock que ya se fue; ese rock que en Chile arranca a mitad de los 80s, con Los Prisioneros, y se extiende más o menos hasta el 2000. En esos años de colegio se produjo algo así como una supernova de bandas extraordinarias, en un país regularmente pequeño y modesto. Aún recuerdo la sensación de encender el radio por las tardes, después de hacer la tarea, y oír los primeros discos de Los Fiskales, Machuca, Paniko, Santos Dumont, Los Tres, Lucybell, Canal Magdalena, entre otros, lo que suponía estar viviendo un momento totalmente inédito. Esa hondura compositiva ya no volvió a darse y, lamentablemente, esas mismas bandas, y aún más las nuevas, reciclaron fórmulas. Creo que la salvación de la música rock latinoamericana está en el metal (Sentencia, Split Heaven, Cemican), pero eso daría para otra entrevista.
  • En tu opinión ¿a qué obedece el boom de escritoras latinoamericanas que se ha dado en estos últimos años?
  • Creo que son varios los factores que inciden: uno, innegablemente, es el contexto editorial propicio para ello y la disposición de la academia para hacer rescate y valoración con otros criterios más frescos que los de los estudios de género tradicionales. Pero rápidamente este boom se hubiera apagado si no existieran escritoras, que ya mencioné (Ojeda, Schweblin, Enríquez, Nona Fernández), y que tienen un proyecto con riesgo y hondura que seguro perdurará.
  • ¿Son imprescindibles los reflectores y la mercadotecnia para alcanzar notoriedad como escritor o sigue vigente la magia del destino y la buenaventura?
  • En el campo literario no existe el destino y la buenaventura. Digamos que eso, desde Pierre Bordieu, ha quedado claro: hay circunstancias, tomas de posición, entornos de academia, de crítica y de editorial, que en un momento dado provocan que una obra valiosa, del pasado o del presente, se encumbre. Nunca olvidemos que la figura de un “autor” se construye, es una noción funcional, independiente del sujeto que teclea o toma un lápiz, y que ayuda a generar un mínimo marco de recepción. Esto funciona por igual para un rockstar tan sobreexpuesto como Salma Rushdie como para Thomas Pynchon, el más sensato de todos. Aunque, para qué mentirte: la imagen de un escritor entregado a su proyecto, que le da igual la comercialización de sus libros, me sigue resultando encomiable y hermosa. Ahí el prototipo es John Cheever, que se despedía de su esposa todas las mañanas fingiendo ir al trabajo, bajaba al cuarto de lavandería donde tenía una máquina de escribir, se echaba ocho horas y luego subía, como sin nada. Es delirante, pero hay que ser así de delirante para dedicarse a una pasión inútil como ésta.
  • Prosiguiendo con tu vena académica, y sabiendo que también es una figura a la que has estudiado ¿cuál piensas que es la densidad de Roberto Bolaño en los escritores contemporáneos latinoamericanos?
  • Fundamental, sin duda. En un momento, durante el siglo XX, todos los escritores debían pasar por el desfiladero de Borges o de Cortázar o de Octavio Paz, aunque solo fuera para refutarlos. Y desde finales del siglo es Bolaño quien poco a poco va ganando ese centro del sistema literario y se convierte en sí mismo en un canon, siendo lectura obligada. Los marcos de exigencia, y de semejanza o diferencia literaria, los fija él, sin duda, sobre todo a partir de Los detectives salvajes pero aún más con “La parte de los crímenes”, de 2666. Nadie ha vuelto a escribir como él. Por supuesto,es contraproducente evaluar la literatura actual desde la porción de la obra de un solo autor; pero es lo que sucede y resultará inevitable por algunos años más.
  • Tuviste la oportunidad de vivir en Barcelona ¿Cómo se mira desde España, literariamente, a la Latinoamérica actual?
  • Mi estancia en Barcelona fue breve, en realidad, aunque su impacto demoledor. Entre el 2005 y el 2007 fui testigo de que la literatura latinoamericana ayudó y ayuda a los españoles a salirse de ese realismo gris franquista y post-franquista. Cuando estuve allí aún se llevaban a cabo cursos sobre la trascendencia del boom, por ejemplo, y los mismos profesores nos preguntaban qué pensábamos de gente como Cortázar o Donoso o García Márquez (no se creían que hubieran surgido ahí, en nuestros países, como una anomalía, esos individuos beta malformados). La evaluación positiva de nuestras letras en España es total: son tremendamente receptivos a todo lo que viene de este lado. Pero pensemos también que los grandes consorcios editoriales están ahí y, como hablábamos antes, esos consorcios construyen, a veces con demasiada ansiedad y poca sutileza, la nueva narradora o narrador latinoamericano, heredero del boom, que provocará, por un lado, un viraje en el curso de las letras en español; y por otro, la posibilidad de que el lector se lleve su libro en pasta dura en agosto a la playa.
  • ¿Cuál es tu sentir con respecto a las editoriales independientes?
  • Ante la máquina acorazada de los grandes consorcios, para usar una metáfora de Lamborghini, me parece que son la posibilidad de oxigenación y frescura para las personas realmente interesadas en leer. En una editorial independiente aún existen editores que realmente(y esto ya es para ponerse a llorar) leen tus libros y comparten contigo un café o una copa para comentarlos. Eso ya nadie lo hace. Al menos con los editores independientes que he trabajado mis novelas y volúmenes de cuentos, como Carlos Aníbal Alonso y Nahum Torres, percibo su vocación como auténtica: saben que están apostándolo todo a algo que les traerá más perjuicios que beneficios, sobre todo en lo económico. Por otro lado, Rialta y Periféricas son mis casas editoriales actuales y uno siempre debe estar agradecido que dieran a conocer libros raros como los míos.
  • Por último, Felipe, y aunque parezcan versos de Raúl Zurita, ¿habitamos en el terror? ¿Nuestro planeta es el terror? ¿Nosotros provocamos tal terror?
  • En efecto parecen versos de Zurita. Pero como lo planteas, me parece, también, como si el terror fuera uno de los elementos naturales de todo planeta habitable. Nos han enseñado el escepticismo a golpes, más aún en nuestros países, y es difícil creer ya que la emancipación humanase produzca de modo espontáneo y civilizado. El terror está ahí, siempre: un agujero enorme al centro de la habitación en la que alguien escribe, toca el piano, hace el amor o cría a sus hijos. Sería intolerable para la vida cotidiana estar todo el tiempo asomándose a ese agujero; pero para el arte es fundamental. Pensemos en Goya, por ejemplo; o las performances de Gina Pane o algunos pasajes de novelas de Joyce o de Faulkner: es gente que se ha asomado a ese agujero y ha intentado darle forma al horror para tolerarlo. Pero bueno, tampoco nos pongamos tan tremendistas: volviendo a Zurita, recuerdo unos versos que podrían postularnos una salida amable: «Nací bajo Pinochet, viví bajo Pinochet, / morí bajo Pinochet. Pero te quería yo / tanto que hasta no me parecía tan malo».
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MARÍA DEL CARMEN PÉREZ CUADRA | FRANQUEAR LO LLANO

Jinotepe, que deriva en su etimología del nahua Xilotepec (El cerro de los chilotes o mazorcas), es una población nicaragüense de notable raigambre decimonónica  representada en diversidad de pintorescos espacios arquitectónicos lo cuales a su vez contrastan con la profundidad del llano tremendo que parece haber circundado a Jinotepe desde la eternidad. El llano y sus interminables muros de frondas, que se antojan impenetrables. Pero María del Carmen Pérez Cuadra (Jinotepe, 1971) los franqueó, a pesar de la dificultades que supone el querer ser escritora en una provincia alejada del mundo cultural del centro (aún cuando Jinotepe es cuna de algunos escritores y académicos de renombre en Nicaragua). Y tan los franqueó, que actualmente es una de las voces más interesantes de la nueva narrativa nicaragüense. En Managua, Pérez Cuadra estudió la licenciatura en Arte y Letras y el Máster en Literatura Hispanoamericana y de Centroamérica en la Universidad Centroamericana. Pero más allá de los títulos, ella era (es, será), una escritora y en 2004 consiguió notoriedad en su patria tras de adjudicarse el Premio Centroamericano de Narrativa Corta Rafaela Contreras, a los que siguieron el Premio Nacional de Poesía Inédita El Cisne en 2008 y más recientemente el Premio Nacional María Teresa Sánchez de Narrativa corta 2014. Desde sus primeros años como escritora, y posteriormente como docente e investigadora, ha participado significativamente en la construcción de la vida cultural de su país, aunque actualmente reside en Chile, donde prosigue con una notable vida académica y artística. Su incursión por las letras le ha llevado al ensayo, la narrativa y la poesía, por lo cual la escritura de Pérez Cuadra se significa por sus variados matices y registros. Entre sus libros destacan los títulos Sin luz artificial (Fondo Editorial CIRA, 2004), Una ciudad de estatuas y perros (Das Kapital, 2014), Rama, microficciones (Isonauta Ediciones, 2016) e Isonauta (Parafernalia Ediciones Digitales, 2020). Su obra ha sido difundida en buena parte de Latinoamérica y en Estados Unidos, Hungría, Francia, Alemania y España. Desde 2008 puede seguírsele en el blog https://animalinedito.blogspot.com/ .

  • ¿Estimada María del Carmen, qué te hizo dejar Nicaragua?
  • Hola, Juan de Dios. Antes de responderte quiero agradecer tu interés por realizar esta entrevista. Creo que de cierto modo, Nicaragua me dejó a mí. Es más, me ha apartado las veces que ha podido, pero vuelvo con insistencia a ese lugar sintiéndome enraizada a pesar del distanciamiento. Vuelvo a mi país en el sueño o pesadillas que me cuentan la guerra, el hambre, la pobreza y los muertos de los años 80. Pero también siento que regreso a mi lugar de origen por medio de la escritura. Mi primer viaje importante fue a Managua, que queda a tan sólo 45 kilómetros de distancia de Jinotepe, cuando me fui a matricular a la Universidad Centroamericana, una institución privada a la que tuve acceso por los cambios que trajo la revolución sandinista. Desde entonces he sido una especie de desplazada con ciertos privilegios. Más tarde, a finales de los 90, por el desempleo y la necesidad de poder pagar por mi título de Licenciada en Arte y Letras, me vi obligada a trasladarme a Costa Rica para trabajar como empleada doméstica, allí conocí el mundo de mujeres profesionales que tenían que ir a limpiar inodoros y padecer la xenofobia con tal de ganarse un sustento digno. Desde entonces, el alejamiento siempre ha sido un mecanismo de sobrevivencia, como esta vez que vine a residir a Chile. Junto con mi esposo y mis hijos, nos trasladamos a Santiago en 2010 por razones de trabajo. Supuestamente estaríamos dos años acá, pero al ver que la estadía se prolongaba más allá de lo planificado decidí postular al programa de doctorado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y allí estoy ahora. Soy candidata a doctora en Literatura de esa casa de estudios. Pertenezco a REMCYC que es la Red de Estudios Literarios y Culturales de México, Centroamérica y el Caribe (ReMCyC) fundada gracias al apoyo de la UC como de los destacados académicos que han creído en nuestros proyectos como Alexandra Ortiz Wallner, Óscar Ariel Cabezas, Magda Sepúlveda o Betina Keizman, entre tantos otros. Te podría decir que los desplazamientos que he experimentado y que más me gustan han llegado por medio de la investigación académica pero también por medio de las publicaciones y traducciones en distintos lugares del mundo a mi obra literaria.
  • ¿Porqué escogiste a Chile como tu nuevo hogar?
  • A veces los lugares nos escogen. De pronto yo estuve allí, en Santiago, porque una editorial chilena (Uqbar Editores) me había publicado en una antología de cuento latinoamericano que fui a retirar en persona. Me ilusionó la idea de tomarme un sabático para escribir una novela. En 2011, gracias a Carmen Jopia, coordinadora de Sala Novedades de la Biblioteca de Santiago, me integré a un taller literario del que me convertí más tarde en facilitadora y editora de sus libros. Gozo de una entrañable amistad con mis exalumnos. Posteriormente, gracias a una beca otorgada por el Estado Chileno por medio de CONICYT(hoy ANID) me integré al programa de doctorado de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Como ves, Chile ha sido un país que ha sabido acogerme.
  • ¿Estos desplazamientos influyen en tu más reciente libro Isonauta?
  • Por supuesto, el Covid-19 me estremeció, al hacerme pensar que los migrantes a veces somos percibidos por los otros como virus. Isonauta juega con el espíritu del desplazamiento forzoso, con aquel que a veces toca emprender con miedo, en incertidumbre pero con asombro.
  • Por cierto, ¿qué diferencias has percibido entre la publicación física y la digital?
  • En determinadas circunstancias la publicación digital se mueve mucho más rápido que la publicación física. He llegado a pensar que a su manera la publicación digital contribuye a la democratización de la escritura porque cualquiera puede recurrir a la red y liberar allí su obra. Como sabemos, es demasiado fácil publicar en digital y parece que es un sistema que mientras sea gratuito llega a un público amplio y diverso, pero no creo que las editoriales quieran apostar por un formato que a fin de cuentas les reporta muy pocas ganancias en relación con el formato tradicional. En cuanto a calidad, el libro digital corre el peligro de ser más espontáneo y en ese sentido cualquiera puede publicar sin necesariamente pasar por los filtros de un buen editor o editora. Por otro lado, está el tema de la ausencia de materialidad eso tiene que ver con otro impacto que depende mucho de los gustos. A mí, por ejemplo, como consumidora, me agrada percibir la calidad de una publicación en físico al palpar el tipo de papel con que está hecho el libro, al sentir el aroma de las páginas o las texturas del papel, algo que no es posible disfrutar en el caso de la publicación digital. Quizá los lectores digitales, por su lado, podrían hablarte de otras perspectivas del disfrute desde sus gustos, pero para mí sigue siendo imprescindible el formato físico.
  • ¿Cómo viviste tu decisión de ser escritora en Nicaragua?
  • Después de pensarlo mucho, creo que decidí ser escritora por dos razones. La primera es que me motivó mucho la existencia de los suplementos culturales que circulaban en los años ochenta y noventa, como El Nuevo Amanecer Cultural, Ventana y La Prensa Literaria. En mi casa nunca hubo una biblioteca porque no estaba a nuestro alcance, sin embargo, siempre tuvimos acceso al precio del diario, de cierto modo este acceso le daba a mucha gente, que en otras circunstancias podría estar fuera de lugar, un tipo de empoderamiento cultural. Tal es mi caso que viniendo de una familia humilde con un padre albañil, una madre auxiliar de enfermería empírica, una abuela vendedora de lotería y otra abuela que había sido empleada doméstica toda su vida, me sentí llamada a estudiar literatura gracias a una entrevista magnífica y muy estimulante que ofreció el querido y recordado Franz Galich a uno de estos suplementos culturales. Y fue gracias a Galich y el apoyo de Barbara Drösher, y luego de Werner Mackenbach, que junto a un grupo de compañeros nos formamos en la investigación académica por medio del Seminario Permanente de Investigaciones de Literatura Centroamericana (UCA). Esto nos permitió presentar ponencias en los Congresos de Literatura Centroamericana de esos años. Ese contacto con la universidad me llevó también a formarme en los talles de escritura de Lizandro Chávez Alfaro, un narrador fundamental en Nicaragua. En segundo lugar creo que mi decisión de ser escritora es fruto de la herencia de dignidad que recibí de mi abuela paterna analfabeta. Ella aprendió a dibujar su nombre como a los 50 años, gracias al programa nacional de alfabetización de principios de los años 80. Siempre la llamamos Dina, pero un día descubrimos que su verdadero nombre era Digna. Lamentablemente al poco tiempo olvidó cómo hacer ese dibujo que significaba su nombre pero a mí me caló hondo ver el esfuerzo que ella ponía en lo que parecía ser el rompecabezas de su nombre. He escrito poemas y narraciones desde que aprendí a hacerlo, sin embargo tengo gran parte de mi trabajo aún inédito. Por eso el primer libro que publiqué y que fue el que me hizo pensar que sí podía convertirme en una escritora es Sin luz artificial, colección de cuentos con la que gané en 2004 el Premio Centroamericano Rafaela Contreras auspiciado por ANIDE (Asociación nicaragüense de escritoras). Así entré al mundo literario nicaragüense.
  • ¿Se puede ser un escritor exitoso en Centroamérica?
  • Podría responder con otra pregunta ¿qué significa para un escritor ser exitoso? Pues por un lado, creo yo que un escritor o escritora puede ser exitoso o exitosa cuando sabe lo que hace, domina su arte y escribe lo que le viene en gana y no lo que el mercado le impone para poder vender. Pienso en Manlio Argueta o en Claudia Hernández, por ejemplo. Para mí ellos son escritores exitosos porque han ido en ese camino. Sin embargo, en el caso de Argueta, a pesar de ser uno de nuestros mejores escritores del siglo XX y XXI, acá en Chile no se conoce su obra. Y de ese tipo de autoras y autores exitosos en Centroamérica hay muchos. Por otro lado, tenemos poquísimos escritores y escritoras centroamericanos que se mueven bastante bien en el mercado pero que se pueden contar con los dedos de una mano. Autores que son exitosos porque cumplen con la cuestión de la venta de ejemplares y los puedes encontrar en las librerías de casi cualquier parte del planeta, eso también me parece justo. Respondiendo a tu pregunta, creo que sí, es posible ser un escritor exitoso en Centroamérica.
  • ¿Te consideras una escritora feminista?
  • No lo creo. En el sentido en que no he cultivado una línea en que conscientemente me focalice en trabajar un discurso propiamente feminista. Por supuesto que me interesa el respeto a los derechos de las mujeres, pero en mi caso creo que tengo demasiadas cosas pendientes por atender desde la escritura y cada uno se puede hacer cargo de lo que más nos toque.
  • Has tenido la oportunidad de estar en varios polos de nuestro continente. Desde esta experiencia ¿cuál es tu visión de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Veo que este es un momento importante para la escritura de mujeres, y celebro que el nuevo boom latinoamericano esté constituido en gran parte por la escritura de mujeres talentosas como Mariana Enríquez, Guadalupe Nettel, Samanta Schweblin, Valeria Luiselli, Fernanda Melchor, Margarita García Robayo, Alia Trabucco Zerán, Lina Meruane y Nona Fernández, entre otras, porque afortunadamente la lista es larga. Y creo que proyectos editoriales como Vindictas, que es una colaboración entre la Universidad Nacional Autónoma de México y la editorial Páginas de Espuma, están ayudando a que se visibilice y valore la contribución de la pluma de mujeres en los catálogos latinoamericanos.
  • ¿Crees que existe un diálogo entre los escritores de los diversos países americanos, o vivimos en ostracismos provinciales?
  • Eso depende del tipo de diálogo y del tipo de género de escritura que practica un escritor pues he notado, por ejemplo, que por lo general los escritores de novelas suelen estar más incomunicados con sus pares que los escritores de microficciones. En el primer caso, esa falta de diálogo puede ser aparente porque quizá sí existe y se dé por medio del mismo acto de escribir que es en realidad un acto de lectura de otros autores o autoras. En el último caso, los microficcionistas parecen llevar una vida de red en diálogo permanente que con esto del Covid ha tenido un gran florecimiento. Algunos ejemplos que podría darte son: REM (Red de Escritoras de Microficción), el grupo de los Microficcionistas Pandémicos o la Internacional Microcuentista que llevan un intercambio permanente y colaborativo en sus redes de difusión. Sin embargo, creo que fuera de esos casos, y en Centroamérica en particular, no nos leemos suficientemente entre nosotros mismos y esa es parte de nuestra marca de provincianismo.
  • ¿Qué han significado los premios y las becas en tu carrera literaria?
  • Han significado un reconocimiento importante y un compromiso con la calidad de mi escritura.
  • En ese sentido ¿crees que son fundamentales los premios y las becas en el desarrollo profesional de los escritores?
  • Sí, absolutamente. Con ellos los escritores puede consolidarse mediante las publicaciones, la difusión y reconocimiento de sus trabajos. Los premios y becas le pueden dar a un escritor un momento en su vida para detenerse a crear y no a crear en emergencia o en paralelo con el duro trajín de la sobrevivencia, y bueno, algo no menos valioso es que las becas también ayudan a conformar redes colaborativas.
  • Estos premios, estas becas ¿las debe dar el gobierno o la iniciativa privada?
  • Creo que lo mejor es cuando hay muchas opciones, que tanto el Estado como la empresa privada deben aportar al enriquecimiento cultural de sus conciudadanos.
  • ¿Qué significa para ti la violencia?
  • Una mala palabra que no debería existir en el diccionario de la vida. Es también un lugar común con el que se está identificando a la producción literaria centroamericana y me parece un peligro pues con ello se podría dejar de ver la pluridiversidad de nuestras culturas y sus amplias posibilidades discursivas.
  • ¿Cuál es tu opinión acerca de la actual literatura nicaragüense y su injerencia en las letras centroamericanas contemporáneas?
  • Creo que aparte del fenómeno de Rubén Darío, de Ernesto Cardenal, Gioconda Bellio y Sergio Ramírez la literatura nicaragüense es poco conocida en la región como para llegar al punto de tener algún tipo de penetración o impacto en la escritura de los autores de la zona. Al contrario, creo que en la actualidad son los autores de las otras naciones hermanas quienes están alimentando bastante bien a las nuevas generaciones de autores/as nacionales, pienso, para mencionar algunos, en Ana María Rodas, Rodrigo Rey Rosa, Jacinta Escudos, Claudia Hernández, Denise Phe-Funchal, Ana Escoto o Eduardo Halfon.
  • ¿Qué importancia tienen los talleres literarios en la identificación y formación de jóvenes escritores?
  • Definitivamente los talleres no hacen automáticamente a un escritor, sin embargo son un espacio culturalmente necesario para la motivación, identificación y formación de las nuevas generaciones de autores, complementan y expanden la formación de cualquier persona que sienta interés por el oficio de escribir independientemente de su edad. No es necesario ser un jovencito para interesarse en la escritura como oficio.
  • ¿Cómo debe ser un buen taller de narrativa?
  • Que no sea complaciente con nadie pero que logre estimular a los participantes y proveerles las herramientas del oficio.
  • ¿Extrañas Jinotepe?
  • Sí, claro. Pero cada vez que regreso me parece un lugar nuevo, más tumultuoso, con más ruido, más automóviles y menos árboles.
  • ¿Has sufrido algún tipo de discriminación?
  • Sí, por supuesto. Nuestras naciones están marcadas por el machismo, el racismo, la xenofobia y el clasismo, entre otros males. Es muy difícil que un ojo educado bajo esas premisas se abstenga de racializar y clasificar al otro por indio, negro o migrante. En Costa Rica, para los nacionales, yo tengo un dejo insoportable que irrita por su nicaraguanidad; en Estados Unidos para muchos soy una mexicana sin papeles, en Chile suelo ser confundida con una peruana migrante que todos suponen que lo único que vino a hacer es limpiar casas. Limpiar casas es el trabajo más digno que hay, te lo aseguro, lo indigno está en el hecho de ver a los demás humanos como un peligro físico o de contagio, como enemigos o como algo tan bajo como un quiltro sin dueño.
  • ¿Cómo has vivido los más recientes acontecimientos sociopolíticos de Chile?
  • He vivido los acontecimientos con admiración y asombro. La ciudadanía chilena tiene mucho que enseñarnos, sus mecanismos de empoderamiento se basan en una educación democrática y no en las batallas ciegas por el poder.
  • Por último, María del Carmen ¿qué será de las mujeres sombras que irrumpen en las nocturnas bacanales centroamericanas?
  • Esperemos que sus esposos, sus hijos, sus parientes y sus vecinos aprendan a verlas como seres humanos creativos, solidarios, inteligentes, capaces de romper con los estereotipos que le reservan un lugar en la cocina o en el dormitorio. Las sombras tienen el poder de situarse en cualquier parte.