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Siliquastrum

Un cuento froidiano, cochino, anal, incestuoso, de pulgares untados con chile, palpablemente onírico, fálico, vagínico, aunque  también algo yungiano en cuanto bíblico, mítico y sexoso y eso sí, muy cocainómaco por ambos lares

Mmmmm, mi querida Ariadna, me pides que te diga cuánto te sueño y yo que te mantengo en un rosario de visiones. Muchas son las veces que me visitas durante la inconsciencia, en buena medida, porque soy casi todo el tiempo un inconsciente. No puedo describirte cada uno de mis sueños porque los sueños, como bien sabes, se diluyen en la nada, pero te daré los pormenores de algunos que he logrado sostener:

  1. Hay uno recurrente, por ejemplo, y que me gusta mucho, porque aparecemos, tras de un mantón de neblina, en las estribaciones del Popocatépetl, allá por donde los olmecas tomacocos subían carne humana a las nubes para devorarla; allá donde fuimos tan felices sin bañarnos hasta sudar crema por los orificios; pero en este sueño más bien parecemos unos niños y los dos vestimos con unos suéteres de lana muy muy roídos y pantalones de casimir con las rodillas rotas y tenis abiertos por enfrente donde se nos asoman los pulgares cochinos. Y resulta que somos pastorcitos y andamos todo el día trayendo gordas borregas —que más bien parecen pelotas de lana—, entre cañadas y bosques inmensos. Y tras de ondularnos como gusanos por las curvas de los montes, llegamos a una especie de llano anegado donde hay muchas flores violetas y azules y blancas y saltamos en los charcos con la tremenda intención de mojarnos el uno al otro, y reímos, reímos hasta caer a la tierra panza arriba, y me parece que incluso hay veces en que te veo chimuela de tan niña que eres y yo estoy puro y tú también eres pura. Igual que hongitos de nexapa. Y el cielo está plagado de grandes nubes tan blancas y gordas como nuestras borregas y la montaña huele a humo.
  2. Hay otro donde somos yo un cochino y tu chochina, en esa habitación  blanca (en la que coincidimos alguna vez en la vigilia) donde me prendía de entre tus muslos, atorando mi lengua en tu pepita, y bebiendo y bebiendo y bebiendo tus coágulos y tu sangre hasta que me ahogabas de tanta luna y comenzaba a asfixiarme y resultó que ciertamente me estaba ahogando no sé por qué. Quizá porque lo cochiztli o por la apnea. Y ya medio despierto me dije a mí mismo que aún no me moría y me volví a quedar dormido y regresé a esa habitación blanca, pero entonces había unas cortinas de seda, también albas, iguales a las de aquella vez, en la vigilia, en que cogiendo analmente cubrimos ese mismo cuarto y esas misma seda con tu caca, y me volví a prender en sueños de tu ano y con vehemencia porcina una y otra vez me azoté en mitad de tus nalgas, con la punta enhiesta, hasta que mojaste el parquet con tu agua de pepita.
  3. Y soñé que seguías quitándole la costra de chocolate a las conchas de pan de dulce, dejando nomás el mazacote, a escondidas de toda economía.
  4. No sé qué habré soñado otra cierta noche, pero te juro que desperté llorando y tú bien sabes que sólo despierto llorando con el nombre de mi mamacita (porque la maté) a flor de labios. Desperté llorando por ti, repitiendo tu nombre tres veces, como un invertido San Pedro frente al gallo, y tu rostro blanquísimo improntaba en mi perturbación igual que un Judas colgado en el siliquastrum de mi mente en fronda.
  5. Otra noche soñaba que tú y mi hijo me metían a nadar en aquella alberquita inflable que teníamos en nuestra cabaña del bosque talado. Primero me regaban con agua caliente y me cantaban cosas muy lindas, puros versos del refranero infantil del diecinueve; mas luego me echaron jarrones de agua fría y yo los injuriaba con groserías de tripero y ustedes me regañaron con la injusta maldad de una directora de primaria a la que el inspector regional de la secretaría de educación pública la apuntala con las más negras intenciones.
  6. ¡Ah, pero aquella vez que nos soñé en la Puebla de los Ángeles (angelis suis Deus mandavit de te ut custodiant te in ómnibus viis tuis)! (Dios mandó a sus mensajero acerca de ti que te guardasen en todos tus caminos). Fíjate que estábamos casados y por las tres leyes. Y vivíamos en una vecindad cerca del templo de San Juan de Dios —allá por donde el Señor de las Maravillas—, aunque andaba yo muy torcido en mis geografías, porque la vecindad más bien era igualita a ese hotel donde pecamos con cocaínas y travestis, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, el Hotel Venecia (Av. 4 Pte. 716, San Pablo de los Frailes, CP 72090, Puebla, Pue. Teléfono 222 232 2469, habitación 215 con vista a la calle) del barrio de las gayas. Y éramos padres de una casi niña llamada casi Ariadna. Y resulta que Ariadna era aquella prostituta a la que le dejé las joyas de tu madre, en ese mismo cuarto del Hotel Venecia, cuando me enteré de tus mentiras  y de que andabas jurando que mi hijo —al que te cogiste sin principios—, no era mi hijo. Ajá, esa pequeña Ariadna a la que secuestré en tu nombre. Ésa a la que le lamí las peludas axilas de 16 años sin lavarlas y que me supieron al zumo de cristo. Aunque —como te decía—, tú y yo nos casamos como es debido, yo de blanco, tú de negro. Y en el sueño vivimos casi cuarenta años una vida plena de poblanos: come santos, caga diablos. Cogiendo sapos en callejones. Besándole los pies a momias milagrosas y bebiéndonos la sangre que llora el niño santo por sus ciegos ojitos genitales. Y también devorábamos muchas tartitas de Santa Clara y camotes multicolores del Parián y carne de Arabia en trompos sin sazones (porque pastores no somos). E íbamos los tres juntos (tú, Ariadna y yo) al planetario que expropió Zaragoza a los franceses. Y asistíamos los domingos, sin falta, a ver las matinés que proyectaban sobre los altares estofados de las iglesias barrocas del centro. En especial los filmes nosferatus que programaban en las cúpulas de catedral y las películas pornográficas cuando hacían un cuarto oscuro y glory hole de la octava maravilla: el oro del Rosario dominico.  Mas aquella bonita vida ensoñada, se diluyó un día en que estúpidamente llegué de mi trabajo, vistiendo un traje gris de diamantina y dejando mi maletín de licenciado en una mesita de tripié antigua: ascendí, sin meditarlo, la escalinata porfiriana hasta una de las habitaciones del segundo piso, y allí las sorprendí a las dos: tú y Ariadna desnudas, ella en una silla y tú detrás peinando su largo pelo crespo de estuprada bíblica, pero ella era muy muy muy chiquita, casi una duendecita. Sus cabellos de oro y el peine de plata fina. Y tú mirabas el recorrer de las cerdas por la espesura de sus crines argivas, como hipnotizada, sin reparar en mi presencia de troyano. No obstante, Ariadna me veía con angustia porque tanto tú como ella chorreaban tinta blanca en un fino e involuntario squirt que les bañaba las piernas e inundaba el parquet desgastado. (Nota: malditos anglosajones, se han apropiado, mediante la certera evocación, de todo el glosario parafílico. Ha perdido el latino su supremacía en las orgías). Fue la última tarde en que estaríamos juntos, lo sé, porque el sol de aquella noche entraba por la ventana del balcón, y desde entonces ya no te vi.
  7. Hay otros sueños, sí, con los que hice un cuentito. Bueno, en realidad he usado imágenes de los tantos sueños en que sueño contigo para varios escritos. Pero éste del que te hablo terminó siendo el seudorelato fragmentario de un vampiro yungfroidiano que tragaba coágulos de luna. Lo publiqué en una revista guatemalteca. Si te interesa te lo muestro. Aunque, como verás, a mis sueños les falta esa luz de sombras o esa sombra de antorchas que los tuyos sí derrochan hasta hacerlos tan parecidos a la poesía. 

Ilustración de la artista plástico Erika Pérez Won (instagram: erika.przw)

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Roja

(Gli enigmi sono tre, la morte è una!  Che la lama guizzi, sprizzi sangue.

¡Los enigmas son tres, la muerte sólo una! Que la hoja resbale y escupa sangre.)

Turandot

Nos citamos en el antiguo teatro de la ópera para ver aquella Turandot que nunca vimos por estar atados el uno al otro entre las sombras. Te exaltaban cada una de las figuraciones y las metáforas y yo miraba las escenas, grisallas y silentes, en la cinestesia de tus ojos. Tus ojos que se pintaron de rojo cuando cundió la sangre de los tres enigmas. Sólo basta escribir esto, pensé, y nuestra propia obra comenzaría su transición.

            Ya cerca del final, te pusiste tus lentes oscuros y me dijiste ¡vámonos! Te seguí por los palcos y las galerías y luego por una escalera oxidada que nos llevó al techo del teatro. Aún no anochecía. El sol se desangraba en las nubes del horizonte. Nos tomamos de la mano y me besaste. Te quité los lentes y vi que tus ojos ya no eran tus ojos: la sangre se había hecho agua azul y verde. Y se habían empequeñecido, lo cual cambiaba radicalmente tu faz. Te liberaste de mis manos y agachaste el rostro, apenada. Te acaricié una mejilla e intercambiamos palabras tiernas.

            Cuando el sol terminó de morir, pareció que tu alma se vivificaba y me jalaste para que te siguiera y saltamos del techo del teatro a otros techos, como gatos excitados por la noche. Y uno de esos techos, ya roído por los siglos, se venció al sentir nuestro peso y caímos envueltos en polvo sobre el viejo cuarto de una vecindad en ruinas. Salimos entre estertores de ese muladar y llegamos al patio principal de la vecindad. Rostros y figuras se asomaban de los otros departamentos. Resultó que era una vecindad de brujos negros. Uno de ellos salió hasta donde estábamos nosotros. Traía consigo un saco de piel curtida y me pidió que metiera en él una mano.

  • ¿Qué son?— Preguntó.
  • Caracoles.
  • Caracoles para el oráculo Diloggún.

Una anciana vino por ti y te apartó de mi lado. Dijo que te iban a preparar. El brujo del Diloggún me llevó consigo. En una esquina de ese patio, vi que tenían un prisma móvil colgado del aire. El brujo y otros negros le aventaban piedras y el prisma se compungía y cambiaba de color, toda vez que su piel era como de escamas que se volteaban para dejar ver una luz distinta si una piedra le tocaba.

            El brujo puso el saco del Diloggún en mi mano y me pidió que escuchara los caracoles. Caí dormido y supe que soñaba y vi tu rostro en el cuerpo de una cierva y tenías tres ojos. Cuando desperté, me hallaba junto a ti en uno de los cuartos de la vecindad. La vieja negra detrás de nosotros y tú y yo en una cama. Nos ordenaron desnudarnos y lo hicimos con el febril deseo de dos que tienen mucho sin mirarse pero se hacen diario el amor en sueños. Miré nuestros genitales. Tu pubis totalmente depilado, desprovisto de los vellos de oro que tanto me calentaban; mi verga erecta, como un prisma, amarrada con una cuerda blanca a mis testículos. Parecía que, sin movernos, la cabeza de mi prisma urgía entrar en la humedad de tu vulva calva.

            Con una nueva orden nos indicaron que teníamos que recostarnos de nuevo y abrazarnos. Obedecí y me aferré a ti, y busqué tu rostro para besarlo y me mirabas con tres ojos verdiazules que destellaban en tu frente. Y te susurré:

  • Quienquiera que fuiste, quienquiera que seas, quienquiera que vayas a ser, te amaré.

Te reíste y escapando de mis brazos, me dijiste: espera. Y te fuiste junto con la bruja al patio de la vecindad. Yo salí detrás de ti rogándote pero en un idioma desconocido, una lengua cimarrona, criolla, de oscuras declinaciones y terribles formas. La bruja se suspendió en el aire tomando la forma de una estrella y cubrió tu rostro con un capirote oscuro y tu rostro brilló hasta llevar una flama a la punta del embozo.

  • ¡Otra vez soy yo!

Rugiste. Y te retiraron el capirote y volando viniste a mí y me miraste con furia pero tus ojos ya no eran ni verdes ni azules. Otra vez tu mirada se hizo roja. Roja como la sangre del sol muerto. Tus pupilas ahogadas en dos charcos de sangre. Tus pupilas que brillando escarbaban en mis ojos buscándome el llanto. Tus ojos crecieron hasta ocupar gran parte de tu rostro. Sólo tu boca se comparaba con ellos. La abriste. Dos agujas de plata ocupaban el lugar de tus colmillos. La vieja negra y sus negros bailaban en torno nuestro haciendo sonar los caracoles y cantando en criollo canciones trinas de viejos mundos. Tomaste mi rostro con tus manos rubias que se mancharon de eritro cuando desgarraste mi cuello y comiste mi sangre. Mis tres ojos se cerraron para siempre a tu absoluta noche.

ilustraciones de Stephen Mackey

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Canaimera

Carolina Andújar | De vampiros y best sellers

Singular, a la vez que seductora, para casi todos (incluso aquellos que lo niegan), es la literatura de vampiros. Su cúspide, innegablemente, es el Drácula de Bram Stoker, personaje que, desde su nacimiento en la imaginación del escritor irlandés, se ha posicionado como un verdadero fenómeno de la cultura moderna y no hay plataforma novedosa (desde los albores del cine hasta la fecha) que no replique al conde y su progenie, como una verdadera garantía de audiencia, y por ende, de ventas. Tras de la publicación de Drácula, la literatura de vampiros alcanzó la totalidad del orbe. Latinoamérica bien pronto se sumó a este boom y desde finales del siglo diecinueve, comenzó un periplo que ha arrojado obras tan emblemáticas como los cuentos vampíricos de Horacio Quiroga, los versos sanguíneos de Edelmira Agostini, la primera novela latinoamericana del género, El Vampiro (1910), de Froylán Turcios o bien el fallido Vlad de Carlos Fuentes, sin olvidar la bella interpretación que hace Alejandra Pizarnik del mito de Erzsébet Báthory. Durante la última década, en Colombia ha sobresalido una escritora, que, si bien puede confundirse entre los maquillados best seller con que las grandes casas editoriales quieren no pocas veces engañar a los lectores neófitos, es, al final de la lectura, y si obviamos las frivolidades, quizá más que eso. Para juzgarlo, nos permitiremos compartir un poco del pensamiento de esta devota de los vampiros en su forma clásica decimonónica. Carolina Andújar (Cali, ¿?), de nacionalidad húngaro-colombiana, desde muy joven llamó la atención del mundo editorial con sus historias góticas, principalmente las relativas al vampirismo, y desde entonces, se ha convertido en uno de los casos exitosos más notorios entre los escritores, no sólo de Colombia, sino de Latinoamérica y Europa, en cuanto al género se refiere.  Entre su público natural, el juvenil, su leyenda crece a la velocidad y forma de un rockstar. Quizá porque uno de los personajes cotidianos de la Carolina de carne y hueso, es también el de una “metalera”. No obstante, a últimas fechas, la vemos emprender una búsqueda estética que le aleja de los libros que han dado fama a su carrera y explorar otros temas, otros públicos, quizá otros géneros y tal vez maneras distintas de hacer llegar sus libros a los lectores. Desde el año 2014, la casa editorial Penguin Random House ha publicado gran parte de su obra, entre las que destacan las novelas Vampyr (Editorial Norma ‒ Belacqva, 2009), Vajda, príncipe inmortal (Norma, 2012), Pie de Bruja (2014), El despertar de la sirena (2016) y más recientemente C.A.L.I (2019). Su obra ha sido difundida a nivel internacional, sobre todo en España y Latinoamérica. 

  • Carolina, ¿algo habrá en tu sangre húngara que te condujo hacia los vampiros?
  • No creo que en la sangre, pero sí en una extraña añoranza de la parte húngara de mi familia, la cultura de Europa Oriental, sus leyendas y costumbres. Aunque las leyendas de vampiros son más rumanas que húngaras, esto en términos mitológicos, hay muchos elementos en común en la tradición mitológica de Europa Oriental. Cuando era niña y me topé con la leyenda de Elizabeth Báthory, la condesa sangrienta, en una compilación del Reader’s Digest de mis padres, no pude sacármela de la cabeza. El libro mencionaba que la condesa era húngara, y ese dato sí llamó mucho mi atención, pues aunque era muy pequeña, era consciente de que mi familia paterna es húngara. Mis abuelos se cambiaron el apellido al emigrar a Colombia, adoptando el apellido de una antigua parienta española, la única de la familia, con el fin de que la gente pudiera pronunciarlo con facilidad en su nueva patria. Y es por esto que llevo un apellido español en vez de uno húngaro. Mucho se ha especulado al respecto de la misteriosa condesa húngara, y se dice que es más que probable que jamás haya sido la asesina en serie que la tradición se ha empeñado en hacernos creer que fue, sino que fue difamada para que la monarquía de su época, que tenía una deuda con la noble familia de los Báthory, pudiese quedarse con esa parte de su fortuna. Esto también es especulación, por supuesto. Lo cierto es que la leyenda que se ha hilado en torno a su nombre genera un fuerte impacto en quien la conoce, y  es el motivo por el cual Hungría como tal es asociada con los vampiros en el cine y la literatura modernos (en el caso de Rumania, es Vlad «El Empalador» quien se asocia con la mitología vampírica, y también es muy posible que jamás haya consumido la sangre de sus víctimas empaladas, sino que este fuese un intento exitoso de difamación política por parte de la nobleza rumana corrupta de la época unida con el sacerdocio imperante). El caso es que la historia de la vanidad de la condesa húngara y su supuesta práctica de tomar baños de sangre para conservar la belleza y juventud despertaron mi fascinación de inmediato, y supongo que en parte sentí que descubría un aspecto terrible y oculto de la patria de mi familia paterna. Uno que, quizás por lo mismo, se convirtió en uno de mis mayores intereses. Una historia tan macabra no se olvida con facilidad.
  • ¿Cuál es tu visión de la literatura vampírica en Latinoamérica, cómo fue la tropicalización de esos seres tan gélidos?
  • Yo nunca los he tropicalizado, pero me hace muy feliz haber aportado dos novelas de vampiros clásicos a la literatura vampírica latinoamericana. Espero que se convierta en una tradición. Una amiga periodista me preguntó en cierta ocasión si escribiría una historia de vampiros colombianos, y le dije que el vampiro tropical no es compatible con mi visión estética y mitológica de la criatura. Tampoco lo es la contemporaneidad, por cierto. Considero que el lenguaje narrativo del siglo diecinueve es el medio ideal para desarrollar el personaje del vampiro, y por lo mismo he procurado emularlo en mis novelas góticas. Un vampiro expresándose en un argot local contemporáneo (de donde sea) me parecería una cosa espantosa. Tampoco querría describir al vampiro usando jeans y zapatillas deportivas, hablando por celular o pagando sus cuentas online. En lo que me concierne, el vampiro perfecto es decimonónico, muy posiblemente porque los primeros vampiros que conocí y amé provienen de escritores del siglo diecinueve. Mi vampiro perfecto también proviene de Europa Oriental, como los vampiros de mis escritores góticos preferidos, por las fantasías que desata la región en el imaginario colectivo aún hoy en día. El vampiro literario perfecto fingió su propia muerte al llegar el siglo veinte para conservar ese aire de antigüedad, refinamiento y oscuridad que lo hacen tan encantador. Y esta es una línea que no quiero cruzar como autora. Mis vampiros se quedan en el siglo diecinueve y en Europa.
  • ¿Sientes que hay un prejuicio por parte de los demás escritores hacia los autores best seller?
  • Quizás por parte de ciertos académicos resentidos y obtusos, como parece haber sido el caso de Stephen King, quien solo recientemente ha empezado a recibir el reconocimiento que merece por su excelencia narrativa, y no solo como best seller por parte de su inmensa audiencia.  En lo personal, los escritores que he conocido han sido profesionales, corteses y respetuosos. Por otra parte, han sido autores de altas ventas y gran prestigio, así que no tendrían por qué sentir celos. Los escritores exitosos conocen el negocio editorial y saben que las publicaciones de altas ventas nos favorecen a todos. Gracias a éstas, las editoriales tienen dinero para publicar grandes y pequeñas obras. Y pueden darle la oportunidad a nuevos autores o publicar obras valiosas e interesantes que quizás no se vendan tanto. Un escritor muy prestigioso me agradeció una vez por tener altas ventas. Me hizo reír. Yo también le agradezco a él su éxito. Por otra parte, he conocido un sinfín de aspirantes a escritores de todas las edades que buscan consejo editorial. Todos han sido encantadores, y para mí siempre es un placer guiar a quien así lo desee en este gran océano de la publicación. Doy tips de escritura en Twitter para escritores aficionados o primerizos precisamente porque estas personas, además de ser apasionadas y creativas, son muy amables y entusiastas. Además, me interesa particularmente que se escriban libros buenos, de tramas sólidas y personajes memorables. Tal debe ser la regla y no la excepción. Estos escritores conocen mi obra, lo cual es un gran honor para mí, y aprecian el estilo clásico de mis novelas góticas. Esto me hace feliz como autora, porque significa que otros creadores se han acercado a mí sin prejuicios y valoran lo que distingue a mi obra de otras obras de vampiros de gran éxito comercial de nuestra era: esto es, además de las tramas, su lenguaje, su contexto histórico y su atmósfera.
  • ¿Cómo vives el ser un fenómeno de ventas?
  • En mi caso, esto ha permitido que conozca miles de lectores maravillosos, y es lo más valioso que me ha legado esta carrera aparte del placer de crear sabiendo que alguien me leerá con gusto. Ser un escritor best seller latinoamericano no significa ganar mucho dinero porque las ventas son muy variables, pero sí significa tener una acogida cálida por parte del público lector. Puesto que siento el deseo ferviente de agradecer a quien se haya tomado el tiempo de leerme y contactarme para expresarme su gusto por mi obra, me he esmerado en mantener el contacto con mis lectores desde mi primera publicación. Son muchísimas personas, y esto dificulta un poco que pueda dar a cada una todo el tiempo y la atención personal que deseo, pero no por ello dejo de hacer lo posible por conservar esos vínculos únicos. Me gusta construir comunidades en torno a la literatura y compartir el amor que siento por leer y escribir.
  • Como escritor, ¿te intentan robar el alma las grandes casas editoriales?
  • No, en lo absoluto. Siento gran respeto por las editoriales. Mis editores han sido excelentes, me han enseñado mucho acerca de la creación de un libro hermoso, desde la elección de la cubierta hasta la fuente justa. Los encargados de ventas y mercadeo son personas creativas que realizan un trabajo necesario para que los libros tengan visibilidad. Las editoriales comercian con material precioso, que es el contenido psíquico y artístico de los creadores literarios. Como negocio, me parece divino. La difusión artística y cultural es lo más importante que hay en el mundo para mí, y las grandes editoriales tienen los medios y el talento humano para llevarla a cabo a gran escala. Eso no se construye de la noche a la mañana. Lograr que la gente lea en el siglo veintiuno es un trabajo difícil e incesante, más cuando las plataformas de streaming empiezan a desplazar el entretenimiento que proveen los libros porque la gente está cansada y busca una distracción mucho más pasiva que la lectura. Yo he amado las dos editoriales con las que he tenido el placer de publicar mis libros. Nunca dejará de dolerme la caída de Norma, mi primera editorial. Fue una escuela estupenda, de altísimos estándares de calidad.
  • ¿Drácula o Carmilla?
  • Drácula. Es muy completo. Adoro los recursos narrativos de Stoker. El uso de diarios íntimos, correspondencia, segmentos de prensa, grabaciones. Todo eso la hace una obra muy rica y dinámica. El personaje de Renfield (el paciente psiquiátrico que anhela ser convertido en vampiro) y sus diálogos me llenan de dicha. Es macabro y a la vez cómico, al menos para mí, que es lo que más me gusta en un personaje literario. Es un libro largo de leer, lo cual permite que el deleite de la lectura se extienda más. Curiosamente, el final de Drácula no me parece el mejor, y quedan cabos sueltos que como lectora y escritora me molestan un poco. A pesar de esto, es mi libro favorito y el que más ha influido mi narrativa en todo aspecto. Ahora, Carmilla es un libro bellísimo. Con La dama pálida y La muerta enamorada,  Drácula y Carmilla conforman el conjunto de mis obras de vampiros favoritas.
  • ¿Se ha relegado la literatura vampírica hacia el público juvenil?
  • No lo creo. Hemos vivido un fenómeno espontáneo de adopción por parte de las nuevas generaciones desde la publicación de Crepúsculo. Eso fue hace bastante ya, así que esos lectores dejaron de ser adolescentes hace años. Muchas editoriales notaron que ese público juvenil estaba muy interesado en la temática de los vampiros, y por ello buscaron encauzar hacia él toda nueva obra de vampiros que se publicara, lo cual ocurrió en cierta medida con mis libros, pero eso no significa de ningún modo que la literatura vampírica sea en esencia juvenil ni que los lectores adultos de la vieja escuela vampírica hayan perdido el amor por los libros de vampiros. El público adulto aficionado a la literatura vampírica es y siempre ha sido estable. Este segmento adulto del público, justamente, es el que con más efusividad me agradece haber traído de vuelta al vampiro clásico decimonónico, y lo comprendo. Muchos llegamos a sentir como lectores que la figura del vampiro elegante y malvado estaba siendo desplazada por la del vampiro adolescente del siglo veintiuno (que es, por supuesto, infinitamente más inmaduro que un personaje adolescente o incluso infantil del siglo diecinueve). El público adulto tenía como referente a los vampiros de Stoker y Le Fanu y sintió alivio al leer obras de publicación reciente que rescataran al vampiro primordial. Quizás deba aclarar que no creé mis vampiros como lo hice a modo de reacción en contra de esas nuevas corrientes vampíricas, sino movida por un amor puro y sincero por el vampiro clásico del terror. No encontraba buenos libros de vampiros que leer y esto me generaba inmensa desazón. Al final decidí crear el libro de vampiros que siempre quise leer: Vampyr, mi primera novela. La literatura vampírica nos pertenece a todos.
  • ¿Qué es, según tú, lo que resulta tan atrayente de la figura del vampiro?
  • El hecho de que sea casi idéntico al humano común, pero a la vez un depredador. La facilidad con la que puede camuflarse entre sus víctimas. Para mí, lo realmente atrayente es que sea estético en sus movimientos, en el vestir y en su forma de expresarse. Y (esto es imprescindible) que tenga una personalidad misteriosa. Por lo mismo, el vampiro contemporáneo no ha logrado despertar mi interés salvo en contadísimas excepciones. Esto me ha ocurrido con las historias de un par de autores que han logrado otorgar ese componente oscuro y refinado al carácter de sus vampiros a pesar de situar la trama en las Américas y en la contemporaneidad, Stephen King y Beth Fantaskey. ¡No es cosa fácil! No he leído la obra de vampiros de Anne Rice pero sí otros de sus libros, y con base en esto puedo decir que aprecio su estética literaria. Para ser brutalmente franca, me resulta incomprensible que el vampiro adolescente contemporáneo haya sido atrayente para alguien. Estoy convencida de que las tramas de romance escolar «prohibido» fueron las que lograron atrapar a esa audiencia juvenil, pero no la figura del vampiro en sí. El vampiro clásico, en cambio, tiene un componente de misterio que es realmente peligroso. No es solo peligroso como un perro bravo con peste de rabia, el cual vendría siendo el caso del vampiro moderno a grandes rasgos, sino que es peligroso en materia moral y espiritual. Una víctima convertida por el vampiro clásico se pierde a sí misma, su conciencia cambia, se transforma en una criatura maligna. Esto es lo que hace interesante al vampiro del siglo diecinueve.
  • ¿En ese sentido, existe la renovación de estructuras y temas en la literatura vampírica o se ha condenado al escritor de este género a escribir desde de una tradición anquilosada?
  • Cada escritor escribe su obra con plena libertad. Nadie le dice qué debe hacer o cómo escribir un libro. Hay escritores muy innovadores. Quizás sean poco conocidos en español por aquello de las traducciones. Yo prefiero el vampiro clásico y malvado pero eso no significa que no se pueda innovar aun dentro de ese marco. Yo amo esa tradición anquilosada. Siempre hay espacio para la originalidad.
  • ¿Has sentido la tentación de caricaturizar al vampiro o volverlo un personaje frívolo para adolescentes enamoradizos?
  • No, me aburriría muchísimo. Y esas estrategias nunca funcionan cuando se llevan a cabo adrede, es decir, únicamente con el fin de vender. Si alguien caricaturiza al vampiro o lo hace frívolo, es porque esto le genera entusiasmo genuino como creador, y eso es perfectamente válido. Hace poco me topé con una caricatura de una chica vampiro y su novio hombre-lobo. Me pareció hermosa y comiquísima, supremamente ingeniosa. Todo depende de cómo se hagan las cosas. No sobra aclarar que la caricatura mencionada es macabra a más no poder. Quizás eso fue lo que me enamoró.
  • ¿Cree Carolina en la leyenda mediática en torno a Andújar?
  • No sé qué es eso, jajaja.
  • ¿Cuál es tu visión de las editoriales independientes?
  • Son estupendas, muy dedicadas a sus autores y a sus publicaciones. Algunas publican con gran belleza y maestría. Como te digo, siento un inmenso respeto por las editoriales. No hay diferencia para mí si son independientes o no. Pero me parece fundamental que las independientes siempre tengan un espacio en las grandes ferias. Es necesario apoyarlas.
  • ¿De qué escribes cuando te alejas de lo gótico?
  • Me gustan la comedia, la sátira y las historias de crimen. Combino los tres aspectos. Sin embargo, mis obras siempre tienen un componente macabro. Es lo mío. Me resulta difícil imaginarme escribiendo una historia perfectamente rosa o ligera, aunque sería un reto interesante. Aun así, no está entre mis planes intentarlo.
  • Háblanos de tu Carmina Nocturna:
  • Carmina Nocturna es mi serie de novelas góticas que transcurren en el siglo XIX en Europa. Las historias están ligadas aunque los narradores varíen. Los libros pueden leerse en desorden y son autoconclusivos, pero se hacen guiños entre sí. Los dos primeros libros, Vampyr y Vajda, son de vampiros. El tercero, Pie de Bruja, es de brujas y hombres lobo. Todos ocurren en el mismo universo y sus personajes principales se encuentran. Esta serie es de misterio, terror y suspenso principalmente. Requiere investigación histórica, arquitectónica, geográfica, topográfica, política, gastronómica, ideológica… la idea es que sea muy realista siempre a pesar del aspecto sobrenatural de algunos de sus personajes. Me gusta incluir grandes figuras históricas en estas novelas. En la primera, Vampyr, incluí a la condesa Elizabeth Báthory como personaje. En la segunda, Vajda, el célebre ocultista Aleister Crowley y los húngaros de la mitología tribal magiar hacen su aparición. En la tercera, Pie de Bruja, presento mi propia versión de Vlad «El Empalador». La serie tiene como base la recreación de una atmósfera bella y lúgubre a la vez. Son novelas altamente estéticas. Ahora estoy escribiendo la cuarta parte con gran deleite.
  • ¿Cuál es tu percepción de la literatura latinoamericana contemporánea?
  • Disfruto leer a mis colegas. Me parecen buenos escritores, sus obras son fáciles de leer. La recreación de la realidad nacional o regional parece ser una regla. En esto diferimos como creadores, pero ellos realizan una valiosa labor en ese aspecto. Yo solo he abordado la realidad colombiana y latinoamericana en mi thriller cómico urbano C.A.L.I., que es a su modo una crítica social muy puntual a pesar de su humor negro. Aun así, C.A.L.I. tiene un fuerte trasfondo fantástico, y en esto dista de ser una obra de literatura colombiana típica. Muchos escritores colombianos se formaron como periodistas antes de escribir ficción. Quizás por esto sientan la obligación de «reportar» la cultura y el entorno en el que viven. Esto es lo que más sigue favoreciendo un segmento importante de la audiencia. Yo nunca he sentido que tengo el deber de exponer la realidad latinoamericana en lo que escribo, para mí la lectura es escapismo y no quiero que su propósito sea recordarme dónde estoy. Al menos en Colombia, el periodista goza de una aceptación a priori más significativa que aquella que pueda tener un autor de ficción a secas. Puede que esto se deba a un factor de credibilidad y a la exposición mediática continua, pero creo que en gran parte es asunto de temáticas aceptadas o, para ser más precisa, de temáticas socialmente aceptadas. La escritora Gabriela Arciniegas, fabulosa oradora y también escritora de terror colombiana, explicó en una de sus conferencias en la cual yo estaba presente por qué en las colonias españolas se condenó la ficción pura en un momento histórico determinado, forzando al narrador a limitarse a recrear su realidad . Recomiendo hablar con ella al respecto, pues esto nos sigue afectando a todos. El impacto de esta regla ha sido tal que aún hoy en día se demoniza al autor latino que expande sus horizontes más allá de la cultura que se le impuso por nacimiento. A mí me aburre leer al respecto de lo que ya conozco, por lo cual he tendido a favorecer las obras de escritores de otros confines del mundo. Esto no significa que no aprecie las obras de otros autores latinoamericanos, porque los hay magníficos, y en general al menos son narradores hábiles, pero no puedo negar que las reiteraciones temáticas culturales y la sobreexposición a mi entorno habitual por medio de la ficción están lejos de suscitar mi pasión lectora. Me gustaría leer más thrillers latinoamericanos.
  • ¿Qué dificultades has vivido para desarrollarte como escritora en Colombia?
  • Ninguna. Lo tenemos más fácil acá, al menos podemos abordar a las editoriales personalmente. Los autores norteamericanos necesitan un agente literario hasta para eso. Por lo demás, uno puede escribir en cualquier parte del mundo. El desarrollo como escritor está en el ejercicio de escribir. Quizás si hubiera escrito mi obra en inglés y hubiera sido publicada en Norteamérica, hace años habría visto las películas de mis libros. Pero tal vez no. No tiene sentido especular al respecto. Aprecio y agradezco las oportunidades que se me han brindado y en especial el apoyo lector tan inmenso que he tenido a pesar de escribir libros considerados un poco tabú por ser una escritora nacida en latinoamérica: no se supone que los latinos escribamos libros góticos o de fantasía, y quizás esa haya sido la única dificultad que he tenido como escritora en Colombia, pero esta fue una traba editorial transitoria y no una de desarrollo como creadora.
  • ¿Qué significan para ti Hungría y Colombia?
  • Me interesan los aspectos culturales de ambos países, sus tradiciones y leyendas. La cultura húngara me gusta mucho, y los colombianos me caen muy bien.
  • ¿Algo de Ava (una de tus brujas más entrañables) hay en ti?
  • Mi sentido de la justicia social es muy parecido al de Ava. Comparto también su determinación y su curiosidad, pero muy especialmente su ira para con el racismo y la discriminación, de los cuales infortunadamente no estamos exentos en Latinoamérica. En Pie de Bruja, Ava se indigna hasta la médula con el trato dado a los romaníes que se han asentado cerca al poblado de Dobro en Voivodina, y entabla con ellos una relación de alianza con base en la animosidad compartida que sienten hacia el pastor protestante del poblado, un hombre poderoso, misógino, racista e hipócrita que disfruta de gran prestigio en la localidad. Como a Ava, estos personajes intocables me hacen hervir la sangre. También me gusta explorar antiguos ritos paganos.
  • ¿Con C.A.L.I comienza un “cambio de piel” en tu escritura?
  • No, escribí C.A.L.I. hace más de diez años, justo después de Vampyr. No la presenté para la publicación hasta hace poco porque estaba concentrada en mi obra gótica, pero planeaba hacerlo en algún momento. Siempre he escrito sátira y comedia, especialmente para teatro, y desde esta perspectiva C.A.L.I. no es una excepción en lo absoluto. Esta novela tiene mucho realismo mágico, de todos modos. El diablo es uno de sus personajes cómicos. En suma, no ha habido un cambio en mi estilo sino que tengo dos estilos, siendo el gótico el más reciente, porque la comedia empecé a escribirla mucho antes, desde la adolescencia. Seguiré con ambas líneas, la gótica y la cómica. Y creo que siempre habrá misterio en ambas.
  • ¿Qué es la fama?
  • Reconocimiento. Gozar de una buena imagen pública. Es algo positivo en lo que me concierne. Significa que alguien hizo algo que interesó a muchas otras personas por el motivo que sea. Ya el uso que se le dé es lo delicado. Yo intento promover ideas justas y un comportamiento ético porque son aspectos sociales vitales para mí. Pero lo relevante, lo realmente fundamental, es crear obras genuinas y de calidad, haya fama o no. Por supuesto, todo creador quiere dar su obra a conocer sin importar la disciplina artística a la que se dedique (para mí la literatura también es arte, algunos la consideran solo una labor intelectual), y por esto la fama es útil. En este aspecto, es un medio para alcanzar un fin. Pero la fama, la buena fama, también es una forma de agradecimiento que se le da al artista por su labor, y esto es algo muy bonito y también justo, porque, como ya lo expresé, no hay nada en el mundo que sea más importante que el arte.
  • Por último, Carolina, ¿te gustaría ser una vampira?
  • Sí. Sería agradable no tener que morir ni preocuparse por la subsistencia alimentaria en un mundo caótico. Pero si esto significara perder mi empatía o mi sentido de la justicia, pasaría de ello.