Categorías
Ecos de un caballito del diablo Literarias

There are places I’ll remember

Hoy es uno de esos días en los que hay más movimiento que de costumbre; se mueve el cuerpo, se desplaza el auto, se agitan las ideas, se apaga el silencio. Día de tránsito le llamo. Tomo algunos libros y corro a la universidad. A las siete en punto bajo los cinco pisos que me separan del estacionamiento. Se mueve el cuerpo. Me corta la cara el frío de la mañana. Subo al auto, enciendo el navegador, trazo la ruta. Se asoma el sol. Llueve. Tomo atajos que evitan algunos embotellamientos. Me atrapa la inevitable hora pico en la ciudad. Una ráfaga de pensamientos sigue en el sur, en casa, en la almohada, desperdigados por la sala, el comedor y en mi escritorio. Tardan para alcanzarme en este viaje al oriente. En cámara lenta me traslado mientras que el reloj avanza desesperado.

Hay un instante de ese trayecto en el que desaparece la prisa, el frío, el desvelo. Olvido los pendientes y contemplo el aire afuera del auto, las pequeñas gotas que van saturando el parabrisas sin hacer ningún ruido. Percibo el paisaje ralentizado, atorado en un punto en el que solo cambia la luz del sol. Miro por el espejo lateral y un pensamiento me alcanza. Reviso el reloj y ese instante fue un salto en el tiempo que me alejó de la puntualidad. De nuevo regreso al embotellamiento que me abstrae. Recuerdo una canción que escuché un día antes. Apenas algunas frases y pocos acordes. “All these places have their moments…” Y un piano que satura la memoria mientras el semáforo cambia de color. Veo nuevamente el reloj. Otro agujero en el tiempo. Todo se empieza a mover. Me asusto. Por unos segundos siento que el auto va en retroceso, que un bucle invisible nos traga desde atrás. Logro entender lo que pasa y acelero. Todos avanzamos de nuevo. Me relajo y aquellos pensamientos que quedaron en casa ya están conmigo. Se encuentran adormilados aún. No son tan insistentes, se mueven lento. Se presentan uno a uno. No alcanzan la reiteración de la media tarde, pero ya están ahí. Se nubla. El semáforo nos atrapa otra vez. El paisaje en sepia permite que me calme. De vuelta la canción: «Some are dead and some are living…» Y Carlos reaparece en mi memoria. Hace poco pensé en nuestra adolescencia juntos. Mi hija está a punto de cumplir los años que él tenía al morir. Creo que extrañar ya se me ha vuelto décadas. No recuerdo si soñábamos con el futuro, pero estoy segura de que tampoco vimos venir la muerte. “In my life I’ve loved them all…” Continuamente me pregunto cómo habría sido la vida si él no hubiera muerto. 

De pronto estoy entrando al estacionamiento de la escuela. Bajo del coche. Subo las escaleras, comienzo la clase. Escribo en el pizarrón, analizamos ejemplos de oraciones. Sujeto, verbo, complementos; funciones adverbiales de tiempo y espacio; nexos adversativos, pronominalización. Termina la hora de clases. De pronto también noto que es jueves. Carlos murió en jueves. O tal vez no. Ya no lo sé. Subo dos pisos y me encierro en la oficina. Escribo un rato en la computadora mientras sigo escuchando un piano que musicaliza la soledad del cubículo. Leo. Bebo un café. El tiempo se diluye y ya es mi siguiente clase. Analizamos un cuento. Al abrir el libro encuentro algunas notas viejas. Veo un nombre que repentinamente llegó a mi mente hace unos meses. Lo reconozco y pienso en las trampas de la memoria, en lo impredecible que resulta. Una alumna dice algo sobre los recursos retóricos de Rulfo. Yo apenas distingo su voz entre mis pensamientos. Al terminar la clase debo irme. Se hace tarde. Tarde para limpiar la casa, lavar los platos, hacer la comida, recoger a mi hija. Otra vez el tráfico. La música. Los cláxones. Ella y yo nos vemos cerca de la parada de autobús. Dejo el auto estacionado en un lugar cualquiera. Caminamos sin dirección. Reímos. El movimiento se hizo pausa. Olvidé las trivialidades domésticas. Otro bucle. Esta vez su sonrisa y su mirada detuvieron el reloj. Me pareció vernos desde el otro lado de la calle. Nos vi felices bailando en una acera junto a la fuente. Cerré los ojos y escuché un acorde más “…In My life I love you more…”

Fotografía @yllak

Categorías
Canaimera

Edjanga Jones  I El hombre que va y que viene

De aquella lejana edad de la panguea que devino en el rompecabezas que es hoy el mundo, dos piezas, más que ningunas, evocan en sus formas esa unión primitiva y la trágica separación. Dos piezas que bien se pueden constatar en cualquier mapamundi y que parecieran imanes que quieren de nuevo juntarse, dos amantes a los que el tiempo y los temblores han querido separar, pero que a pesar de la separación siguen, de muchas maneras, haciéndose el amor. Me refiero al cóncavo que es Latinoamérica, sobre todo en su parte brasileña, y al convexo que es el África cuyo justo punto imaginario de “machimbrado” entre ambos continentes sería Guinea Ecuatorial. Paradojas de la vida, pues esta pequeña región africana es, a muchos niveles, hermana profunda de Hispanoamérica. Si bien es cierto que comparte los elementos socioculturales que definen a los pueblos africanos, también es verdad que Guinea Ecuatorial fácilmente se confunde con los pueblos americanos de habla española, en especial con aquellas regiones tropicales, caribeñas, donde la raíz negra se palpa en el baile, la lengua, la comida y el “cachondeo” cotidiano. Y también, por supuesto, en la literatura. Esto se debe a que Guinea Ecuatorial también sufrió el yugo del imperio hispano desde el siglo XVIII. De hecho, pertenecía al virreinato del Río de la Plata. La relación con América se fue perdiendo tras la emancipación decimonónica de casi toda la colonia hispanoamericana. Guinea Ecuatorial consigue su independencia hasta ya bien entrado el siglo siguiente, para ser precisos, en 1968, fecha a partir de la cual, entre convulsiones y tiempos difíciles, se ha empeñado en forjar una nación. En términos de arte y cultura, el camino no ha sido fácil. Estamos ante una naciente generación de artistas y escritores ecuatoguineanos que lucha en un ambiente inhóspito para poder dar salida a su voz. Dicha lucha nos recuerda, no pocas veces, a lo que en esta canaimera latinoamericana nos ha tocado y nos toca enfrentar. Por ello no es difícil sentir una empatía fraternal por nuestros pares hispanoafricanos. Así como en el mapa, el abrazo se antoja en el espíritu. Comencemos por conocernos, leernos. Entre esta nutrida camada de emergentes escritores ecuatoguineanos, resalta la obra de Edjanga Jones Ndjoli (Madrid, 1982), hijo de migrantes, que si bien ha vivido buena parte de su vida en España, nunca olvidó su raíz y desde la trinchera que le ha tocado, busca el reconocimiento, el respeto y la divulgación de la literatura de Guinea Ecuatorial. Su carrera comienza, por así decirlo, con la publicación en el año 2015 de su novela Heredarás la tierra, cuyo inusitado éxito puso los ojos de la crítica y del público lector sobre de él. Su obra ha sido principalmente difundida en España y Guinea Ecuatorial, pero de a poco también comienza a conocerse en Latinoamérica. Sin más, debo confesar que es éste uno de los diálogos que más me han conmovido, conmocionado, entre muchos muy sentidos que he tenido en la Canaimera. Por ratos pensé que le hablaba al espejo. Edjanga me ha parecido un corazón con pies largos.

  • Estimado Edjanga, ¿qué significa actualmente ser un escritor ecuatoguineano?
  • Es una pregunta difícil. Teniendo en cuenta que yo formo parte más del panorama de la diáspora, creo que no soy el más indicado para responder a esta pregunta. Pero voy a dar mi opinión. Creo que ser escritor ecuatoguineano es un reto lleno de turbulencias, ya que el acto de escribir en sí constituye, al día de hoy, en Guinea, un acto político: ¿Para quién escribes? ¿Qué escribes? ¿Y por qué? En mi caso siempre me he encontrado con este cuestionamiento, la identidad es un debate envenenado y mi amor por mis seres queridos y el país de donde vienen mis padres no ha quedado erradicado o difuminado por el mero hecho de no haber nacido y crecido en África. En este sentido, puede ser un acto de reivindicación; una tierra perdida; un Ítaca al que hay que volver y donde los sueños se pierden en la añoranza y la nostalgia. Eso por un lado, por otro está la síntesis del africano: su visión sobre sí mismo; lo que quiere compartir con el mundo; la difícil, cordial y contradictoria relación con lo occidental. La denuncia se ha convertido en un tema muy recurrente, casi en exclusiva en algunos autores. De tal forma, que el compromiso puede coartarnos enormemente en nuestro carácter artístico. Pero hay excepciones, como César Brandon Ndjoku. Sin embargo, creo que hay nuevos  autores que miran a la literatura con un afán más lúdico, soñador y con carácter menos encorsetado a las difíciles circunstancias sociopolíticas.
  • Regálanos un panorama, desde tu punto de vista, de la literatura de Guinea Ecuatorial.
  • Como he dicho antes, creo que es un panorama de personas que trabajan con pocos medios pero que sueñan con escribir y parece que lo están consiguiendo. A veces desde Europa sólo esperamos las denuncias de las injusticias que ocurren en África. Pero hay escritores que abarcan nuevas temáticas, nuevas historias. Escritores que quieren compartir con un mundo global, del que quieren formar parte sin cortapisas. No conozco muchos, no soy un buen lector. Pero de los que han llamado mi atención, está César Brandon, Chris Ada, Estanislao Medina, Fumilayo Jhonson, Juan Riochi Siafa, Mitoha Ondo Ayekaba y César Mbah. Después tenemos a escritores consagrados que fundamentalmente son los pioneros como Donato Ndongo, Justo Bolekia Boleka, Inongo Vi Makome, María Nsué Angüe, Mangue Nsue Okomo, Francisco Zamora, Juan Manuel Davies, Juan Tomas Ávila Laurel y Remei Sipicreo que son los principales novelistas del panorama de una época que se puede comprender como colonial-postcolonial. En ellos pesa la experiencia del trauma de la dictadura y la migración hacia España u otros países y donde se aprecia parte del legado de la cultura oral. Este fenómeno fue llamado  emixilio por Michael Ugarte en Africanos en Europa. La cultura del exilio y la emigración de Guinea Ecuatorial a España, que resultan en la unión de dos palabras exilio y migración. Después hay escritores que están más dentro de lo académico aunque también pueden tener contribuciones literarias como Juan Riochi Siafa, poeta y ensayista; Trifonia Melibea, novelista y ensayista, enfocada en cuestiones de género y LGTBIQ, y Eugenio Nkogo, filósofo. También existen personas que se dedican al teatro como Recaredo Silebo Boturu que también es poeta. Por último destacaría escritores de la diáspora hijos, de ecuatoguineanos en España u otros países: Lucía Mbomio y Desirée Bela Lobedde.
  • ¿Qué visión tienes de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Uff, tengo que admitir que no puedo decir mucho, por no decir nada. Tengo que reconocerte que yo no he leído mucho, y eso es algo que me avergüenza decirlo. Normalmente, los escritores son personas que tenían un fuerte deseo de escribir y leían sin parar cuando eran niños. Yo era todo lo contrario, solo leía cómics. La escritura aparecía en mi vida como un salvavidas. Nunca había pensado en escribir, pero escribía. Escribía para olvidar, como los alcohólicos beben para ahogar sus penas. Es ahora cuando intento formarme como escritor y preguntas como estás me hace sentir tremendamente perdido en este vasto mundo de la literatura.
  • ¿Cuál es la relación de Guinea Ecuatorial con el resto de la literatura africana?
  • Como te he dicho antes no sabría que decirte. Pero si me puedo arriesgar a algo: creo que en la literatura de Guinea existen los mismos rasgos que te puedes encontrar en muchos países en África y que tiene que ver con ese trauma de la colonización-descolonización. Existe un diálogo por encontrar-encontrarse, en un espacio tiempo convulso donde los Estados no ofrecen seguridad, más bien lo contrario. Después está la idea de la identidad: el ser o no ser africano al haber sido colonizados y cómo sobrellevar la pérdida de los elementos culturales y ancestrales. Creo que eso está muy presente en muchos autores africanos. Luego creo que se podría destacar la figura de escritoras africanas con Chimamanda Ngozi a la cabeza que no sólo hablan de feminismo sino de muchas más cosas y en Guinea también se están dando figuras como Trifonia Melibea que siguen esa senda.
  • ¿Piensas que existe una relación, un diálogo entre los escritores contemporáneos de Guinea Ecuatorial y Latinoamérica?
  • Claro que sí, tal vez este diálogo es reciente o tal vez no. Pero existe un África de ida y vuelta en relación al “nuevo” continente. Nos hemos nutrido ya no sólo en la literatura, en muchos otros aspectos que han propiciado una influencia en nuestra narrativa e imaginario. Yomaira Figueroa, excelente académica de la universidad de Michigan hizo un trabajo comparativo sobre esto llamado “Descolonazing Diásporas”.
  • ¿Deben los escritores de Guinea Ecuatorial emanciparse de España o el futuro inmediato de la literatura ecuatoguineana depende del apoyo cultural español?
  • No sé si deben, lo que está claro es que el apoyo y la visibilidad no vendrá de España. No voy a criticar a España en sí, el problema es que existe un problema de compresión de la producción cultural como activo fundamental para preservar, fortalecer y enriquecer a la sociedad. En ese sentido, España no comprende que la producción literaria de ciertos colectivos minoritarios sea algo de suma importancia, pero en general es todo el sector cultural. Por lo que los escritores que nos sentimos vinculados al contexto de Guinea necesitamos un lugar sobre el qué poder difundir, compartir y producir. Sinceramente, aún con todos los inconvenientes, creo que Guinea Ecuatorial es nuestro lugar natural. Es allí donde podemos generar un impacto suficientemente profundo para poder transcender. Y además, nuestra literatura es un puente para el diálogo entre África y Latinoamérica que no necesita estar supeditado a España. Tal vez deberíamos ser los escritores guineanos y de la diáspora los que invitemos a escritores latinoamericanos a visitarnos a Guinea.
  • ¿Está desarrollándose a la par de sus escritores el mundo editorial ecuatoguineano?
  • Parece ser que hay alternativas independientes, libros hechos a mano por ejemplo. Hay que tener en cuenta que es una nación donde sólo existen dos librerías en todo el país, si recuerdo bien, una en Bata y otra en Malabo. La oportunidad de producir dentro de Guinea es disparatada hasta el punto que es más barato imprimir los libros en España y transportarlos en avión. La gran mayoría depende de instituciones como el centro cultural español ecuatoguineano o el francés para hacer alguna publicación.
  • Es palpable el apoyo del mundo literario español por los escritores ecuatoguineanos ¿este interés se replica para con el mundo editorial de Guinea Ecuatorial?
  • Yo no siento tanto apoyo. En realidad me han buscado más fuera de España que en España, y generalmente académicos de Estados Unidos. En España, África no cuenta, existe un imaginario perverso que sigue reproduciéndose donde lo africano entra dentro del orden de lo místico y fantástico. África tiene su propio concepto de la modernidad, su propia versión del futuro más allá de los Safaris y ayuda humanitaria. Pero en España lo africano está relacionado con migración, con pobreza y cooperación. En Portugal existe una relación más profunda y de interés con la producción cultural africana. En España es prácticamente nula. Sin embargo, en Guinea se sigue con la educación que dejaron los españoles en muchos sentidos. Y mucha gente sigue la influencia de escritores clásicos de la literatura española como Bécquer. Hace unos años, escribir poemas, sobretodo cartas de amor estaba muy extendido entre los jóvenes, no se qué tanto habrá cambiado esto.
  • ¿Qué papel está jugando el estado ecuatoguineano para propiciar un mundo literario nacional (escritores, lectores, editoriales, librerías, becas)?
  • Bueno yo creo que es más bien al contrario. El Estado ecuatoguineano, desde los tiempos del dictador Macías, ha perseguido a los intelectuales, y el posterior régimen dictatorial de su sucesor, Teodoro Obiang Mbasogo, ha hecho lo mismo. En general, en Guinea no se promueve la libertad de pensamiento y se exige cierta coacción explícita o implícita al decir o hacer según qué cosas. En ese sentido, la posibilidad de pensar por uno mismo se convierte directamente en casi terrorismo contra la autoridad plenipotenciaria que representa Teodoro Obiang. Según él son “ideas importadas”. En consecuencia, se ha desarrollado una teatralidad difícil de identificar donde quién dice qué y porqué, siempre juega dentro de una línea de intereses donde hay un patrón aprendido de adulación hacia el pseudopresidente para obtener gratificaciones y reconocimiento. Es así como se forma una dictadura: con algunos intelectuales formando parte de ella también. Obiang se vende como el primero, mejor, único y más brillante escritor, intelectual y líder de Guinea.
  • Estuviste no hace mucho en un evento literario en Puerto Rico ¿de qué manera viviste esta experiencia?
  • La experiencia me sedujo, me marcó profundamente. Antes de ir al festival, yo me visibilizaba como un loco en mi soledad. En la sombra de un escritorio, en la noche sin nadie en quién reflejarme. Conocía a algunos escritores con los que tuve un contacto fluido durante un tiempo como Inongo Vi Makome o Mbuyi Kabunda académico en Ciencias Políticas. Pero siempre los veía lejanos, como si me hicieran un favor, a un pobre ingenuo como yo, por querer acércame a ellos. Y no porque ellos me trataran de alguna manera distante sino porque siempre pensé que ser escritor está en el orden de otras cosas que no percibía a mi alcance. Cuando publiqué mi primera novela, fue un acto de locura. Tardé cinco años. Cinco años a solas con mis demonios, con mi impaciencia, con mis dudas…Cinco años de fidelidad ciega, como si fuera un embarazo infinito y no supiera si nacería un burro, un pájaro o yo que sé. Solo seguía mi instinto, mi necesidad de querer compartir. Pensaba que en el momento que naciera el libro, el libro andaría solo, y yo lo dejaría libre a su antojo. Pero no, empezaron las presentaciones y era como andar con una cruz a mis espaldas. Tenía muchas ilusiones así que no me importaba en ese momento desplazarme por la geografía española saliendo todo de mi bolsillo. Es cuando Cesar Mbah me habló de un Festival de literatura, que era como un Festival Rock and Roll. No me lo pensé, compré mi billete y bajo el amparo e invitación de Mayra Santos Febres descubrí un nuevo mundo, y no como Colón. Me encontré con un montón de locos como yo, pero locos que eran respetados, escritores renombrados con escaparate. Yo me sentía pequeño entre tanto escritor, pero en la mesa, en los diálogos, era uno más: Gael Solano, Marcelo Carnero, La propia Mayra, Yolanda Pizarro, Marina Pérez Agua, Paulo Lins. Fue fabuloso, fue el impulso definitivo, para querer ser escritor. Ellos me dieron el cariño y la cercanía para comprenderme cuando no me comprendía ni yo. El acto, la necesidad, la pasión, la belleza. Desde entonces nunca me he sentido sólo, y mantengo una correspondencia con ellos que me ha ayuda a seguir creciendo como escritor.
  • ¿Qué densidad tiene en ti Guinea Ecuatorial?
  • Infinita, ¿cómo se mide en el infinito? No se puede, sólo se puede nadar en él y perderse. Por ello Guinea Ecuatorial es el principio y final, porque así lo he decidido. Pero porque mis compromisos de amor parten por encumbrar la herencia silenciosa que me antecede. Antes pensaba en términos muy políticos, muy idealistas, con una especie de deber edificante que creo que muchos africanos o hijos de africanos nos hace sentir las circunstancias del contexto en el que crecemos. Al final Guinea se ha naturalizado en mí, más allá de mis ideas políticas. Guinea son mis seres queridos: los que vendrán, los que se han ido, y los que quedan. Escribo a todos ellos como comunicándome en un eco eterno que me llega a mí desde las profundidades, y a la vez reinterpretó y repito a mi manera.
  • ¿Cómo piensas tú que podría haber un mayor acercamiento entre los mundos literarios de Guinea Ecuatorial y Latinoamérica?
  • Visitándonos, creando ese espacio y vasos comunicantes. No me gusta el internet, es útil pero la piel, la carne, el olor… todo eso genera los afectos. Saber que alguien te requiere y te espera al otro lado, que tenemos un espacio a un lado y otro de la orilla es razón suficiente para construir algo importante.
  • ¿Cuáles son para ti los escritores y escritoras ecuatoguineanos que deberíamos estar leyendo?
  • Puff, otro reto, jajaja, si te soy sincero no he leído nada de las últimas novelas de Guinea. Definitivamente Donato es un referente a tener en cuenta con su novela Los poderes de la tempestad y El metro; después  Juan Tomas Ávila Laurel y su novela Arde el Monte de Noche; Ekomo de María Nsue. Creo que esas cuatro se podrían definir como clásicos dentro de la literatura de Guinea. Actualmente, y dentro de la diáspora, tienes a Lucia Asue Mbomio Hija del camino el cual ha tenido éxito pero yo no te puedo dar mi opinión, no la he leído. Estanislao Medina fue elegido por la revista Granta como uno de los mejores narradores en castellano y el tema sobre el que habla, las bandas callejeras en Malabo, me parece algo muy necesario.
  • ¿Qué escritores latinoamericanos se cuentan entre tus lecturas, ya sea de la tradición o  contemporáneos?
  • Otra vez me tengo que sonrojar. Pues por de pronto Marcelo Carnero, el cual es mi maestro y es el que me recomienda muchas obras para leer. Gabriel Garcia Márquez y su Cien años de soledad me marcó con su realismo mágico, y luego he leído cositas sueltas de Galeano y Bolaño, pero, vamos…muy poquito.
  • ¿A qué atribuyes tú el alejamiento de Guinea Ecuatorial y Latinoamérica, siendo que entre ambos hay tantas cosas que nos hermanan, entre ellas, el esfuerzo de España por injerir en sus vidas culturales, literarias?
  • Primero el contexto geopolítico y las tribulaciones de España. Durante la dictadura franquista, España declaró a Guinea Ecuatorial “materia reservada”. Lo que significó que nunca más se volvió a hablar de la ex colonia en los medios de publicación, ni siquiera aparecía en los libros de texto. Y con la llegada de la democracia eso no ha cambiado mucho. Guinea está en una zona francófona, todos sus vecinos hablan francés y la influencia francesa no es sólo en la lengua, también es económica, imponiendo el franco CFA como moneda a los países de África central. De todas formas Guinea Ecuatorial, de la mano de Teodoro Obiang, ha estado buscando su lugar en este marco de influencias ofreciéndose  a Brasil con Lula en su momento y entrado en la CPLP, que es marco de países lusófonos cuando en Guinea no se habla portugués. España borró a Guinea de su historia reciente, y eso tuvo consecuencias también con Latinoamérica. Guinea tenía contacto con países como Puerto Rico y Cuba. Aún persiste en el imaginario cubano o puertorriqueño ciertas reminiscencias de este contacto. Actualmente Cuba es de los pocos países que ha mantenido contacto con Guinea, gracias al fuerte compromiso que siempre ha tenido Cuba con el desarrollo de los países africanos en áreas como la sanidad. Pero deberíamos retomar ese imaginario y nutrirlo de nuevo.
  • ¿Es tu generación la que está llamada a consolidar una literatura ecuatoguineana?
  • No lo creo, sobretodo lo digo por la diáspora. Creo que los escritores de la diáspora viven demasiado desconectados de su herencia africana y andan envueltos en debates postmodernistas donde sólo imperan sus sentimientos. Que la identificación se busque a través de las emociones supone que seamos fácilmente dúctiles y cambiantes según la edad y el momento. Creo que la herencia africana, teniéndola tan cerca, la desechamos para convertirnos en productos de un mercado que solo les vale ciertas señas superficiales para otorgarnos una “identidad”. Creo que hay que volver a crear cultura desde las entrañas, desde la fidelidad de los símbolos ancestrales, pero sin propagandas ideológicas que cercenan la creatividad.  En este tiempo tengo la sensación que los círculos intelectuales buscan apropiarse incluso de las manifestaciones más básicas. El hip-hop y la salsa, no salieron de gente de universidades súper releída, salió de la gente de a pie, de la necesidad de crear comunidad, del juego y del disfrute.  Siento que en la diáspora muchos han sido seducidos por el mercado del capital para ser un sello, una marca de lo que se cree que hay que decir o hacer buscando referencias que vienen siempre de los afroamericanos. Estados Unidos es país complicado, y ha conseguido vender la imagen del pandillero afroamericano como una imagen de modernidad al resto del globo terráqueo. No tengo nada en contra de esa imagen, pero me resulta manipulador cuando por otro lado sólo tenías el hambre y la miseria de África. A día de hoy todos los videoclips de la música negra alrededor del mundo son muy parecidos. Y nosotros hemos crecido con ello hasta el punto de despreciar lo que nos venía de cerca, lo que para los afroamericanos era un conquista a la hora de poder visibilizarse. Por otra parte, era también una pérdida ante los ojos de miles de jóvenes cuyos padres y familiares son africanos, pero no querían aprender de ellos. En ese sentido nuestro trabajo es diferente, es más un equilibrio. Crear un puente entre hijos de guineanos y Guinea es imprescindible. Por ello creo que falta mucho para hablar de una generación consolidada, a menos de que deje de estar tan influenciada por esta estructura de mercado anglosajón.
  • ¿Qué densidad tiene España en ti?
  • Bonita pregunta, a mis cuarenta años tengo ganas de aprender de España.  Me he dado cuenta que he estado jugando por turnos según he ido viajando y viviendo en diferentes países, ya que mi relación con España y Guinea siempre ha sido una moneda de dos caras. He estado enemistado con España durante mucho tiempo, y me he dado cuenta con los años de las lecciones perdidas de un país que tiene cosas maravillosas sin obviar sus carencias.  Cuando llegaba el verano los niños de mi colegio  se iban todos al “pueblo”, y yo me preguntaba ¿dónde está mi pueblo? Nunca me interesé en ir a aquello que llaman las fiestas del pueblo, porque aprendí a vivir en un mundo reticular en el que habían cosas de blancos y cosas de negros. Al escribir me di cuenta de algo que es evidente: si quería escribir debía poner parte de mis experiencias en mis libros desde el lugar donde quería hablar. Evidentemente tenía que ser España. Y ya que yo nací en una ciudad, a veces sólo me sentía de mi barrio, y ni siquiera eso, porque fui un niño no muy popular ni con muchos amigos de pequeño, así que otras sólo me sentía de mi casa. Es entonces cuando me di cuenta que el mundo a mi alrededor me esperaba para descubrirlo, sin cortapisas. Era yo el único que me ponía límites. España es un lugar bello, lleno de imperfecciones, pero es el lugar donde he aprendido y aprendo a amar y reír con la gente.
  • ¿Te percibes como un exiliado?
  • No, en absoluto. Me siento como alguien que puede ser de cualquier sitio y ninguna parte.
  • Sabemos ya que tus primeros años viviste en España ¿cómo fue el reencuentro con tus raíces africanas, al viajar a Guinea Ecuatorial, y de qué manera se refleja ello en tu novela Heredarás la tierra?
  • Fue como estar en lugar familiar y desconocido a la vez, muy raro. Pero la realidad es que Guinea estaba en nuestro hogar constantemente así que todo tenía un olor, color, sabor que podía reconocer. Heredarás la Tierra es la reconciliación de mis “mundos”, de mis experiencias en España y Guinea.
  • ¿Háblanos de tu concepto de geopolítica de conflicto en Guinea Ecuatorial y de qué manera repercute en los escritores ecuatoguineano de tu generación?
  • No es fácil explicar eso, es un libro denso de ciencia política y relaciones internacionales. Por de pronto te diría que sigue un poco el trabajo de Achille Mbembe, politólogo camerunés en sus ensayos Postcolony y Crítica a la razón negra. En síntesis te diría que el Estado colonial, como actor independiente, está configurado dentro unas reglas y/o ideología que condiciona todo el juego político y que el concepto «raza» juega un papel esencial en la forma de estructurar las relaciones de poder. En resumen, se fomentan unas fuerzas centrífugas que motivan el enfrentamiento de diferentes grupos etno-culturales por el control del poder, de tal forma que la existencia o convivencia solo puede ser en base a la subyugación o dominio de un grupo por el otro, o incluso la exterminación para salvaguardar un status quo o lo que podríamos llamar el marco de seguridad del Estado.
  • Por último, querido Edjanga ¿qué tanto persiste en ti de aquel hombre que va y que viene?
  • Yo nunca dejaré de ir y venir, está en mí visitar cada lugar y rincón del mundo y hacerlo mío. No hay fronteras, las fronteras están en la cabeza. Y yo quiero ver, saber y compartir todo lo que pueda y más. Sentirme parte de todo y de nada.
Categorías
Canaimera

Barbarella D’Acevedo  I Un mito cosmicoeroticocaribeño

En ciertos antiguos himnos órficos dedicados a Afrodita, ya muy temprano se estableció la idea de que uno está determinado por la semántica de su nombre. El nombre, impuesto por los padres, los dioses o la magia y la fortuna, será el signo que dibujará la personalidad y el devenir de su portador o portadora. Tópicos, quizá, pero ¿no acaso en la literatura  resplandecen hasta el hartazgo las Lucías, y las tenebras se ensañan con los Brunos? Los aficionados a los bodrios del cine fantástico pop sesentero,  recordarán que en 1968 Jane Fonda irrumpió en la pantalla detentado los poderes sicosexuales del universo, transformándose así en un mito hipererótico de nuestros días: Barbarella. Años más tarde, jugueteando con el rizoma de los mitos afrodisiacos, chipriotas espumas cabrearon en el mar Caribe durante el año de 1985 cuando en la Habana irrumpía otra Barbarella que heredaba el sino erótico, mítico, musical del nombre (el tiránico nombre del que no se puede escapar, sobre todo si uno se llama Barbarella en este cósmico universo). Barbarella D’Acevedo, pluma singular y de inescrutables alcances. Inescrutables por su juventud y por la experimentación personal que en cada uno de sus libros hace con la literatura. Barbarella D’Acevedo,  a veces distante de las tendencias regionales, a veces erótica, a veces poeta, otras tantas narradora, teatróloga, editora y lo que venga. Su obra ha sido antologada y publicada en la mayoría de los países latinoamericanos, así como en España, Estados Unidos y Canadá. El 2020 le ha sido particularmente provechoso, pues cosechó el primer premio en el Concurso de Poesía Rosa Butler, hazaña que replicó con el Bustos Domecq y particularmente en el Certamen de Poesía Paco Mollá, con su poemario Érebo, que recientemente ha aparecido bajo el sello de la editorial Aguaclara y del cual hablaremos a lo largo de esta entrevista.

  • ¿Querida señorita D´Acevedo, cómo se hace usted dueña del nombre Barbarella?
  • Me hago dueña del nombre Barbarella, en principio por obra y gracia de mis padres… Ambos lo eligieron al unísono aunque de manera casual. Estaban en casa de un colega de papá, director de teatro, al que visitaban con periodicidad. Aquél tenía un equipo de video y resultaba algo cotidiano que se reunieran para ver películas de terror ochenteras. Así fue que al finalizar uno de aquellos filmes, que ven pasar un tráiler de Barbarella y ahí dijeron “Ése”, incluso si todavía no habían confirmado el género del hijo que mi madre llevaba en el vientre, pues prefirieron esperar a la sorpresa del parto. No obstante a partir de ese momento fui Barbarella para todos los que les conocían. Así que sí hubo mucho de hado —algunos le llamaran casualidad—en tal elección. Es un nombre complicado. En las escuelas nunca lo entendían bien, sobre todo los maestros nuevos al inicio de cada curso. Por el camino aprendí a reírme del hecho y bromear con eso, incluso antes de que los profesores pasaran lista. Supongo que cuando una nace “Barbarella” atraviesa distintas etapas, incluso esa fase en la adolescencia en que se pregunta por qué “sus excéntricos padres” no pudieron darle un nombre castizo, más a tono con los apellidos González y Acevedo. El cuestionamiento es algo intrínseco al ser humano. Pero luego una se percata de que no podría haber sido de otro modo y se alegra. Mi nombre me acostumbró, por ejemplo, a ser un tanto extraterrena, extraterrestre, extemporánea, a habitar los márgenes. Una es su nombre, sus padres, su historia, su país…
  • Y ya que estamos con la obsesión de lo onomástico ¿cómo y cuándo pasamos de ser Barbarella González Acevedo al sinóptico Barbarella D’Acevedo?
  • Esa elección tiene que ver con mi papá…Mi padre, desde mi infancia, pensó que algún día yo iba a necesitar un nombre artístico. Sugería entonces la incorporación de la preposición intermedia “de” al González Acevedo. Papá, Tomás González, fue en su momento, un reconocido dramaturgo, director de teatro, miembro del hoy casi legendario grupo de experimentación teatral Los doce, guionista de las películas La última cena y De cierta manera, dos clásicos del cine cubano, músico, pintor, profesor en las escuelas de arte, maestro del Cuarto Camino; un hombre de un magnetismo tremendo…Supongo que en un punto no quise ser solo “la hija de Tomás González”. Siempre tuve una relación de amor odio con respecto a eso, a tal punto que aunque estudié en el Instituto Superior de Arte, la misma carrera que él, algunos de mis profesores —que también habían sido los suyos— se enteraron de que era “la hija de Tomás”, al pasar los años.  Necesitaba el espacio de mostrarme al mundo, de convertirme en quién quería ser y equivocarme incluso, pero sin la presión del apellido. Además, el Acevedo llevó a un primer plano a mi madre, y a mi abuelo, dos seres esenciales para mí, sin los que hoy no sería; y también a mis ancestros mambises, pero esa es otra historia…
  • Te han endilgado el mote de escritora erótica ¿Qué significa ello para ti?
  • Creo que muchos escritores han pasado por el erotismo alguna vez. Yo sentí en cierto punto la necesidad de retarme en tal sentido. La literatura es eso también para mí: la posibilidad de experimentar, de jugar. Hay que tener en cuenta que el mundo actual está guiado por el consumo y en tal contexto es quizá lo más fácil recurrir a determinadas etiquetas, carteles, más allá de si tienen como trasfondo algo real… Yo misma he podido usar el mote de escritora erótica en determinado momento, no tanto para potenciar una relación de compra-venta (no olvidemos que el libro es un producto, en un mercado bien complejo) sino para llamar la atención sobre determinados textos. Una etiqueta ayuda a que el lector tenga claro de antemano lo que va a consumir.  En realidad no me considero ni escritora de ciencia ficción (otra etiqueta que también se ha relacionado a mi obra en ciertos momentos), ni escritora erótica, ni autora de libros para niños, sino, simplemente escritora. Aunque me interesa la exploración del fantástico, en un sentido amplio, he jugado con géneros, estilos, maneras de contar y lo seguiré haciendo por una necesidad personal, una necesidad creativa, de ver hasta dónde puedo llegar, o me permito llegar.
  • ¿Eres erótica, Barbarella?
  • El erotismo está en la esencia del ser humano. Creo que todos somos eróticos en una u otra medida, si bien de formas más o menos explícitas…Eros es, por sobre todo, goce estético. La conciliación de Eros y Psique, del amor en tanto impulso creativo, pero también sexual, y de alma, o mente, opera como pulsión de vida que permite reaccionar a Tánatos, ese instinto de muerte que identificaba Freud.
  • ¿Qué de Érebo tiene la Cuba de Barbarella?
  • Una no puede evitar escribir desde su esencia, desde su historia, y también desde la historia de su Matria. Érebo y Cuba tienen quizá en común los subterfugios de la recurrencia a lo mítico, aunque también otros elementos. La oscuridad primigenia que Érebo, por ejemplo, implica, quizá solo pueda ser resuelta con la fuerza del logos, porque no olvidemos que en “en el principio” —si bien en un principio otro— “era la palabra” y “sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho”. La palabra tiene un poder generador…Quiero pensar, o intuyo que a través de la palabra la Matria puede superar también la oscuridad primordial.
  • ¿Qué tanto representa a tus poesías femeninas este poemario Érebo?
  • Es un poemario que asumo a partir de recreaciones de lo femenino. Se trata de poemas en primera persona, donde las protagonistas son Penélope, Helena, Casandra, Circe, Friné… Yo me he sentido identificada con todas, y así en estos versos, encarno sus angustias, sus interrogantes, y también su erotismo, desde lo que soy, este lado mujer, que ama y se piensa, con la mayor honestidad de la que es capaz.
  • ¿Qué significa actualmente ser escritora en Cuba?
  • Ser escritora, o escritor, en Cuba o en cualquier parte, resulta un reto y un oficio difícil.  Es un camino solitario, que depende de una misma y de su disciplina. Nadie te va a decir “escribe”, así que cada día tendrás que levantarte de la cama, sentarte ante tu computadora y tener la voluntad de hacerlo, incluso si la vida cotidiana con sus necesidades, ejerce otros reclamos, incluso si tienes otro u otros trabajos para garantizarte el sustento. Deberás contar una historia que en primera instancia te conmocione a ti misma y hacerlo del mejor modo que puedas… Después tendrás que invertir tiempo en presentar tu obra a una editorial o un concurso, porque quien diga que escribe para guardar su trabajo en una gaveta, probablemente mienta. Y si todo sale bien y tu obra se publica todavía necesitarás promocionarla, para que otras la lean. Pero si todo sale mal, y tu obra termina, después de todo en una gaveta —y una buena parte de lo que se escribe acaba así, o bien tarda años en salir a la luz—, y te asaltan cientos de cuestionamientos acerca de si estás siguiendo el camino correcto, o si escribes mejor o peor cada vez —cuestionamientos que de todas formas pueden asaltarte incluso si te va bien—, vas a tener que volver a levantarte de la cama, sentarte ante tu computadora y tener la voluntad de hacerlo, incluso si la vida cotidiana con sus necesidades, ejerce otros reclamos…Se escribe porque se tiene algo para decir y se necesita hacerlo. Reconozco el oficio de escritor también desde la perspectiva del dharma de las doctrinas de la India, ese deber supremo, y propósito, que no pretende la satisfacción del ego, sino contribuir al mundo y que puede dar sentido a una vida.
  • ¿Te consideras una escritora feminista?
  • Soy una mujer feminista y lo que una piensa y es, en ocasiones, se manifiesta también en lo que escribe. Tengo algunos poemas, que por el camino me he dado cuenta, de que han salido muy feministas. Sin embargo, esto ha sido algo espontáneo, guiado por la pasión de un momento, a veces hasta por la molestia o incomodidad de un momento.  No me planteo un discurso feminista en mi creación. No considero que se le puedan imponer temas a la literatura o al arte. La escritura es algo personal y creo que debe evitarse a toda costa caer en el panfleto. Si bien pueden existir variantes artísticas “comprometidas”, cada quien trabaja su obra desde su experiencias de vida, lecturas, necesidades, referentes y sensorialidad.
  • ¿El erotismo y los feminismos son compatibles?
  • Creo que sí. Una mujer dueña de sí misma es capaz de reconocer también el peso de Eros en su vida y tiene derecho a hacerlo. Durante mucho tiempo la moral, ya fuera religiosa, gubernamental, o social, ha visto el erotismo como algo negativo y sabemos que se ha utilizado la represión del cuerpo como un mecanismo de dominación. La virgen María, el ideal femenino del catolicismo, es, “virgen” antes del parto, en el parto e incluso después del parto. Ese modelo es desafortunado desde el punto en que se impone como único y máxima aspiración de lo femenino, mujer ángel, posterior donna angelicata, inmaterial, ajena a la carnalidad —y en alguna medida por esto, ajena a la vida en todas sus dimensiones—.
  • ¿Cuál piensas tú que es la dimensión del erotismo en la literatura latinoamericana?
  • Me parece que subyace en la obra de múltiples escritores, que lo abordan no necesariamente como centro de su literatura pero sí como una parte de esta, a veces de un modo que podría decirse sutil, o natural. Al menos, esa es mi percepción en tanto lectora, pues disto de ser una especialista en ninguno de los dos temas… Pienso así en Aura de Carlos Fuentes, incluso en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, en Doña Flor y sus dos maridos, o Gabriela Clavo y Canela de Jorge Amado, y en buena parte de la obra de García Márquez.
  • ¿Cuba es erótico o pesa sobre de ella la gratuidad de la fama?
  • Creo que el erotismo en Cuba como país es algo ya de una dimensión mítica y se dice que todo mito suele contener un trasfondo de verdad.
  • ¿Qué densidad tiene el Caribe en tu escritura?
  • Si el Caribe aporta algo a mi escritura es esa dimensión de la magia —y lo fantástico—, entendida sin embargo como algo cotidiano, eso que Alejo Carpentier llamó Lo Real Maravilloso y que comprende elementos de surrealismo y absurdo —y hasta de grotesco y desmesura—. También esa capacidad de invocar a la risa, para desacralizar cualquier hecho, que es inherente a la región y que en mi país asoma bajo el nombre de “choteo”.
  • ¿Cuál es tu panorama de la literatura cubana contemporánea?
  • El panorama de la literatura cubana contemporánea, al que me acerco como lectora y también en tanto creadora, desde mi punto de vista está marcado por una sana diversidad. Cuenta con voces a establecidas, y otras más jóvenes, que se proyectan hacia distintos modos de hacer, más o menos experimentales, en relación a las necesidades propias a cada escritor.
  • ¿Crees que exista un diálogo entre las literaturas latinoamericanas contemporáneas o cada una vive y muere dentro de sus feudos?
  • Ahora más que nunca el diálogo se hace posible. Los medios están al alcance y me refiero con esto al impacto del internet en la vida cultural de hoy. Un autor cubano publica un cuento o un poema en una revista digital en Argentina o Chile, que a su vez leen escritores mexicanos, colombianos, etcétera. No obstante un peligro subyace, y es que teniendo tantos medios al alcance, nos centremos en el “yo” y en solo promover lo que hacemos sin detenernos a mirar al lado. Es importante la retroalimentación, saber qué escriben los otros y por qué caminos se mueven; aunque eso influya o no en lo que hacemos, permite al menos, pensarnos…
  • Hemos sido testigos de que varios escritores cubanos, como muchos de sus pares en Latinoamérica, han ganado premios y publicado en España, ¿es necesario el reconocimiento español para ser tomado en cuenta en tu propio país o región?
  • Yo creo que al menos en mi país tienen más impacto los premios nacionales, legitimados por tribunales conocidos y reconocidos por el medio y quizá algunos miran con escepticismo los premios internacionales, sin detenerse a apreciar qué instituciones los conceden o la relevancia artística de los jurados que los otorgan para sus respectivos países. A veces además está la tendencia a considerar el arte que se produce fuera, como “comercial”, etiqueta que por demás, resulta a menudo mal vista, y deviene en sinónimo de “facilista” o sin verdadero valor creativo. Incluso en ocasiones se considera que premios y publicaciones internacionales, responden a modas del momento o benefician a determinados sectores; a las mujeres escritoras, por ejemplo. Creo que todos estos criterios parten en primera instancia de prejuicios y todo prejuicio implica un desconocimiento y en buena medida ligereza, ceguera. Lo que sí es cierto, es que ese reconocimiento español o internacional, puede devenir en ciertos contextos un arma de doble filo.
  • ¿Qué representa para Cuba el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso?
  • Supongo que expreso el sentir de muchos si digo que el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso es escuela y casa. Es un espacio donde ha sido sistematizado el conocimiento relativo a las técnicas narrativas, y que se centra en brindar herramientas para que los estudiantes desarrollen las habilidades que poseen. Pero creo que uno de los logros más importantes conseguidos por Eduardo Heras León con el Centro, estriba en el impacto humano de esta experiencia, en las distintas generaciones de escritores que tienen al Chino por maestro y padre.
  • ¿De qué manera cambiaron los premios que ganaste en España tu vida como escritora?
  • Los premios en España me brindaron la oportunidad de publicar, en particular, mi poesía y eso para mí ha sido lo más trascedente de todo: publicar y compartir.  Todo esto, en un contexto en el cual llegar a ver un libro publicado es algo difícil, debido a múltiples factores —la falta de papel entre ellos—, e implica que los procesos editoriales a nivel nacional muchas veces se tornen lentos y fatigosos. También me han permitido tener un poco de feedback, ver qué valores encuentran otros en lo que escribo, verme a través de los ojos de otras personas.
  • ¿Te gusta la pornografía?

No me gusta en tanto no la necesito. Aunque tampoco me disgusta y por supuesto estoy a favor de su existencia.

  • ¿Qué te dicen los nombres Carilda Oliver y Severo Sarduy?
  • Carilda es una de esas voces que me acompañan desde siempre. Carilda es pasión, es goce por la vida. Sus mejores poemas responden a esos momentos en que el erotismo se transluce en felicidad. Servero Sarduy es la expresión del más puro y legítimo barroco en la concepción de cada frase, de cada personaje. Es el padre de uno de mis textos esenciales: De dónde son los cantantes. En algunos de mis relatos de juventud temprana, Los Cuentos de Esperanza Rosa, reconozco la tendencia al pastiche y la carnavalización que heredé no directamente de Severo, pues en aquel momento todavía no lo había leído, pero sí quizá a través del impacto de su legado que aparece en la literatura cubana de una etapa.
  • ¿Qué es el Discurso de Eva y de qué manera (o porqué) los escritores deberíamos acercarnos a lo digital?
  • Discurso de Eva es un disco de poesía femenina, que desde el título rinde homenaje a Carilda Oliver, donde participamos varias poetas cubanas de una generación joven, dando lectura a nuestros textos y también a los de creadoras que han sido trascendentes para nuestra escritura. El proyecto obtuvo la beca de creación El reino de este mundo que otorga la Asociación Hermanos Saíz, asociación que agrupa al arte joven cubano, y esto permitió que grabáramos en los estudios PM Records. Pudimos difundir así nuestro trabajo más allá del formato libro, explorando la voz como instrumento comunicativo, en plataformas digitales y redes sociales (IVoox, SoundCloud, Telegram, Instagram, Facebook). Creo que lo digital permite una oportunidad significativa de que cuanto hacemos alcance a otros y por eso es una herramienta que el escritor de hoy no debería desperdiciar. Con tantos medios al alcance, nadie puede quejarse de no poder llegar a los lectores, o en el caso de Discurso de Eva, a los oyentes.
  • ¿Qué significan tus tatuajes, sobre todo el símbolo cercano al hombro derecho?
  • Tengo varios tatuajes que reflejan mi pasión-obsesión por el mar, cada uno significa algo específico, en relación al símbolo que se representa: un ancla, una brújula; en el hombro derecho llevo un faro y un faro tiene que ver con la capacidad de dar luz, de ser luz y salvamento incluso en condiciones adversas, sin tener que convertir tal acto en un discurso; simplemente haciendo lo que toca. También llevo en mi cuerpo un tatuaje que es homenaje a Frida Kahlo —el impacto de Frida y su obra me acompañan desde la infancia, e incluso amigos muy cercanos me llaman así—. Asimismo las iniciales de Alberto Yarini, figura casi mítica en el imaginario popular y erótico cubano, una flor de loto que tiene que ver con la capacidad de nacer y renacer incluso en circunstancias adversas y un pequeño elefante, animal místico de gran sabiduría.
  • Por último, querida Barbarella, ¿algo más sucedió en aquel sueño sucio que alguna vez tuviste, bueno, que tuvo Mimí, con Woody Allen, verdad?
  • El sueño fue de Mimi, aunque podría haber sido mío, y no sé, debo preguntarle a ella, aunque sí, estoy como tú, segura de que sucedió mucho más.
Categorías
Canaimera

Javier Moro I Poeta de inasibles rebeldías

Conocí al poeta Javier Moro Hernández cuando ambos éramos párvulos estudiantes de la Universidad Autónoma Metropolitana, en Xochimilco, y al igual que varios aspirantes a escritores, emprendíamos inocente proyectos como el tener una revistita literaria o atrevernos a publicar nuestros primeros cuentos o poemas en algún distraído periódico de circulación nacional. O bien nos hallábamos siguiendo casi secretamente por los pasillos de la universidad a las “vacas sagradas” Héctor Manjarrez, René Avilés Fabila o Andrés de Luna, a ver si podíamos intercambiar tres ideas con ellos. Sin embargo,  Javier se distinguía del resto del rebaño porque entonces él ya no jugaba a ser el escritor-editor,  él ya era el escritor-editor y por ello no pocas veces se ganaba nuestras miradas turbias cuando irrumpía en las borracheras que organizábamos en algún departamento o cuartucho a los alrededores de la universidad. El joven Javier, de cabello crespo a la Aquileo, sonrisa franca, facha beatnik y el flow verborréico que enarbolan odiosamente los poetas, sobre todo cuando la hermosura de las mujeres está presente. Y decíamos:

  • Chin, ya llegó Moro. Ninguna nos va a hacer caso.
  • Pues es que además desde que trabaja para Herralde…
  • ¿Herralde, Herralde…el de…?
  • …sí, el de Anagrama.

El chisme se hacía leyenda. Cierta magia ha envuelto desde entonces la vida de Moro. A sus tiernos veinte años ya trabajaba para la icónica editorial Anagrama. Lo peor del caso es que, al platicar con él, indiscutiblemente te caía bien. Y entonces entendías la chispa de aquel muchacho, nacido en Colombia en 1976, aunque también mexicano por antonomasia; entendías que el asunto no era suerte, sino talento, tesón, trabajo y obsesión por el verso perfecto en su rebeldía. Viajero, aventurero, poeta, periodista, caminante incansable, resultó natural que pronto se alejara de terruños, grupos, personas y bohemias. Por años le perdí la pista, hasta que coincidimos en casa de Nahum Torres, director de Ediciones Periféricas, a raíz de la publicación de su poemario Generación perdida (Ediciones periféricas, 2021). Ya no somos párvulos, pero en las conversaciones rejuvenecemos y nos iluminamos, como pasa siempre con dos amigos que se reencuentran una y otra vez. La poesía de Moro es, como sucede con los rebeldes, casi inasible, pero algo de ella se ha podido imprimir. Además del citado libro, también ha publicado Mareas (Abismos 2013),  Selva Baja (Proyecto literal, 2018) y la novela Cocaína (Camelot América, México, 2018), aunque su trabajo se ha publicado en diversidad de antologías y revistas. Asimismo, es notable su trabajo como periodista cultural y entrevistador y en puertas viene un proyecto operístico. 

  • ¿Querido Javier, cómo fue tu transición de Colombia a México?
  • Llegué a la Cd. de México muy pequeño, muy niño, con cinco años. Llegué a vivir entre la colonia Peralvillo y Tlatelolco, que son los rumbos de infancia de mi padre. Una zona cercana al centro, que comparte y tiene una relación empática, cercana a Tepito. Una zona brava de la mega urbe, desordenada, gris, caótica, ruidosa de la urbe, que en los años setenta empezaba a desfondarse. Creo que llegué cuando la ciudad dejaba de ser la urbe semirrural de los cincuenta, sesentas para convertirse en la ciudad monstruo gobernada con mano corrupta por tipos como Durazo. Una ciudad con tragafuegos en las esquinas, una ciudad que era la escenografía perfecta de películas como Lagunilla mi barrio (barrio al que efectivamente iba desde muy pequeño, pegado a las faldas de mi madre, que ahora pienso estaba tan perdida y desorientada como yo) o de Los Panchitos. Llegué a una ciudad caótica, los últimos meses del gobierno de López Portillo. Creo que era el final de una época. Nací en Colombia, hijo de una madre que fue la primera universitaria en una familia de campesinos, sembradores de café en el Departamento (Estado) de Cundinamarca. Una zona de un verde lujurioso, como dirían algunos novelistas. Una zona con lluvias torrenciales, que alebrestan la humedad. Una zona con pequeñas pozas que se formaban en el verano. Una zona alejada del tumulto y del caos que era la Bogotá de mis recuerdos en esa época. Una zona de cielos azules profundos. El cambio fue brutal. Total. Supongo que ese fue uno de mis primeros quiebres, una de mis primeras fracturas.
  • ¿Qué densidad tiene Colombia en tu vida?
  • Por azares de la vida, dejé de viajar a Colombia a los nueve años. Seguía algunas noticias por televisión: La toma del Palacio de Justicia, los asesinatos de políticos, las tomas guerrilleras de las FARC, Pablo Escobar. Pero cada vez me alejaba más. Excepto cuando jugaba la selección de Colombia, del Pibe Valderrama, Rincón, Andrés Escobar. Muchos años después, a los veintinueve años, pude viajar, de regreso, impulsado por mi madre. Y ahí me cayó todo el peso de la nostalgia, de la tristeza, de las dudas. De ese azar que me cambió la vida, sin duda, pero que me dejó también la duda de quién podría haber sido yo si me hubiera quedado allá. A veces creo que en Colombia hay otro Javier, que tiene otra vida y otro nombre, que no es poeta, ni sufre como poeta. Tal vez algún día me lo encuentre en algún aeropuerto y lo reconozca. Pero sin duda, puedo decirte que allá están mis raíces y mis cimientos. El Javier que vive en México ama este país, y lo sufre, y lo reconoce como propio. Pero también me gusta pensar que hay que fluir, que el sentimiento de ser latinoamericano me viene dado por una suerte de azar que me permite conocer dos países, ser de dos países, amar a dos países, sufrir dos países.
  • ¿Qué densidad tiene México en tu vida?
  • Llegué a vivir a México muy pequeño. Empecé a recorrer el país muy pequeño, gracias al trabajo de mi padre. Conocí lugares, ciudades que siguen siendo muy importantes para mí, como Oaxaca, Taxco, Cuernavaca. Conocí pronto, gracias a que me gustaba jugar fútbol, la Ciudad de México, sus barrios, sus colonias, sus canchas. Desde pequeño me hice vago, o flâneur. Desde muy joven aprendí a amar esta ciudad, que nunca me ha dejado de sorprender, maravillar, asustar. Porque creo que nunca hay que perderle el miedo a esta ciudad, nunca hay que perderle el respeto a esta ciudad. Por supuesto, también gracias al trabajo de mi padre como guía de turistas, pude conocer el imponente pasado indígena y colonial. También, desde muy pequeño me hice un vicioso de la letra impresa. Leer fue, es, esencial para mí. Me gusta mucho leer historia, me gusta mucho poder conocer las diferentes historias regionales de este país que en muchos sentidos es muchos países a la vez. Me parece que conocer la historia nos permite conocer, entender mucho del presente que somos. Así que México también es parte esencial de mi ser. Pero aquí te contaré que después de ese viaje a Colombia que realicé a mis veintinueve años y que me reconcilió y me afianzó con mi pasado colombiano, regresé a México cuando el país iniciaba una mal llamada “guerra contra el narco”. Un error histórico. Y me asusté al ver las similitudes y los paralelismos de una política de represión que bañó al país de sangre. De ahí surge una línea de trabajo que he venido desarrollado a lo largo de estos años y que se vio cristalizado en el libro de Generación Perdida. Han sido años de mucho dolor en México que creo que desde la literatura había que intentar contar, narrar, cantar.
  • Aprovechando que ya la mencionaste, háblanos de tu reciente Generación perdida.
  • Generación Perdida es el resultado del miedo que sentí cuando regresé de la Colombia gobernada por Álvaro Uribe, en donde las autoridades, que deben ser los primeros en respetar la legalidad, cometían actos de desaparición forzada, como los llamados “falsos positivos” y la guerrilla, que decía combatir la crueldad de la oligarquía, se asociaba con el narco y secuestraba a mansalva. Cuando regreso a México, Felipe Calderón, que llegó a la Presidencia como todos sabemos, cuestionado por el fraude electoral del 2006, sacó el ejército a las calles para combatir al narco. Esa decisión me pareció desacertada y peligrosa. Conocemos el resultado, por desgracia. Así que desde hace varios años empecé a trabajar una serie de poesías que hablarán sobre el dolor de las víctimas, la tristeza, la violencia, las violaciones a los Derechos Humanos, la ignominia y el cinismo de las autoridades competentes. Fue un trabajo que se desarrolló durante varios años. Porque también me interesaba hacer un poemario que sirviera para hablar justo del paralelismo de la historia de México y de Colombia. Hay poemas, como Yermo, por ejemplo, que hablan del tema de desplazamiento forzado en Colombia, que escribí y trabajé después de leer sobre una comunidad de habitantes de un barrio de Ciudad Bolívar, una localidad de Bogotá. Estas personas llegaron desplazadas hasta esta zona alta, del páramo de Bogotá, en donde sopla un viento helado de los Andes. (Bogotá está a 3700 metros sobre el nivel del mar, el viento es helado y cala los huesos). Pero hasta esta comunidad precaria han llegado nuevos grupos de paramilitares a cobrarles cuota y a amenazarlos. Una de las frases que leí era justo ¿Y ahora para donde me voy? Si ya lo perdí todo. De ahí surge este poema. Pero este es un caso que podemos encontrar en Sinaloa o en Guerrero, con comunidades desplazadas por la violencia. Pero también hay poemas como Campos de Sorgo que abordan el tema de la violencia en el municipio de San Fernando, en donde asesinaron a los 72 migrantes. Es decir, quería abordar casos de violencia que sucedieron en diferentes partes del continente, para hacer un abanico de las violencias que nos cruzan. Por supuesto, no son todas, ni mucho menos. Por otro lado, había publicado el poema de Los Hipopótamos de Pablo Escobar en formato plaquette hace unos años, y el editor de Ediciones Periféricas consideró, con su buen ojo, que podría ser el poema que cerrara el libro, ya que es un poema irónico que nos muestra desde una perspectiva de los animales, esta violencia que nuestro continente sufre y sigue sufriendo.
  • ¿Has sentido vivir la diáspora?
  • Vivo con una nostalgia permanente, vivo con una sensación de división permanente. Una nostalgia que me asalta de vez en cuando por una Bogotá en la que viví poco y en la que no me siento del todo integrado cuando estoy allá. Alguien muy especial me dijo alguna vez que vivo con la nostalgia de lo que fui y de lo que pude ser. Sin embargo, creo que una de las venas que recorre mi vida y mi trabajo es el cuestionarlo todo, empezando por mí. Y en ese sentido, me he preguntado mucho qué significa tener una nacionalidad específica, y la historia nos enseña que en muchas ocasiones las nacionalidades han sido una construcción impuesta por una élite en un momento determinado. Y en ocasiones, me doy cuenta de que formo parte de una tradición de escritores colombianos, entre los que se encuentran Porfirio Barba Jacob, Fernando Vallejo que reniegan un tanto cuanto de su nacionalidad. Claro, a mí Colombia no me expulsó, sólo no me acoge del todo. Pero esa sensación también puede hacerse extensiva a México. Tal vez sea porque nunca estoy del todo en un solo lugar. Hace muchos años, una amiga de la universidad me dijo que le parecía fantasmal. Que aparecía y desaparecía. Creo que esa es una de mis esencias. No estar del todo nunca en un solo lugar. 
  • ¿Cuál es tu perspectiva de la literatura colombiana contemporánea?
  • La literatura colombiana está viviendo un momento muy interesante, pues vemos la consolidación de varias autoras, como Pilar Quintana, por ejemplo, reciente ganadora del Premio Alfaguara. O Piedad Bonett, que es una excelente poeta pero que también ya incursionó en la novela. Por supuesto, sabemos que los grandes premios y las grandes empresas no necesariamente nos hablan de la salud de una literatura como tal, pero creo que es un buen referente. Sin duda, el tema de la violencia pasada y presente también está muy presente. El tema de la soledad, la incomunicación, la incapacidad para entender y asimilarnos a una realidad sumamente violenta e intolerante. Colombia se está moviendo, desde mi perspectiva, a una sociedad más abierta al mundo, y eso nos les permite pretender formas menos violentas de convivencia. Pero lo cierto es que la historia reciente (60 años de guerra civil, con diferentes manifestaciones de paramilitarismo, guerrillas, bacrim, narcos puros, etcétera) marcan tanto la convivencia como a la misma literatura. Por otro lado, Colombia fue y sigue siendo un país de poetas. Por suerte, eso no ha cambiado. Se sigue escribiendo y publicando una poesía de enorme calidad. También existe una enorme cantidad de revistas y han surgido, poco a poco, editoriales independientes, que le dan vuelo a la producción literaria colombiana. Una de las cosas que lamento es no poder estar tan en contacto con la producción independiente colombiana.
  • Tú que tanto has participado con ellas ¿qué papel juegan las editoriales independientes en la literatura contemporánea latinoamericana?
  • La literatura latinoamericana es un océano amplio y profundo. Y en ese ecosistema las editoriales independientes son un eslabón necesario, indispensable para publicar, pero también (y esto es algo que me parece esencial recalcar) para dialogar con diferentes tradiciones literarias. América Latina fue durante las décadas de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado (otra vez la historia) un epicentro del libro. Los autores se escribían entre ellos, se compartían sus libros, los periódicos publicaban columnas de autores que residían en las diferentes capitales del continente. Había un diálogo intenso. Basta recordar que Cien años de Soledad se escribió en la Ciudad de México y se publicó en Buenos Aires, para darnos una idea de la cantidad de ideas, versos, párrafos que viajaban por los servicios postales del continente. Eso cambió a partir de la década de los años ochenta, cuando Barcelona se convirtió en el epicentro del libro latinoamericano. Los ojos de los lectores se fueron hacia el mediterráneo y las crisis económicas de los países latinoamericanos provocaron el cierre o la compra de varias editoriales míticas. Algunas, pocas, sobrevivieron. Pero poco a poco surgieron nuevos proyectos editoriales, tal vez más modestos, pero con una visión independiente, contestataria, radical, que se agradece. Las editoriales cartoneras son un gran ejemplo. Pero no son las únicas. En los últimos diez, quince años, el número de editoriales independientes en Ecuador, Chile, Perú, Colombia, Argentina (que me parece que es un país que se cocina aparte) han crecido de manera exponencial. Estas editoriales han revitalizado el diálogo entre autores y tradiciones literarias. Han revitalizado el intercambio entre las diferentes voces. Creo que en el ecosistema latinoamericano las editoriales independientes son la savia que lo nutre.
  • ¿Está devorando España al ámbito editorial, y por ende literario, de Latinoamérica?
  • Por desgracia para el gran mercado, sí. Muchos lectores, y eso seguramente los amigos editores lo podrán decir mejor que yo, se quedan en la gran superficie de las editoriales españolas o de los dos grandes grupos editoriales. Claro, la lectura es una disciplina y una práctica. Pero requiere tiempo y disciplina (y dinero y en muchas ocasiones, consejos) para llegar a bucear en otras áreas, en otras playas, en otros niveles. Ahí, por desgracia, la labor de los medios de comunicación juega un papel esencial. Pero desde hace muchos años, la relación entre grandes editoriales y medios es simbiótico. Hay que buscar en otros lugares para encontrar coordenadas. Esto a veces no es sencillo. Pero sí, creo que Barcelona y Madrid, son ahora los centros de la literatura de América latina y en muchos sentidos, el diálogo y la circulación pasa por ellos. Lo cuál es muy triste y eso es algo que debería cambiar, sobre todo tomando en cuenta los cambios en las formas y vías de comunicación que ahora tenemos, como por ejemplo, las redes sociales y el Internet, que deberían ser vehículos para que los autores y los lectores latinoamericanos nos pudiéramos conectar y compartir información, libros, ideas.
  • ¿Qué significa para ti la entrevista como género?
  • Para mí la entrevista me permite entrar de lleno a la labor de los artesanos de la palabra, significa poder conocer a profundidad la labor del artista, del escritor. Me ha permitido dialogar sobre sus motivaciones, sus obsesiones, sus temas, pero al mismo tiempo, sobre la fineza del trabajo del escritor. Soy muy curioso, desde pequeño, eso ayuda, pero también te puedo confesar que aluna vez entrevistando a Laura Restrepo me dijo es “que tú eres escritor, tus preguntas son de escritor.” Intento aprender, todo el tiempo. Otra amiga que respeto mucho también me dio un consejo que consideró esencial para la labor de periodista, porque me dijo que el entrevistador debe ponerse en el papel de los lectores, de las personas que no sabemos mucho del oficio. El entrevistador juega el papel del curioso, del que quiere aprender, del que desconoce el oficio de la escritura. La entrevista es uno de los géneros que más disfrutó porque conlleva dos cosas esenciales en mi vida: la lectura y la conversación.
  • ¿Qué densidad tiene en ti la narcocultura?
  • La narco cultura es un fenómeno que creo que hay que ver, observar, entender. Es un fenómeno complejo y difícil de asir, que depende mucho de orgullos regionales, de visiones, de formas de comprender el mundo, de las mismas historias complejas de las zonas en donde se ha desarrollado primordialmente este negocio. Que son históricamente regiones olvidadas o alejados por el Estado. No creo que mi poesía entre dentro de lo que se podría considerar “narco cultura” pero sí creo que aborda el tema de la violencia generada por el narcotráfico. Buscó que mi poesía sirva como documento histórico, como una visión del dolor, más que como una apología y creo que está ahí la diferencia. Recientemente estuve en Sinaloa un par de veces, y pude constatar la presencia ineludible del narcotráfico en la vida cotidiana de Culiacán y de Mazatlán. No es algo agradable, debo decir, pero es algo que está ahí, que no puede ser ignorado. Y que hay que entender, porque sin duda, apela a algo que las personas piensan y sienten. Pero no, sin duda, la “narco cultura” no es algo que tenga tanta presencia en mi obra.
  • ¿Cuál es tu perspectiva de la literatura mexicana contemporánea?
  • La literatura mexicana está viva y es sumamente diversa. Eso me parece muy alentador. Es un campo cultural complejo, que se desarrolla en varias capas, en varios niveles, con diferencias regionales, culturales, que la hace sumamente interesante. Por mi lado poético te puedo decir que, desde hace unos años, he logrado observar que se viene desarrollando una actividad poética independiente muy rica y compleja, como son los campos del Slam Poetry, la Poesía transdisciplinaria, en donde participan una serie de poetas como Karloz Atl, Cynthia Franco, Rojo Córdova, y un largo etcétera que me parece injusto no mencionar. Una literatura que además también pasa por una amplia gama de editoriales independientes, en donde debo mencionar a mi editorial, Ediciones Periféricas, como un ejemplo de trabajo serio, constante, para dar cabida a nuevas voces literarias, que van ampliando el campo literario. La literatura mexicana es, además, una literatura que se enriquece con las voces de los escritores de lenguas originarias, que recuperan y actualizan su cosmovisión. Me declaró aquí fan de poetas como Mardonio Carballo, Irma Pineda, y el largo etcétera de poetas de lenguas originarias que se van abriendo camino. Pero también la literatura mexicana se enriquece por la cantidad de proyectos independientes, que luchan todos los días: festivales, encuentros, revistas, fanzines, que nos dan cuenta de una diversidad enorme. Y por supuesto, tenemos a la literatura llamada mainstream, que también es una literatura muy valiosa, muy diversa, rica, que aborda cada vez más lo temas de la violencia de género, la violencia del narcotráfico, entre otros muchos temas contemporáneos, que nos dan cuenta de una sociedad también diversa, compleja. En fin, creo que la literatura mexicana continúa viva y sana.
  • Viene un proyecto operístico en puerta, querido Moro. ¿Puedes hacernos un proemio, digamos, una obertura, al respecto?
  • No puedo hablar mucho del tema por contrato y por cábala. (Recuerda que jugué fútbol muchos años.) Solo puedo adelantarte que desde hace un tiempo un amigo compositor de música de cámara ha estado trabajando con los poemas de mi libro Generación Perdida. Y eso para mí es una hermosa y grata sorpresa. Espero que en breve pueda tener más noticias. Seguro serás el primero en saberlo, querido amigo.
  • ¿Cómo eso de que fuiste (eres) futbolista y en qué momento el poeta ganó el partido?
  • Desde pequeño disfruté el juego, y tuve la suerte de que en la primaria salesiana en donde estudié, el deporte era más importante que el estudio. Jugar fútbol me permitió viajar y conocer algunas ciudades del país a los doce años. De ahí, un compañero y amigo, me invitó a jugar en las fuerzas básicas de un equipo odiado por todos. Jugué ahí, entrenaba de martes a viernes y jugaba sábado o domingo. Pero mis padres no me podían acompañar todos los días a entrenar. Mi madre pasaba por mí, llevaba la comida y el uniforme en el Datsun que manejaba y me dejaba en el metro Hidalgo. De ahí tomaba el metro hasta General Anaya y de ahí una pesera hasta Coapa para entrenarme. Esa fue mi rutina hasta los 17 años. De hecho, conocía la zona sur de la ciudad mucho antes de que entrara a la UAM. Una más de las hermosas coincidencias de la vida. Pero digamos, que viajar todos los días desde muy pequeño en metro, hizo que me enamorará más de esta ciudad loca en la que vivo. Y además me permitía leer. Desde muy pequeño he leído y he amado caminar, viajar, perderme en la ciudad. Guillermo Fadanelli lo dice mejor que yo en un ensayo que me marcó, en el que menciona que perderse en la ciudad es perderse un poco uno mismo. Y sin duda, mi carácter soñador se nutrió de esos viajes por el trasporte público de la CdMx. Y de ahí surgió y nació el poeta también. Dejé el fútbol, que aunque me encantaba, ya no me satisfacía del todo. Fue una decisión penosa, sobre todo para mi padre, que no veía futuro en las letras (ahora lo entiende y me roba libros), y fue cuando decidí que tenía que entrar a estudiar algo que me ayudara a escribir. Trato de ir al estadio, aunque ya no le voy al equipo que todos odian sino al equipo universitario que juega en el estadio más bello de la ciudad, que es el Olímpico universitario.
  • ¿Ha valido la pena la rebeldía, Moro?
  • La rebeldía siempre vale la pena. El mundo avanza gracias a la rebeldía. Y si no, que le pregunten a Eva y a los Ophitas.
  • ¿Cuál es tu perspectiva de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Creo que, al igual que la literatura mexicana, la literatura que se realiza en diferentes partes de nuestro subcontinente es una literatura muy diversa y compleja, que continúa enfrascada en sus propias luchas y disputas en contra de sus propias tradiciones. La literatura argentina es brutal, diversa. La literatura chilena está enfrascada ahora en la generación de grandes narradores, mientras sigue generando enormes poetas. La literatura peruana está en un momento similar, ya que es un país de enormes y talentosos poetas, pero también están creciendo narradores que nos cuentan de la terrible desigualdad histórica de su país y tratan de abordar la violencia generada en el siglo pasado por Sendero Luminoso y por la dictadura de Fujimori. Ecuador tiene enormes cuentistas; Colombia tiene ahora enormes narradores y una tradición poética profunda. De Venezuela conozco poco, lo mismo que de Bolivia, pero hay una tradición intensa en los dos países. Y Centroamérica y el Caribe son dos regiones que sorprenden por la diversidad de voces, tanto narrativas como poéticas que surgen y que podemos conocer. Cuba sigue siendo impresionante. Amó el Caribe y creo que de esa mezcla afro- indígena-española- occidental, surgen unas obras impresionantes.
  • ¿Sirven las becas y los premios en la vida de un escritor?
  • Sirven. Yo nunca he pedido una. He desarrollado mi carrera por fuera de las becas y los apoyos. Es difícil, sí, pero también creo que el Estado tiene una obligación por apoyar la creación artística. Así que, por supuesto, que creo que el sistema cultural mexicano debe existir, debe fortalecerse, debe cambiar algunas prácticas patrimonialistas (como muchas instituciones en el país), debe volverse más diverso, pero también debe ser manejado por fuera de ideologías.
  • ¿Qué significo para ti tan joven trabajar con Herralde y su Anagrama?
  • Muchísimo. Aunque debo aclarar que a Herralde lo conocí años después de que yo salí de trabajar en Colofón, que era la distribuidora de Anagrama en México en esos años. Y lo conocí en el Bombay, adonde lo llevaron Guillermo Fadanelli y Carlos Martínez Rentería, para un homenaje de la contracultura mexicana en pleno. Es un caballero, es un señor que conoce y ama la literatura, pero que también ama las ideas, ama entender los cambios culturales que sufre el mundo. Por supuesto que conocía Anagrama antes de entrar a Colofón. Es una editorial que marcó mis gustos, mis ideas, mis apetencias literarias. No sé qué sería de mí sin los Beatniks, sin John Kennedy Toole, pero también sin Nabokov, sin Michel Houellebecq. La segunda vez que vi a Herralde fue en el recital de poesía que organizaron los hermanos Arreola con el autor francés en Casa del Lago. Se acordó de mí. Herralde tiene una memoria impresionante. Es un editor que transformó el mundo editorial, y Anagrama es una editorial puntual. Trabajar ahí, unos pocos meses, debo contarte, además, me permitió conocer a autores mexicanos como Rentería, Fadanelli, Rogelio Villarreal. Es decir, a la crema y nata de la contracultura mexicana. Autores igualmente rebeldes y crudos, que abrieron para mí, joven universitario, que quería escribir pero que no conocía nada del mundo literario real contemporáneo, toda una serie de posibilidades, de opciones de vida, que, de algunas, muchas maneras, sigo profesando.
  • ¿Soplan de verdad Vientos del pueblo o vivimos puros baños de pueblo? O bien ¿qué papel ha desempeñado el Estado como editor?
  • Creo que el Estado tiene una obligación como promotor de la cultura, de la literatura, de las artes. Creo que el Estado mexicano ha cumplido hasta cierto punto con esta labor. Lo cumplió durante la segunda mitad del siglo XX con una labor editorial poderosa. En algunos momentos tratando de controlar ideológicamente la producción literaria (la salida de Orfila del FCE por la publicación de Los Hijos de Sánchez, es un ejemplo). En otros momentos apoyando a alguna capilla cultural sobre otras. Pero sin duda, el papel que jugó el Estado en la producción cultural fue esencial para que nuestro país fuera un epicentro.  Por supuesto, esto cambio desde finales del siglo XX (la era neoliberal, dirían por ahí) y el Estado se ha ido replegando, dejando en manos privadas la producción editorial y cultural. El problema, creo, es que mientras el Estado apoyaba la producción no apoyaba la creación de públicos lectores y consumidores. O por lo menos, no lo hacía de una manera tan entusiasta. Por lo tanto, las editoriales, los escritores, los poetas, nos enfrentamos a un escenario, en donde se produce, se edita, se publica mucho, pero no se consume con igual intensidad. Aún así, México es un país importante para la cadena de distribución y producción del libro de grandes empresas. Por algo será. Pero creo que el punto esencial de tu pregunta es, como dije anteriormente, que estos apoyos culturales deberán hacerse desde una visión despojada de ideologías. Es decir, que se apoyará a partir de la calidad de la obra y no por el apoyo a determinado proyecto político. Por supuesto, esto sería lo “ideal.”
  • ¿Qué pregunta le haría el Moro periodista al Moro poeta y qué respondería este último?
  • Me preguntaría sobre el valor del arte, de la literatura, en un momento tan crítico para el país y para el mundo. Y mi respuesta como poeta sería que, sin duda, la poesía no vale, no le importa a nadie, pero el gozo estético, el placer estético, no tiene un valor monetario y por eso son más importantes aún. Porque lo que vale en la vida no pesa, no se vende, se goza, se disfruta. Y eso, sigue siendo rebelde.
  • ¿Quiénes son los salvajes de ciudad Aka?
  • Los Salvajes de Ciudad Aka fue/es un colectivo de poesía multimedia, que se encuentra en estado letárgico, aunque a veces aparece, de acuerdo con nuestros deseos de golpear a las audiencias con poesía. Es un colectivo que conformamos el poeta y artista visual Carlos Ramírez Aka Kobra (uamero, como debe de ser) y un servidor. Empezamos a trabajar junto a otros colectivos de poesía hacia el año 2010, más o menos. Publicamos una plaquete que tiene el nombre del colectivo y otra en formato virtual y que lleva por título “Una palabra con nombre bala”. De muchas maneras, mi libro Generación Perdida es deudor de mi trabajo en el colectivo. Carlos es de Neza/Chimalhuacán y cruzaba la ciudad para llegar a la UAM – Xochimilco, algo que yo también hice cuando estudiaba, porque yo vivía en la Peralvillo. ¿Qué era lo que nos unía? Las enormes distancias de esta CdMx loca y enloquecedora, en donde se podía vivir la violencia o lo surrealista a la vuelta de la esquina. Platicamos mucho, fuimos compañeros de departamentos durante un tiempo en el mismo edificio en donde vivieron William Burroughs y Jack Kerouac en la Colonia Roma (casualidades hermosas de la vida) y plateamos que los temas que nos cruzaban eran esos: la violencia, la ciudad, el surrealismo, la vida en los barrios de la ciudad. Así surgió el colectivo, y trabajábamos los poemas para que fueran leídos en vivo acompañados con música electrónica y hip hop y vídeos. Durante un tiempo giramos por la ciudad y el Estado de México, acompañados por el Dj Tenoch40. Estuvimos en Morelos también. Varios años nos dedicamos a organizar eventos de poesía multimedia. Fue muy divertido y aleccionador. Sin un solo recurso, sin un solo peso, completamente autogestivo. Fue nuestra propia escena punk.
  • Por último, querido Moro, ¿qué sería de todos nosotros si fuéramos los hipopótamos de Escobar?
  • Me gusta pensar en los hipopótamos como seres libres, que no se doblan ante el poder, que les gusta viajar, que viven alejados de los seres humanos. Animales de piel gruesa, pero corazón débil, de apariencia tierna, pero en el fondo salvajes y violentos.
El poeta Javier Moro, los editores María Amor (Librosampleados) y Nahum Torres (Ediciones Periféricas), una invitada y el titular de esta columna, en alguna cantina canaimera
Categorías
Canaimera

Yana Lucila Lema Otavalo I La filigrana de la luz oscura

¿Qué será más dilatado en ésta nuestra canaimera latinoamericana, nuestras profusas, profundas lenguas originarias o el diario desdén que hacemos de ellas? Vivimos nuestros mestizajes más como una negación, que como una pluriculturalidad, y lo hacemos mediante una estrategia hasta ahora invencible: el desconocimiento del otro. Mediante este desconocimiento, destinamos a nuestros pares al olvido, a la inexistencia. Ya lo hemos apuntado en otros textos: la tara de Latinoamérica es su profundo afán por la ignorancia. Y aunque en buena parte tienen responsabilidad nuestros irresponsables gobiernos, no podemos descargar en ellos la culpa entera. O bien ¿quién de su propio corazón podrá esconderse? El quechua es una de las lenguas que con mayor luz brillaron en los imperios prehispánicos sudamericanos. Aquel lustre, aunque manchado por la sangre y el oprobio, se mantuvo y se ha mantenido refulgente, y en su contemporaneidad, se alza desde la diversidad de lenguas que emanaron del origen común. En esta diversidad hallamos hoy al kichwa, una de las variantes ecuatorianas del quechua, librando sus propias batallas y haciéndolo mediante sus mejores capitanes: los escritores. Y he aquí que encontramos en la primera línea de fuego, a la periodista, narradora, poeta, videasta y traductora Yana Lucila Lema Otavalo (Peguche, 1974), cuyo sólo nombre en sí parece ya un verso escrito en semánticas fantásticas. La filigrana de su poesía debería considerarse ya fundamental en la literatura mundial contemporánea. Su fuerza, su mística, su magia son innegables más allá de las lenguas y las fronteras de las patrias. Yana ha defendido, desde la creación literaria, el orgullo de ser y escribir en kichwa, y en su búsqueda está alcanzado latitudes creativas que le hacen volar como kuntur divino. Yana actualmente es docente en la Universidad de las Artes del Ecuador. Ha ganado varios premios entre los que destacan el Premio Nacional “Rumiñahui de Oro” de cuento infantil, el de mejor video de Medicina Tradicional en el Festival de Cine y Vídeo de la Primeras Naciones de Abya Yala y recientemente el de “Mujeres del Bicentenario 2020” de Guayaquil. Su obra ha sido antologada y publicada en diversos países, sobre todo en Latinoamérica.

  • ¿Querida Yana, cómo sientes tú que Latinoamérica percibe a sus literaturas en lenguas originarias?
  • Bueno, los que la han podido percibir creo que se asombran, que la valoran de alguna forma; en el mejor de los casos creo que les genera curiosidad para seguir investigando más de nuestras lenguas y culturas, y eso ya es un punto ganado porque nos falta conocernos para respetarnos. Eso los que la conocen, más bien creo que en Latinoamérica hay un gran desconocimiento sobre el tema, desde los estados, las instituciones educativas, la sociedad en general y es grave tomando en cuenta que somos estados plurinacionales y multilingües. Por otro lado,  aún se considera literatura, o literatura de buena calidad a la escrita en lenguas hegemónicas; nuestra literatura es vista como palabra menor, así como se ha cuestionado el valor literario de nuestras lenguas, se cuestiona si lo que nosotros escribimos es literatura. Mientras exista este desconocimiento no podrá haber un diálogo de saberes, de epistemes, de literaturas, por lo tanto no habrán sociedades dignas para todos.
  • Regálanos un panorama de la tradición literaria kichwa.
  • Si hablamos de literatura, es decir de la palabra escrita te diría que esta ha caminado de la mano con las luchas del movimiento indígena ecuatoriano y latinoamericano. Viene de las largas caminatas para decir a los estados que aquí estamos, esto somos y esta es nuestra existencia. La palabra literaria ha acompañado desde los 80 este proceso, inicialmente con breves poemas en castellano, luego aprendimos a escribir el kichwa y la hemos usado.  También se ha recopilado de forma escrita de la tradición oral, se han realizado traducciones de las demandas de los pueblos y nacionalidades, etcétera. En este espacio va floreciendo el mishkishimi o palabra dulce. Entonces en nuestra historia literaria esta mezclada con las consignas por la tierra, la cultura y la lengua. De ahí se ha diversificado paulatinamente tanto en temáticas como en forma, hemos auto abierto espacios para dar a conocer nuestra palabra tanto dentro como fuera de las comunidades. Ahora incluso la podemos encontrar en las comunidades virtuales. Hay poetas de la década de los 80, 90 como Aurora Chinlle, Ariruma Kowi, y muchos otros, pero hoy en día hay por lo menos una decena de poetas kichwas, especialmente mujeres, que están hablando de otros temas, como el de las mujeres, de los liderazgos, del amor, la migración. Creo yo que los que hemos caminado antes hemos abierto un sendero, hay quienes lo siguen y eso es bueno para la literatura kichwa.
  • ¿Cuál sería tu diagnóstico de la literatura kichwa contemporánea?
  • Yo diría que aún es escasa, que no aún no podemos hablar de un movimiento literario kichwa, pero me alegra decir que creo que hay una nueva generación de jóvenes interesados en la palabra escrita, especialmente en la poesía que creo que le da un aliento fresco, le da nuevas perspectivas a la misma; entonces ésta se vivifica, se recrea y tiene las preocupaciones y sueños de cada generación, y eso es bueno. Pero creo que aún falta mucho por hacer como investigar sobre los recursos estilísticos y filosóficos de nuestra lengua para así enriquecer nuestros versos. Creo que la literatura aporta enormemente al uso y dignificación de la lengua, que en todos lados tiene menos hablantes, entonces creo que nuestra nueva palabra seguirá su lucha para terminar con la ausencia nuestra en la historia literaria de Ecuador.
  • ¿Qué opinas del feminismo en la literatura latinoamericana actual?
  • Durante todo el proceso de lucha del movimiento indígena nos aliamos con los movimientos sindicales, ecologistas, feministas, jóvenes, LGBTI, así que hemos estado de cerca con los planteamientos del feminismo latinoamericano, luego ya más aterrizado en la situación de las mujeres latinoamericanas, en su diversidad, no basado solamente en el feminismo del norte. De ahí que creo que la presencia de por ejemplo Sor Juana Inés de la Cruz, en México, como Zoila Ugarte, en el Ecuador, y otras escritoras mujeres que han impugnado lo establecido ha sido de gran aporte para la literatura. Sin embargo mi visión está más apegada al feminismo comunitario que se sustenta en los espacios de comunidad sean urbanas o rurales, y desde ahí escribo. Creo que lejos de repetir discursos feministas globales debemos en nuestro discurso literario hablar de lo que significa para nosotras la lucha por los derechos de la mujer, no porque seamos iguales a los hombres, sino porque como seres humanos tenemos la misma valía. Es decir, tenemos los mismos derechos, pero no somos iguales, somos complementarios. Hay que hacerles entender eso a los hombres. En cuento a la literatura kichwa está naciendo desde ciertas mujeres una literatura feminista también.
  • ¿Existe relación entre los escritores de las diversas variantes del quechua?
  • Sí, en el Ecuador hemos hecho como gestoras culturales un trabajo de convocarnos de juntarnos entre poetas de diversos pueblos, no solo kichwa, sino también con las Shuar, Tsa´chila, escritoras afroecuatorianas, y mestizas también. Hemos realizado recitales, encuentros, talleres, festivales y antologías en bilingüe (lengua materna-castellano). Ha sido más de una década de este trabajo de compartir espacios abiertos por nosotras mismas, desde luego hay quienes han preferido caminar solas o solos, eso también es muy respetable.
  • ¿Existe relación con escritores de otras lenguas originarias de nuestro continente o incluso con la de otras latitudes?
  • Sí, creo que las escritoras de mi generación hemos logrado primero conocernos, mantener esos lazos de colaboración y de diálogo, no constante pero si continuo a lo largo del tiempo, eso nos ha permitido fortalecer y solidarizarnos en nuestras luchas locales, y que al mismo tiempo éstas se vuelvan regionales o internacionales. Mediante la presencia del multiculturalismo en el internet también ha sido posible estar presente en espacios de otros continentes para representar a nuestros pueblos y hacer escuchar nuestras lenguas.
  • ¿Qué significa para ti ser escritora de una lengua originaria?
  • Primero significa hacer lo que me gusta hacer, porque la escritura es una necesidad personal, íntima, que se vuelve política en la medida que soy parte de un pueblo con un proceso histórico que todos sabemos cómo sucedió, y que podemos aportar desde la palabra en nuestra lengua para que estos pueblos tengan continuidad.
  • ¿Tiene algún significado para ti como metáfora el Tawantinsuyo?
  • Creo que así como en el Tawantinsuyu estuvieron varios pueblos involucrados, ahora hay redes de pueblos que buscan reivindicación y que buscan los mismos sueños de una vida digna, es decir, se ha dado desde ya hace muchos años una globalización de otra manera, redes de apoyo donde culturas se están juntando espiritual y muchas veces físicamente para hablar de un proyecto común, creo que esa metáfora del gran encuentro se está dando, quizá no como reconstruir el Tawantinsuyu, pero si en reavivarnos como pueblos en toda Abya Yala.
  • ¿Qué escritoras y escritores en lenguas originarias te parecen determinantes en el devenir literario de Latinoamérica?
  • Bueno creo que hay muchas que me parecen imprescindibles. En México están Natalio Hernández, Ruperta Bautista, Irma Pineda, Huber Martínez, Mikeas Sánchez, entre otras; del Wallmapu Rayen Killen, Isabel Lara, Graciela Huinao; en Colombia Hugo Jamioy, Estercilia Simancas, Fredy Chicangana; en Perú Pablo Landeo, Fredy Roncalla, Chaska Ninahuaman. Hay muchos más que se me olvidan, y que no sólo los nombro por ser poetas sino porque tienen un activismo político, literario, artístico conocido y valorado.
  • ¿Qué densidad tiene para ti la literatura quechua prehispánica?
  • Muy importante, recordemos que hemos tenido que repensar, de construir la palabra literatura para darle un significado más amplio y acorde a nuestra realidad como pueblos ancestrales. Porque nuestras formas de escritura eran diversas, desde las cerámica, los textiles, la simbología que hay en diferentes soportes, esas visualidades que ya no sabemos leer bien pero que están y son formas estéticas, formas comunicativas, de registro, más la tradición oral-mito-poética tan profunda y diversa que tenemos yo diría que muy rica, por eso hoy podemos saber sobre nuestra historia, sobre nuestros ancestros. Por eso, esta palabra nueva tiene sus raíces en esa palabra antigua, solo así es posible la riqueza y el aporte que hacemos a la literatura universal.
  • ¿Cuál consideras que es el papel que juegan los escritores de los pueblos originarios en la literatura contemporánea Latinoamericana?
  • Creo que el papel de levantar la voz, de llevar a los espacios mundiales nuestras lenguas y sonoridades, de auto representarnos y representar a nuestros pueblos y dar a conocer su realidad. Somos como embajadores de nuestras culturas en el mundo porque la palabra que manejamos es parte de un colectivo, así lo escribas individualmente es parte de vivencias y experiencias colectivas, incluso con los seres y energías sagradas con los que convivimos aunque a simple vista no los podamos ver. Nuestro papel es político y artístico.
  • ¿Existe una probabilidad de reconciliación verdadera entre los diversos pueblos que conforman nuestra sociedad o estamos fracturados por siempre: ¿pueblos originarios de un lado, mestizos del otro, españoles por aquí, negros más allá, etcétera?
  • Creo que hay una posibilidad de conocernos y mirarnos de frente, en la medida en que todos los pueblos conozcan, respeten y valoren las diferentes lenguas y maneras de vivir. Eso que llamamos interculturalidad, que es un espacio donde todas las culturas tienen una identidad fuerte y por lo tanto se relacionan entre sí en igualdad de condiciones, mientras no exista eso no hay probabilidad. Y creo que todos debemos trabajar para eso, no es solo responsabilidad de los pueblos originarios, nosotros hacemos nuestra parte, falta mucho de parte de otros actores.
  • ¿A qué problemática te enfrentas como traductora del kichwua al español?
  • Me gusta la traducción. Creo que es un puente para poder conocernos no sólo con el otro no indígena, sino con el otro indígena, que son los otros pueblos de Abya Yala. Sin embargo, esta no es una tarea fácil, las lenguas manejan diferentes estructuras y sentidos, cada una tiene sus características. Trasladar un texto que puede tener varios discursos a la vez, como sucede muy seguido con las lenguas originarias, es difícil trasladarlo al castellano por ejemplo, muchas veces el sentido no tiene la misma profundidad que en la lengua de origen. En este caso es una negociación entre significados para expresar en una lengua lo más fielmente posible lo que se dice en la otra.
  • ¿Cuál es tu perspectiva de las editoriales latinoamericanas, sobre todo las independientes, frente al emporio mercantil español que domina nuestros mercados literarios?
  • Creo que en los mercados literarios españoles no tenemos ninguna cabida, que todo el trabajo editorial que se ha hecho en materia de literatura en lenguas indígenas se lo debemos a editoriales latinoamericanas y sobre todo las editoriales independientes, que tienen otra visión, también la de vender, pero entienden la trascendencia del libro, de las lenguas, más que nada de la labor social que deberían tener todas las editoriales. Al mercado global no le interesa más que vender lo que se considera literatura desde las hegemonías, así que nos toca buscar otras redes solidarias.
  • ¿Qué te ha llevado a ser videasta?
  • Me gusta lo visual, sea en movimiento o la fotografía, mi mente funciona en planos, al mirar algo ya pienso en que plano sería mejor, en los colores en las formas, en que eso que veo sería importante que otros lo vean. Eso se combina muy bien cuando escribo, creo. Son mis formas de expresión favoritas.
  • ¿Qué le dicen los apus a Yana?
  • Que pregunta más difícil. Me han dicho muchas cosas, desde cosas muy personales hasta cosas más colectivas o generales. Lo cierto es que cuando veo que algo está perdido, sé que ellos están ahí para darme fuerza, samay, aliento de vida.
  • ¿Ayudan las lenguas originarias a brindar una nueva perspectiva (en cuanto a técnica y estructura)  y frescura creativa ante la anquilosada tradición europeizante que no pocas veces acecha a la literatura hispanoamericana?
  • Desde luego, nuestra palabra es palabra de la tierra, del agua, de las montañas, del fuego, de eso que ahora occidente ya no se detiene a ver, a escuchar, entonces nuestra palabra tiene esperanza de no rendirnos frente a la vida, de seguir luchando, de tener, como dice mi padre, un propósito en la vida. 
  • Puedo notar que la musicalidad de tus poemas en kichwua se mantienen en sus versiones españolas ¿te traduces a ti misma o escribes dos veces el mismo poema?
  • Para mí el ritmo que debe tener un poema es casi lo primordial, no importa en qué lengua la escriba, igualmente tiene que tener ritmo y musicalidad, sin embargo trabajar esa musicalidad en los dos idiomas es una tarea que lleva tiempo. Al igual que aprendí los dos idiomas simultáneamente de niña, me refiero al kichwa y al español, así mismo mi orden de escritura es diverso. Muchas veces escribo primero en kichwa, pero otras primero en español. Entonces yo diría que más que traducción es una interpretación, y trabajo los dos textos independientemente, para que tenga su sentido y musicalidad, aunque su sentido sea, o quiera ser el mismo.
  • Por último, querida Yana, ¿qué o quién es ese colibrí negro que tanto buscan tu corazón, tus manos y tus ojos?
  • El colibrí negro es real vive, o viene cerca de mi casa, como son mensajeros de los seres queridos, luego de que murió mi madre cuando le vi en un árbol pedí que le lleve su canto tierno a mi madre.
Categorías
Canaimera

Paula Castiglioni I La América Pistolera

Bien dicen que las apariencias engañan. Sobre todo en los duelos a muerte. Tras de esa mirada verdidulce, tras de esa terneza de su casi infantil rostro, la escritora Paula Castiglioni resguarda una contemplación cruda de su entorno, una mirada pistolera que repasa temas específicos germinados en el terror, y ello, por si fuera poco, lo traduce en una furibunda, tremenda, violenta prosa, devastadora prosa, que camina bajo el sol con sombrilla rosada, pero con una escuadra de cromo, oro y alacranes ceñida al talle.  Entrevistadora,  periodista, guionista, “ratita tipeadora”, pero sobre todo una mujer volcada a la escritura de manera profesional, Paula Castiglioni (Buenos Aires, 1984) ganó en el pandémico año del 2020 el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, que otorga la Universidad Autónoma del Estado de México, con su narco¿romántica?novela Pistoleros (Uaemex, 2020), misma que fue elogiada por escritores de la talla del legendario Gerardo de la Torre. Por la densidad de sus letras, se adivina que el camino creativo de Castiglioni no ha sido fácil; que desconoce el privilegio de los méritos regalados, y lo suyo es un sendero abierto con el pico lento pero eficaz del trabajo, ése mismo que se hace desde de la base, desde el barrio. Quizá por eso su obra se hace tan cercana, tan familiar, tan natural. Y por ello, me atrevo un tanto a profetizar que muy pronto Paula se convertirá en una escritora consentida de los lectores. Una escritora a lo sumo popular. Esperemos que así sea.

  • Querida Paula, hoy, después del premio y la publicación del libro, ¿qué densidad comienza a tener en tu vida Pistoleros?
  • Imaginate que mi primera novela la escribí a los 13 años junto a Lucila, una amiga. Y después vinieron más historias que no salieron a la luz. Obviamente fui evolucionando en la escritura durante todo este tiempo. Pistoleros tiene en mi vida una densidad inmensa, hizo posible que se me cumpliera un gran sueño: publicar un libro. Y encima, con el reconocimiento de una institución prestigiosa como la Universidad Autónoma del Estado de México.
  • ¿Qué significa una joven escritora argentina escribiendo sobre narcotráfico, un tema más bien presente en la literatura mexicana y colombiana?
  • No puedo ver la dimensión a nivel Argentina, ya que el libro todavía no se publicó acá. En eso estamos, pronto habrá novedades. Sí puedo decirte que en mi país hay grandes escritoras de novela negra, amo las historias de María Inés Krimer, y la primera novela de Dolores Reyes, Cometierra, simplemente es perfecta. En mi caso, decidí escribir sobre narcotráfico porque es una problemática que afecta a todas las capas sociales y es un tema que vengo trabajando hace años como periodista. Además, soy lectora de narcoliteratura mexicana y colombiana. En Argentina sí hay narconovelas, como Cruz, de Nicolás Ferraro; Rojo Sangre, de Rafael Bielsa; Si me querés, quereme transa, de Cristian Alarcón, o No hay risas en el cielo, de Ariel Urquiza. Pero ninguna profundizó en el costado romántico. Creo que ahí Pistoleros marca una diferencia. Ni mejor ni peor, es otra forma de narrar.
  • ¿De qué va Pistoleros?
  • Es la historia de una ex esclava sexual que lucha por liberarse de un mundo regido por la violencia y la droga. Anita es rescatada de una red de trata durante un operativo policial cuando tenía 15 años y tiempo después, se pone de novia con un hombre hermoso, millonario… y narco. Nada es perfecto. Pensaba estar en medio de un cuento de hadas pero las cosas se ponen bien feas cuando el tipo se violenta.
  • ¿Cómo fue el proceso de escritura de este libro?
  • Yo venía de escribir un drama paranormal que fue bochado de todo concurso y editorial. Por cortos segundos pensé en dejar la escritura. Digo cortos segundos porque es un vicio y realmente lo necesito para estar de buen humor. Así que mientras estaba escribiendo otra novela con tintes religiosos, mi maestro, Enzo Maqueira, me dijo que tenía pasta para el género romántico. Entonces le pregunté si seguía con esa novela o me metía con una narcorromántica. Y me alentó por la segunda opción. Empecé a interiorizarme en el género negro, me di cuenta de que yo ya era fan de autoras como Ingrid Noll, Natsuo Kirino y Gillian Flynn. Enzo me recomendó a escritores argentinos y definitivamente Ernesto Mallo me voló la cabeza con su saga del comisario Lascano. En paralelo, empecé a estudiar estructuras narrativas y diagramé toda la historia. Y después fue largarse a escribir. Me ayudó mucho para encontrar el tono releer a Manuel Puig y Alejandro López. También sumé a Juan Sbarra, a quien no conocía y me enamoré.
  • ¿De qué sirven los premios literarios?
  • Muchos autores logran ser publicados por su buen manejo de redes sociales. Otros, vienen de semilleros como los talleres literarios y hacen su camino por esa vía. En mi caso, soy un queso con las redes y solo fui a un taller cuando tenía 14 años y no duré mucho, había gente grande. Después ya empecé a trabajar y a estudiar. Y el trabajo como periodista no tiene horarios fijos, imposible quedar con un taller. Fui probando con clases particulares y luego de una larga búsqueda, di con Enzo Maqueira hace unos años. Fue un salto cuántico en la escritura, sigo aprendiendo muchísimo de él. Volviendo a la pregunta, ¿para qué sirven los premios? Es la única opción de publicar para muchos que no venimos del palo literario, que no tenemos contactos y apenas nos conoce nuestra madre.
  • Por cierto que en México se criticó cierta cláusula donde la Universidad Autónoma del Estado de México se quedaba con la propiedad intelectual en su aspecto de derecho patrimonial de la obra,¿cuál es tu opinión y tu vivencia al respecto?
  • Hay que saber leer las bases de los concursos, a veces son muy ambiguas. Hacia la Universidad Autónoma del Estado de México solo tengo palabras de agradecimiento. Gente muy profesional y cálida. Insisto: si no fuera por este premio, quizá nunca me habrían publicado ni estaríamos charlando nosotros ahora. Sí creo que es importante asesorarse jurídicamente a la hora de firmar un documento, siempre lo hago, casi una manía o quizá, prudencia.
  • ¿Será que Pistoleros te ha acercado más al ámbito literario mexicano que al argentino?
  • No me veo parte de un ámbito literario, soy muy nueva en esto. Sí he tenido acercamientos muy bonitos a escritores mexicanos por esto del premio. A Orfa Alarcón la conocía porque la había entrevistado por Loba. Fue tan dulce y generosa que me hizo un prólogo precioso para el libro y también me acompañó en una presentación. Después conocí a la grossa de Eve Gil, una persona brillante y encantadora, amo sus libros y también su fortaleza. También entablé amistad con autores hombres como Oswaldo García, autor de Adicción a ver muertos y Mauricio Neblina, que me regaló La marca del mexicano y pronto leeré. En cuanto a autores argentinos, fuera de mi maestro, Enzo Maqueira, soy amiga de una escritora que amo y admiro, Silvia Arazi, y he tenido muy lindos intercambios con mis entrevistados. Cuando sos fan de un escritor y te das cuenta de que es tan genial como sus obras, es un flash.
  • ¿Quién es Anita y qué tanto tiene de Paula?
  • Anita es un personaje totalmente ficticio. Tomé el apodo que se puso una menor de edad que fue esclava sexual, la conocí por una nota que lamentablemente nunca pudimos emitir en mi trabajo. Esta niña y mi personaje solo comparten que fueron víctimas de una red de trata. ¿Anita Briansky tiene algo de mí? Quizá, todos los personajes quizá tengan algo de mí, después de todo el autor mismo les da el soplo de vida. Anita ama la música ochentosa, como yo. Ama comer. Es soñadora. Y sobre todo, luchadora. Puede estar con el alma desgarrada, pero se levanta y sigue peleando por sus objetivos.
  • ¿La violencia determina la estética de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Creo que la literatura latinoamericana contemporánea es muy amplia en estilos y géneros. Claro que a la hora de tocar temáticas sociales duras, no tenemos más remedio que meternos en la violencia. Dolores Reyes en Cometierra habla de los femicidios, pero de forma muy poética, la violencia está bajo cada línea pero no de forma brutal y explícita. Pero otro autor que amo, Juan Carrá, muestra de una manera cruda el submundo de las poblaciones vulnerables en No permitas que mi sangre se derrame. Hay escritores que cuentan historias que me tocan el alma y no se meten en lo policial. Mi amiga Silvia Arazi te hace llorar, tiene una sensibilidad única a la hora de explorar la esencia humana. La separación es una joya.
  • ¿Has usado alguna vez un arma de fuego?
  • No me gustan las armas de fuego, me parecen feas, poco estéticas. Tengo amigos que por cuestión de seguridad, ya que vivieron experiencias horribles, debieron aprender a disparar. Los respeto. Pero en general, la gente que lo hace por diversión me da asco. Como los que practican la caza mal llamada deportiva. Sí me gustan las armas blancas, sobre todo las japonesas. En casa tenemos varias, para mí son todas katanas pero mi marido sí sabe distinguirlas. ¿Por qué mis personajes usan pistolas? Porque no es verosímil que un delincuente hoy se maneje exclusivamente con armas blancas. Imaginate, sale un narco con la katana y el enemigo le pega un tiro en la frente. No va. Es competencia desleal.
  • ¿Has matado a alguien?
  • No, por suerte nunca he llegado a un instante en que era mi vida o la del otro. Justifico la defensa personal. Pero en caso de llegar a esa situación límite, creo que tendría todas las de perder. No sé manejar un arma y mis conocimientos de artes marciales son un chiste. ¿Pensé alguna vez en matar a alguien? Miles de veces, como una fantasía imposible de cumplir. Cuando en primaria me hacían bullying porque era estudiosa, porque leía, porque se les daba la gana, quería escribir una historia llamada La chica que no aguantó más. La protagonista usaba un cuchillo de cocina y teñía las paredes con sangre. Menos mal que nunca tuve los poderes de Carrie. Después, ya de grande, soñaba que un jefe muy maltratador se resbalaba por las escaleras y se desnucaba. Entonces, cada vez que venía y me gritaba, yo pensaba en esa escena y me calmaba. Con el tiempo aprendí a disipar esos pensamientos, son negativos y solo te hacen mal. Perdonar tiene una función muy terapéutica y te permite avanzar sin anclarte en el pasado.
  • ¿Qué significa, en la actualidad, ser escritora en Argentina?
  • No sabría qué decirte, a fin de año recién me publicarían acá y ahí veré qué significa. Solo conozco a un escritor que vive de la escritura, Patricio Sturlese, autor de bestsellers góticos. Después, muchos tienen otros empleos fuera de la escritura: dan talleres y clínicas, son editores, periodistas, abogados, profesores. Uno de los exponentes de la novela negra en mi país, Kike Ferrari, trabaja en los subterráneos. Las profesiones son muy dispares. La mayoría tiene en común que debe valerse de otro trabajo para poder comer. Incluso autores traducidos a diez idiomas.
  • ¿Cuál es tu visión de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Mi visión es muy acotada, no soy académica. Como lectora tampoco puedo formular una respuesta muy amplia. He leído autores argentinos, chilenos, mexicanos, uruguayos, colombianos, cubanos… pero por ejemplo, no tengo idea de la literatura en Bolivia, Venezuela, Ecuador, Honduras. Sería injusto que te diera una opinión sin conocer más.
  • ¿Porqué te consideras una mujer dañada y de qué manera es que la escritura te ha sanado?
  • Me gustaría conocer a alguna persona que nunca haya sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida. Hombre o mujer. Cuando profundizo en charlas con amigos o compañeros de trabajo, siempre saltan esas heridas que cuestan cicatrizar. Son temas que uno también trata en terapia, acá no te toman por loco si lo hacés. Por algo Argentina tiene la mayor concentración de psicólogos. Hay 202 por cada 100.000 habitantes. ¡Y todos tienen trabajo! La escritura me ayuda para hacer catarsis. De hecho, cuando escribí Pistoleros tenía mucha violencia contenida. Así salió esta novela romántica que chorrea sangre.
  • ¿Qué vicios y virtudes consideras que contiene la literatura feminista en la Latinoamérica contemporánea?
  • La verdad que yo leo solo libros que me gustan, salvo que por trabajo me vea obligada a terminarlos. No te puedo hablar de vicios y virtudes con esta visión acotada. Una novela que me encantó fue Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. Me pareció genial que recreara la historia de la mujer de Martín Fierro, no quiero dar spoilers. Su narración está llena de música y color. A ver, es literatura. Si la queremos encasillar como feminista, ok. Pero creo que este libro en particular va más allá de las etiquetas.
  • ¿Te consideras una escritora feminista?
  • Pistoleros tiene su costado feminista, soy una autora escribiendo en determinado contexto histórico y social y me veo atravesada por este movimiento. Además, tengo cierta fijación contra la injusticia. Me pone loca. ¿Soy una escritora feminista? A mí me gusta contar historias. Apoyo que se luche por los derechos de las mujeres, me pone feliz que mis sobrinas vivan en un mundo en que no se naturalice el acoso, el abuso, que te levanten la mano. Hoy podés denunciar el maltrato, antes te trataban de loca, de débil. Pero esta no es la única causa que apoyo. Estoy en contra de la precarización laboral, del trabajo infantil, del hambre, de la corrupción, del maltrato animal. Y con todo esto podés contar historias.
  • ¿Cuál es tu visión del narcotráfico latinoamericano, sobre todo en la escritura?
  • En Latinoamérica la violencia narco está muy a flor de piel porque sos país productor o bien, país de paso. Y no hablamos de una industria legal, con todo en orden. Son organizaciones transnacionales que se disputan los territorios y extienden sus tentáculos hasta las fuerzas de seguridad, la justicia y la política. Yo, que soy de clase media, me veo quizá impactada por el deterioro del tejido social que producen las drogas, y esto se ve reflejado en problemas como la inseguridad. Pero hay gente que lo siente en la carne, más que nada personas de barrios vulnerables. Lugares donde hay mucha falta de estado y el narco se aprovecha. Usan a chicos como soldaditos, campanas o correo. Tenés abuelitas que venden pasta base desde una ventana, porque con la jubilación no les alcanza. Madres con bebés en brazos que esconden la droga en los pañales. Jóvenes sin esperanza que abrazan el camino fácil. Esto quizá sea lo más visible, lo que te cuentan las noticias. Después tenés aquellos supuestos casos aislados como cocinas de cocaína en barrio privados, narcos hiperbuscados que viven como señores de clase alta y caen porque no pueden renunciar del todo a su identidad. La literatura latinoamericana refleja estas realidades.
  • ¿Crees que existe un diálogo entre los escritores latinoamericanos contemporáneos?
  • Sí, existe un diálogo a través de intercambio de lecturas y también a nivel personal. La tecnología permite que se desarrollen amistades a pesar de la distancia, podés contarte confidencias con una autora o autor a miles de kilómetros  y que no conocés en persona. Podés intercambiarte libros electrónicos, porque quizá en tu país no publicaron a ese escritor. Es muy interesante cómo internet va borrando las fronteras, esto se intensificó por la pandemia.
  • ¿Qué es el amor para Paula Castiglioni?
  • El amor es el motor de la vida. Y ante la falta de amor, nace la injusticia. La palabra amor para mí está muy ligada a Dios. Y no hablo de Dios a nivel religión, no soy practicante de nada, no quiero que me encasille la fe. El amor marca la diferencia, el amor te indica que no hay casualidades, sino causalidades, y que detrás de este sentimiento mágico hay una inteligencia superior.
  • ¿Has amado a alguien?
  • Sí, el amor tiene muchas formas. No hablo griego, pero sé que utilizan diferentes palabras según la relación. Amo a mi marido, que es mi compañero, amigo, amante y cable a tierra. Amo a mi familia, tanto de sangre como política, porque me adoptaron desde un principio. Y amo a mis amigos, que son hermanos que me regaló la vida.
  • Tú que has sido entrevistadora, ¿qué piensas de la entrevista como género literario?
  • Creo que hay todo un arte en entrevistar. Cuando estudiaba periodismo, era mi materia favorita. La entrevista es básica para cualquier nota periodística, incluso cuando es en off. En mi caso, también la utilizo para investigar antes de escribir ficción. Debés indagar en el alma de tu fuente, buscar aquel elemento mágico que nadie encontró y que marque una diferencia en tu trabajo. Me pongo feliz cuando el entrevistado se sale del speech y se muestra tal cual es.
  • ¿Te gustan los corridos norteños?
  • No soy experta, pero he escuchado algunos. Los conocí por el documental “Narco cultura”. Después empecé a buscar más por Youtube. La narcocultura no solo se ve reflejada en la literatura, también en el arte plástico y la música. En Argentina no suele haber canciones dedicadas a capos narcos. Quizá el tema más reconocido es “Me matan, Limón”, de los Redonditos de Ricota, sobre la muerte de Pablo Escobar. La cumbia villera sí habla más del tema, toca el consumo, el narcomenudeo, el rápido ascenso social de algunos y la lucha por el territorio.
  • En ese sentido, y para terminar la entrevista, si se hiciera un corrido o un narcocorrido de Paula Castiglioni,¿qué se contaría en él? Puedes hacernos un corrido tuyo, si quieres.
  • Soy muy mala para componer canciones, ni me animo jaja. Cada uno a lo suyo. ¡Me daría miedo que se componga un narcocorrido sobre mí! Quizá podría hablar de una chica con cara de buena y que escribía historias que ni vivió. Hablaba mucho de sangre y pistolas, pero nunca se animó a matar. La tapa del disco tranquilamente podría ser una Hello Kitty con cara de psicópata y un cuchillo en el muñón.
Yo cuando no estoy escribiendo, estoy muy rompebolas”, dice Paula  Castiglioni | Maremoto Maristain
Categorías
Ensayo Glosolalia articulada

Neil Gaiman | Entre fantasía absurda y realismo mágico

Neil Gaiman es un autor polifacético que va desde la estructura de los cómics hasta documentar a través de un reescritura, la mitología nórdica, también es una figura que se encuentra muy vinculada al cine: han adaptado Stardust, Coraline, How to talk to girls at parties así como colaboraciones en guión: Beowulf y la adaptación al inglés de Princesa Mononoke, y cada vez aparece más en la pantalla chica, Good omens y American gods tienen ya su adaptación en Amazon Prime y, antes de la pandemia, se había anunciado una adaptación de The Sandman.

Sin haber leído toda su bibliografía creo que he leído lo suficiente para ver un tema común del autor, por una parte se encuentra su apasionante búsqueda por las mitologías del mundo, en American Gods explota esta indagación así como su spin-off, Anansi Boys. En la co-escritura con Terry Pratchett Good Omens también denota el trabajo de documentarse con la mitología popular que es la católica, cosa que también hizo en The Sandman conjeturándola con la mitología griega. 

El humor absurdo y lúdico también lo explota gracias a que tiene una vena en la literatura infantil o esta suerte de narrativa a la que se le etiqueta como juvenil. Sí, en Good Omens se nota la pluma del humor absurdo del creador de Discworld Terry Pratchett (quien parodia y satiriza el universo de Tolkien con magos incompetentes, borrachos y turistas perdidos en un mundo que no les compete); no se puede decir que Gaiman sea un autor del absurdo per sé aunque se han notado estas influencias, especialmente en su libro “infantil” Fortunately the milk, un disparate de aventuras burlándose de un papá que no regresa a su casa porque “salió a comprar leche”. 

*

Como un milenario educado por el internet, en momentos de ocio sólo se juega con el buscador de google en donde, queriendo que esta plataforma me recomiende libros, busqué <<realismo mágico>>. El buscador no me dio las respuestas que buscaba y no tenía gran certeza o simplemente no coincidía con lo que yo considero realismo mágico, no obstante, una de las recomendaciones fue El océano al final del camino. Libro que ya había leído y que, por cierto prejuicio que se tiene de acomodar los libros por autores y no necesariamente por el género, no había pensado en que este libro perteneciera junto a Baricco o Petrovic (considerando que el Realismo Mágico de la generación del Boom se cuece aparte), sin duda leí algo distinto a lo que estaba acostumbrado de Gaiman, cuya odisea comencé con American Gods.

Sin duda alguna, el cerebro de Gaiman es una explosión de mundos que logra esclarecer para poner en tinta y papel un pastiche de narrativas que puedan coexistir en el mismo cuerpo de la novela, una narrativa muy ambiciosa. 

El océano al final del camino resulta ser muy personal, cosa que, a pesar de que el autor puede llegar a asomarse entre sus páginas, aquí parece una novela nostálgica que comienza con un personaje adulto regresando a su lugar de infancia, como si el mismo Gaiman hubiese regresado a aquella granja de los Hempstock. 

Sin ir hacia la mitología y la magia con personajes poderosos, este relato contiene una sutilidad bastante bella que parece que el libro, tomando otro camino del canon de su literatura, se convierte en realismo mágico. Cuando el narrador se trata de un niño, los elementos mágicos tienen un carácter subjetivo, a diferencia de un narrador omnipresente que no está contando recuerdos.  

El protagonista, un niño de siete años, sin nombre, ya no se encuentra en el meollo de una odisea como Shadow Moon (American Gods) quien, de repente, sin mucho aviso, tiene que lidiar con un duende bastante alto, una esposa “zombie” y el mismo Odín. Este protagonista anónimo es fanático de la saga de C.S. Lewis, Narnia, así que ya no hay un protagonista inmerso en el género de fantasía, sino que lo lee, y la mitología se encuentra como un canto mitológico, las Hempstock son quienes cuentan sobre la edad de aquél recinto —y—, Lettie Hempstock, aquél amor platónico de su infancia, dice que el pozo de la granja es el océano. 

*

A pesar de que en Coarline ya había jugado con la metáfora y la magia (me parece que es dentro de esta ambigüedad en donde se distingue el realismo mágico), en El océano al final del camino   juega con el olvido y el recuerdo y, aunque aparezca la magia de manera explícita, a través de seres inverosímiles, no la explota de tal manera como lo hace con barcos voladores, ciudades subterráneas, reinos del sueño, seres inmortales, ángeles y demonios siendo amigos (tal vez amantes) o piratas intergalácticos. 

Tal vez cuando tenga una bibliografía más recorrida de este autor pueda encontrar más realismo mágico o confirmar que su canon es, en efecto, tal fantasía que ha trabajado por su evidente gusto a las mitologías. Éste, no obstante, se trata de un libro nostálgico en el que Gaiman se asoma y se desnuda como escritor tergiversando sus recuerdos de la infancia y dedicándoselo a su esposa, tal vez siendo el libro más personal de Gaiman. 

Categorías
Círculo de lectores Narrativa Nuestra memoria

Giovanni Papini | La ciudad abandonada

Tien-Tsin, 13 diciembre

Relato originalmente publicado en Gog (1931).

La ciudad más maravillosa que he visto en toda el Asia es sin duda alguna aquella que descubrí, una noche de octubre, al oriente de Khamil, en pleno desierto.

La caravana de camellos reunida con gran trabajo en Turfan, era demasiado lenta para un hombre habituado, en América y Europa, a la rapidez de los trenes de lujo. Además, los conductores mongoles de camellos se me habían hecho odiosos en las tres etapas, durante las cuales había tenido que dominarme para no fustigar a los más desaprensivos. Al llegar a Khamil, con la excusa de hacer nuevas provisiones, parecía que ya no se querían mover de allí. Desesperado al verme detenido en aquella puerca ciudad donde no tenía nada que hacer ni que ver, pregunté al jefe de los sirvientes, Ghitaj, si era posible marchar adelante a caballo, para esperar a la caravana en pleno desierto.

A la mañana siguiente dejamos la repugnante Khamil montados en dos caballos peludos y pequeños, pero rapidísimos, y corrimos hacia el Este.

El aire era frío, pero sereno. La pista se alargaba casi recta entre la hierba corta y dura de la inmensa estepa. Cabalgamos muchas horas en silencio, sin encontrar alma viviente. Al recuesto de una duna arenosa hicimos alto para comer el carnero asado que llevábamos. Ghitaj consiguió hacer un poco de fuego con las malezas y me ofreció la bebida famosa de los mongoles: el té con manteca fundida. Los caballos pacían bajo el sol blanco. Reanudamos la carrera hasta el crepúsculo. Ghitaj decía que junto al camino debíamos encontrar un campamento de pastores de caballos. Pero no se descubría ninguna humareda en parte alguna del horizonte. En el crepúsculo, todavía límpido, se distinguía aún la pista. Una luna casi llena se elevó, a Levante, sobre la línea de la llanura.

Los caballos ya daban señales de cansancio. No podía hacerse nada más que seguir. Volver a Khamil significaba deshacer todo el camino que habíamos hecho, es decir, cabalgar durante toda la noche. Ghitaj continuaba espiando en la polvareda blancuzca de la inmensidad una señal del campamento, que según él, debía hallarse cercano. La luna se había elevado y los caballos relinchaban; se levantó el viento gélido de la noche, no contenido por los montes ni por las plantas. De cuando en cuando, Ghitaj se detenía para escuchar y para beber algún sorbo de vodka. Ninguna tienda, ningún rumor, ninguna voz. Miré el reloj: eran las diez. Hacía dieciséis horas que cabalgábamos. Los caballos marchaban al paso y temíamos que, de un momento a otro, se tendiesen en el suelo, agotados.

De pronto se levantó ante nosotros, a una media milla, una larga sombra alta, maciza, rectilínea. Ghitaj no supo decirme de qué se trataba. En algunos puntos la sombra se elevaba recta, como una torre. Conforme nos acercábamos, más seguro me parecía que se trataba de las murallas de una ciudad. Ghitaj, más taciturno que de costumbre, no respondía a mis preguntas.

No me equivocaba. En la blancura velada de la luna otoñal, se alzaba ante nosotros la cinta inmensa de una alta muralla, con sus redondas atalayas. ¡Una ciudad!

Me sentí feliz. Aquellas murallas significaban un cobijo, un albergue, una cama, la salvación. Pero Ghitaj permanecía siempre callado y no me pareció muy satisfecho de hallarse allí. Le pregunté el nombre de la ciudad, pero no quiso decírmelo.

—Es mejor no entrar —me dijo de pronto.

No comprendí. Había llegado ante una puerta altísima, de vieja madera, constelada de grandes clavos de hierro. Se hallaba cerrada. Golpeé con la culata del fusil. Nadie contestó. Ghitaj se había apeado del caballo y permanecía de pie, meditabundo.

Viendo que nadie abría, pensé en dar la vuelta a la muralla para encontrar otra puerta. A una media milla, entre dos torres, se abría una vasta bóveda vacía, especie de boca de un agujero. Entré allí dentro, pero después de haber dado unos veinte pasos el caballo se paró. En el fondo del arco aparecía una puerta cerrada. Mis golpes quedaron sin contestación. No se oía ningún rumor más allá de los batientes gigantescos.

Salí de nuevo para continuar la vuelta al recinto. Las murallas se alzaban siempre altas, vetustas, desiguales, hoscas, como una escollera que no tuviese fin. A poca distancia de la puerta grande se abría una poterna poco aparente, pero visible, porque sobre ella aparecían esculturas de mármol ennegrecido: me parecieron, a la luz contusa de la luna, dos serpientes antropocéfalas que se besasen. Estaba cerrada como la otra, pero haciendo fuerza parecía que cediese. Ordené a Ghitaj que me ayudase. A fuerza de golpes de hombro los dos batientes de madera podrida se desencajaron y resquebrajaron.

Pero Ghitaj no quiso entrar conmigo. No le había visto nunca tan abatido. Se tendió en el suelo, con la cabeza apoyada en la muralla, y sacó una especie de rosario.

—Ghitaj espera aquí —dijo—. Ghitaj no entra. Usted no debería entrar.

No le escuchaba. Mi caballo estaba cansado, pero parecía que la proximidad de aquellas construcciones le había dado nuevo vigor. Entré en un laberinto de calles estrechas, desiertas, silenciosas. Ninguna luz en las puertas, en las ventanas: ninguna voz, ningún signo de vida. Todas las salidas estaban cerradas. Las casas eran bajas y, a lo que me pareció, pobres y de deplorable aspecto.

Llegué a una plaza vasta, inundada por la luz de la luna. Alrededor me pareció percibir una corona de figuras, demasiado grandes para ser hombres. Al acercarme vi que eran estatuas de piedra, de animales. Reconocí el león, el camello, el caballo, un dragón.

Las casas eran más altas y más majestuosas, pero cerradas y mudas como las otras que había visto antes. Probé de llamar a las puertas, de gritar. Ninguna puerta se abría, nadie respondía. Ni el rumor de un paso humano, ni el ladrido de un perro, ni el relinchar de un caballo, rompían aquella taciturna alucinación… Recorrí otras calles, desemboqué en otras plazas: la ciudad era, o me lo pareció, grandísima. En un torreón que se alzaba en medio de un inmenso claustro me pareció columbrar un resplandor de luces. Me detuve para contemplar. Un batir de alas me hizo comprender que se trataba de una bandada de aves nocturnas. Ningún otro ser viviente parecía habitar la ciudad. En una calle vi algo que blanqueaba en un pórtico. Me apeé del caballo y a la luz de mi lámpara eléctrica reconocí los esqueletos de tres perros, todavía unidos al muro por tres cadenas oxidadas.

No se oía en la ciudad desierta más que el eco de las cansadas pisadas de mi caballo. Todas las calles estaban embaldosadas, pero, según me pareció, crecía muy poca hierba entre piedra y piedra. La ciudad parecía abandonada desde hacía pocas semanas, o, todo lo más, desde pocos meses. Las construcciones se hallaban intactas; las ventanas de postigos barnizados de rojo, cuidadosamente cerradas; las puertas, apuntaladas y atrancadas. No se podía pensar en un incendio, en un terremoto, en una matanza. Todo aparecía intacto, pulido, ordenado, como si todos los habitantes se hubiesen marchado juntos, por una decisión unánime, con calma, a la misma hora. Deserción en masa, no destrucción ni fuga. Encontré de pronto en el suelo un jubón de mujer y un saquito con algunas monedas de cobre. Si me detenía de pronto para escuchar, no oía más que el roer de las carcomas o el escarbar de los topos.

Cabalgaba por las rayas geométricas que formaba la luna entre las sombras desiguales de las construcciones. Llegué a un palacio, enorme, de ladrillo, que tenía el aspecto de una fortaleza y había sido, tal vez, un alcázar o una prisión. En el portal mayor, dos colosos de bronce, dos guerreros cubiertos de armaduras mohosas, dominaban como centinelas de los siglos muertos, mirándose fieramente desde el fondo de sus cuencas vacías.

Y entonces comencé a sentir el horror de aquella ciudad espectral, abandonada por los hombres, desierta en medio del desierto. Bajo la luna, en aquel dédalo de callejones y de plazas habitadas únicamente por el viento, me sentí espantosamente solo, infinitamente extranjero, irrevocablemente lejano de mi gente, casi fuera del tiempo y de la vida. Me sentía sacudido por un escalofrío, tal vez de cansancio y de hambre, tal vez de espanto. El caballo caminaba ahora muy lentamente, con el belfo hacia el suelo, y de cuando en cuando se detenía y temblaba.

Conseguí, por fortuna, encontrar la poterna por donde había entrado. Ghitaj, envuelto en la pelliza, dormitaba. A la madrugada divisamos una humareda lejana: era el campamento que creíamos poder encontrar la pasada noche. Mi caravana llegó dos días después.

Nadie, en toda la Mongolia, ha querido decirme el nombre de la ciudad deshabitada. Pero con frecuencia, en Tokio, en San Francisco, en Berlín, vuelvo a verla como un sueño terrorífico, del cual, tal vez no se desearía despertar. Y me siento punzado por la nostalgia, por un gran deseo de volverla a ver.


Giovanni Papini, (Florencia, 1881 – 1956) Escritor y poeta italiano. Fue uno de los animadores más activos de la renovación cultural y literaria que se produjo en su país a principios del siglo XX, destacando por su desenvoltura a la hora de abordar argumentos de crítica literaria y de filosofía, de religión y de política.


Lee más narrativa aquí:

Categorías
Narrativa

Francisco Alejandro Méndez | Míster Winston

1

Natalia respondió con una afirmación y con plena seguridad a todas sus preguntas. Tras analizar su currículum, el gerente administrativo le sonrió atravesando sus negros ojos con un dejo de malicia. Le estrechó la mano y le brindó la cálida bienvenida. Con esa sonrisa equina de hombre de negocios le expresaba que a partir de ese momento formaba parte de la familia: una prestigiosa empresa de localizadores con innovaciones en todo el mercado centroamericano.

Ella era una muchacha soltera, pero con la intención de formar en un futuro no muy lejano un hogar con su novio, Joaquín, un universitario que repetía por segunda vez el primer semestre de zootecnia en la Universidad Nacional.

Por supuesto que en el cuestionario contestó que sí, cuando le preguntaron si estaba segura que en los próximos tres años no tendría hijos. Su madre le enseñó desde pequeña que las mentiras piadosas tienen vigencia. El padre, que la abandonó cuando su cuerpo se estremecía en el primer día de su adolescencia, la conminó siempre a mentir cuando se tratara del honor, prestigio y solvencia de la familia.  

Sin embargo, esa tarde, cuando tiñó de rojo el centro de las sábanas de su cama, supo por palabras de su madre, que Papi no regresaría más a la casa. Nunca le guardó rencor a pesar de que su madre insistía en que era un malparido, que se marchó con una muchacha que sin cumplir los 18 años llevaba en su vientre, lo que sería siete meses más tarde, un hermano solo de parte de Papi, como le explicaba entonces a las compañeras de clases.

A Natalia ese recuerdo la abordó cuando colocó una X en el inciso A, donde le preguntaban si tenía cargas familiares: 1, un hermanastro, aclaraba.

Cuando su padre abandonó a Yamilet, la madre de su medio hermano, esta vez en un barco bananero con destino a Miami, Natalia suplicó a su madre para que se quedaran con él, quien recién había cumplido 8 años. Yamilet lo llegó a ofrecer por no más de trescientos dólares. Había tomado la determinación de viajar, primero a Guatemala, donde le ofrecieron trabajar en un prostíbulo, luego a México con destino directo a Tijuana, donde estaría a un paso de San Diego, la puerta que recibe a todos aquellos que quieren subirse al tren del American Dream.

2

Le correspondió el turno nocturno en la oficina. Así le sucede a las nuevas, le explicó Olga. Ella fue la que le ofreció el rápido curso de inducción. Su escritorio era muy pequeño. Una computadora conectada a una línea telefónica, un audífono con micrófono, un pequeño cuaderno y su silla giratoria eran sus herramientas de trabajo.

Le asignaron la clave 21 y le sugirieron que contestara con total amabilidad: buenas noches, soy Natalia, para quién es su mensaje, con mucho gusto.

La primera llamada la recibió a las nueve de la noche: por favor para míster Jhon F. H. Winston, con el número de unidad 34321. ¿Cuál es su mensaje? Qué ojos tan hermosos los tuyos, te amo, de parte de Verónica.

Unos minutos más tarde entró el segundo para la misma persona: dichosa yo de ser tuya, te amo por sobre todas las cosas, Enma.

Natalia sonrió al transmitir sendos mensajes, pero consultó a Olga acerca de las restricciones de la compañía y las políticas para la transmisión de los telemensajes. Ella respondió que la empresa se caracterizaba por la total libertad, pero toda vez, y eso se lo remarcó con el ceño fruncido, que tuvieran un remitente: mensajes anónimos o de seudónimos no se enviaban.

Natalia tomó un poco de café. Bebió con prisa para acabar con el sueño. Ella tenía costumbre de dormir temprano, pero a partir de ese día saldría a la una de la madrugada de la oficina.

Por favor, un mensaje para la unidad 34321, qué ganas de estar con vos a todas horas, Nineth (por favor operadora 21, puede repetir dos veces el mismo mensaje), con mucho gusto, buenas noches.

Recibió dos recados más, pero no como los anteriores, eran emergencias médicas y para un supuesto periodista, que se dirigiera hacia el lugar donde había ocurrido un accidente.

Natalia estaba a punto de entregar el turno cuando recibió un último mensaje para míster Winston: nunca conocí a alguien con esos ojos y ese calor como el tuyo, Verónica.

Cogió un taxi para su casa. El piloto la veía a través del retrovisor con los ojos bien abiertos y casi asustados. Le recordó un caballo que montaba en El Chompipe, una finca donde la llevaba Joaquín a vacunar bestias o a castrar toros. El taxista sacudía la cabeza como si tuviera animales en las crines. Natalia pensó que quizá habría tomado alcohol. De cualquier manera llegó sin novedad a su casa.

Antes de dormir recordó los mensajes para la unidad 34321. Intentó imaginarse a míster Winston, pero el sueño la venció. Una sonrisa se le dibujó en su rostro, antes de quedarse profundamente dormida.

3

Cuando viajaba en bus hacia la oficina, Natalia observó con más atención los cafetales, las casas, los puentes, especialmente a los hombres que portaban un localizador. Se dijo a su fuero interno que más le valía a Joaquín terminar pronto su carrera porque ella quería comprar un terreno cerca de la finca El Chompipe.  

Le encantaba la vida del campo, los caballos, el bosque, bañarse en el río, ponerle leña a la chimenea. Le fascinaba hacer el amor sobre la copa de un árbol con Joaquín. Por todo lo anterior se había decidido a trabajar duro para ahorrar plata y, junto a su pareja, alcanzar esos sueños. Su hermano podría ir a vivir con ellos, a él le encantaba montar.  

Justo ahora que estaba llegando a la oficina recordó que dentro de su bolso había metido una foto de Fernandito, montando un caballo negro azabache. En esa ocasión ella llevó al chiquillo a la finca. Don Albin, el dueño, ante la insistencia del pequeño lo dejó montar a Tornado. Como fue un día histórico decidieron tomarle un foto. Fernandito salió con un aire triunfador. El caballo se veía imponente, con ojos de lascivia y un halo de bestialidad sexual. Natalia no se atrevía a ver la cara del animal.

Buenas noches, por favor un mensaje para la unidad 34321: qué tirada, me estremeciste como nunca nadie lo había  hecho, Enma. Para la 34321: espero que tu noche sea tan especial como tu día, tuya, Nineth. 

Natalia sintió un cosquilleo dentro de su vientre. Recibía otros recados sin trascendencia, pero los dirigidos a míster Winston eran fabulosos. Además provenientes de numerosos nombres de mujeres, no solamente de uno. Ese gringo ha de ser un bicho en la cama, se dijo, pero se sonrojó al pensar así, porque ella, cuando se refería al sexo, solamente lo hacía pensando en función de Joaquín. Otra llamada la interrumpió: qué polvo, ruego a todos los dioses del firmamento que te den mucha vida, que te alcance lo suficiente para hacerme feliz una y otra vez, Verónica.

Natalia realizaba su turno con otras dos compañeras, Susana e Ivonne. Ellas la recibieron con aquella camaradería y solidaridad, típica de salón de belleza. No se atrevió a hacerles comentarios sobre las llamadas que recibía para míster Winston. Uno de los decálogos de la empresa era la total privacidad de los mensajes. Se llevaba un control con códigos. Era estrictamente prohibido discutirlos con las demás.  

Susana sonreía excesivamente cuando recibía un mensaje. Su escritorio estaba ubicado al lado derecho del de Natalia. Alguna vez comentó que tenía un hijo, pero prefería no hablar del padre de la criaturita. Era una rubia guapísima con anchas caderas y ojos verdes. En uno de los tres paneles, que en conjunto ella denominaba con ironía el establo, colgaba una herradura de la buena suerte precisamente en el que colindaba con el de Natalia. Ese talismán fue un pretexto para conversar. Platicaron desde el tema de los hombres, las caricaturas, especialmente la del Cabazorro, hasta de los caballos de carne y hueso. Susana era admiradora de las carreras y las apuestas. Le confesó que alguna vez asistió con frecuencia. Allí se divirtió hasta el éxtasis. Además, en ocasiones hasta ganó bastante plata. Las dejó porque apareció, de entre los establos del hipódromo, el padre de su unigénito. Después evitó aparecerse por cualquier sitio que le recordara esos desagradables momentos. Cuando Natalia insistió en preguntar por qué guardaba la herradura, Susana respondió que la tomó de las pertenencias del padre de su hijo. Cuando él se atreviera a volver a su lado, la utilizaría como arma contra ese ser despreciable.  

Natalia le explicó que lo poco que sabía de caballos lo había aprendido de Joaquín. Su novio, le relató entre sorbos de café, era estudiante de zootecnia, pero también asistía a los jaripeos a montar potros salvajes. Ambas sonrieron, pero cuando timbró la línea telefónica en cada uno de sus escritorio dejaron de conversar. Natalia atendió: para… te amo, te amo, te amo, Verónica (por favor, repítalo dos veces).

A la una en punto se quitó los audífonos y anotó en su agenda las llamadas y códigos. Atrás de ella permanecía Guadalupe, a quien le entregó todo el equipo. Ella era la encargada del turno de la madrugada. Pensó hacerle algún comentario, pero recordó el decálogo. Guadalupe era una mujer que transitaba por los cincuenta años. Era soltera y nunca tuvo hijos. Observarla inspiraba indulgencia. Una mujer muy amable y recatada, sonrió Natalia para sí cuando tomó su chaqueta. Su relevo no iba más allá de buenas noches, feliz retorno a casa 21 o, cuando estaba de buenas, hasta mañana compañera.

Alargó la mano casi en medio de la carretera y detuvo a un taxista. Tras indicarle las señas para llegar a su barrio, recostó su cabeza en el asiento y se imaginó a Susana lanzando la herradura hacia una cabeza de caballo con el cuerpo de palo. La imagen le causó risa y pensó en decírselo al siguiente día a su compañera. A diferencia de otras ocasiones, el conductor del taxi era un hombre respetuoso, maduro, fue la palabra con la que lo describió Natalia. Recordó a su padre. No encontró la mirada de centauro del taxista de días pasados. El tipo escuchaba las noticias y su único comentario fue sobre lo mal que andaba el fútbol por esos días. Ni siquiera la vio por el retrovisor. Natalia echó una ojeada a lo negro del paisaje. Escuchó el canto de un gallo y a lo lejos un potro que relinchaba con placer hacia el infinito, y pensó en míster Winston.

4

Durante los primeros días de trabajo Natalia no se encontró con Joaquín. Únicamente se hablaron por teléfono. Sus cortas conversaciones giraron en torno a hacer el amor dónde y cuándo. Él vacunaba ganado en El Chompipe y ella se reponía de los desvelos. Se quedó dormida sobre el sofá con la imagen de un Joaquín moreno, alto, delgado, lampiño en su pecho, rudo en sus labores, pero más tierno que un potrillo cuando acariciaba su cabello después de que tuviera un prolongado orgasmo.  

Almorzó frijoles con arroz. En seguida Natalia observó un programa en la televisión en el que designaban a Harrison Ford como el hombre más sensual del planeta. Trató de imaginar a míster Winston: tal vez tenía los ojos de Di Caprio, la sonrisa de Mel Gibson, el pelo de Brad Pitt, tal vez bailaba como Ricky Martin. Ojalá un hombre con el carisma de Sean Connery o el sex appeal de Paul Newman. Tal vez tenía una parte de cada uno de ellos o quizá era mejor que todos juntos. Se duchó con agua fría. Cuando se vio desnuda frente al espejo, pensó si ella sería del agrado de míster Winston. Cómo era posible que varias mujeres le enviaran esos mensajes tan sugerentes. Algo especial había en él. Su cuerpo se estremeció con solo pensar en averiguar quién era míster Winston.

Buenas noches, un mensaje para la unidad 34321: por favor, nunca me vayas a sacar de tu vida, quiero verte siempre, siempre, siempre, Nineth. Disculpe, un mensaje para… Qué ser tan divino, Matilde. Para la 34321: todo el día la he pasado pensando en vos, te amo por sobre todas las cosas, Verónica.

Revisó sus apuntes y se percató que la tal Matilde era la primera vez que enviaba un mensaje para la 34321. Por favor, un mensaje para míster Winston: lo voy a hacer con vos tantas veces cuando me dé el alma y la vida, tuya siempre, Enma.

Cada vez que el teléfono timbraba y Natalia recibía un mensaje para la 34321, el sudor se apoderaba de ella. La voz de las mujeres era muy sensual. Ellas le pedían que transmitiera de inmediato los mensajes, por favor, porfis, porfa, se lo suplico. Por la mente de Natalia trotaba la interrogante: ¿sus compañeras recibían mensajes también para míster Winston o solamente ella? Tras un breve lapso de su mente en blanco, dirigía sus ojos hacia las demás compañeras. Cada una estaba concentrada en los mensajes. Ninguna presentaba en su rostro la típica expresión sensual que provocaba uno de esos breves relatos o de simple complicidad luciferina que alcanzaba la mente. Tal vez, sus colegas de turno eran excelentes actrices para no revelar en su rostro el rubor de una llamada con esas características. Quizá, así como el médico ya no se estremece ante la muerte de un paciente o el reportero no se inmuta ante la tragedia, a ellas, a sus dos compañeras, tampoco el calor de una llamada ya no les excitaba como a Natalia.  

A lo mejor, ellas nunca recibían mensajes para míster Winston.  

Un veloz escalofrío, parecido al que generan las sombras de los caballos de carreras cuando se deslizan entre el césped o el fango, recorrió sus piernas, su vientre y se detuvo entre sus pechos. Pensó que el fin de semana se lo dedicaría a Joaquín, tal vez así se olvidaba de una vez por todas del enigmático míster Winston.

Por favor un mensaje para la 34321: si querés hacerme un favor nunca te vayás a olvidar de mí, Nineth.

5

Qué curioso, se dijo a sí misma cuando se levantó el sábado un poco antes de medio día. Alguien había bautizado con el nombre de El Chompipe a la finca donde trabajaba Joaquín. El terreno abarcaba parte de un cerro que asemejaba el lomo de un chompipe agazapado o una chompipa empollando. Desde el alféizar ella podía observar la espalda del chompipe. También se divisaban tres montañas, denominadas las Tres Marías, una tras de otra, de este a oeste o viceversa. Más de alguno las trató de bautizar con el nombre de las Tres Tetas. Natalia bromeó con Joaquín, que si bien parecían Tres Tetas, muy pronto perderían la virginidad porque con la gran cantidad de cabezas de ganado que invadía las fincas aledañas y la tala despiadada, se podrían transformar en un cercano futuro en un trío de pezones áridos.  

El Chompipe y las Tres Marías enmarcaban la parte más alta del paisaje. Todo el aire que respiraban quienes vivían en la ciudad pasaba antes acariciando las montañas y El Chompipe. Más de alguna vez, cuando Joaquín convencía con argumentos de un verdadero piscicultor a don Albin para que sembrara truchas en lo más alto de la finca, simultáneamente se ponía en contacto mental con Natalia. Lanzaba bocanadas de aire. A los diez o quince minutos, ella lo recibía desde su casa en Barva.

Sin embargo, este sábado, ahora que la mente de Natalia se columpiaba entre el sueño y la vigilia, estaba decidida a investigar sobre míster Winston. Ella percibió olor a establo, a bosta. Creyó escuchar cascos de caballo, pero el cansancio la invitó a seguir durmiendo en su alcoba, aprovechando el descanso de fin de semana.

Joaquín la despertó con un beso en la frente justo a las seis de la tarde. Con una sonrisa le explicó que no se trataba del beso de un príncipe que bajaba de su corcel para despertar a la amada ni de una acción similar. Él era un caballero medieval posmoderno que la invitaba al cine y luego a un encuentro en la cama de algún buen motel. Natalia le contestó con una ancha sonrisa que prefería aceptar en principio la segunda propuesta. Se bañó muy rápido y en seguida comió un poco de ensalada. El auto de Joaquín giró en dirección a Tres Ríos. Durante el trayecto, Natalia le manifestó que percibía un extraño a olor a caballo. Pensó que podrían ser los pantalones de Joaquín. Él le agarró con fuerza la pierna con su mano derecha. Le confesó muy cerca del pabellón de su oreja que sentía el deseo de penetrarla. Tengo el mismísimo deseo, le susurró, que le profesa un semental amarrado del otro lado del cerco a la yegua en celo. Natalia se sonrojó, pero lo invitó a que le explicara por qué estaría amarrado el semental. Joaquín, mientras deslizaba su mano entre el regazo de su novia, le relató que cruzar una yegua con un semental pura sangre en una finca no es tarea fácil. Normalmente ese corcel le inspira atracción sexual a la hembra. ¿Y por qué?, se estremeció Natalia al instante de sentir húmedo su vientre. Debido a esa falta de química entre ambas bestias deben amarrar del otro lado del potrero a un rocín. Estos caballos son, por lo general, sin ascendencia brillante, están mal alimentados y físicamente podrían no ser atractivos, sonrió Joaquín, mientras continuaba palpando. Ese mismo animal es el que maravillosamente provoca que la yegua sienta el deseo por la carne. Cuando la yegua está, como tú ahora, es decir dispuesta al amor, los vaqueros la amarran al potrero y prácticamente ayudan al semental pura sangre a que la preñe. ¿Y qué pasa con el pobre rocín que está amarrado?, se sorprendió Natalia. Pues, bueno, conocés la frase aquella de “brincarse el cerco”, le preguntó Joaquín, justo cuando sus manos estaban libres: pues de esa acción surgió. Cuando el pura sangre termina y se va mitad frustrado, mitad complacido, aquel rompe la cuerda que lo mantiene prisionero. Brinca con desesperación. Monta a la yegua sin necesidad de ayuda y la penetra con más precisión que su antecesor. Ella lo ha estado esperando con todas las ganas. Justo en ese momento llegaron al motel. Natalia, ayudada por la diestra mano de Joaquín y por la historia, había terminado de mojar sus calzones.

Soy la mujer más afortunada del mundo, Lucky, fue el primer mensaje que recibió Natalia para míster Winston el lunes. El teléfono sonó varias veces. Tuvo que dejar esperando con música de autómatas a Verónica, mientras Nineth bramó por el auricular: soy tuya, tuya, tuya, gracias por ser como sos. Verónica dejó el suyo: si querés hacerme un gran favor, nunca te vayás a olvidar de este cuerpo que te desea.

6

Natalia reparó en que Lucky era otra nueva adquisición de míster Winston. La lista casi llegaba a las diez admiradoras o víctimas voluntarias del susodicho. Durante el regreso a su casa pensó en telefonear para enviarle un mensaje a míster Winston. De esa forma él le devolvería la llamada, pero a dónde, y cómo solicitaría el mensaje para la 34321. Pensó en que tal vez Guadalupe podría contestarle. De seguro ella reconocería su voz. Le pidió al taxista que se detuviera un momento en un teléfono público. Marcó. Estuvo a punto de dejar el mensaje, pero Guadalupe contestó. Colgó el teléfono. Lo intentó en otro teléfono público, pero tampoco se animó. Llegó a su casa. Llamó del teléfono del comedor. De nuevo no quiso hablarle a su relevo en el trabajo. Intentaría por la mañana. Cenó dos manzanas verdes con yogur y se lanzó a su cama casi sin desvestirse. Esa primera semana de trabajo había tocado su alma.

7

Tercer lunes en el escritorio de Natalia:

  • 21:30: qué ser más increíble, me hiciste vibrar, te quiero, Nineth.
  • 22:17: cuando querrás, donde querrás y con quienes querrás, allí estaré, Verónica.
  • 22.34: el mundo se ilumina con tu presencia, vamos, sigue adelante, te quiero, Enma.
  • 23:09: me has hecho ser inmensamente feliz, gracias, Matilde.
  • 23:55: qué poder, qué potencia la tuya, todo, todo me ha gustado, Lucky.
  • 23:58: de nuevo, alguien que se siente feliz de conocerte, Verónica.

8

Natalia dejó el siguiente mensaje para míster Winston: me gustaría tener una cita, llámeme por la tarde al 5601223. Dejó el número de su casa, pero utilizó su segundo nombre: Mirta. Recibió una llamada al tercer día. Usted es Mirta, le preguntó una voz fuerte del otro lado del auricular. Sí. Usted es… No, no. Quiero saber quién la recomendó para tener una cita con míster Winston. Natalia titubeó, pero recordó los nombres de Nineth y Verónica. ¿Cuándo está dispuesta a venir? Pues, mire, depende… Si contactó es porque le interesa. Sí, pero, de qué se trata. Escuche, si Nineth y Verónica le recomendaron que llamara, de seguro le explicarían que debe pagar una suma para estar unos minutos con míster Winston. Sí, ellas me lo explicaron, le respondió asustada a la voz masculina, que ahora le hablaba en un tono paternal. Sin embargo, nunca pensó que se tratara de cancelar una suma al tal Winston. De cualquier manera y casi automáticamente, le contestó con la misma determinación que había respondido las preguntas de la hoja de empleo en la empresa. Sí, estoy dispuesta. ¿Cuándo y en dónde? La voz del otro lado del auricular le dictó la dirección, le pidió que fuera muy prudente y le sugirió que era preferible que cambiara de nombre. Los seudónimos son mejores para él y, por supuesto, para usted también. Así que use un nombre que le guste. Ella le respondió, Natalia, con cierta ironía. Venga el próximo sábado después de las siete de la noche y colgó.

9

Durante el resto de la semana Natalia se debatió entre si asistir o no al encuentro con míster Winston. Ella nunca había compartido la idea de pagar por una relación sexual. Amaba a Joaquín, pero también sentía mucha curiosidad y deseo de conocer a míster Winston. Quizá esa misma relación le cambiaría la vida. Podría aprender algo nuevo. Muchos hombres se han jactado de que mientras más experiencias tengan en la vida mejores son en la cama, se dijo, por qué yo no voy a intentarlo también, seguiré queriendo más a Joaquín. Además, como debía pagar casi 100 dólares por la cita, sabía perfectamente que no podría tener más de un encuentro con él. Una vez bastaba para conocerlo y quitarse las dudas. En ese momento recibió un mensaje. Buenas noches, por favor para la unidad 34321: sos sensacional, no sé qué haría de no haber estado con vos, Verónica. Natalia trató de imaginar las características de esa muchacha. Cuando estuviera en casa de míster Winston, le podrían preguntar cómo eran las dos madrinas que la habían recomendado. Buenas noches, por favor a la 34321: realmente sos fabuloso, gracias, Nineth. Natalia fue por un café, pero antes de sorber el primer trago entró otra llamada: saldré del país durante unos días, cuando vuelva estaré contigo, Enma.

10

Sábado, día de la cita:

Natalia salió un poco antes de las cinco de la tarde de casa. Cuando besó a su madre y a Fernandito, explicándoles que tendría un curso de capacitación en el trabajo, no se atrevió a verlos a los ojos. Desde el dintel de la puerta principal de la casa gritó que si Joaquín preguntaba por ella le explicaran que hasta el día siguiente tendrían una cita.

Tomó un autobús que la trasladó hasta la capital. Luego otro que la condujo hacia el sur. Compró un preservativo en una farmacia. Siguiendo las indicaciones de la voz, tomó un taxi, que la dejó justo en la entrada de una pequeña finca, casi en los arrabales de Escazú. Cuando comenzó a caminar ya oscurecía. Tras quince minutos de tropezar con piedras por una vereda que la condujo hasta la entrada principal de una lujosa hacienda, se detuvo y tocó tres veces una campana de bronce que colgaba de un árbol de higuerón. A los pocos minutos, un joven alto de ojos celestes, porte atlético y vestido con un traje negro, inapropiado para la finca, pensó Natalia, le pidió que la acompañara. El tipo extendió la mano y ella sacó la plata. Le pidió que esperara afuera de la enorme casa de madera, que seguramente era la principal. Giró sobre sus talones y se perdió dentro de la lujosa construcción. A los pocos minutos apareció un diminuto muchacho con las características y vestimenta de jockey. Usaba un pequeño pantalón de seda, botas altas, una camisa de cuadros blancos y rojos, un casco y un fuete. Le preguntó si ella era Natalia y la conminó a que lo siguiera. Tras avanzar en silencio llegaron a un establo grande y lujoso, pensó Natalia, para ser un simple potrero. Recordó los de El Chompipe, construidos con caobilla y solamente para el resguardo de las bestias. En ese momento pensó en míster Winston. Quizá era su hora de montar, o tal vez le gustaba recibir a sus clientas entre la paja y los animales.

Cuando el hombre pequeño quitó la tranca, le pidió a Natalia que entrara de prisa. Cerró por dentro y encendió una bombilla. Póngase cómoda, en seguida viene míster Winston. Antes de ir hacia el segundo cuarto, le dio una boleta y le pidió que la llenara. Son puramente formalidades de la finca, le explicó con una sonrisa que le recordó la de su jefe el primer día de trabajo. También mintió en sus respuestas, pero el último inciso la dejó perpleja. Por favor, cada vez que decida regresar con nosotros, le pedimos que ponga un mensaje a la unidad 34321, eso estimula nuestro trabajo y por supuesto, nos reconforta.

El hombrecito llamó a Natalia desde el dintel de la puerta. Le indicó que podía desvestirse tras el pequeño biombo apostado al fondo. Cuando Natalia se despojaba de la última prenda, escuchó la obertura del Barbero de Sevilla de Rossini. La reconocía perfectamente porque era el tema de la serie de El Llanero Solitario. En la escuela, cuando escuchaba el himno de El Salvador, también se la recordaba. Estaba totalmente mojada. Un olor a sudor de semental la recibió en el cuarto iluminado cuando se aproximó hacia míster Winston, quien la recibió con un excitante relincho y golpeando su pata izquierda contra el piso de madera.

11

Lunes, Natalia solicitó incapacitación.

Buenas noches, un mensaje para la unidad 34321: gracias, gracias, gracias, Natalia.


Nacido el mismo día del cumpleaños de Jimmy Hendrix. Francisco Alejandro Méndez ganó su primer premio antes de cumplir un año: niño sano del año. 17 años después obtuvo el Campeonato Centroamericano Juvenil de Tenis de Mesa. Ese mismo año comenzó a escribir. Hasta hoy lleva una veintena de libros que escribe por madrugada. Su personaje más elaborado es Wenceslao Pérez Chanán, detective guatemalteco amante de la música de Héctor Lavoe. Méndez ha estudiado en sus tiempos libres y ha obtenido licenciatura, maestría, doctorado y especialización en periodismo y literatura. Sus perros han obtenido premios nacionales e internacionales, y con ellos comparte el placer de la lectura. Entre sus obras: Completamente inmaculada, Juego de muñecas, Saga de libélulas, Reinventario de ficciones: catálogo marginal de bestias, crímenes y peatones. Sus relatos han sido traducidos al kakchiquel, alemán, francés e inglés. En el 2017 le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias”.

Categorías
Nuestra memoria Poesía

Bruce Lee | El amor es como una amistad en llamas [y otros poemas]

(1)

Love is like a friendship caught on fire
Love is like a friendship caught on fire In the beginning a flame, very pretty, often hot and fierce but still only light and flickering As love grows older our hearts mature, and our love becomes as coals deep burning and unquenchable

El amor es como una amistad en llamas
El amor es como una amistad en llamas En el principio una llama, muy bonita, a menudo cálida y fiera pero todavía ligera y parpadeante En cuanto el amor crece nuestro corazón madura, y nuestro amor se parece a carbones ardientes e inextinguibles

(2)

The Dying Sun
The dying sun lies sadly in the far horizon.
The autumn wind blows mercilessly;
The yellow leaves fall.
From the mountain peak,
Two streams parted unwillingly,
One to the West, one to the East.
The sun will rise again in the morning.
The leaves will be green again in spring.
But must we be like the mountain stream,
Never to meet again?

El sol agonizante
El sol agonizante reposa con tristeza sobre el horizonte lejano
El viento otoñal silba sin piedad:
El otoño de hojas amarillas.
Desde la montaña
Dos arroyos parten a rastras
Uno hacia el este, el otro al oeste
El sol saldrá mañana en la mañana
Las hojas serán verdes en primavera
Pero debemos ser como el arroyo de la montaña
Nunca nos veremos otra vez?

For A Moment
For a moment
The surrounding utters no sound.
Time ceases.
The Paradise of Dreams come true.
 
Por un instante 
Por un instante
lo que nos rodea no pronuncia ningún ruido
El tiempo cesa.
El paraíso de los sueños se hace realidad.

The Frost*
Young man,
Seize every minute
Of your time.
The days fly by;
Ere long you too
Will grow old.
If you believe me not,
See there, in the courtyard,
How the frost
Glitters white and cold and cruel
On the grass that once was green.
Do you not see
That you and I
Are as the branches
Of one tree?
With your rejoicing,
Comes my laughter;
With your sadness
Start my tears.
Love,
Could life be otherwise
With you and me?

La escarcha
Joven,
aprovecha cada minuto
de tu tiempo.
Los días pasan;
tú también
envejecerás.
Si no me crees,
ve ahí, en el patio,
cómo la escarcha
resplandece blanca y fría y cruel
sobre la hierba que una vez fue verde.
No ves
que tú y yo
somos como las ramas
de un árbol?
Con tu regocijo,
viene mi risa;
con tu tristeza
empiezan mis lágrimas.
Amor,
Podría ser la vida de otra manera
contigo y conmigo?
*Un poema titulado"La escarcha", escrito por Tzu-yeh, fue traducido por Bruce Lee.

**Bruce Lee, nacido como Lee Jun-Fan (San Francisco, California; 27 de noviembre de 1940-Kowloon, Hong Kong; 20 de julio de 1973), fue un destacado artista marcial, actor, cineasta, filósofo y escritor estadounidense de origen chino, reconocido en el mundo entero por ser el renovador y exponente de las artes marciales dedicando su vida a dicha disciplina, buscando la perfección y la verdad, llegando a crear su propio método de combate y filosofía de vida, el Jun Fan Gung-Fu, que tiempo después y sumado a su concepto filosófico se llamaría, el Jeet Kune Do o «el camino del puño interceptor».

Traducción de Fernando Vérkell

Categorías
Narrativa

Perla Rivera | Cada vez que digo mujer hay un suicidio colectivo de estrellas

Debajo de mi falda

Hace siglos, desde que me hice niña, he podido sacarme el corazón y decorarlo con cintas, clavarle alfileres, dejarlo sangrar y seguir jugando. Hace siglos cuando mis cabellos eran una cascada sobre las piedras, yo volteaba y me sonreí a frente al movimiento del agua, mordía mis labios.

Mis pasos oscilan en una cuerda hecha con mis propias arterias, el abismo no es más que un motivo. Ser mujer fue siempre el salón de los vientos, la música y el aullido.

El vientre ha sido motivo de censura y de espasmos. Olas y mar salvaje que se abre a la vida, que se multiplica en eslabones de ceniza. Un ejército de frases mudas muere con un rostro que se ha anclado en la palma de mi mano, esa mano acusada de fornicar y ceder a los delirios.

No soy de jaulas en mis cuerdas vocales, ni en ningún átomo de mi cuerpo y a pesar de los reparos, cada vez que digo mujer, desnudez, amor, sexo, debajo de mi falda hay un suicidio colectivo de estrellas.

***

Restos

Tu camisa yace todavía en el sillón de mi cuarto, la observo caer como un naufragio que escupe momentos felices mientras escribo en la libreta que hoy es viernes.

Estás en la página agitando tus brazos y arrancándote aquello que más amábamos, el color con el que me hacías reí r y la voz que hiciste canto.

Atardeció muy pronto, no estaba preparada para ver el mar llenarse de gritos. Estoy desnuda ahora, hago figuras con las cicatrices de mi vientre mientras preparo una despedida. Las grietas del piso hacen signos de interrogación a los cuadros que hace unos días cubrían tu cuerpo.

Alguien lo previno, te vio maldecir de diversas formas las frases que me escribías. Ya no eran cantos, eran un cementerio de hojas que me ofrecías en un gesto esquelético que fragmentaba mis alas y me envolvía en una tormenta.

Todo sucedió tan rápido, y las respuestas eran universos afónicos en esta ciudad cada día más sucia, ajena al amor e indiferente hacia aquellos que compramos entradas para un suicidio.

Todo sucedió tan rápido, y me asfixian los edificios y los sitios donde planeábamos hacer el amor como felinos. Es la hora de imitar a los que se han ido justo a tiempo y ven llegar a Artemisa como única salvadora de estas estaciones de papel.

***

Alucinación

Tengo miedo de abrir los ojos y confundir la mañana con un cuadro de Dalí.

Suelo quedarme quieta, como un lince en medio de las sábanas que me susurran verdades cada vez que te invoco.

Estos días cuelgan del árbol del patio, los devora el vacío de la tarde, tarde en la que planeo todavía excursiones a tu cama y me filtro en tu memoria para espantarte el sueño.

Escucho la voz de mi padre azuzando a las aves que vienen del oeste a vestir de sonidos el campo, y a devorar los retoños de las estatuas que amenazan mi locura.

El corazón se agita como un dragón que escupe guirnaldas, a la entrada de una ciudad que no lo escucha.

Mi cuerpo es la lira que entona tormentas, como el acertijo del granizo que baña los techos de las casas vecinas.

Mientras ellos duermen, yo resisto una guerra interior y pongo ojos en la palma de mis manos para acariciarte en mis sueños.
Ahora todo es recuerdo mi amor y actúo como una desquiciada mientras veo parir mortajas al reloj que no perdona.


Perla Lusete Rivera Núñez: Ajuterique, Comayagua, Honduras. Licenciada en Letras y Lenguas y Literatura por la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán en el año 2008. Docente. Ha publicado Sueños de origami el año 2014 por Goblin Editores y Nudo por editorial Malpaso en octubre de 2017.

Categorías
Arte y cultura

10 obras de Edward Hopper

Stairway at 48 rue de Lille Paris, 1906
Elizabeth Griffiths Smith Hopper, The Artist’s Mother, 1915-16.
Eleven A.M. 1926
Sunday. 1926
Light at Two Lights, 1927.
Self Portrait, 1930.
New York Movie, 1939
Summer Evening, 1947.
Nighthawks, 1942.

Edward Hopper nació en Nyack, una ciudad a orillas del Hudson, en 1882, y falleció en 1967, en Nueva York. Pintó al óleo y cultivó la acuarela y el aguafuerte. Los libros de arte lo catalogan como un pintor realista, pero el mismo Hopper se autodenominó impresionista y anti-colorista.

Existe un culto a la luz en la pintura cosmopolita. Parece ser que la forma de tratarla determinará el carácter del cuadro. Decir que un cuadro sin luz es fúnebre es simplista: un cuadro puede estar iluminado pero puede transmitir un tema sombrío; pienso en Traslación del cuerpo de San Marcos, de Tintoretto, como una clásica muestra de la luz trabajada para acentuar lo trágico del tema. En Hopper la luz es protagonista, no sirve como un medio. La imagen es una estampa de Estados Unidos —como los trabajos de Thomas Eakins— pero la luz dirá, en la mayor parte, el mensaje de Hopper. Ese mensaje queda a cargo del observador. En su obra hay cuadros que han formado parte del imaginario desde sus primeras retrospectivas. Amanecer dominical, de 1930, y Nighthawks, de 1942, son ejemplos perfectos del uso de la luz en Hopper.

Ningún contenido social en sus obras, dice, y nada de patetismos: el arte es arduo y hay algo más que pintar con el corazón: se requiere técnica y egoísmo.

La luz y la arquitectura. En Hopper, la expresión más trascendente del arte pictórico se vuelve axioma: la luz y las construcciones son irrepetibles. Puede haber patrones, estilos, técnicas, edificios similares e incluso idénticos, pero irrepetibles. La luz puede ser divisible, pero no se repite. Hopper pinta dos momentos modernos: la soledad y la arquitectura. No hay nada más triste y desolado que un edificio vacío. Hopper acostumbraba a pintar un solo modelo —siempre Jo, su esposa— y una construcción. Una luz oblicua y un ser humano estático. Un golpe de realidad a los más radicales.

Por supuesto que Josef Albers también transmite soledad y William de Kooning desesperación, pero en Hopper la desolación juega con los colores y la luz en Mañana en el Cabo Cod La luz dando en el segundo piso. Y dice: «La pintura es un intento de pintar la luz del sol como blanca, sin poner en el blanco ningún pigmento dorado ni amarillo. […] La luz es una fuerza expresiva que tiene mucha importancia para mí, pero no en una forma demasiado consciente. Creo que para mí es una expresión natural». (Edward Hopper: The Artist´s Voice, 1961, K. Kuh). La luz en obras como Gas es una fuerza natural. Habrá que salir a la calle y ver cómo la luz afecta el estado de ánimo en las ciudades.

Habrá que revisitar a Hopper y perderse en la inmensidad de los edificios. De cualquier modo, es inevitable recurrir a las edificaciones para meter en un búnker el tedio de la vida moderna.

Vérkell.

Categorías
Nuestra memoria Poesía

Clara Lair | 3 Poemas

Lullaby Mayor
 
Duerme mi niño grande, duerme, mi niño fuerte:
que el juego del amor rinde como la muerte.

Alas le dé a tu sueño el éter de quimeras
que ha dejado en tu rostro tan dolientes ojeras.
Clama le dé a tu sueño el mar de los sentidos
que ha dejado tus brazos tan largos y tendidos.

Duerme, mi niño grande; duerme, mi niño fuerte:
que el juego del amor rinde como la muerte...

(¡Allá afuera es la luna y el marullo del mar
en la fragua del trópico brillando por quemar!
¡Allá afuera es la esencia-veneno del jardín,
y los pérfidos astros
avivando, encendiendo azabache, alabastros
en carne negra y blanca: la caldera sin fin
del trópico
trasmutando los cuerpos al corto cielo erótico!)

Duerme mi niño grande; duerme, mi niño fuerte:
que el juego del amor rinde como la muerte.

(¡Allá afuera es el negro camino de miasmas
y mi sombra acechando tu sombra entre fantasmas!
¡Duerme callado y ágil, vigílame la puerta!
¡Que se va si despierta!)

Me quedaré a tu lado quieta, casta e inerme,
mientras tu alma sueña, mientras tu cuerpo duerme.

Quizá ningún empeño
de mi cuerpo y alma
te dé lo que ese sueño...

Quizá la vida fuerte
es nada ante la calma
que te dará la muerte...

(¡Marullo del mar, cállate; sepúltate coquí!
¡Qué así, dormido o muerto, quién lo aleja de mí!)

Duerme mi niño fuerte; duerme mi niño grande:
el sueño de la vida con la muerte se expande...

(¡Porqué no amará a otra, que ni a mí misma amará!
¡Qué la tierra por siempre sus brazos se desquiciará!

¡Ay si no despertara!)
 
Frivolidad

Y así dije al amado: Marcharemos unidos.
Será tu nombre el eco de todos los sonidos.

Me trazará el camino la huella de tus pasos.
Me abrirá el horizonte la curva de tus brazos.

Le gritaré a la vida: ¡rompe, destroza, daña!
Yo tengo mi refugio: ¡su pecho es la montaña!

Le gritaré a la vida: ¡hunde, flota al azar!
Yo tengo mi oleaje: ¡sus ojos son el mar!

Y lo seguí al afán y a la ilusión del puerto.
Y lo seguí al vacío y al tedio del desierto.

Lo seguí sola y siempre, horas malas y buenas,
en la luz, en las sombras, en flores, en cadenas...

Y lo creí tan fuerte que le fui mansa y suave...
¡Él, el roble potente y yo, la pobre ave!

Y lo creí tan bravo que le fui fiel, sencilla...
¡Él, el mar tumultuoso y yo la quieta orilla!

¡Ay, uní lo infundible, y estreché lo disperso,
y quise hacer del cieno un lago limpio y terso...!

Mis ojos hechos llanto, mis labios hechos trizas...
¡Y su voz implacable pidiendo más sonrisas!

Mi cuerpo en el cilicio sangrando su querella...
Y su voz implacable diciendo: ¡sé más bella!

Mi alma en el infierno aullando su condena...
y su voz implacable diciendo: ¡sé más buena!

¡Carne fácil y blanda a todos los arrimos!
¡Carne blanda y traidora con uñas en los mimos!

Para todas los mismos rápidos arrebatos
Lúbrico cual los perros...falso como los gatos...

Y ahora digo al amante: óyeme, pasajero,
no me preguntes nunca hasta cuándo te quiero.

Si una noche de luna o una copa de vino
nos reúne en la misma revuelta del camino...

No me digas de sueños ni de sombras macabras
háblame solamente palabras, y palabras...

Júrame por la arena que acoge todo paso,
y lo graba o lo borra al azar, al acaso...

Júrame por la espuma que chispea y que brilla,
y que dura un instante de una orilla o otra orilla...

¡Ah, gato sin escrúpulos que a otras faldas se enreda
cuando ya todo es dado, cuando ya nada queda!

No me brindes los mimos de tus uñas, que ahora
sólo quiere collares de esta gata de Angora...!

Tú frívolo, yo frívola...Soy tu igual, camarada.
¡No has de quitarme todo para dejarme nada!

Angustia
 
A veces soy tan lejos, lejos de todo esto.
A nada me acomodo, en nada me recuesto:
Las palmas, los coquíes son sonido, paisaje...
Yo siempre estoy ausente, yo siempre estoy de viaje.
En vano es que mi alma se incendie con afanes
y se prenda a los ojos potentes flamboyanes,
ni que por los caminos se me fugue el anhelo...
para topar de pronto la montaña y el cielo.
...Y el andrajo de pajas del pobre caserío,
y el andrajo de gente y el escuálido río,
y los pueblos cuadrados con la iglesia en el centro
y el cementerio junto: Estanques muertos dentro
del perenne bullir y saltar de las olas,
perenne ante mi alma impaciente y a solas.
Por doquiera que voy, por doquiera que vaya,
en el vaho soporoso de mestizo y quincalla...
La misma semimuerta vida del pueblo atado
por el mar implacable, de costado a costado...
...(Y el hombre de la esquina, ojitorvo y moreno,
que no mira a mis ojos y que mira a mi seno,
que masculla entre dientes una frase lasciva
cuando paso a su lado desdeñosa y altiva...)

¡Y a veces soy tan de ellos y ellos tan míos!
¡Las palmas, los coquíes, el monte, los bohíos...!
¡El escuálido río, que es como mis hazañas,
cintajo de rumores encerrado en montañas!
¡Y mi amor en tinieblas sollozando escondido,
como un triste y oculto coquí despavorido!
¡Y el mar, perenne mar, que me exalta y me abate,
que es como el corazón, en un late que late
perdido en el vacío, y oído, tan oído,
que ya no sé qué lleva ni sé lo que ha traído...!
...(Y el hombre de la esquina, ojitorvo y moreno...
¡Ah qué sienes viriles exaltará mi seno,
que no torne cenizas la llamarada esquiva
que encendiera mi cuerpo su mirada lasciva...!
 
 
Mercedes Negrón Muñoz mejor conocida como Clara Lair, fue una destacada poeta puertorriqueña. Nació en 1895 en el pueblo de Barranquitas. Cursó sus estudios medios en Ponce. En 1918 emigró con su familia a Nueva York. Lugar donde descubre su pasión por la poesía. Durante el tiempo que vivió en Nueva York escribe sus primeros poemas.  En la Universidad de Puerto Rico estudia literatura.  Sus poemarios:  Arras de cristal (1937) Trópico amargo (1950) y Más allá del poniente (1950).  Muere en San Juan de Puerto Rico el 26 de agosto de 1973.

Colaborador: Benito Pastoriza Lyodo, Humacao, Puerto Rico


*Nuestra memoria es una sección de El camaleón que busca recuperar textos de autores fallecidos o injustamente olvidados. La revista no lucra con los textos y siguen siendo propiedad de autores o sus herederos. El camaleón se declara no responsable de cualquier infracción de derechos de autor. Para colaborar envíe el texto, además de una foto del autor, su biografía y el lema: «La presente colaboración está libre de derechos y/o compromisos editoriales» al correo librosdelcamaleon@gmail.com.

Categorías
Círculo de lectores Narrativa Nuestra memoria

H. G. Wells | El cono

La noche era calurosa y oscura, el cielo ribeteado de rojo por la prolongada puesta del sol del verano. Ellos se sentaron ante la ventana abierta, tratando de imaginarse que el aire estaba más fresco allí. Los árboles del jardín se mantenían tiesos y sombríos: más lejos, en el camino, ardía un farol a gas, desparramando una luz anaranjada sobre el brumoso azul de la noche. Más allá se veían las tres luces de la señal ferroviaria contra el horizonte. El hombre y la mujer hablaban en voz baja.

—¿No sospechará nada? —preguntó el hombre, algo inquieto.

—¡No! —dijo ella bruscamente, como si eso la irritara—. No piensa en otra cosa que en las obras y en los precios del combustible. No tiene imaginación, ni sensibilidad.

—Ninguno de esos hombres de acero las tienen —dijo él, sentenciosamente—. No tienen corazón.

—Él no lo tiene —contestó ella, volviendo su rostro descontento hacia la ventana. Un distante y ronco sonido se fue acercando, cada vez más fuerte; la casa entera se conmovió. Ya se oía el metálico zumbar de la máquina. Cuando el tren pasó, se produjo un resplandor en el paisaje y luego lo siguió un espeso penacho de humo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho rectángulos negros —ocho vagones— pasaron a través del profundo gris del terraplén y fueron desapareciendo, uno tras otro, en la garganta del túnel que, una vez que pasó el último, parecía haber tragado tren, humo y sonido de un ansioso bocado.

—Este país fue una vez todo frescura y belleza —dijo el hombre—. Y ahora, es Gehena. Camino abajo, no se encuentra más que calderas y chimeneas lanzando fuego y hollín a la faz del cielo… Pero ¿qué importa? Ya se aproxima el fin… el fin de toda esta crueldad. Mañana —pronunció la última palabra en un murmullo.

—Mañana —repitió ella en el mismo tono, sin apartar la vista de la ventana.

—¡Querida! —dijo él tomándole las manos.

Ella se volvió con un sobresalto y los ojos de ambos se buscaron. Los de ella se dulcificaron ante la mirada de él.

—¡Amor mío! —murmuró; y luego—: Parece tan extraño que tú hayas penetrado en mi vida para descubrir…

—¿Para descubrir?…

—Todo este mundo maravilloso —agregó ella, vacilando—. Este mundo de amor ante mí.

De repente la puerta chirrió, cerrándose. Volvieron la cabeza, él en forma violenta. En la penumbra de la habitación surgió una gran figura silenciosa. Ellos vieron el rostro en la media luz, un rostro con inexpresivas cejas oscuras. Todos los músculos del cuerpo de Raut se pusieron tensos: ¿Cuándo se había abierto la puerta? ¿Qué habría oído él? ¿Todo? ¿Qué habría visto? Un aluvión de preguntas.

La voz del recién llegado se dejó oír al fin, después de una pausa que parecía interminable.

—¿Y bien? —dijo.

—Tenía miedo de no encontrarlo, Harrocks —dijo el hombre de la ventana. Su voz era insegura.

La pesada figura de Harrocks salió de la sombra. No respondió a la observación de Raut. Permaneció un momento contemplándolos. El corazón de la mujer estaba helado.

—Le dije a Mr. Raut que era muy posible que volvieras —dijo con voz firme.

Harrocks, aún silencioso, se dejó caer en una silla y cruzó sus grandes manos. Se podía ver el fuego de sus ojos bajo la espesura de las cejas. Estaba tratando de reponerse. Sus ojos iban de la mujer en quien había confiado, al amigo en quien había confiado y luego otra vez a la mujer.

Los tres casi se habían comprendido ya: sin embargo, ninguno osaba pronunciar una palabra que atenuara la incomodidad de la situación.

Fue la voz del marido la que rompió, por fin, el silencio.

—¿Usted quería verme? —dijo, dirigiéndose a Raut.

Este se sobresaltó.

—Vine a verlo —dijo, resuelto a mentir hasta el fin.

—Sí —murmuró Harrocks.

—Usted me prometió —continuó Raut— mostrarme algunos de los hermosos efectos producidos por la luz de la luna y el humo.

—Yo prometí mostrarle algunos efectos producidos por la luz de la luna y el humo —repitió Harrocks con voz incolora.

—Y yo pensé que tal vez podría encontrarlo a usted esta noche, antes de que volviera a las obras —prosiguió Raut— e ir con usted.

Hubo otra pausa. ¿Pensaría tomar la cosa fríamente el hombre? ¿Sabía, después de todo? ¿Cuánto tiempo haría que estaba en la habitación? Sin embargo, cuando oyeron la puerta, sus actitudes…

Harrocks miró el perfil de la mujer, pálido en la penumbra. Luego miró a Raut y pareció recobrarse súbitamente.

—¡Pero es claro! —dijo—. Yo prometí mostrarle el obraje bajo sus propias condiciones dramáticas. Es raro que lo hubiera olvidado…

—Si lo molesto… —comentó Raut.

Harrocks se sobresaltó otra vez. Una nueva luz se divisaba ahora en la oscuridad de sus ojos.

—No, en absoluto —dijo.

—¿Le has estado describiendo a Mr. Raut todos esos contrastes de llamas y sombras que consideras tan bonitos? —preguntó la mujer volviéndose hacia su marido por primera vez, sintiendo renacer su confianza. Su voz estaba solamente medio tono más alta—. ¡Esa horrible teoría suya de que no existe nada más hermoso que las maquinarias!… Ya verá usted, Mr. Raut. Es su gran teoría, su único descubrimiento artístico.

—Soy muy lento para hacer descubrimientos —dijo Harrocks en forma horrible, dejando aterrada a la mujer—. Pero lo que descubro… —Se detuvo.

—¿Bien? —dijo ella.

—Nada —contestó Harrocks levantándose—. Le prometí a usted mostrarle las obras —agregó, dirigiéndose a Raut y colocando su manaza en su hombro—. ¿Está dispuesto a ir?

—Enteramente —contestó Raut poniéndose de pie.

Se produjo otro silencio. Cada cual trataba de espiarse en la oscuridad. La mano de Harrocks descansaba aún sobre el hombro del amigo. Raut casi creía que el incidente había sido trivial, después de todo. Pero Mrs. Harrocks conocía mejor a su marido y comprendió el significado de la horrible calma de su voz. La confusión que reinaba en su mente asumió una vaga forma de locura.

—Muy bien —dijo Harrocks, dejando caer su mano y dirigiéndose hacia la puerta.

—¿Mi sombrero? —Raut miró en torno de la habitación.

—Está en mi costurero —dijo ella, con risa histérica. Sus manos se unieron por detrás de la silla.

—¡Aquí está! —dijo él. La mujer experimentó el impulso de prevenirlo, en voz baja, pero no pudo pronunciar palabra. «¡No vayas!» y «¡Cuídate de él!» lucharon en su mente y el minuto pasó.

—¿Lo encontró? —preguntó Harrocks, manteniendo la puerta semiabierta. Raut fue hacia él.

—Es mejor que le diga adiós a la señora —dijo el marido con una calma todavía más terrible.

Raut se estremeció y luego se volvió.

—Buenas noches, Mrs. Harrocks —dijo y sus manos se tocaron.

Harrocks sostuvo la puerta abierta con una cortesía poco usual en él con los hombres. El otro salió y entonces, después de una silenciosa mirada a su esposa, Harrocks lo siguió. Ella se mantuvo inmóvil, mientras el paso ligero de Raut y el pesado de su marido se oían en el pasillo. La puerta de calle se cerró lentamente. Ella fue hacia la ventana y esperó, ansiosa. Los dos hombres aparecieron fugazmente en el camino, pasaron bajo el farol y fueron ocultados por las masas negras de los árboles. La luz iluminó momentáneamente sus rostros, revelando solamente manchas pálidas que no le dijeron nada de lo que aún tenía y se atormentaba nuevamente por saber. Entonces se sentó, abatida, en el gran sillón, los ojos abiertos, fijos en las luces rojas de los hornos, que se reflejaban en el cielo. Una hora después estaba todavía allí, su actitud escasamente cambiada.

La agresiva quietud de la noche gravitaba sobre Raut, que caminaba junto a Harrocks, en silencio. Una niebla azul, mitad humo, mitad hollín, grandes moles grises y negras, delineadas débilmente por las raras manchas doradas de los faroles. Aquí y allá, una ventana iluminada, el amarillo resplandor de alguna fábrica mantenida en actividad hasta tarde, o algún despacho de bebidas. Fuera de las masas claras y esbeltas contra el cielo, se elevaban las altas chimeneas, casi todas humeantes. Algunas sombras fantásticas mostraban la posición de una hornalla gigantesca o una rueda, grande y negra contra el horizonte rojo. Más cerca estaba la ancha vía del ferrocarril, por donde huían trenes casi invisibles arrojando columnas de humo hacia el cielo. Y a la izquierda, entre la vía férrea y la gran mole del cerro, dominando el paisaje entero, colosales, negrísimos, coronados de humo y caprichosas llamas, se levantaban los enormes cilindros de la Jeddah Company y Blat Furnaces, los edificios centrales de las grandes fundiciones de acero, en donde Harrocks era gerente. Aparecían amenazadores, vomitando llamas, mientras en sus interiores hervía el acero derretido. A sus pies se oía el zumbido de los molinos y el pesado batir del martillo a vapor, que desparramaba al golpear, blancas chispas de acero. Un vagón lleno de combustible fue descargado al interior de uno de los colosos, produciendo una llamarada vivísima y una confusión de humo y hollín que ascendió rápidamente.

—Realmente se pueden obtener magníficos efectos de color con esos hornos —dijo Raut, rompiendo un silencio que se había tornado incómodo.

Harrocks contestó con un gruñido. Estaba parado con las manos en los bolsillos, contemplando, con el entrecejo arrugado, a la vía férrea y a las obras, como tratando de solucionar un problema intrincado.

Raut lo miró y luego desvió la vista hacia la lejanía.

—Todavía no se puede obtener el efecto de la luna —continuó—, está aún empalidecida por los vestigios del día.

Harroks lo miró con la expresión de un hombre que ha despertado de pronto.

—¿Vestigios del día?… Ah, claro, claro. —A su vez miró a la luna descolorida aún en el cielo de verano.— Venga —dijo de repente, y oprimiendo el brazo de Raut, comenzó a caminar a grandes pasos por el sendero que conducía a la vía. Raut forcejeó por retroceder. Los ojos de ambos se encontraron y en un segundo se comunicaron un montón de cosas que los labios se resistían a pronunciar. La mano de Harrocks se cerró aún más y luego aflojó la presión, dejando libre a Raut. Antes de que este se apercibiera de ello, caminaban, tomados del brazo, uno de ellos muy en contra de su voluntad, por el sendero.

—Vea el hermoso efecto de las señales ferroviarias allá hacia Burslem —comenzó Harrocks, tornándose locuaz súbitamente y apretando el codo de Raut—. Pequeñas luces verdes, rojas y blancas, contra la bruma. Usted tiene golpe de vista para estas cosas, Raut. Y mire esos hornos míos cómo se elevan sobre nosotros a medida que bajamos el cerro. Allí, a la derecha, está mi preferido: setenta pies de altura. Lo he cargado yo mismo y por cinco largos años ha hervido alegremente el acero en sus entrañas. Sintiendo una particular predilección por él. Allá, a la izquierda, ¿ve usted las chispas que produce el martillo?, están los molinos. Oiga cómo repercuten en la tierra los golpes de martillo. ¡Venga!

Tuvo que dejar de hablar para respirar. Su brazo oprimía el de Raut, estrechamente, y descendía el cerro a trancos presurosos y desordenados, como si estuviera poseído. Raut no había pronunciado una palabra: solamente se limitaba a resistir, con todas sus fuerzas, a los tirones de Harrocks.

—¡Dígame! —exclamó al fin, riendo nerviosamente—. ¿Por qué diablos me arrastra en esta forma? ¿Y por qué me oprime tan fuertemente el brazo?

Harrocks lo soltó. Sus maneras cambiaron nuevamente.

—¿Le oprimía el brazo? —dijo—. Lo siento. Pero fue usted quien me enseñó a caminar en esa manera amistosa.

—Todavía no ha aprendido esos refinamientos, entonces —contestó Raut, riendo forzadamente otra vez—. ¡Demonios! Estoy todo negro y azul. —Harrocks no se disculpó. Se detuvieron ahora a los pies del cerro, cerca de la empalizada que rodeaba la vía. Delante de ellos, al lado de la barrera, surgía un letrero que ostentaba la inscripción aún visible de: «Cuidado con los trenes».

—Bellísimos efectos —dijo Harrocks—. Allí viene un tren. Los penachos de humo, el resplandor, el redondo ojo de luz al frente, el melodioso ronquido. ¡Muy lindo efecto! Pero esos hornos míos eran mucho mejores antes de que arrojáramos conos en sus gargantas, para aprovechar el gas.

—¿Cómo? —preguntó Raut—. ¿Conos?

—Conos, mi amigo, conos. Ya le mostraré uno. Antes, las llamas lanzaban fuera de las gargantas abiertas grandes columnas de humo, durante el día, y nubes de fuego y humo negro y rojo, por la noche. Ahora lo recogemos en tubos y los hacemos arder para calentar los hornos, cerrando sus bocas con un cono. Yo sé que le interesará ese cono.

—Sin embargo, a veces se contemplan, allá arriba, verdaderas explosiones de fuego y humo.

—Es que el cono no está fijo: está sujeto a una palanca por medio de una cadena, y se balancea gracias a un contrapeso. Ya lo verá de cerca. De otra manera, sería imposible arrojar combustible al interior del horno. De vez en cuando, el cono se introduce allí y recoge el vapor y las llamas.

—Ya comprendo —dijo Raut, mirando sobre el hombro—. La luna ya está más brillante —agregó.

—Venga —exclamó Harrocks abruptamente, oprimiendo de nuevo el hombro de Raut y conduciéndolo bruscamente hacia el cruce de la vía. Entonces se produjo uno de esos incidentes, vívidos, pero tan rápidos, que lo dejan a uno lleno de dudas. En la mitad del camino, Harrocks, volviéndose de súbito, empujó a Raut con fuerza, haciendo que este girara sobre sí mismo y quedara de frente a la vía. En eso, una larga cadena luminosa, formada por las ventanillas de los vagones, reverberó ligeramente al avanzar, y las luces rojas y amarillas de la locomotora se agrandaban cada vez más, abalanzándose hacia él. Al comprender lo que esto significaba se volvió hacia Harrocks y empujó con toda su fuerza el brazo que lo sostenía en medio de los rieles. La lucha no alcanzó a durar un segundo. Así como fue cierto que Harrocks lo sostuviera allí, no lo fue menos el que él mismo lo arrancara violentamente del peligro.

—¡Ya salimos del paso! —dijo Harrocks, respirando aliviado, mientras veía pasar el tren.

—No lo vi venir —contestó con calma Raut, tratando de aparentar una tranquilidad que no sentía—. Por un momento mis nervios flaquearon. —Harrocks se mantuvo inmóvil por un momento y luego, con brusquedad, se volvió hacia las fundiciones de acero.

—¡Vea qué hermosos parecen en la oscuridad esos grandes baluartes formados de ladrillos amontonados! ¡Aquel vagón, más lejos, arriba nuestro! Por aquí se va hacia los hornos, pero quiero mostrarle antes el canal. —Así diciendo tomó de nuevo el brazo de Raut y caminaron juntos. Raut contestaba con vaguedad a las observaciones del otro. Se preguntaba qué sería lo que verdaderamente había sucedido en la vía férrea. ¿Se estaría atormentando con vanos temores o era que realmente Harrocks había querido arrojarlo al paso del tren? ¿Habría estado a punto de ser asesinado? ¿Y si ese monstruo supiera algo? Por un instante Raut temió seriamente por su vida; pero ese temor pasó cuando comenzó a razonar. Después de todo, Harrocks podía no haber oído nada. De cualquier manera, lo arrancó a tiempo de la vía. Su proceder extraño se debía, quizás, a los vagos celos que había demostrado una vez. Ahora hablaba del canal. —¿No es cierto? —decía.

—¿El qué? —preguntó Raut—. ¡Ah!… ¡Qué hermoso! La luna entre la niebla.

—Nuestro canal —dijo Harrocks deteniéndose de pronto—. Nuestro canal a la luz de la luna y del fuego produce un hermoso efecto. ¿Nunca lo había visto? ¡Claro que no! ¡Tantas noches que ha perdido vagando por Newcastle! Ya le digo: para efectos bellos… Pero ya verá usted. Agua hirviendo…

A medida que se alejaban de los montones de carbón, ladrillos y minerales, los ruidos del molino resonaban sobre ellos, fuertes, cercanos y distintos. Tres trabajadores pasaron y se llevaron la mano a la gorra al ver a Harrocks. Sus rostros no se distinguían en la oscuridad. Raut experimentó el súbito impulso de dirigirse a ellos, pero antes de que pudiera formular una palabra, se alejaron entre la sombra. Harrocks señalaba ahora que se levantaban hasta cerca de cincuenta yardas, producían una constante sucesión de fantasmas negros y rojos, surgidos de los remolinos, en un incesante movimiento que hacía vacilar la cabeza. Raut se mantenía alejado del borde del canal y observaba a Harrocks.

—Aquí es rojo —decía este—, vapor rojo sangre, tan rojo y ardiente como el pecado; pero más lejos, bajo los rayos de la luna, es tan blanco como la muerte.

Raut volvió la cabeza y luego se apresuró a reanudar su vigilancia sobre Harrocks.

—Vamos a los molinos —dijo este. Las intenciones que Raut creía notar en él no fueron tan evidentes esta vez y se sintió algo reanimado. Pero, de cualquier modo, ¿qué diablos habría querido significar al decir «blanco como la muerte» y «rojo como el pecado»? ¿Coincidencia, quizás?

Llegaron a los molinos, donde, en medio de un incesante estrépito, el martillo automático extraía el jugo del suculento acero, y ennegrecidos y medio desnudos, titanes deslizaban las barras, plásticas como cera, entre las ruedas.

—Venga —murmuró Harrocks al oído de Raut, conduciéndolo hasta uno de los hornos. Espiando por uno de los pequeños agujeros de vidrio de la parte baja, pudieron contemplar el fuego que crepitaba en el interior. El intenso resplandor los cegó momentáneamente. Luego fueron hacia el ascensor que servía para transportar los vagones cargados de combustible hacia la cima del gran cilindro.

Una vez sobre la estrecha barandilla que se cernía sobre el horno, el temor volvió a asaltar a Raut. ¿Era prudente permanecer allí? ¿Y si Harrocks supiera todo? No pudo impedir un violento temblor. Justo debajo de ellos había una profundidad de setenta pies. Era un sitio peligroso. Tuvieron que empujar un vagón lleno de carbón, para llegar a la baranda que coronaba el lugar. El humo del horno parecía hacer ondular los distantes cerros de Hanley. El canal corría debajo de un puente que no se distinguía y desaparecía en la espesa niebla de Burslem.

—Ese es el cono de que le hablaba —gritó Harrocks—. Y debajo, sesenta pies de metal derretido.

Raut, sosteniéndose fuertemente del pasamanos, miró al cono. El calor era intenso y el hervor del acero acompañaba fragorosamente a la voz de Harrocks. Pero, «aquello» debía haber pasado ahora. Quizás, después de todo…

—En el centro —gritaba Harrocks— hay una temperatura cercana a los mil grados. Si usted fuera arrojado allí… crepitaría entre las llamas como una pizca de pólvora en la llama de una vela. Y ese cono, allá… La superficie tiene una temperatura de trescientos grados.

—¡Trescientos grados! —exclamó Raut.

—Trescientos centígrados, quise decir. Eso haría hervir su sangre en un segundo.

—¿Eh? —gritó Raut, volviéndose.

—Hervir su sangre en menos de… ¡No! ¡Usted no se irá!

—¡Déjeme! —gritaba Raut—. ¡Suelte mi brazo!

Se asió desesperadamente a la baranda, con una mano y después con las dos. Por un momento los dos hombres estuvieron balanceándose. Luego Harrocks, con un violento empellón, desprendió a Raut de su sostén. Este pegó un manotón, tratando de apoyarse en Harrocks, pero falló y sus pies encontraron el vacío. Cayó retorciéndose en el aire y entonces, mejillas, hombros y rodillas golpearon conjuntamente la candente superficie del cono. Se prendió desesperadamente a la cadena que sujetaba el cono y al hacerlo, este se hundió imperceptiblemente. Un círculo rojo apareció a su alrededor y una llamarada libertada de entre el caos que reinaba en el interior ascendió hasta él. Comenzó a sentir un espantoso dolor en las rodillas y pudo percibir el olor a chamuscado que despedían sus manos. Penosamente se puso de pie, tratando de escalar la cadena, y algo le golpeó en la cabeza. Harrocks permanecía en la barandilla, al lado del vagón de combustible, gesticulando y gritando:

—¡Hierve, loco! ¡Hierve, cazador de mujeres! ¡Hierve! ¡Hierve!

De pronto sacó un puñado de carbones del camión y los fue arrojando deliberadamente, uno por uno, a la cabeza de Raut.

—¡Harrocks! —gemía este—. ¡Harrocks!

Sollozando, se asía a la cadena con ambas manos, tratando de escapar al terrible calor del cono. Sus ropas comenzaron a inflamarse y mientras forcejeaba, el cono cayó: una sofocante ola de calor comenzó a rodearlo y tremendas lenguas de fuego se abalanzaron hacia él.

Todo vestigio de apariencia humana había desaparecido de Raut. Cuando el resplandor momentáneo pasó, Harrocks vio una figura ennegrecida y achicharrada, con la cabeza cubierta de sangre, aún luchando en medio de su agonía. Un animal reducido casi a cenizas, una inhumana y monstruosa criatura que comenzó a exhalar un sollozante e interminable chillido.

A la vista de semejante espectáculo, el odio de Harrocks se fue apaciguando. Un horrible malestar comenzó a invadirlo. El olor de la carne quemada llegaba, penetrante, hasta él y su locura desapareció.

—¡Dios tenga piedad de mí! —gritó—. ¡Oh, Dios! ¿Qué he hecho? —Sabía que «la cosa» que aún estaba debajo, aunque se movía y sentía, era ya un hombre muerto, y que toda la sangre estaría hirviendo en las venas. Una inmensa piedad hacia la agonía horrible del desgraciado comenzó a desalojar de su mente cualquier otro sentimiento. Se detuvo, algo indeciso y luego, volviéndose hacia el vagón, volcó presuroso su contenido sobre lo que una vez había sido un hombre. El chillido cesó y una hirviente confusión de humo, polvo y llamas se levantó hacia él. Cuando pasó, pudo ver el cono, despejado otra vez.

Luego, bamboleándose, volvió a tomarse fuertemente del pasamanos. Sus labios se movieron, pero no pudieron formular una palabra.

Abajo, se oía un rumor de voces y de pasos rápidos. El fragor del molino cesó bruscamente.


Herbert George Wells (Bromley, 21 de septiembre de 1866-Londres, 13 de agosto de 1946),1​ más conocido como H. G. Wells, fue un escritor, y novelista británico. Wells fue un autor prolífico que escribió en diversos géneros, ciencia ficción, docenas de novelas, relatos cortos, obras de crítica social, sátiras, biografías y autobiografías. Es recordado por sus novelas de ciencia ficción y es frecuentemente citado como el «padre de la ciencia ficción» junto con Julio Verne y Hugo Gernsback.


Este relato se publica únicamente con motivos de difusión. Apareció originalmente en el libro Cuentos para leer los sábados, una antología de relatos elegidos por J. L. Borges y U. Petit de Murat para Crítica.

¿Qué es Círculo de lectores?

Categorías
Narrativa

Liliana Hernández Almazán | Instrucciones para enterrar un vivo

Finalmente, se encuentra en la azotea. Introduzca primero el pie izquierdo en el agua, luego el derecho unos segundos. Sienta por primera vez el agua correr por su vergonzosa y pálida piel. El agua es tan clara y cálida que no ha notado que está en lo alto de un edificio. Vea el horizonte, ese espejo radiante, saturado de naranjas y ocres, vea el ocaso, los rascacielos, ¡qué sé yo! Lentamente, se da cuenta de que no es la única persona. Primero reconoce una silueta alargada, inmóvil, como petrificada, solemne. ¡No se mueva! El sol ahora muestra solo una mísera parte de su ser. Siente usted la inquietud de dirigirse a este hombre, queda claro que es un hombre.

No será necesario concederle un nombre, solo los muertos lo necesitan. Y hablando de muertos, solo los muertos pasean por las huertas enormes, reconocen rincones, huelen el azahar. Los muertos contemplan, vienen y van, sueñan con aquel despeñadero cruzar. Ahora olvídese de los muertos, usted está más viva que nunca, tampoco necesita un nombre.

Usted se acerca a él, le regala un beso, no sabe cuánto tiempo pasa, pero al retirar poco a poco su cara, se siente asombrada. Usted recibe una sonrisa y un reproche, lo entiende perfectamente y permanece inmóvil. Llegó la hora, es momento ya. Allí está, baja la mirada como por casualidad. Primero lo reconoce por su color, una gran mancha rosada, con intentos de naranja en su derredor. Allí aparece junto a usted: un cangrejo.


Liliana Hernández Almazán (San Luis Potosí, México). Se dedica al psicoanálisis desde hace 5 años. Su interés por la literatura surgió desde la niñez. Este relato fue publicado originalmente en El camaleón III.