Los hice de carnes,
algunas partes ya
descompuestas.
Los hice de mares tristes
y de ríos negros.
Les ofrecí ojos
de azucena,
boca de candil,
manos de féretro,
dedos embrionarios,
piernas de roble
y pies de petricor.
Los cosí con los
cabellos de mi saliva
y les di vida
con mi aliento muerto.
Pero, fueron fugaces.
Se mataban entre ellos,
alabando picos y mentiras.
Su saliva escondía un
tenue veneno como el mío
y sus llantos,
solo decían que jamás
podría ser Dios.